Asli Erdogan / Escritora turca exiliada
“En Turquía apenas queda nadie que pueda reaccionar”
Javier Pérez de la Cruz Berlín , 9/04/2021
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Su salud es frágil, pero a través de la pantalla del ordenador Asli Erdogan (Estambul, 1967) transmite una fuerza contagiosa. Se conecta puntual, tocada con una boina roja y una mano en el auricular derecho. Parece no querer perderse ni una sola palabra de las preguntas: su obra, el papel de los intelectuales, la situación actual de su país. No esquiva ninguna. En total, son casi dos horas de enérgicas respuestas.
Es el ‘yo’ superviviente de Asli Erdogan.
La escritora es una de las grandes exponentes de las letras turcas contemporáneas. Ha sido reconocida con numerosos premios internacionales, tanto por su carrera literaria como por su defensa de los derechos humanos. En 2016 pasó cuatro meses y medio en la cárcel estambulí de Bakirkoy. Ocurrió durante el desenfreno represor del presidente, Recep Tayyip Erdogan, que siguió al fallido golpe de Estado.
La entrevisté poco después de que saliera de prisión. Era otra Asli Erdogan.
La ruptura del ‘yo’ es fundamental en su obra. Las heridas, el dolor. La memoria fragmentada. Lo explica con un ejemplo extremo: “En Auschwitz me contaron la historia de un hombre que estaba haciendo el tour en inglés, pero que resultó ser un antiguo prisionero. Dijo que de pequeño los nazis lo detuvieron y, sin embargo, no recordaba nada del lugar. Ese niño polaco había muerto en Auschwitz y ahora quien estaba allí era un adulto estadounidense que ya ni siquiera podía hablar polaco”.
También hay una Asli Erdogan bailarina de ballet y una Asli Erdogan investigadora física. Y una Asli Erdogan que escribe columnas. “Lo que no soy es periodista, como a menudo dicen. Y tampoco una gran defensora de los derechos de los kurdos. Por supuesto, defiendo los derechos humanos de todo el mundo, pero hay mucha gente más activa que yo en ese sentido. Lo que pasa es que en Turquía, entre los escritores, hay urgencia por contar lo que pasa, hay que aprovechar cada oportunidad. No existe el lujo de poder callar. Si están torturando a alguien, tienes que levantar la voz. En la España de Franco seguro que pasaba lo mismo, ningún escritor, ningún músico, se quedaría callado. Eso nos pasa a nosotros. Turquía sigue ahí, en el régimen de Franco”.
El Edificio de Piedra (editorial Armaenia) es su primera obra traducida al castellano. La novela está cargada del lirismo y la oscuridad tan característicos de su lenguaje. El Edificio de Piedra lo habitan un vagabundo demente, un coro de niños torturados, un ángel moribundo y una escritora que se mezcla con otras primeras personas. El Edificio de Piedra es una metáfora que terminó convirtiéndose en realidad.
Escribió el libro en 2009. En 2017 ya hablamos en Estambul sobre él. Y ahora, en 2021, aquí estamos de nuevo. ¿No puede salir del Edificio de Piedra?
Este libro se ha convertido en mi destino. Y lo ha hecho de manera trágica. El Edificio de Piedra era muy abstracto. Cuando arranca el libro, es un edificio sólido, pero a medida que te acercas al final de la historia se vuelve más y más abstracto. De hecho, no existe. Pero, de alguna manera, hay algo que hace que sea imposible salir de él. Y eso es exactamente lo mismo que pasó en mi vida. Mi Edificio de Piedra se materializó finalmente como la comisaría de policía en la que me arrestaron y en la prisión de Bakirkoy. Y ahora pierde su solidez en mi memoria, tal y como pasa con el Edificio de Piedra, la metáfora. Pero, de manera metafórica, el edificio me atrapó. Una parte de mí murió en ese libro, al igual que el ángel. Una parte de mí está muerta para siempre. No es una sensación tan sólida como hace cuatro años, cuando nos vimos en Estambul. Entonces aún estaba prácticamente dentro de la prisión. Pero en realidad nunca he podido salir. El Edificio de Piedra es una metáfora de un trauma del que no podemos escapar. Y esa es la definición de trauma: algo que está siempre ahí, algo que te ha quebrado para siempre. Y para mí el mayor trauma, uno que nunca he podido digerir del todo fue un Edificio de Piedra, la cárcel de Bakirkoy. El libro se convirtió en una premonición.
¿El Edificio de Piedra se parece a la cárcel real?
