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Érase una vez un montículo llamado Tell Qarassa en As-Suwayda, Siria. Un día el doctor Juan José Ibáñez se dijo “oye, aquí tiene pinta de haber pasado algo”. En el marco de una investigación auspiciada por el CSIC, el doctor Ibáñez dirigió una excavación y el montículo resultó ser la superposición de los estratos de cinco milenios de actividad continuada de una sociedad que ya hace diez mil quinientos años empezó a domesticar cereales: dos tipos de trigo primitivo, farro y escaño, y cebada.
Lo que me fascina de todo esto es que en el amanecer del primer día de la historia, en el origen de todo, lo que encontremos sea la escena de un crimen, ritual y múltiple
El equipo trabajó y trabajó, en Siria las cosas se ponían feas y más feas, el equipo seguía excavando y justo antes de mayo de 2011, cuando tuvieron que salir corriendo del infierno en el que Siria se había convertido, acababan de alcanzar el nivel más bajo de la serie estratigráfica, el momento inaugural de la primera cultura que seleccionó el cereal, dejando para siempre una huella en el raquis, el pedúnculo que une el grano a la espiga, más duro y resistente a los zarandeos de la cosecha.
El equipo del doctor Ibáñez quedó perplejo con lo que había en el último nivel, la foto inaugural del sedentarismo, del neolítico, de la cultura que alumbró las tradiciones orales sobre las que se construyeron los mitos que acabarían informando las religiones, los tabúes y las místicas que están en la base de las leyes que configuran nuestros Estados modernos, nuestros sueños, nuestros miedos y nuestras expectativas de futuro; el momento cero, el instante en que se disparó esta flecha hacia el porvenir sobre la que vamos viajando a toda velocidad.
En el fondo del todo, el equipo del doctor Ibáñez encontró un enterramiento que consistía en un espacio oval de alrededor de dos metros de largo rodeado de paredes de piedra. Sobre las losas del suelo había doce cráneos humanos, diez de adultos, uno de un preadolescente y uno de un niño, repartidos en dos círculos. Este tipo de enterramientos son comunes en esta zona en el neolítico, no te flipes, pero –ahora sí, flípate– a todos los cráneos de adultos se les había borrado la cara a base de golpes, se les había arrancado de la calavera. Esto sí que no es común.
Yo no necesito mucho más para inventarme una conspiranoia que vaya desde Göbekli Tepe al 5G, que soy capaz de dejar a Bosé y a Bunbury como un par de científicos rigurosos en un momentito.
Más adelante, otro equipo, en el que había dos investigadores canarios –una información absolutamente irrelevante para el mundo pero muy importante para mí, que soy así de tribal y archipielágica– estudió los cráneos y publicó los resultados de su investigación en un artículo en el American Journal of Physical Anthropology, titulado “Cráneos con esqueleto facial mutilado: un nuevo tratamiento ritual en un depósito de cráneos del Neolítico Pre-cerámico B - Sur de Siria”.
Esta investigación acredita que el rostro era importante en las culturas de la zona en esa época, como lo atestigua la existencia de máscaras y grabados de rostros humanos sobre hueso, la reconstrucción artística de cráneos, y que el uso de las calaveras en rituales también era común. Pero este es el único enterramiento documentado en el que a los cráneos se les haya borrado el rostro. A golpes. El estudio apunta que lo más probable es que las cabezas hubieran sido enterradas tiempo atrás, posteriormente desenterradas y colocadas en el lugar en el que fueron encontradas tras la mutilación de sus caras. La paleogenética indica que el par sexual del cariotipo de los doce individuos era XY, por lo que el estudio especula con que pudiera tratarse de un grupo de guerreros que infundió temor a la comunidad y que a través de este ritual la sociedad se venga de ellos, los “castiga” y conjura el miedo. A mí me parece muy arriesgado suponer que hace diez mil quinientos años la relación entre el sexo cromosómico y la construcción de los roles sociales funcionara igual que ahora, aunque solo sea porque hasta hace solo quinientos funcionaba de otras formas en otras culturas, pero no voy yo a enmendarles la plana a los del CSIC.
Lo que me fascina de todo esto es que en el amanecer del primer día de la historia, en el origen de todo, lo que encontremos sea la escena de un crimen, ritual y múltiple. Un crimen violento. Sangre, brutalidad, borrado de rostros a golpes, inhumar y exhumar, todo muy turbio y muy feo. Como en el origen de las religiones, las monarquías, las grandes fortunas, los Estados modernos y las empresas que acaparan los contratos con la administración. ¿Qué estaremos queriendo decirnos con eso? ¿Qué clase de especie somos en realidad?
Érase una vez un montículo llamado Tell Qarassa en As-Suwayda, Siria. Un día el doctor Juan José Ibáñez se dijo “oye, aquí tiene pinta de haber pasado algo”. En el marco de una investigación auspiciada por el CSIC, el doctor Ibáñez dirigió una excavación y el montículo resultó ser la superposición de los estratos...
Autor >
Alicia Ramos
Alicia Ramos (Canarias, 1969) es una cantautora de carácter eminentemente político. Tras Ganas de quemar cosas acaba de editar 'Lumpenprekariat'. Su propuesta es bastante ácida, directa y demoledora, pero la gente lo interpreta como humor y se ríe mucho. Todavía no ha tenido ningún problema con la Audiencia Nacional ni con la Asociación Española de Abogados Cristianos. Todo bien.
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