Erdogan o el peso de la historia
El presidente turco pide a su pueblo poderes plenipotenciarios para convertirse en el nuevo Kemal Atatürk, el fundador de la República de Turquía. El islam político lleva preparándose para esta cita desde 1950
Miguel Fernández Ibáñez Ankara , 12/04/2017
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Ahmet Faruk Ünsal nunca habría creído lo que está viendo en la calle; aún menos lo que ahora representa el Partido Justicia y Desarrollo (AKP). Diputado islamista entre 2002 y 2007, cuando Turquía era una fiesta de ilusión, él, sus compañeros y su democracia islámica de corte liberal eran entonces el niño mimado de la comunidad internacional. Incluso Barack Obama llegaría a calificar a Recep Tayyip Erdogan como uno de los líderes mundiales de referencia. Cuando Ünsal mira al pasado y luego al presente se estremece. Preferiría no mirar. “Es una tragedia. No queda nada de ese AKP. El AKP estaba del lado de la libertad, la democracia, la UE. Tenía una retórica unionista. Era lo que siempre había necesitado Turquía. Pero ahora lo ha perdido todo. Ahora dirige la tensión, polariza la sociedad”.
Por quedar no queda ni la organización de la que Ahmet era presidente hasta el pasado marzo, cuando un grupo de leales a Erdogan dieron un ‘golpe’ interno en Mazlumder, la asociación de derechos humanos islámica de referencia en Turquía. Cerraron 16 sedes rebeldes y el grupo de Estambul, erdoganista, se hizo con el poder en un congreso extraordinario que se adelantó varios meses.
El caso de Ünsal, con varias causas legales abiertas por un informe de Mazlumder sobre violación de los derechos humanos en la ciudad kurda de Cizre, es uno más de las decenas de miles de sinsentidos que estremecen hoy en Turquía. La purga que se inició tras la fallida asonada es desproporcionada: más de 140.000 funcionarios apartados y 40.000 arrestados. Reputadas organizaciones de derechos humanos, la ONU, la UE, los periodistas y el propio pueblo anatolio han documentado miles de injusticias y las consecuencias de las mismas. Pero el Gobierno no escucha. Cada voz discordante es un enemigo para sus objetivos. Entre ellas, la de Ünsal, un antiguo amigo.
En esta tóxica atmósfera, más de 50 millones de turcos van a decidir en referéndum, el domingo 16 de abril, entre mantener el sistema parlamentario o cambiar a uno presidencialista en el que desaparecería la figura del primer ministro y el presidente asumiría la jefatura del Estado y la del Gobierno. Además, el presidente nombraría a los ministros y otros altos funcionarios --sin necesidad de consulta o aprobación parlamentaria-- y a cuatro de los trece miembros del Consejo Supremo de Jueces y Fiscales. A todo esto hay que sumarle que el jefe del Estado podrá ejercer el poder ejecutivo al margen del Parlamento, mediante decretos vinculantes pero que pueden ser sustituidos y anulados posteriormente por la Asamblea.
El AKP estaba del lado de la libertad, la democracia, la UE. Tenía una retórica unionista. Era lo que siempre había necesitado Turquía. Pero ahora lo ha perdido todo. Ahora dirige la tensión
Y, pese a que la decisión es la más importante desde 1923, la votación se hará en una situación de estado de emergencia que camina hacia su noveno mes y con una polarización social en niveles alarmantes: a un lado Erdogan y sus leales, y al otro el resto de la sociedad.
El referéndum constitucional de este domingo es el culmen de un agotador maratón de elecciones y catástrofes que comenzó con los comicios de junio de 2015, en los que el AKP obtuvo 258 diputados de los 550 que conforman el Parlamento, lo que le impidió formar gobierno. Esta es la cronología: el 24 de julio de 2015 se reavivó, con más virulencia de la esperada, el enfrentamiento con la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), tras la ruptura del proceso de paz iniciado en 2013; el 1 de noviembre de 2015 el AKP se alzó con la mayoría parlamentaria en la reválida electoral; el 15 de julio de 2016 una fallida asonada, atribuida por el AKP a su antiguo aliado el clérigo Fethullah Gülen, conmocionó el país; el 21 de enero de 2017, después de un lustro de insistencia, Erdogan logra que el Parlamento apruebe la celebración de un referéndum para votar la modificación de 18 artículos de la Constitución.
