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Mi amigo Pedro Jesús Fernández ha muerto esta noche en Santiago de Chile a causa de la covid, contra la que luchó durante 55 días en el hospital. Tenía 65 años, y deja desolados a una mujer formidable, Belén Jaraiz; dos hijos gemelos, Gonzalo y Marta (sus “juveniles”), y un montón de hermanos y amigos que lo adoraban. Perico era un fenómeno, un tipo maravilloso. Inteligente, cariñoso, generoso y culto, supo vivir la vida como nadie que yo haya conocido, cabalgándola despacio con sus andares zambos y su humor manchego. Salvo por ese defecto imperdonable de ser forofo del Real Madrid, Pedro era el amigo perfecto.
Historiador del Arte por vocación, y escritor de novelas y de periódicos por su pasión de lector y por curiosidad viajera y antropológica, Pedro Jesús Fernández decidió con buen criterio que para ganarse y vivir bien la vida lo mejor era ser funcionario en el extranjero, y eso es lo que hizo: sacó unas oposiciones para ser agregado de Turismo y luego pasó a ser agregado de Prensa. Empezó la carrera por México y después se instaló en Italia, en Buenos Aires y finalmente en Santiago de Chile, con algunas obligadas paradas técnicas en Moncloa, donde, como en todas partes, hizo amigos de todos los colores.
Tuve la suerte de conocerlo un día de febrero de 2008, cuando llegué a Roma con mis tres compañeras de viaje para instalarme como corresponsal de El País. Teníamos amigos comunes, así que le llamé nada más llegar al apartamento inhabitable que habíamos alquilado por internet. Enseguida se ocupó de nosotros, nos reservó una habitación en un hotel cercano a su casa de Piazza Navona, y nos dio de cenar y de beber mientras caía el aguacero. Durante los siguientes cuatro años nos vimos prácticamente a diario, compartiendo el aprendizaje de la dolce vita romana (aunque yo trabajaba algo más que él). Nos reímos como locos (qué buenos ratos pasamos con Berlusconi y Zapatero), juntamos una cuadrilla estupenda en torno al poeta exiliado Ángel Amezketa y nos corrimos tremendas juergas, viviendo como vivían los romanos ricos de hace dos milenios: salvo por las orgías y los esclavos, lo copiamos casi todo.
Pedro era un gourmet gourmand. Le encantaba ir al mercado a buscar cosas ricas, cocinarlas e invitar a los amigos a ponerse ciegos. Pero también le valían los restaurantes con ostras y champán, y las casas de comida, y un plato de pasta en Il Biondo al Tevere, o una pizza en cualquier garito para ser feliz. Pedro era un tipo básicamente feliz. No se comía la cabeza con chorradas, nunca se cabreaba sin razón y su optimismo no tenía límites. Era un bon vivant modélico, porque además de darse la gran vida era solidario, buen compañero, atento, elegante, discreto.
En aquellos años de vino y rosas viajamos por media Italia. Sicilia, Cerdeña, Milán, Padua, Ferrara, Perugia, Módena, Nápoles y Capri, Umbria, Puglia… Viajar con Perico era un placer doble. Lo sabía todo de arte, de todas las épocas, y lo explicaba con una precisión, una modestia y una gracia imbatibles.
La faceta pública de Pedro era la escritura. Fue novelista (histórico) tardío, y a falta de conocer el manuscrito en el que llevaba trabajando largo tiempo, creo que lo más brillante que hizo eran sus artículos de viajes. Los que publicó El Viajero durante años formarían un volumen de una inteligencia, un ojo clínico y una sensibilidad dignas de Bruce Chatwin.
Hoy es un día de desolación. Pensar que no podremos volver a disfrutar de la sonrisa de Pedro es una noticia espantosa para sus amigos, su familia y sus lectores. Y a la vez, solo queda pensar que él no querría vernos tristes ni desolados, y que ha sido un verdadero honor conocerlo, un lujo tener la suerte de haber disfrutado unos años de su amistad, su ironía, su simpatía y su bonhomía. Que la tierra te sea leve como tú lo fuiste sobre la tierra, Perico querido. No sabes lo que siento que no pudiéramos corrernos la última farra en agosto pasado.
Mi amigo Pedro Jesús Fernández ha muerto esta noche en Santiago de Chile a causa de la covid, contra la que luchó durante 55 días en el hospital. Tenía 65 años, y deja desolados a una mujer formidable, Belén Jaraiz; dos hijos gemelos, Gonzalo y Marta (sus “juveniles”), y un montón de hermanos y amigos que lo...
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Miguel Mora
es director de CTXT. Fue corresponsal de El País en Lisboa, Roma y París. En 2011 fue galardonado con el premio Francisco Cerecedo y con el Livio Zanetti al mejor corresponsal extranjero en Italia. En 2010, obtuvo el premio del Parlamento Europeo al mejor reportaje sobre la integración de las minorías. Es autor de los libros 'La voz de los flamencos' (Siruela 2008) y 'El mejor año de nuestras vidas' (Ediciones B).
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