NECESIDAD DE CONCIENCIA
El mundo del trabajo ante el diálogo sobre un futuro alternativo
La gran tarea del momento es conectar las soluciones a los problemas de este mundo a las necesidades concretas de los sectores precarizados. Porque la persona que padece, se siente sola y no tiene razones para mirar ese futuro
Ignacio Muro Benayas (Futuro Alternativo) 11/09/2020
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La construcción de un futuro alternativo precisa de un diálogo permanente sobre los principales vectores y tendencias que construyen el progreso: el impacto de la tecnología digital, la cuestión ambiental y climática y las desigualdades (de género, de recursos…). Ese diálogo no puede ser abstracto ni elitista, sino que debe atraer la atención de los sujetos sociales que aportan las energías del cambio, comenzando por el mundo del trabajo y la actividad sindical.
En los próximos 10 años se concentran un conjunto de transiciones que necesitamos abordar simultáneamente porque afectan a la vida tal y como la conocemos. Todo está sujeto a mutación. Y, desde luego, lo está lo que entendemos por trabajo: no solo la lógica de las relaciones laborales sino todo lo que le identifica como el espacio prioritario de realización para el desarrollo del ser humano.
Si hasta ahora esa utopía ha estado volcada, en última instancia, en superar la alienación del trabajador en “su trabajo”, hoy las cadenas globales de valor, los profundos y continuos cambios tecnológicos, el cambio climático y las limitaciones objetivas de los recursos naturales o la incorporación del trabajo “no-productivo” asociado a los cuidados, amplían y universalizan los desafíos de transformación. El trabajo se socializa mediante cambios que introducen nuevas contradicciones que afectan a la práctica sindical en la medida que amplían el foco del bien común deseado hasta convertirlo en menos accesible y más complejo de gestionar.
Buena parte de la gente, y en particular del mundo del trabajo de los países desarrollados, está retornando a preocupaciones mucho más básicas que pivotan alrededor del miedo a la precariedad
Podemos servirnos de la pirámide de Maslow y su significado para mostrar la contradicción del momento. Sostiene esta tesis que, en la medida en que el progreso económico satisface las necesidades básicas asociadas a la subsistencia y a la seguridad, van surgiendo nuevas necesidades humanas vinculadas a valores superiores (ética, creatividad, equilibrio) situados en el espacio del reconocimiento y la autorrealización. Ocurre que aquel paradigma nacido en 1943, en los albores del Estado de Bienestar, confiaba en la utopía de un desarrollo continuo que acabaría extendiéndose y poniendo el bienestar al alcance de todos, un supuesto que ha saltado por los aires en las tres últimas décadas.
Lo que ha ocurrido y está ocurriendo es que buena parte del género humano, y en particular del mundo del trabajo de los países desarrollados, está recorriendo el camino inverso, retornando a preocupaciones mucho más básicas que pivotan alrededor de la seguridad en sus ingresos y el miedo a la precariedad y a la pérdida de retribuciones estables.
Ello interrumpe la línea de progreso y genera una contradicción que afecta de lleno a las posibilidades de éxito de las opciones democráticas.
Derechos laborales versus derechos ciudadanos
Empecemos por la conexión entre trabajo y tecnologías digitales. Si el trabajo se puede descomponer en microtareas, si el trabajador puede depender simultáneamente de varios empleadores, si la actividad desarrollada se desconecta de su condición in situ para poder realizarse en cualquier momento y desde cualquier lugar hasta diluir la línea que separa el tiempo de trabajo y no-trabajo… acaba desapareciendo la frontera entre la vida personal y la vida profesional y entre la regulación de los tiempos productivos y los reproductivos.
En ese contexto, los derechos laborales se convierten en algo indisociable de los derechos ciudadanos. Y las normas sobre conciliación, rentas mínimas garantizadas, acceso a la vivienda, movilidad urbana, sostenibilidad de las actividades productivas, desconexión digital, formación permanente, acceso flexible a la jubilación… empiezan a formar parte de una nueva batería de demandas y derechos sociales que conectan íntimamente con lo puramente laboral. De modo que no basta con redefinir el “contrato de trabajo” en los nuevos entornos, sino que se necesita redefinir el mismo concepto de trabajo incorporando todos los tipos de actividad. Hoy es insoslayable la inclusión de la atención a los cuidados “improductivos”, integrándolos en un nuevo perímetro conceptual más amplio y complejo.