Estos son los titulares de los miles de problemas y decisiones vitales que desde 2015 ha vivido Turquía, afectada por el contagio de la guerra en Siria, los atentados del Estado Islámico (IS) y las malas decisiones del Ejecutivo. Por eso, dice Ünsal, como la frase que Erdogan repetía hasta desgastarla para elevar sus logros económicos y sociales, “Nereden Nereye --desde dónde y hasta dónde--”. Antes el AKP era un grupo heterogéneo y ahora uno de leales a Erdogan. Antes había un rumbo democrático y ahora, según organismos internacionales como la Comisión de Venecia, órgano consultivo del Consejo de Europa para asuntos constitucionales, un rumbo hacia el “autoritarismo”.
La intimidación ha marcado una campaña en la que el Gobierno ha obstaculizado a los seguidores del No a la reforma. Es lo que asegura la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa. En los medios opositores se han visto imágenes surrealistas para una democracia seria: policías asegurando que no pueden permitir las acciones en la calle a favor del No pero que no tendrían problemas si fueran por el Sí; un coche fúnebre apoyando el Sí; decenas de personas detenidas por hacer campaña por el No en las redes sociales; Erdogan ha llamado “terroristas” a quienes apoyan el No; disidentes nacionalistas panturcos agredidos por hacer campaña por el No; una enorme pancarta del Sí en el edificio sede de un partido que había dicho No... Y así hasta llegar a la televisión, controlada al 90% por el presidente, convertida en un monólogo de Erdogan.
Antes el AKP era un grupo heterogéneo y ahora uno de leales a Erdogan. Antes había un rumbo democrático, ahora camina hacia el autoritarismo
En esta votación Erdogan confía en la fe ciega del pueblo y buena parte del pueblo confía ciegamente en Erdogan. Las encuestas no saben qué decir. Las que son pro-AKP hablan de un apoyo a Erdogan cercano al 58%; las que son contrarias le dan más de diez puntos menos, sobre un 45%. Otras apuntan a un empate. Sin duda sería un éxito incuestionable que, tras 15 años como líder de una nación, Erdogan obtenga, pese a su rumbo autoritario, uno de cada dos votos. La oposición lo achaca al control de los medios y, más recientemente, al miedo que sobrevuela cada rincón del país. Pero sigue siendo uno de cada dos votos tras 15 años en el poder.
Caminar por la profunda Anatolia ayuda a entender el porqué de ese apoyo. Ali Çiplak Kiliç, espigado turco de 37 años, regenta una tienda de telas para la confección en el centro de Elazig, una de las ciudades bastiones del AKP. Al piadoso Kiliç le gusta hablar de Allah y de los problemas de los musulmanes en el mundo:
--Erdogan es noble, un buen musulmán y uno más del pueblo, asegura Ali.
--Así parecía, pero ahora es diferente, hay corrupción y parece absorbido por sus ansias de poder, le cuestionó mientras llega un nuevo té.
--El poder no ha cambiado a Erdogan. Él no ha robado porque entonces no sería un buen musulmán, reacciona, como sentencia, Ali.
Erdogan es considerado por sus seguidores un buen musulmán. Mantiene, pese al revuelo actual, una imagen inmaculada, consecuencia de un pasado glorioso. Abdüllatif Sener, cofundador del AKP, me recordó una vez que el Corán dice que no se puede ser injusto con los enemigos. Pero Erdogan encierra a periodistas y a voces contrarias. Me recordó que el Corán dice que quienes roban deben cumplir un castigo. Pero Erdogan evitó que fuera investigada la trama de corrupción que explotó en el seno de su partido en diciembre de 2013.