En Turquía el libro generó dos tipos de reacciones. Muchos alabaron su lirismo, dijeron que era ‘gran literatura’. Pero también hubo otro tipo de críticas. De forma muy virulenta, desde la izquierda, me criticaban por haber hecho un espectáculo literario, por haber desplegado mis capacidades poéticas con un tema tan duro como la prisión, la tortura, sin haber estado nunca ahí. Una crítica muy dura que me tomé en serio, pues tenían parte de razón, nunca había estado ahí. Así que cuando me detuvieron, no podía dejar de pensar en el libro, y de una manera irónica: ‘Ahora ves cómo es la realidad, Asli Erdogan’. Pero mis personajes aparecieron, uno por uno. No había gritos, no había torturas, pero sí había palizas. Escuché cómo daban palizas. Vi y conocí a niños callejeros. Todo era más ligero que en mi libro pero, a medida que pasaban los días, las cosas se ponían cada vez más duras. Escuché a mujeres llorar, mujeres que sufrían ataques de histeria, mujeres que intentaban suicidarse. Y ahí me dije, Asli, fuiste muy inocente al imaginar que en un lugar así podría haber un ángel. Sin embargo, la última noche, que fue la peor de todas, entendí lo que yo misma quería decir con el ángel. Me dije: se descubre la existencia del ángel al darse cuenta de su ausencia. Antes de poder imaginarlo, necesitas sentir que no está. Y en ese momento comencé a hacer las paces con mi libro. Cuando echo la vista atrás y pienso en mi experiencia en la cárcel, me doy cuenta de que es muy similar a la del libro. Está todo muy nublado, mi memoria está llena de bucles, de agujeros. Y también tengo imágenes que no puedo borrar, igual que en el libro. En ese sentido sí valoro lo que hice, conseguí encontrar la voz del trauma, sin haber estado allí.
¿Podría haber escrito el libro después de haber estado en la cárcel?
Estar ahí, vivirlo en primera persona, puede ser una gran desventaja. La experiencia real es a veces muy difícil de confrontar cuando tú mismo la has vivido. Justo como predije: el trauma te quiebra. Y la parte de ti que ha confrontado esa experiencia está muerta. La Asli Erdogan que te habla ahora es la superviviente. Y ella ha sobrevivido a expensas de esa otra parte muerta. Por tanto, la experiencia real ha desaparecido. Pero la literatura siempre trata de hacer lo imposible.
He perdido la relación con mi idioma. El idioma era mi único hogar. Mi única conexión con Turquía, con mis raíces, y ha desaparecido
No se puede relatar lo que realmente significa haber estado en Auschwitz, pero si eres un escritor y eres Primo Levi y has estado ahí, tienes que contarlo, no hay otra manera de seguir adelante. Para mí es lo mismo, pero acepto mis limitaciones. Pensaba que podría afrontar cualquier cosa, pero quizá no soy tan fuerte, quizá la prisión me rompió por completo. Es una pregunta aterradora. Cada vez que intento escribir sobre la cárcel me salen eczemas en las manos. Incluso cuando hablo de ello en las entrevistas, ¿ves?, se me abren las heridas. Hay mucha resistencia dentro de mi propio cuerpo. Y no sé por qué. Piensas que es una oportunidad, has experimentado algo que poca gente conoce, deberías hacerlo… Para mí… es mucho más duro de lo que pensaba.
Poco después de salir de la cárcel decía que no podría volver a escribir en Turquía. ¿Cómo es escribir en el exilio?
Es muy trágico. He perdido la relación con mi idioma. El idioma era mi único hogar. Mi única conexión con Turquía, con mis raíces, y ha desaparecido. Siempre me sentí como una persona extraña en Turquía, pero sí era una escritora del idioma turco. Escribo en turco de manera bella, lo he trabajado, no es algo que se construya en un solo día, es un esfuerzo consciente y constante de tratar de mejorar mi capacidad de expresión con el idioma. Y ahora lo estoy perdiendo porque estoy en el exilio. No solo eso. Mi experiencia en la cárcel en Turquía ya empezó a destruir mi relación con el turco. No me quiero comparar con Paul Celan, pero en ese sentido lo entiendo perfectamente, su relación con el alemán, aunque él pasó por un campo de concentración, que no es lo mismo que una cárcel, afortunadamente. Pero aun así, la lengua se vuelve mucho más autoritaria. Es como si te la robaran. Para mí el turco ahora es el idioma de la policía, de los jueces, de las autoridades. Incluso en estas circunstancias hay que intentar recuperarlo. Pero en el exilio hablo mayoritariamente inglés. Mi biblioteca, lo único que tenía en el mundo, se quedó en Turquía, mis textos se quedaron allí. Estar lejos de su biblioteca es el mayor exilio posible para un escritor. Tengo muy poco dinero y todo lo que tenía lo invertía en libros, 3.500 libros, lo eran todo para mí. Y mis textos, escritos a lo largo de 30 años. Nadie puede ordenarlos, lo que es en parte culpa mía porque escribo a mano. Son miles de páginas a las que solo yo puedo poner orden. Es más difícil aunar fuerzas y resistir en un país extranjero, donde no hay ningún enemigo, pero tampoco ningún amigo. El exilio es una segunda cárcel.
