Política social
Inventos para ayudar a las personas sin techo y otros cuentos
Los medios muestran innovaciones contra el sinhogarismo como casitas de cartón automontables en cuatro minutos, sacos de dormir ignífugos o apps para donaciones… Desvían así la atención de la crisis global de acceso a la vivienda
Albert Sales 19/03/2021
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Hace ya 40 años, el artista Krysztof Wodiczko creó varios prototipos de un vehículo especial para las personas sin techo de Nueva York. Recogiendo las aportaciones de personas que dormían en las calles de la capital financiera del planeta, Wodiczko diseñó cabañas portátiles individuales que se podían transportar en un carro con ruedas. Algunos de estos prototipos se pudieron ver en las calles de Nueva York y en Filadelfia a finales de los ochenta; disponían de una cámara para pasar la noche que protegía a la persona mientras dormía, un espacio de almacenaje y unas estructuras que se podían desplegar para lavar la ropa y cocinar. El carrito ideado por el artista polaco para provocar una reflexión en la sociedad norteamericana aparecería hoy en la prensa digital como una solución innovadora a los problemas de vivienda.
Algunas décadas después, vemos cómo los medios de comunicación se hacen eco de proyectos “innovadores” para luchar contra la pobreza en unas ciudades cada vez más desiguales, y donde el número de personas que viven en condiciones de infravivienda o en la calle ha crecido notablemente. Cada cierto tiempo, los periódicos entrevistan a ingenieros que inventan iglús, o casitas de cartón que se montan en cuatro minutos para dormir en la calle o sacos de dormir resistentes al agua y al fuego para pasar la noche en un banco del parque. Iniciativas que pueden llegar a convertirse en política pública, como hemos visto este invierno en la ciudad alemana de Ulm, que ha instalado cápsulas individuales de acero y madera para que las personas sin techo se refugien del frío.
El enorme cajón de sastre de las innovaciones sociales para mejorar la vida de las personas sin techo se nutre también de la búsqueda desesperada de espacios a cubierto para que quienes duermen en la calle puedan refugiarse unas horas. Tanto organizaciones no lucrativas como empresas en busca del filón de negocio tratan de convertir plazas de parking o locales comerciales de unos pocos metros cuadrados en soluciones de alojamiento. Cualquier cosa es mejor que nada. Sobre todo si esa “cosa” está diseñada por profesionales que han aportado sus caras horas de trabajo de forma altruista para optimizar los espacios como si de unos grandes almacenes de muebles suecos se tratara.
¿Es aceptable proveer un sucedáneo de refugio a una persona sin techo en medio de la opulencia de la ciudad de Nueva York?
Los proyectos y las propuestas que adquieren proyección mediática mediante la etiqueta de innovadores no se limitan a la creación de lugares para pasar la noche. Con una buena estrategia de comunicación, hay quien puede recibir atención mediática así como financiación pública y privada llamando “fomento de la emprendeduría” a buscar empleo precario para las personas sin hogar a cambio de un 30% de los ingresos que lleguen a obtener. Los donativos de siempre también se pueden realizar a través de diferentes aplicaciones para smartphone en las que la persona donante visualiza las historias personales de los potenciales receptores, y así decidir quién es merecedor de su limosna. Algo que nos podría recordar a algún reality show de enorme audiencia. Los inventos analógicos conviven con soluciones digitales que siempre son explicadas como si se tratara de creaciones revolucionarias.
Frente a problemas concretos, soluciones simples que se etiquetan como innovadoras, pero que en poco se diferencian de la propuesta que Krysztof Wodiczko puso en circulación para facilitar la vida de las personas sin techo de la Costa Este norteamericana. Las tiendas de campaña, los sacos de dormir, las mantas o los bocadillos, se inventaron hace mucho tiempo. Mostrarlos en los medios de comunicación como innovaciones desvía la atención de la crisis global de acceso a la vivienda a la que asistimos en nuestras ciudades. Tratar de solucionar la pobreza a base de apps que canalicen algunas migajas hacia personas que renuncian a su privacidad y se someten a un duro control social es utilizar la tecnología para reforzar el mismo planteamiento de siempre y crear un Gran Hermano de los pobres. Extraer un beneficio económico del subempleo de las personas sin hogar o de la desesperación por encontrar alojamiento tampoco es nada nuevo bajo el sol.
Ante el crecimiento del número de personas durmiendo al raso en EE.UU en los años 80, el artista polaco denunció con sus artefactos la extensión de la precariedad laboral y la desprotección social
Lo que diferencia a toda esta lista de inventos del “homeless vehicle” es que Wokiczko no etiquetó su proyecto como una innovación, sino como una provocación. Ante el evidente crecimiento de la exclusión social y del número de personas durmiendo al raso en las ciudades norteamericanas en los años ochenta, el artista polaco denunció con sus artefactos la extensión de la precariedad laboral, la desprotección social y el aumento desorbitado de los precios de la vivienda. Sus vehículos debían provocar preguntas: ¿para qué sirve cada parte? ¿Por qué la persona que empuja este artilugio no tiene un lugar donde dormir, donde lavar su ropa o en el que cocinar? ¿Cuántos de estos vehículos deberían poblar las calles de la ciudad para facilitar la vida a cada persona sin techo? Al mismo tiempo pretendía romper la indiferencia respecto a sus usuarios, ofrecer la oportunidad de explicar sus trayectorias vitales, sus problemas cotidianos. Y finalmente buscaba escandalizar al público: ¿es aceptable proveer un sucedáneo de refugio a una persona sin techo en medio de la opulencia de la ciudad de Nueva York?
Tomando como referencia esa experiencia, los proyectos promocionados como soluciones para las personas sin techo que pugnan por conseguir atención mediática deberían generarnos algunas dudas. Sería razonable plantearse cuántas casitas de cartón estamos dispuestos a distribuir en Londres, Berlín, Madrid o Barcelona antes de aceptar que si hay gente en la calle es porque se ha convertido la vivienda en un activo financiero. O preguntarse cómo podemos repartir mantas y sacos de dormir ignífugos mientras nos negamos a regular los precios de los alquileres o a destinar recursos a la creación de un parque público de vivienda para uso social. Incluso podríamos cuestionar el papel del empleo como vía de inserción social y rebelarnos ante un sistema de garantía de ingresos que permite que haya personas dispuestas a aceptar empleos de miseria para salir de la calle y permitir que una entidad se quede una comisión del 30%.
¿Cómo podemos repartir mantas y sacos de dormir ignífugos mientras nos negamos a regular los precios de los alquileres?
Lamentablemente, estos inventos alimentan una retórica en la que las soluciones fáciles actúan como cortina de humo que esconde las políticas que realmente tienen impacto como la mejora de la atención social. Por ejemplo, proporcionar espacios individuales e íntimos o impulsar programas de acceso a la vivienda o a soluciones residenciales estables (housing first o housing led). Desviando así la atención se esconden los cambios estructurales que evitarían que la gente se fuera quedando en la calle. Cambios cada día más urgentes en las regulaciones del mercado de vivienda, en los mecanismos de protección social frente a un mercado laboral extremadamente precario, y en unas políticas de control migratorio que condenan cada vez a más personas a la irregularidad a perpetuidad.
Hace ya 40 años, el artista Krysztof Wodiczko creó varios prototipos de un vehículo especial para las personas sin techo de Nueva York. Recogiendo las aportaciones de personas que dormían en las calles de la capital financiera del planeta, Wodiczko diseñó cabañas portátiles individuales que se podían transportar...
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