En primera persona
Para declarar ante el juez
Siento si no cuento más detalles de todo aquello: dos veces en un juzgado son más de las que tendría que haberlo contado nunca
Francisco Pastor 16/01/2021
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Testigo de cargo (1957).
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Hay unos zapatos que solo he vestido dos veces: los que me pongo para declarar ante el juez. Son recios, muy sobrios, mate y más bien oscuros. Me llevó un rato largo elegirlos, y no porque yo sea especialmente coqueto. Pero al juzgado hay que ir impoluto, y más cuando uno acude como imputado. Estar en pie, junto a un micrófono, rodeado de letrados, en fin: cuando uno se encuentra ahí, siente que los actos son lo último que se juzga. Que el veredicto de quienes nos rodean depende, en realidad, de la precisión del afeitado, la rectitud de la espalda o los giros de la voz.
Creo que era lunes cuando Miguel [Mora, director] me llamó algo agitado, pero riendo. “Pastor, nos han empurado”, me dijo. La noticia me encontró en la radio, donde trabajaba a media jornada como productor y guionista: dos labores basadas en el ingenio y las relaciones públicas que poco tenían que ver con lo que había escrito, unos meses antes, para la revista CTXT. Durante muchos años, se me paraba el corazón ante la idea de que, allí donde mi trabajo era más bien simpático y hasta inocuo, descubrieran que por las tardes andaba metiéndome en líos.
Peor llevé revelarlo en casa: padres, que me han imputado. Hacerlo me recordó un poco a cuando les conté que era gay. Aunque en aquel otro caso los referentes eran bastante simpáticos —gracias, Fernando y Mauri—. Lo de que a uno le imputen, en cambio, suena a Bárcenas, a las impúdicas tarjetas de los banqueros y a Rita Barberá. Pero se lo tomaron bien, más allá de que cambien de canal, mientras resoplan y reniegan, si aparece en la televisión ese famoso actor del que una sentencia no nos permite hablar.
Verán: para mí, el periodismo era lo que empezaba cuando bajaba del autobús en la avenida del Doctor Arce, llegaba a nuestra pequeña redacción y, entre los 10 o 12 que éramos, publicábamos la revista una vez por semana. “Pastor, amarra el BOE y a ver qué encuentras”, me decía Mora, y allí me ponía yo, a perder todo lo recto de la espalda y dejarme el cuello al estudiar la diminuta letra de los boletines, aún más pequeña en la pantalla del portátil. A ver a quién le habían dado la subvención que fuera. Todo ello, mientras alguien pedía comida al local de siempre y el director dejaba a su paso un reguero con latas de refrescos bañadas en ceniza.
La primera vez que llamé a alguien y le dije que oiga, que habíamos encontrado esto y que no olía bien, que lo íbamos a publicar, para que nos pudiera dar su versión, los titubeos se me agolpaban en la garganta. Figúrense, cuando el destinatario de aquella llamada era alguien a quien había visto en un sinfín de películas y con cuyos diálogos tantas veces había reído. En su día, hasta me compré el guion de ese largometraje en el que unos artistas españoles se la jugaban por Alemania. Trataban de salvar la vida de un judío.
El resto les sonará de estos días: publicamos una pieza, no sentó bien y nos tocó comparecer en lo penal y luego, archivada la causa, en lo civil. De la primera vez me llevé un regalo: un DVD en el que se me veía declarando. En un plano picado, con bastante poca resolución y unos colores muy pálidos. Como los que, hasta entonces, solo había visto por televisión, siempre que algún etarra le lanzaba improperios al juez y en las noticias tenían a bien divulgarlo. Siento si no cuento más detalles de todo aquello, pero es que ya lo he relatado en muchas ocasiones: dos veces ante un tribunal son más de las que tendría que haberlo contado nunca. No se me ocurren muchos más oficios en los que esto, pasar por el juzgado, ocurra con tanta ligereza.
—Pero Fran, si te ocurriera algo así de nuevo, ¿volverías a publicarlo? —preguntó una tarde Esteban Ordóñez, también firmante de esta revista.
—Creo que no. Llevo años pendiente de citaciones, recursos, abogados, reuniones. Es mucho lo que empieza, sin más, porque admitan algo a trámite. Y a trámite se admite todo. Por poco acabo con antecedentes penales.
—Entonces, no esperes al juicio, ni a la sentencia. Ellos ya han ganado.
Y aquellas palabras me acompañan desde hace meses. Quizá si ahora escribo es también gracias a Fermín Agustí, productor de radio, como yo. “Llevas años avergonzándote de algo de lo que deberías estar orgulloso”, me dijo hará unos días. Así que sí, Esteban, quédate mejor con esta respuesta: volvería a publicarlo. Esto y lo que toque. Lo más difícil, que era elegir los zapatos, ya está hecho. Los conservo muy bien, para que no se ensucien ni se gasten. Y no me los pongo ni en las bodas.
Hay unos zapatos que solo he vestido dos veces: los que me pongo para declarar ante el juez. Son recios, muy sobrios, mate y más bien oscuros. Me llevó un rato largo elegirlos, y no porque yo sea especialmente coqueto. Pero al juzgado hay que ir impoluto, y más cuando uno acude como imputado. Estar en...
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Francisco Pastor
Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.
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