LUCHAS DE PODER
La gran promiscuidad: sobre ‘El hijo del chófer’, de Jordi Amat
El intelectual catalán bucea en el pozo negro de la Transición para explicar cómo las élites españolas siempre han sabido que alinear intereses económicos, políticos y mediáticos garantiza tener un proyecto de éxito
Ignacio Sánchez-Cuenca 17/11/2020
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En El hijo del chófer (Tusquets), Jordi Amat ha centrado su atención en un tipo que no sólo fue un monstruo como persona, sino que además, por las circunstancias que le tocó vivir, encarnó en grado sumo y grotesco los peores vicios de la política catalana y española de la Transición y de la década vertiginosa de los ochenta, marcada por las figuras inabarcables de Felipe González en España y Jordi Pujol en Cataluña. Tirando del hilo de la evolución profesional y personal del periodista Alfons Quintá (1943-2016), Amat traza un retrato demoledor y descarnado de las luchas por el poder, de las relaciones promiscuas entre periodistas, políticos y financieros, de la mancha extensa de la corrupción, así como de los silencios, renuncias y traiciones de unos y otros.
El libro se puede comentar desde muchos ángulos. Algunos quedarán fascinados por la figura maligna de Quintá: aparte de su personalidad torturada y de una vida privada con un final trágico (se suicidó tras asesinar a su mujer), en cuanto profesional del periodismo aparece en el libro como un personaje prepotente, agresivo, sin escrúpulos, resentido, manipulador, narcisista y cínico, todo lo cual no le impidió publicar algunas exclusivas importantes en su día y tener información de primera mano gracias a una red de contactos en las entrañas del poder que Amat describe con gran detalle. Desempeñó cargos de relevancia, en la radio, en la prensa (delegado de El País en Cataluña en los primeros años del periódico) y en la televisión (primer director de TV3). Ideológicamente, como tantas otras figuras de la Transición, no tuvo unos anclajes sólidos y pasó del comunismo revolucionario al nacionalismo convergente y de ahí a posiciones cada vez más reaccionarias y descreídas.
Más allá del enorme placer de la lectura (el libro engancha desde la primera página), a mí me han interesado sobre todo dos aspectos de El hijo del chófer. Uno, si se quiere, formal y otro sustantivo. El primero tiene que ver con la manera en que hablamos y escribimos sobre la política, una cuestión que apenas se ha tratado, creo, en nuestro debate público. Hay un registro, el académico o politológico, en el que, por buenas razones, no se manejan los materiales de los que está hecha la política cotidiana. Las preocupaciones son otras: la búsqueda de patrones sistemáticos en el comportamiento de los votantes, los resultados del gobierno, el efecto de las instituciones, etcétera. Entre los académicos, domina la voluntad de no mirar con demasiada atención lo que fluye por debajo de la superficie política (el pozo negro). De ahí que cuando los politólogos intervenimos en los medios, resultemos tan aburridos: a mucha gente lo que le interesa es lo que se concentra en el pozo. Y para cubrir ese interés contamos, en principio, con la crónica y la investigación periodística.
Entre los académicos, domina la voluntad de no mirar con demasiada atención lo que fluye por debajo de la superficie política
Por desgracia, el análisis periodístico en España no ha alcanzado casi nunca los estándares mínimos de calidad. A pesar de que se han publicado decenas de libros periodísticos sobre las interioridades de nuestra política, la inmensa mayoría de ellos son abominables. Suelen redactarse con un estilo semi-novelado, con profusas recreaciones de los diálogos de los protagonistas, así como de las personalidades y circunstancias de estos, en un estilo impostado, inspirado muchas veces en el género negro. Hay, además, una ocultación deliberada de las fuentes, no se distingue entre hechos fidedignos y elucubraciones y, lo que es peor, el autor suele ser esclavo de sus filias y fobias y lleva a cabo una especie de escritura de combate que parece más un ajuste de cuentas que algo parecido a un análisis. Con ese planteamiento, el autor se garantiza un público fiel, pero el producto final carece de credibilidad y, por tanto, de cualquier utilidad.
