Mar de plástico
Odisea acuática
Me compró una señora en un conocidísimo supermercado del centro de la capital hace cincuenta años. Pero ahora mismo estoy en algún lugar del mar Mediterráneo
Gabriel Méndez-Nicolas 23/07/2020
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Llevo casi cincuenta años en el fondo del mar. Cincuenta largos años flotando y dejándome llevar por la marea a donde me quiera arrastrar. No me miréis así, ¿no me creéis? Al año unos ocho millones de toneladas de plástico llegan a los mares y océanos. Ocho millones de toneladas. Es como si cada minuto la humanidad vertiera un camión de basura al mar. Se han vertido más de 500 kilos de basura al océano en los dos segundos que habéis tardado en leer la última frase.
¿Cómo he llegado hasta aquí? Es una larga historia. Podría haber terminado doblada en un triángulo perfecto en casa de algún abuelo, como depósito de ropa sucia para un turista francés o simplemente en un vertedero. Pero no, estoy ahora mismo en algún lugar del mar Mediterráneo.
Seré breve. Todo empezó en Madrid. ¿En Madrid? Pues sí. Nunca había visto el mar hasta ahora, era muy de secano en aquella época. Me compró una señora en un conocidísimo supermercado del centro de la capital. Hace cincuenta años de eso. Claro, se empezaron a comercializar las bolsas de plástico en España en los setenta. Con una esperanza de vida de unos 55 años, una gran parte de las bolsas de aquella época siguen vivas hoy en día. Me conservo muy bien, eso sí, dicen que aquí en el agua tengo más posibilidades de mantenerme en forma. Pero ¿por dónde iba? ¡Ah sí! La señora. Pues me metió dentro un detergente, un pack de papel de cocina, seis huevos, unos bastoncillos para los oídos y dos litros de leche. Madre mía, no sabéis lo que pesaba todo eso. Al llegar a la que sería mi casa, ya vaciado de todos los productos, me dejaron en el olvido. Todos los días venían bolsas nuevas al hogar. Todas acababan en el mismo sitio: echas una bola dentro de otra bolsa de plástico detrás de la puerta de la cocina. Hasta que un día, mientras sonaba en la radio de la cocina La culpa fue del Chachachá de Gabinete Caligari (temazo del verano), la señora me agarró y me metió dentro dos raquetas de playa al grito de: “Esta bolsa pa’ las palas, que a los niños les va a hacer ilusión”. Después de tres semanas en Benidorm nadie me había tocado. A los niños no les hacía tanta ilusión como pensaban. La última semana me encontraron al fin y me llevaron a la playa de Levante. Dos mil metros de playa en la que no cabía un alfiler y un calor que no conoce ni el papel de horno. Ya vacía de raquetas, me dejaron en la arena sin pensar en que se estaba levantando un poco el aire (estando en la playa de Levante igual se podían haber olido algo). Se formó una ventisca fuerte y ¡ale! ¡A volar! “Bueno da igual, tengo muchas más en casa, ya le dará uso alguien” fue la última frase que le escuché decir a la señora mientras yo flotaba en el aire como un símbolo de libertad. Tras un vuelo de media hora me enganché en lo alto de una farola como si fuese un paracaidista el 12 de octubre. Solo fueron unos minutos hasta desengancharme de allí y acabar en el mar. En la superficie al principio, flotando al ritmo de los oleajes y las corrientes. ¿Cuál es el sabor y el estado de la libertad? Pues en mi caso salado, y mojado hasta las asas. Tras un rato del snorkeling pasé al buceo. ¡Qué bonito el fondo del mar! Tendríais que verlo. Una maravilla. Concurrido, también os digo, en el tiempo que llevo aquí he visto peces de todas las formas y colores, pero también me he encontrado con compañeras. Bolsas, botellas, tapones, colillas, envoltorios de patatas, toallitas o las recién llegadas mascarillas, absolutamente de todo. Al ritmo que va, en 2050 habrá más plástico que peces en los océanos y los mares. Visto el panorama no me apetece nada desintegrarme, la verdad.
Mi camino no va a acabar aquí. Dicen que somos tantas en mi situación que se han formado islas de plástico. Hay una en el Pacífico más grande que algunos países. ¡Cómo me gustaría ver eso antes de desaparecer! Tiene que ser precioso. Todo el plástico allí apilado, flotando homogéneamente sin dirección precisa.
Más de un millón de aves y más de 100.000 mamíferos marinos mueren como consecuencia de todo el plástico que llega al mar cada año
Esta es mi historia, pero cada día que pasa es la de más bolsas de plástico como yo. La mayoría de las que estamos aquí en el agua venimos de la tierra. No sé por qué los humanos siguen fabricando y vendiendo bolsas. Hasta la actualidad se han fabricado unos 8,3 mil millones de toneladas de plástico desde que su producción empezase sobre 1950. Solo el 9% ha sido reciclado. Los plásticos de un solo uso son responsables del 50% de la contaminación marina. Los peces muchas veces nos comen sin saber lo que somos. Animales que luego os coméis los propios humanos. Eso si llegan a vuestros platos, porque más de un millón de aves y más de 100.000 mamíferos marinos mueren como consecuencia de todo el plástico que llega al mar cada año. Si hablamos de CO2, reciclar un millón de bolsas de plástico equivale a sacar un millón de coches de las carreteras. No sé cuánto me queda de vida, pero puede ser que al plástico le queden más años de vida en el mar que a muchas especies marinas. Si queréis mi opinión, el plástico va a durar más en el planeta Tierra que los propios humanos. ¡Larga vida al plástico!
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Todos los datos son reales y han sido expuestos por organizaciones internacionales e instituciones como la Fundación Aquae, Green Peace, National Geographic, el Parlamento Europeo y la Comisión del Encuentro de Davos.
Llevo casi cincuenta años en el fondo del mar. Cincuenta largos años flotando y dejándome llevar por la marea a donde me quiera arrastrar. No me miréis así, ¿no me creéis? Al año unos ocho millones de toneladas de plástico llegan a los mares y océanos. Ocho millones de toneladas. Es como si cada minuto la...
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