Ali, como la mitad del país, no puede ver que Erdogan ya no es ese líder que se enfrentó al antiguo orden kemalista, que intentó sellar la paz con el PKK, que eliminó las restricciones impuestas a piadosos y minorías; que, en resumen, maravilló primero a Anatolia y luego al mundo.
En Elazig, donde el AKP obtiene un 66% de apoyo, casi nadie entiende que su líder haya cambiado. Aquí la sociedad entiende de religión y nacionalismo. Entiende que durante décadas sufrieron la opresión de una minoría secular. Entiende que ahora están en la cima del poder, que los piadosos caminan con orgullo en la vida pública, que son una incipiente burguesía, que tienen trabajo, que en 1980 no había ninguna empresa de la profunda Anatolia entre las 500 más importantes del país y que hoy, como señala en la revista Foreign Affairs el analista Halil Karaveli, entre las ciudades de Konya y Gaziantep suman 32. Entiende, en definitiva, que no quieren que el pasado vuelva. “Los kemalistas nunca han pensado en nosotros. Nos apartaron y además veneran a Atatürk. No quiero esa sociedad ¡Cómo pueden asegurar que Atatürk está por encima de Allah! Puedes querer a Atatürk, pero no se le puede considerar un profeta como ha sucedido aquí”, se queja, indignado, Ali.
El Ejército, el guardián del secularismo
La República de Turquía fue fundada por el militar Mustafa Kemal Atatürk en 1923. El aclamado líder, al que cada 10 de noviembre a las 9:05 se le recuerda con un impactante minuto de silencio, se embarcó en la difícil misión de eliminar de la vida pública el componente religioso del Imperio Otomano. Tras abolir el califato, entre otras muchas medidas, estableció un Estado secular, cambió el alfabeto árabe por el latino e impuso restricciones públicas a los piadosos. Una revolución radical y decidida realizada en un tiempo récord. Desde su muerte, en 1938, sus herederos, conocidos como los kemalistas, controlaron el país a través de sus partidos y del Ejército, considerado el guardián del secularismo y protagonista de cuatro exitosas asonadas desde 1960.
Desde la muerte de Atatürk, en 1938, sus herederos, los kemalistas, controlaron el país a través de sus partidos y del Ejército, considerado el guardián del secularismo
La islamización de Turquía, que muchos parecen adjudicar en exclusiva a Erdogan, comenzó en realidad en 1950. En las primeras elecciones libres celebradas desde la fundación de la República turca en 1923, el partido conservador de Adnan Menderes obtuvo una holgada victoria. Para luchar contra el comunismo, además de entrar posteriormente en la OTAN, se orquestó el apoyo de los conservadores musulmanes. Menderes levantó ciertas restricciones impuestas por Atatürk e intentó alterar la balanza de poder de una burguesía industrial kemalista a una burguesía agraria de la profunda Anatolia. Más o menos lo que ha conseguido Erdogan medio siglo más tarde con algunas diferencias propias de épocas diferentes. Pero Menderes no era lo suficientemente poderoso y el día 27 de mayo de 1960 sufrió un golpe de Estado. Luego, como lección, sería colgado.
En cada una de las siguientes décadas llegarían otras asonadas destinadas a ‘estabilizar’ el país y evitar el ascenso del comunismo y el islamismo. La del general Kenan Evren, el 12 de septiembre de 1980, fue la más cruel de todas por la represión posterior. Decenas de personas fueron ejecutadas, las cárceles se llenaron de reos inocentes y la tortura se extendió. En 1984, ante la imposibilidad de una vía política para las reclamaciones kurdas, el PKK comenzó su lucha armada. Mehmet Bekaroglu, diputado del Partido Republicano del Pueblo (CHP), la formación heredera de Atatürk, asegura que la represión tras la fallida asonada del pasado 15 de julio “ha superado a la que siguió al 12 de septiembre”.