Verano de 2016. La policía arresta a Asli Erdogan, acusada del delito más grave del código penal turco: “Conspirar contra la unidad y la integridad del Estado”. La razón: su vinculación con Özgür Gündem, un periódico considerado por el Gobierno altavoz de la guerrilla kurda, el PKK, en guerra con el Estado turco desde 1984. Además de colaborar con sus columnas, la escritora era parte del consejo asesor junto a otros intelectuales, un organismo simbólico que solo trataba de mostrar apoyo moral al diario, siempre metido en problemas legales con la justicia. Pasa 130 días en prisión preventiva hasta que le conceden la libertad. En cuanto puede, se marcha al exilio. En febrero de 2020 el proceso llega a su fin: es declarada inocente. Absuelta, libre por completo, aunque por poco tiempo. Solo unos meses después, abren un nuevo proceso contra ella por “propaganda terrorista”.
¿Volvería a Turquía si tuviera la oportunidad de hacerlo?
Por supuesto que no. En Turquía reabrir casos y volver a arrestar a ciertas personas se ha convertido en el pasatiempo preferido de las autoridades. Disfrutan mucho de este juego sádico. Probablemente es algo que empezó conmigo y con Necmiye Alpay. Primero nos encarcelaron bajo prisión preventiva y después nos liberaron pero sin permitirnos abandonar el país. Luego ha pasado con mucha gente. Los casos de Ahmet Altan y Osman Kavala fueron muy, muy crueles [Ahmet Altan estuvo ocho días en libertad antes de volver a ser encarcelado y Osman Kavala fue absuelto y pocas horas después acusado de un nuevo delito. Los dos siguen en la cárcel]. Lo más cruel que le puedes hacer a un ser humano es liberarlo y volverlo a detener. Es tan común en Turquía… Te liberan pero no eres libre. Aunque te absuelvan no eres libre. Incluso aunque todo terminara, si yo volviera, podrían reiniciar el caso, con otro fiscal. No hay ley en Turquía. Pueden utilizar cualquier cosa para acusarme, en cualquier momento. Esta misma entrevista, o si escribiera un libro de recetas. Cualquier cosa. Yo no soy Navalni, no voy a volver para que me arresten. Además, estoy muy enferma. Mi salud se ha resentido mucho en los últimos años. No podría sobrevivir a la prisión ahora. Incluso en una comisaría. Sería suicida volver. No confío en ellos, aunque me hicieran mil promesas…. Tenemos un hombre que decide por encima de todos. Si un día se enfada contigo, por lo que sea, vas a acabar en prisión. Un hombre se enfada contigo y pasas el resto de la vida en cárcel. La situación es muy alarmante en Turquía.
La represión continúa. Incluso desde la Fiscalía se pide la prohibición de la tercera fuerza política del país, el prokurdo HDP. ¿Cómo ve Turquía hoy? ¿Mejor o peor que tras las purgas que siguieron al fallido golpe de Estado?
Tras el intento de golpe de Estado, la gravedad de la situación se agudizó. Me arrestaron poco después del 15 de julio [día del golpe] y vi lo horrible que era la sala del tribunal. Esperando a que me llevaran ante el juez, vi a cientos de jóvenes, seguramente soldados, en el suelo, con las manos atadas con cintas porque no había suficientes esposas para todos. Cientos. Era como un campo de concentración. No podía creer lo que veían mis ojos. Cientos de hombres esperando a que los llevaran a prisión. A mí y a una mujer embarazada nos dejaron pasar antes, el único privilegio que tuve. Hoy en día la situación ya no es así. Siguen las detenciones, pero han reducido la velocidad, lo hacen de una manera más sutil. Tras el golpe de Estado arrestaron de una vez a 40.000, 80.000 personas, nadie lo sabe. Fue un momento terrorífico. Ahora son más selectivos, tienen una estrategia. Los últimos arrestos se centran en gente vinculada al HDP. Pero lo hacen más poco a poco. Abren casos, mandan a algunos a prisión. Liberan a otros. Pero al final todos acabarán yendo a la cárcel. Y ya no hay la atención mediática que se levantó tras el golpe de Estado. De esta manera, en Turquía no queda apenas nadie que pueda reaccionar, han silenciado a casi todo el mundo. En 2016 la enfermedad atravesó una fase aguda, ahora se ha cronificado.
Su salud es frágil, pero a través de la pantalla del ordenador Asli Erdogan (Estambul, 1967) transmite una fuerza contagiosa. Se conecta puntual, tocada con una boina roja y una mano en el auricular derecho. Parece no querer perderse ni una sola palabra de las preguntas: su obra, el papel de los intelectuales, la...
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