GRAMÁTICA ROJIPARDA
Tren de medianoche para Georgia
Con Biden, la reconstrucción de las democracias occidentales estará más cerca. Habremos recuperado tiempo y nos habremos quitado de encima el papanatismo antisistema de los que creen que un millonario puede ser útil a la impugnación del capitalismo
Xandru Fernández 7/11/2020
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Está pasando ahora. Lo dice David Bowie en la canción que tengo puesta de fondo mientras escribo esto. Está pasando ahora. Ahora, no mañana. Mañana puede pasar cualquier otra cosa, pero ahora pasan cosas ahí fuera. ¿Fuera de dónde? Fuera del horizonte virtual que como sociedad hemos convocado para que nos arrope, fuera del estado de alarma mental que como individuos hemos decretado en busca de sentido. Fuera de la pandemia, donde las curvas se aplanan.
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Está pasando que, aunque mañana pueda pasar cualquier otra cosa, en Estados Unidos parece que Donald Trump ha perdido las elecciones. Docenas de analistas han tenido que volver a congelar sus textos precocinados donde culpaban a la izquierda posmoderna y a las personas trans de la victoria de Trump por segunda vez consecutiva. Hay análisis sobre la clase obrera de Kansas y los rednecks de Tennessee que con cada voto que se cuenta se deslizan un poco más hacia la irrelevancia. A medida que pasan las horas sin un ganador claro, aumentan las escalofriantes probabilidades de que Žižek no escriba un libro sino dos.
La democracia estadounidense es ahora un objeto con dos estados superpuestos cual gato de Schrödinger: no se sabrá si está muerta o está viva hasta que acabe el recuento
Al igual que el previsible libro de Žižek, la democracia estadounidense es ahora mismo, mientras escribo estas líneas, un objeto con dos estados superpuestos cual gato de Schrödinger: no se sabrá si está muerta o está viva hasta que acabe el recuento. Paradójicamente, se recurre a un procedimiento típicamente democrático para averiguar si la democracia sigue estando vigente. Pero quizá no debiera chocarnos tanto, pues todos hemos oído que Hitler llegó al poder por las urnas, aunque en términos de verdad histórica eso sea lo más parecido a afirmar que un fumador es adicto al tabaco porque tiene pulmones. Al igual que los posibles libros de Žižek, los dos estados posibles de la democracia estadounidense se parecen sospechosamente, pues en ambos se identifica a la democracia con el mecanismo de acceso al poder y no con su ejercicio, de donde se concluirá que, gane quien gane, el sistema funciona pero al mismo tiempo, gane quien gane, el sistema está podrido puesto que una porción nada desdeñable del electorado ha vuelto a apostar por el botón de la autodestrucción.
Aunque no repita en la Casa Blanca, Trump seguirá en las instituciones y su aliento lo notaremos los europeos en la nuca igual que los americanos. Lo que Trump ha ganado, o conquistado para las fuerzas a las que presta su rostro y su voz, es tiempo: tiempo para erosionar, para desgastar, para seguir pasándoles la garlopa a los sistemas democráticos emanados del consenso interclasista de la última posguerra europea hasta que afloren, como nudos en la madera de las instituciones, como manojos de nervios en una espalda cansada, bloques de oposición pulsional y autoritaria a la democracia como ideal imperfecto de convivencia.
Esos bloques de autoritarismo replican frecuentemente el lenguaje y los gestos de los fascismos históricos. Puede sorprendernos ese revival, pero obedece al menos a tres causas que se dan de manera conjunta. La primera es generacional, la segunda es poética, la tercera es institucional.
La mayoría de los ciudadanos de Europa y Estados Unidos no ha vivido en directo un régimen fascista. No hay inmunidad de grupo
Causa generacional: la generación que prestó su aquiescencia a las democracias construidas sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial fue una generación que vivió en sus propias carnes el fascismo, identificó correctamente al fascismo como el enemigo a extirpar y desarrolló un rechazo epidérmico inmediato a todo lo que oliera a fascismo. Esa generación intentó que ese rechazo pasara a sus descendientes y lo logró, como siempre, de manera desigual, pero aun así permaneció vigilante en el horizonte, dispuesta a tragar con casi todo salvo con una recaída en la pandemia totalitaria de los años 30. Esa generación ha muerto casi por completo y su huella en las generaciones siguientes se ha debilitado. Ahora ya es cierto que la mayoría de los ciudadanos de Europa y Estados Unidos no ha vivido en directo un régimen fascista. No hay inmunidad de grupo. La vacuna de la memoria personal y familiar ha dejado de hacer efecto.
