En los dos últimos meses, el Ministerio viene siendo escenario de algo bastante insólito por estos pagos: una fértil discusión –antes que una polémica– acerca de la extensión y de los alcances del concepto de vanguardia que articula Tierra negra con alas, la monumental antología de la poesía vanguardista latinoamericana de Juan Manuel Bonet y Juan Bonilla (Fundación José Manuel Lara). La antología, publicada a finales del año pasado, ha sido saludada, en general, con admiración y entusiasmo, y considerada por algunos como una obra “definitiva” (Túa Blesa, El Cultural). Pero ha recibido también críticas adversas, como la de Edgardo Dobry, en Babelia, a la que Juan Bonilla replicó destempladamente (lo que dio lugar, por parte de Ignacio Echevarría, a una columna que el mismo Bonilla asimismo replicó). Desde este lugar Mario Campaña también puso objeciones a la antología, y de nuevo Juan Bonilla las replicó, en esta ocasión con más sosiego. Mario Campaña quiso contestar, a su vez, las refutaciones de Bonilla, y esta es la hora en que el mismo Bonilla, entendiendo que no tiene sentido prolongar indefinidamente las réplicas, opta por ampliar el campo de la discusión y plantear la cuestión de fondo que la animaba sin ceñirse ya a la propuesta particular de Tierra negra con alas, es decir trasladándola a un plano más general.

No deja de ser significativo que tanto Edgardo Dobry como Mario Campaña sean los dos de origen latinoamericano: argentino Dobry, ecuatoriano Campaña. Los dos poetas. La observación invita a pensar que lo que está en juego, entre otras cosas, es la perspectiva peninsular, española, europea, que despierta toda suerte de susceptibilidades en la otra orilla. Muy en particular a propósito de una cuestión – la de la vanguardia– que cobra en Latinoamérica matices muy particulares, dado que diferentes versiones de la vanguardia fueron las que brindaron la cuerda en la que, hasta cierto punto, la mayor parte de las literaturas latinoamericanas trenzaron su propia identidad nacional.

Después de la esgrima a propósito de Tierra negra con alas, el artículo de Juan Bonilla sirve para poner sobre la mesa, invitando a reflexionar colectivamente al respecto, la compleja cuestión de la vanguardia, y las muchas preguntas a que da lugar. Quisiéramos que este fuera el punto de partida de un ensayo colectivo de conceptualización de la vanguardia, de su contenido más o menos histórico, de su validez más o menos universal. ¿Existe algo así como una tradición de la vanguardia? ¿Cabe hablar de la vanguardia como una constante de la modernidad (y sus secuelas), o se trata más bien de un episodio bien delimitado, más allá del cual sólo sobrevive ya sea como institución, ya como academia, ya como pose? ¿Tiene sentido hablar de postvanguardias? ¿Y de transvanguardias? ¿Cuáles son las relaciones de la vanguardia con el canon? ¿Y con la política? ¿Y con la novedad? ¿Y con la dificultad? ¿Cabe pensar que la vigencia de la vanguardia se mantenga en determinadas tradiciones, cuando en otras ha quedado completamente superada? En cualquier caso, ¿por qué la vanguardia sigue perimetrando en América Latina el campo literario?

La cuestión trasciende con mucho el territorio de la poesía, y afecta a todas las artes. Los dos escritores que han polarizado en las dos últimas décadas la narrativa latinoamericana, César Aira y Roberto Bolaño, ponen en juego dos actitudes, dos usos, dos definiciones incluso de la vanguardia que están lejos de haberse confrontado en profundidad. El título de un ensayo reciente de Damián Tabarovsky, Fantasma de la vanguardia (Mardulce, 2018), que incide sobre todos estos asuntos, podría servir para pensar en el estatuto de la vanguardia en la literatura contemporánea, al menos en el ámbito hispánico.

A la espera de recoger contribuciones al debate, comenzamos por brindar, junto a la reflexión de Juan Bonilla, unas notas de Gonzalo Torné que disparan sus vislumbres en otras direcciones.