CONCILIAR EL SUEÑO
Cuando el insomnio es la pandemia
Notas sobre el no dormir y las ‘Espèces invasives’
Daniela Farías 5/06/2020
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Esta es una de “aquellas noches”, pienso cuando miro el reloj: tres y media de la mañana. Y será larga. No han sido pocas durante el confinamiento y no solo para mí sino para mucha gente, como constato durante el día al hablar con amigos. Hice todo lo que había que hacer: cené pronto y ligero, no bebí café después del mediodía, tomé menos mate. Ya leí, ya vi una película o dos, aún así me encuentro en este estado raro con la luz apagada y mis dos ojos de búho. Y se siente cierto el tópico de estar sola en la inmensidad de la noche y de las horas que pasan en los versos de Poema de medianoche de Safo:
Se fue la Luna.
Se pusieron las Pléyades.
Es medianoche.
Pasa el tiempo.
Estoy sola.
Cuando Blanchot se pregunta qué significa “estar solo”, cuándo se está solo, no puedo sino pensar en las noches en las que no duermo. En el insomnio. No imagino otra situación en la que no estemos totalmente volcados en nosotros mismos. Durante el día hemos hecho de todo para llenar espacios: pasear el perro, cocinar, casarse, tener hijos. En la pandemia, hacer yoga, hablar por Zoom, sacar a ese perro, pasear a ese hijo, revisar la curva de contagio una y otra vez. Pero cuando viene la noche y no te duermes, nada de eso existe. Sólo tú y los pensamientos, los banales y los importantes. Se sabe que el insomnio ha sido fundamental para el proceso creativo de autores como Virginia Woolf, Kafka, Sylvia Plath, Borges.
En una entrevista hecha por Valeria Tentoni a Marina Benjamin, en el blog de la editorial Eterna Cadencia, y a propósito de su libro titulado, precisamente, Insomnio (Chai Editora, traducido por Florencia Parodi, febrero 2020), la escritora plantea que hay algo de rebeldía en la idea de no dormir cuando los demás lo hacen, la actividad mental de quienes se mantienen alerta durante la noche se opone a la pasividad de quienes duermen. En esta soledad del insomnio ponemos más atención a aspectos de nosotros mismo que durante el día pasamos por alto por estar demasiado ocupados en la cotidianidad. Puede ser que nos hagamos más conscientes de quiénes somos, nos conozcamos un poco más. Quizás lo ideal sería que la información sobre estos aspectos llegara a nosotros sin tener que pasar por el insomnio, pero con la vida de hoy en día, “llena de cosas”, parece imposible. Es, pues, el insomnio quizás un llamado de atención de nuestra mente a atender estas cuestiones. Las épocas en las que más he postergado asuntos para mí fundamentales, por diversos motivos, coinciden con las que más horas he dormido. Me entregaba al sueño para no pensar en mis cosas y eso a la larga me provocaba angustia durante el día. Me estaba negando a resolver problemas conmigo misma y prefería la pasividad del durmiente. Dormir, como decía Bergson, puede significar desinterés, desatención al mundo.
“Piensa en cosas bonitas”, me dice quien tengo a mi lado al ver que no soy capaz de conciliar el sueño; se da la media vuelta y se duerme “como un bebé”, en la felicidad ignorante de la primera infancia, como diría Blanchot. Aunque esto no es tan así, todos sabemos que los bebés en realidad duermen a saltos, en fin. Duerme. Qué envidia, pienso. Pero yo no quiero pensar en cosas bonitas como pócima mágica para poder dormir. Justamente lo que te enloquece en el insomnio es esta búsqueda por conseguirlo. Ya puestos prefiero ocuparme de mis cosas.