Durante la presidencia de Evren, entre 1980 y 1989, volvieron a aligerarse las restricciones a los musulmanes con el apoyo del Gobierno del conservador Turgut Özal. En ese periodo el predicador y multimillonario Fethullah Gülen ya movía sus hilos para acercarse al poder, pero el movimiento islámico Milli Görüs, el de mayor peso en ese periodo, rechazaba su influencia. No confiaban en él. En 1996, tras décadas en la oposición, su líder y figura fundamental del islam político en Turquía Necmettin Erbakan llegó finalmente al poder. Pero fue fugaz: los castrenses volvieron a aparecer el 28 de febrero de 1997 en el conocido como golpe posmoderno. Y Refah Partisi, la formación de Erbakan --considerado como el ‘padre’ político de Erdogan--, al que se acusó de tener una agenda islámica contraria a la Constitución, sería disuelto.
El entonces alcalde de Estambul, Recep Tayyip Erdogan, era un prometedor político islamista, miembro de Refah Partisi, que combinaba tradición conservadora con neoliberalismo. Con esas premisas, junto a decenas de islamistas y liberales, cofundó el AKP para concurrir a las elecciones del 3 de noviembre de 2002. Desde ese día, Erdogan ha ganado cada votación en las urnas mientras paulatinamente limaba la influencia del Ejército y elevaba la tradición islámica en la vida pública.
El entonces alcalde de Estambul, Recep Tayyip Erdogan, era un prometedor político islamista, miembro de Refah Partisi, que combinaba tradición conservadora con neoliberalismo
La primera victoria moral contra el Ejército llegó en los comicios de 2007, marcados por la polémica sobre el uso del velo en actos oficiales de la mujer del expresidente Abdullah Gül. El AKP obtuvo la mayoría absoluta. Fue un espaldarazo social, pero la justicia entonces abrió una causa para ilegalizarlo. No prosperó, pero afectó a Erdogan. “La causa para cerrar el AKP hizo que Erdogan perdiera los nervios, que comenzara su ataque contra el Ejército y otros enemigos”, recuerda su antiguo compañero Ahmet Faruk Ünsal.
En este contexto se inició la ofensiva legal contra el antiguo orden kemalista. Con la ayuda de los jueces y fiscales cercanos a Fethullah Gülen, aliado de Erdogan, el Gobierno del AKP fue juzgando y encarcelando a militares que supuestamente preparaban un golpe de Estado. Los casos Ergenekon y Balyoz, contra presuntas redes golpistas, hoy reconocidos como farsas, además de la reforma aprobada en referéndum para poder juzgar a los ‘alzados’, sirvieron para amedrentar a los uniformados. Junto a los gülenistas, que controlaban las parcelas vitales del Estado --seguridad, justicia y educación--, el AKP fue incapacitando al Ejército y conformando una Policía leal al presidente. Otro antecedente más de la polarización actual.
Para que se esclarezcan los pormenores de lo acontecido el 15 de julio de 2016 se necesitarán años: ¿fue el resultado de una lucha de poder entre islamistas o de la impotencia del antiguo orden kemalista? La versión del AKP es simple: Fethullah Gülen dirigió desde Pensilvania el golpe de Estado. El AKP no ha mostrado aún ninguna prueba concluyente pero es la verdad extendida que pocos se han atrevido a contradecir. El analista del Silk Road Studies Gareth Jenkins insistió entonces en que la asonada “no fue puramente gülenista”. Y más recientemente, el líder del CHP, Kemal Kiliçdaroglu, ha apuntado a una “asonada controlada”, deslizando que el AKP dejó hacer a los castrenses. Más de 200 personas murieron durante esa larga noche en la que Erdogan recubrió su relato con el aura propia de los grandes líderes históricos de Turquía: Atatürk salvó la integridad de Anatolia en la Guerra de Independencia; Erdogan, con la ayuda del pueblo, salvó la democracia turca.