Esto empuja a afrontar los múltiples aspectos de la democratización de la economía y, en particular, las consecuencias del derecho de propiedad en su dimensión más amplia, aquella que determinan lo que se produce, cómo se produce y el modo en que se organiza la vida en torno a la producción y el consumo.
Cómo convertir en conciencia general esa necesidad
Sin embargo, no podemos esperar que la urgencia histórica de ese desafío sea comprendida por todos. De hecho, la polarización del trabajo y el ahuecamiento de las clases medias distorsiona y escinde el cuadro de necesidades humanas previsto por Maslow.
Para buena parte de los trabajadores e, incluso, para colectivos crecientes de clases medias que perciben la precariedad como riesgo cierto, el hecho de que las fábricas contaminen, que sus empresas vendan armas y alimenten guerras lejanas o que se incumplan los objetivos de desarrollo sostenible tienen importancia secundaria: siempre detrás de su estabilidad en el empleo de la que depende su propia subsistencia y la de los suyos.
Lo contrario ocurre con las capas de profesionales ubicadas en megaurbes favorecidas por el desarrollo tecnológico, cuyo trabajo se desarrolla en condiciones objetivas de comprender y asimilar como urgentes esos valores superiores del equilibrio a medio y largo plazo asociados a la sostenibilidad o a la cultura de paz como principio de relación entre naciones, o la incorporación del cuidado como parte del trabajo o los límites físicos al crecimiento.
Si se asume que la construcción de una conciencia general es el propósito esencial hay que preguntarse cómo amalgamar esas visiones diferentes que surgen de realidades tan distintas. Ese reto, que exige recuperar la primacía de la política sobre la economía, afecta a unos y a otros, a las capas más preparadas y conscientes que construyen relatos de un futuro deseado a medio y largo plazo y las precarizadas que no están en condiciones más que de sobrevivir día a día. Sintetizar ambas miradas obliga a romper una dinámica en la que conviven y se retroalimenten posturas elitistas y populistas que cuajan en las diferentes capas sociales e impiden el diseño de un bien común compartido.
Cómo conectar las soluciones a los problemas de este mundo a las necesidades concretas de los sectores precarizados que más padecen la desigualdad es la gran tarea del momento. Porque la persona que padece, se siente sola, sin que nadie le dé respuestas, no tiene razones para mirar ese futuro deseado. De modo que existe el riesgo cierto de que las propuestas simples (cerrar fronteras, introducir aranceles, expulsar inmigrantes), procedentes de las fuerzas involucionistas y reaccionarias, tengan éxito como consecuencia de la fe en una protección ilusoria que no encuentra en ningún otro discurso.
Qué bienes jurídicos deben protegerse
El tema central es precisamente dar respuesta a la necesidad de protección, (de qué estamos protegidos, quién lo está, cuándo lo estamos y cuándo no) lo que significa que tenemos que ser capaces de contar con un específico marco de derechos viables en el que todos puedan poner su expectativa de futuro en un horizonte de razonable certeza.
Si en el pasado se luchó por los derechos de los trabajadores, por la estabilidad de los contratos, por la creación de un sistema en el que todos pudieran construir su vida con relativa serenidad y trazar el futuro de sus hijos, hoy estamos obligados a la doble necesidad de universalizar y precisar, con detalle, las nuevas demandas de protección.
Se trata de imaginar un nuevo pacto social, una nueva carta de derechos aplicables a todos los ciudadanos en condiciones de seguir aportando energías a la comunidad.
Los derechos laborales no pueden estar vinculados a un tipo de contrato ni tampoco limitarse a la condición de asalariado, sino que deben ampliarse a otras actividades sociales no remuneradas y que hoy no caben en la idea “trabajo” incluso si estas se producen fuera de los tiempos vitales “activos” (jubilados, gestantes).