Amat, en cambio, ha compuesto un artefacto bien curioso que nada tiene que ver con la miseria de la crónica periodística española. El relato está escrito sobriamente, con un grado de precisión admirable y con la necesaria distancia de los acontecimientos. A Amat, además, hay que estarle agradecido porque evita en todo momento la tentación de la auto-ficción y los juegos literarios a costa de la política. El libro va al grano desde la primera página. Es una narración despiadada y extraordinariamente documentada. En todo caso, el autor, no sé si con intención o no, nos hace partícipes de un cierto asombro ante el terreno que va descubriendo. Quizá me equivoque, pero tiene algo de iniciático ese descenso a las profundidades del pozo negro. El punto de ingenuidad resultante contribuye a hacer más creíbles las historias turbias de las que se ocupa el libro. El contraste entre la mirada limpia del autor y la mierda que describe es crucial para darle autenticidad a lo narrado.
Amat analiza cómo se constituyó la hegemonía pujolista en Cataluña. Un proyecto de poder en el que aparecen los grupos económicos, políticos y mediáticos
Y toca decir algo sobre lo que descubre en ese pozo oscuro. A propósito de la vida de Quintá, Amat analiza la manera en que se constituyó la hegemonía pujolista en Cataluña. Se trata de un proyecto de poder en el que aparecen juntos y revueltos los grupos económicos, políticos y mediáticos. El autor encuentra en el cierre en falso del caso de Banca Catalana el origen de los defectos de fábrica del proceso de construcción nacional en Cataluña, pero también un síntoma de las malas prácticas que se fueron gestando desde el comienzo de la democracia española. Periodistas que atacan a grupos económicos para hundir unas siglas políticas, políticos que desde el poder regulan la actividad económica de las empresas de las que ellos mismos dependen, periodistas cooptados por el poder político, empresarios en la sombra que sostienen élites políticas, empresas que invierten en medios para blindarse de las críticas, en fin, una especie de kamasutra del poder.
Lo más curioso es que en todas esas operaciones, la ciudadanía es tan sólo un ruido de fondo. Las élites entienden que basta alinear intereses económicos, políticos y mediáticos para tener un proyecto de éxito. Al final, sí, se da por hecho que habrá que hacer algo para ganarse el favor popular, pero eso, se supone, caerá por su propio peso una vez puesta en marcha la maquinaria.
No estoy seguro de si era el propósito del autor, pero desde luego el texto abre la posibilidad de atribuir a esa confusión de intereses económicos, políticos y mediáticos no sólo la corrupción que ha ido anegando la política española y catalana, sino también la degradación institucional que se ha observado a lo largo de la última década. Recuérdese dónde estamos: la Convergencia de Pujol ha desaparecido del todo; el PSOE perdió a la mitad de sus votantes entre 2008 y 2015, embarcándose a partir de entonces en un proceso de reconstrucción extremadamente traumático, todavía lejos de volver a los buenos tiempos electorales; el PP, entre 2011 y 2019, ha perdido también a uno de cada dos de sus electores, sin que aún haya conseguido invertir la tendencia. ¿Puede situarse el origen de la lenta decadencia de la política española en las malas prácticas que se fueron configurando en la Transición y en los primeros años de democracia? Si Quintá constituye un vértice, sin duda deformado y exagerado, de esa figura poliédrica e irregular del poder, ¿no era inevitable que, tarde o temprano, el poliedro terminara resquebrajándose? ¿Podrán taparse los agujeros y seguirse adelante, con mayores precauciones, sin tanta arrogancia, o llegaremos, como tantas otras veces en nuestra historia, a un final por agotamiento seguido de un cambio brusco?
En El hijo del chófer (Tusquets), Jordi Amat ha centrado su atención en un tipo que no sólo fue un monstruo como persona, sino que además, por las circunstancias que le tocó vivir, encarnó en grado sumo y grotesco los peores vicios de la política catalana y española de la Transición y de la década...
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Ignacio Sánchez-Cuenca
Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).
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