Y entonces comenzó la actual purga, que, como advertían los escépticos, ha llegado hasta cualquier grupo opositor. “Sin tener en cuenta la justicia, la represión se extendió a todos los opositores. Y de forma legal fue aún más lejos con decretos mal utilizados para causas ajenas al terrorismo como la reorganización del Consejo Superior de Educación. Si el cambio constitucional tuviera éxito, entendemos que Erdogan está mostrando la forma en la que dirigiría el país”, advierte Bekaroglu.
Milli Görüs y panturquismo
Tras la asonada, Erdogan reconoció que su mayor error fue confiar en los gülenistas. Su antecesor en el islam político, Necmettin Erbakan, había reiterado en numerosas ocasiones su rechazo a este movimiento. Pero Erdogan, que no le escuchó o vio en el gülenismo la única opción para ajustar cuentas con los militares, se sirvió de la estructura del Cemaat de Gülen para acabar con el enemigo común: el Ejército. Ahora, una vez purgados los castrenses, demonizado Gülen, la característica unión pública entre los islamistas del movimiento Milli Görüs se está resquebrajando al igual que el resto de la sociedad.
Para esclarecer los pormenores de lo acontecido el 15 de julio de 2016 se necesitarán años: ¿fue el resultado de una lucha de poder entre islamistas o de la impotencia del antiguo orden kemalista?
Los miembros más importantes de la primera época del AKP provenían de Refah Partisi. Cuando tras el golpe de Estado posmoderno fue ilegalizado, el islam político que Erbakan había mantenido unido tomó varias posiciones. Por un lado salió el AKP, de corte islamoliberal, y por otro el Saadet Partisi (SP), contrario a Occidente y en el que Erbakan fue por última vez secretario general. Hasta hace poco compartían objetivos y sus problemas los resolvían en privado. Pero el referéndum no entiende de amistades: se han vivido encontronazos públicos después de que el SP anunciara su No a la reforma.
El SP obtiene un 2% de apoyo electoral pero es considerado por muchos conservadores como la segunda opción de voto. Por eso su No influye negativamente en los indecisos que aún dudan de Erdogan. Y el SP no es el único. Otros partidos islamoconservadores están también polarizados: el Büyük Birlik Partisi se ha fracturado después de que su líder asegurara el Sí sin consultarlo con los líderes regionales. Se han producido varias dimisiones y en algunas provincias sus representantes han dicho No.
Estos movimientos entorpecen los objetivos de Erdogan, ya que la influencia local en esta votación es fundamental para convencer al alto número de indecisos que reflejan las encuestas. Convencer a los grupos tribales kurdos y, sobre todo, a los seguidores del Partido Movimiento Nacionalista (MHP) en la profunda Anatolia ha sido el objetivo de Erdogan durante esta campaña. “Las agresivas políticas adoptadas por Erdogan en la causa kurda indican que no tiene una gran esperanza en ganar muchos votos de kurdos nacionalistas. Por eso está tratando de persuadir a los votantes del MHP, el único partido en el que Erdogan puede obtener votos”, explica Gareth Jenkins.
El MHP fue la única formación que apoyó al AKP en la tramitación de la reforma constitucional en el Parlamento. No lo hizo ni mucho menos al completo, para desgracia de su cuestionado líder Devlet Bahçeli, pero fue suficiente para rebasar los 330 votos requeridos. Las divisiones entre los panturcos venían desde los malos resultados en la reválida electoral de noviembre de 2015. En esa época un grupo de primeros espadas encabezados por la que fuera ministra del Interior en los noventa Meral Aksener exigieron un congreso extraordinario para elegir a un nuevo líder. Debido a la ayuda de la justicia, controlada por Erdogan, el congreso nunca se celebró.
A esa importante fisura le sobrevino la polémica reforma constitucional y el Sí de Bahçeli, un líder de 69 años descrito como incompresible. Tras la votación del Parlamento, nuevos diputados y líderes locales se posicionaron en contra de Bahçeli. Y la división es tan grande que, tras el referéndum, probablemente Bahçeli pierda el puesto o los disidentes creen un nuevo partido.