Causa poética: aquella generación de la posguerra europea impregnó de antifascismo todas o casi todas sus creaciones culturales, de la música al cine. Los nazis eran los malos de las películas, desde Casablanca hasta Indiana Jones y la última cruzada. La esvástica se usaba para advertir, asustar o provocar. El Holocausto se elevaba en el paisaje de la gran literatura de posguerra como un enorme columbario en cuyos nichos reposaba la memoria colectiva de unas sociedades heridas pero decididas a no olvidar jamás. Nos aferrábamos a la certeza casi supersticiosa de que el fin de la civilización ya había tenido lugar una vez y solo cabía, por tanto, avanzar por el sendero de la supervivencia sin salirnos de él, so pena de ahogarnos de nuevo en arenas radioactivas. Quizá el propio impulso hacia adelante, la necesidad, inherente a todo proceso creativo, de superar los consensos y las certezas tribales, permitieron que aparecieran grietas en esa poética del progreso y la perfectibilidad de las democracias. Nos volvió a tentar el juego, volvió a seducirnos el mal. Los anacronismos que con frecuencia hemos fomentado y tolerado como juegos estéticos (y tal vez también éticos) han destituido nuestra fe en que el paso del tiempo nos haga mejores.
Causa institucional: el pacto antifascista de posguerra no fue un simple apretón de manos ni un contrato de producción de películas de agitación y propaganda, sino un conjunto de instituciones destinadas a mantener al monstruo lejos de los presupuestos públicos, lejos del armamento, la judicatura y los centros de enseñanza. Cuando Estados Unidos, el Reino Unido y España decidieron cargarse la legitimidad internacional de la ONU en 2003, lo que estaban inaugurando era un nuevo orden en el cual la democracia no era ya algo que se defendía y mucho menos se practicaba sino algo que se imponía manu militari. No sé si somos conscientes de hasta qué punto los Trump, Johnson y Bolsonaro de nuestros días traen causa de los Bush Jr., Blair y Aznar de la cumbre de las Azores.
La covid-19 iba a ser un golpe mortal al capitalismo. Mientras nos alimentamos de esas y otras fantasías, media docena de payasos sin fronteras tipo Trump siguen haciendo caja
No es, pues, tan sorprendente que los modales fascistas vuelvan a asomar en el horizonte como posibilidad política o, si se quiere, antipolítica. Por eso la elección es tan sencilla, mucho más sencilla de lo que pretende cierta deriva filonazi de las izquierdas poscomunistas, empeñadas en que el flowantisistema de Trump es un desafío a las oligarquías del capitalismo transnacional y un escudo defensivo de las clases trabajadoras contra la globalización y sus fantasmas. También la covid-19 iba a ser un golpe mortal al capitalismo, no sé si se acuerdan. Lo cierto es que, mientras nos alimentamos de esas y otras fantasías, media docena de payasos sin fronteras tipo Trump siguen haciendo caja.
Si finalmente Biden logra poner un pie en el Despacho Oval sin que haya que sacar a Trump con la ayuda de los marines, la reconstrucción de las democracias occidentales estará un poco más cerca que la semana pasada. Eso no significa que estemos a las puertas de la socialización de los medios de producción, ni siquiera (me temo) nos habremos acercado gran cosa a la derrota del neoliberalismo, pero habremos recuperado algo de tiempo y nos habremos quitado de encima el papanatismo antisistema de los que creen que un millonario consentido puede ser útil de alguna manera a la impugnación del capitalismo. También habremos aprendido que una campaña electoral tan reñida y decisiva como esta puede llevarse a cabo en medio de una pandemia global sin que esta influya de modo decisivo. Un aviso también para nuestros gobernantes y aspirantes a serlo: quizá debieran empezar a separar el grano político de la paja sanitaria, con perdón, no sea que la cosecha de votos no sea aquí tan propicia como se intuye desde algunas ventanas.
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Está pasando ahora. Lo dice David Bowie en la canción que tengo puesta de fondo mientras escribo esto. Está pasando ahora. Ahora, no mañana. Mañana puede pasar cualquier otra cosa, pero ahora pasan cosas ahí fuera. ¿Fuera de dónde? Fuera del horizonte virtual que como sociedad hemos convocado para que...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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