Esa línea obliga a todo el ecosistema del derecho laboral a cambiar el marco ideológico en el que se mueve actualmente y afrontar su desmercantilización. En la medida que el derecho al trabajo se limita a establecer, como contrapartida una retribución monetaria, reconoce una ausencia de ambición y se incapacita para imaginar el derecho a influir sobre la obra realizada, es decir sobre el producto de su trabajo. Trabajar es para el asalariado un medio al servicio de un fin que es la obtención del salario. No le educa en el qué producir ni en el para qué o el cómo producir, sino que se limita a un marco mercantil que retroalimenta.
Supone profundizar en la tesis de las mercancías ficticias de Karl Polanyi y en las graves disfunciones que, conlleva tratar al trabajo, junto a la naturaleza, el dinero o la salud, como una mercancía, una ficción que interrumpe la unidad entre sociedad y naturaleza y entre los propios hombres y mujeres.
Redefinir y ampliar el foco sindical hacia la democracia económica
Conseguir el interés del trabajador por el fruto de su trabajo es la esencia del cambio hacia la democracia económica. En ese contexto el reconocimiento del derecho de alerta ecológica de los trabajadores es una señal de la emergencia y alimentaría una idea avanzada de democracia económica, que reconoce a todos y a cada uno un derecho de control sobre los métodos y las finalidades de su trabajo a todos los niveles y hasta sus últimas consecuencias.
Se trataría de un cambio conceptual importante, esencial en la redefinición de los derechos sociales y de sus sujetos, en especial de los sindicatos, que pasarían a defender todas las formas de contribución social y a representar a todas las formas de trabajo, ampliando su ámbito de acción y buscando respuestas permanentes a las nuevas necesidades de protección.
El trabajo sindical necesita dar un salto: toca ahora interesar al trabajador en el qué se produce y cómo se produce
No es algo ajeno ni desconocido por los sindicalistas. Pero es un paso más en la difícil tarea de universalizar los objetivos mientras se combate en una realidad multifragmentada. La complejidad de las relaciones productivas y el desarrollo de cadenas globales lleva décadas socializando el conflicto capital/trabajo y despersonalizando al empresario explotador, sufriendo la externalización de parcelas productivas fuera del perímetro de la empresa tradicional. El trabajo sindical necesita dar un salto: toca ahora interesar al trabajador en el qué se produce y cómo se produce.
Afrontar qué se produce supone, en el nivel más alto, abordar también la necesidad de reconfigurar, sustituir y/o reducir el tamaño y el destino de muchos sectores clave (construcción, automoción, turismo, finanzas, consumo), que vienen a representar una parte sustancial del PIB de nuestra economía.
La dificultad es integrar los objetivos parciales al alcance de la mirada humana en una gran tarea de dimensión desconocida. Y aquí procede ese apunte optimista que recoge Alain Supiot en su análisis sobre el trabajo en el siglo XXI ¿Por qué, se pregunta Franz Kafka en La Muralla China, hubo que construirla por segmentos y no de forma lineal? Porque solo su construcción fragmentaria podía dar sentido a la vida de los que estaban animados por el placer del trabajo bien hecho y la ambición de ver un día su obra acabada. Si lo hubieran hecho solo por su salario hubieran estado incapacitados para la gran obra. Nuestro gran reto es también ahora encontrar las partes que dan sentido al todo, sabiendo que ese todo es del tamaño equivalente al de construir la gran muralla china.
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Futuro Alternativo es un espacio de personas, colectivos y organizaciones sociales que se han unido con el fin de reflexionar y canalizar las iniciativas de la sociedad civil para construir un modelo de sociedad inclusivo y sostenible.
La construcción de un futuro alternativo precisa de un diálogo permanente sobre los principales vectores y tendencias que construyen el progreso: el impacto de la tecnología digital, la cuestión ambiental y climática y las desigualdades (de género, de recursos…). Ese diálogo no puede ser abstracto ni elitista,...
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