Se va develando la posibilidad de que la misma humanidad es una especie invasora, y el planeta ha encontrado la manera de remediarlo: su destrucción
“¿Qué pasa durante la noche? En general dormimos. Por el dormir, el día se sirve de la noche para borrar la noche. Dormir pertenece al mundo, es una tarea, dormimos de acuerdo con la ley general que hace depender nuestra actividad diurna del reposo de nuestras noches”, dice Blanchot en su ensayo “El dormir, la noche”, recogido en El espacio literario.[1]
Pero ¿qué pasa si esa ley se rompe? Lo plantea Nicolas Puzenat en su elegante y casi profética novela gráfica Espèces invasives, publicada por la editorial Sarbacane en octubre de 2019, es decir, meses antes de que el coronavirus empezara a hacer de las suyas. En el libro se recrea una atmósfera pre-apocalíptica en que una extraña pandemia se propaga por el mundo: nadie logra conciliar el sueño.
“Si no dormimos al final el agotamiento nos infecta; esta infección nos impide dormir se traduce por el insomnio, por la imposibilidad de hacer del dormir una zona franca, una decisión clara y verdadera”.[2]
Este agotamiento es el que provoca el caos en el universo de Espèces invasives, la humanidad amenazada con desaparecer por un quiebre en la relación de codependencia entre día y noche. Porque, como hemos aprendido durante los meses de pandemia, el cuerpo es muy frágil, todo es muy frágil. Con un hotel de Buenos Aires como telón de fondo, siete científicos de diferentes partes del mundo son invitados a una conferencia para exponer y hacer un balance sobre la situación de las especies invasoras que estudian. Pronto los personajes descubren que cada uno de estos organismos, que se desarrollan fuera de su hábitat natural y que alteran el ecosistema, están disminuyendo preocupantemente, y ellos, como expertos, ven la necesidad de discutir cómo protegerlas. Es entonces cuando se desata una ola de insomnio en el mundo. Refugiados en el hotel, el cansancio y la desesperación hacen crecer la tensión entre los personajes que se dibuja sutilmente en sus rostros. “Pasa un poco como en El ángel exterminador de Buñuel, después me di cuenta que la película me había influenciado”, me dice Nicolas, el autor de Espèces invasives. Los ocho días durante los que transcurre la obra son un recorrido que nos muestra la caída y el colapso del mundo. Con un ritmo misterioso casi oriental, se va develando la posibilidad de que la misma humanidad es una especie invasora, y el planeta ha encontrado la manera de remediarlo: su destrucción. Aún así, hay un mensaje que atraviesa la obra en un par de momentos: “Todo estará bien”, “estaremos bien”, dice uno de los personajes. Pero no en el sentido de lo que leemos por estos días con tipografías medio cursi en las calles y en las redes sociales, sino en el de unos personajes entregados a la paz que da la certeza de las cosas que no tienen remedio, como la muerte o un rechazo rotundo.
Durante el confinamiento los casos de insomnio han aumentado. Cuando me giro de un lado a otro en mi cama, no siento esa soledad que experimentaría en un día cualquiera de insomnio.
En una de las viñetas de Espèces invasives puede verse cuando Tamaris, una de las protagonistas, en pleno desvelo, observa un Buenos Aires completamente encendido y despierto desde su hotel. Me hace recordar a Scarlett Johansson y Bill Murray en Lost in Translation, ambos sin poder dormir, mirando Tokio cada uno desde sus ventanas, también de hotel, cuestionándose aquello sobre lo que en el día no se quieren ocupar: la crisis de sus respectivos matrimonios.
Entonces pienso que afuera hay mucha gente sin dormir prestando atención a aspectos de ellos mismo que durante el día no ven, como una especie de despertar colectivo pero también desde un lugar muy íntimo: la habitación. Pensando quizás en cómo salir de este laberinto absurdo en el que se ha transformado la vida estos meses y en si es posible hacerlo o, mejor tal vez, entregarnos al destino inevitable de las especies invasoras y confiar, como ellas, en que estaremos bien, incluso a pesar de nosotros mismos.
Notas:
[1] Maurice Blanchot, El espacio literario, Editora Nacional, Madrid, 2002, p. 235.
[2] Ibidem, p.237.
Esta es una de “aquellas noches”, pienso cuando miro el reloj: tres y media de la mañana. Y será larga. No han sido pocas durante el confinamiento y no solo para mí sino para mucha gente, como constato durante el día al hablar con amigos. Hice todo lo que había que hacer: cené pronto y ligero, no bebí café...
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Daniela Farías
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