La ideología del MHP no varía en exceso de la del AKP, y por eso una coalición entre ellos entraría dentro de los parámetros lógicos del juego político anatolio. El nacionalismo y la tradición islámica fluyen por sus bases sociales, aunque la supremacía de uno u otra varía en cada región. Pese a ello, los movimientos de Bahçeli han desconcertado a la sociedad. Durante más de dos años insistió en que, a menos que se cumplieran dos condiciones, nunca formaría una coalición con el AKP. Los condicionantes eran investigar la trama de corrupción que en 2013 salpicó a las más altas esferas del AKP y provocó una renovación gubernamental y terminar con la dirección de facto del presidente Erdogan. Ninguna de las máximas ocurrieron. En cambio, el pasado julio sobrevino una fallida asonada. Y, de repente, Bahçeli cambió de opinión: aceptó negociar el texto que ahora vota la sociedad.
Convencer a los grupos tribales kurdos y, sobre todo, a los seguidores del Partido Movimiento Nacionalista (MHP) en la profunda Anatolia ha sido el objetivo de Erdogan durante esta campaña
Eso no significaba apoyar el Sí en la campaña. Pero aun así lo hizo. Jenkins subraya que “Bahçeli necesita el apoyo de Erdogan para mantener el liderazgo del MHP y por eso ha cambiado su idea sobre el sistema presidencialista. Mantiene su posición por encima del precio que pagará su partido. Por lo tanto, es más una cuestión de poder que ideológica”.
El MHP es una formación ultranacionalista fundada por Alparslan Türkes en 1969. Desde entonces, sus seguidores han estado relacionados con el aparato de Seguridad. Defienden la integridad estatal y en general comparten el respeto por la tradición islámica y Mustafa Kemal Atatürk. Su músculo electoral llega de la profunda Anatolia, donde es la segunda fuerza tras el AKP, y sujeta con orgullo la bandera del negacionismo kurdo. El panturquismo, una de las ideas básica en su génesis, ya está casi olvidado y ahora, pese a representar al 11,9% de los anatolios, hay quien define el partido como neofascista. Erdogan, antes de su giro nacionalista, decía sobre el MHP que su ultranacionalismo estaba “endemoniado”.
Como defensor de la integridad de Turquía, el MHP también podría ver en esta reforma la última oportunidad para frenar el ascenso político kurdo, que con su Partido Democrático de los Pueblos (HDP) irrumpió en el Parlamento en junio de 2015 con el 13% de los votos. La frase “una nación, una patria, una bandera”, desgastada por Erdogan, a fuerza de repetirla desde la ruptura del proceso de paz con el PKK, se acopla a la perfección a su ideario. Y la reforma constitucional, además de reflejar las ansias de poder de Erdogan, serviría para apuntalar el negacionismo del coral étnico-religioso de Anatolia: repasando la tradición electoral turca, un kurdo nunca podría ser presidente.
Los kurdos, sin esperanza democrática
Las constituciones en Turquía siempre han tenido entre sus objetivos impedir el ascenso político de las minorías, llámense comunistas hasta los noventa o kurdos en la actualidad. El 10% de corte electoral era la herramienta utilizada. Ahora, sin esa barrera política, los al menos 15 millones de kurdos que en su día confiaron en Erdogan son testigos de una cruel represión que está enterrando la esperanza a una solución democrática del conflicto kurdo.
Desde el 24 de julio de 2015, fecha en la que colapsó el proceso de paz con el PKK, más de 2.641 personas han muerto, incluidos 391 civiles, y 5.000 políticos kurdos, entre ellos 13 diputados del HDP, han sido arrestados. El renovado conflicto, que desde 1984 ha dejado más 40.000 víctimas, introdujo una polémica novedad: la lucha en las ciudades. En los años noventa, la época más oscura, la lucha armada tuvo su epicentro en las áreas montañosas y aldeas remotas. Esa es una de las razones que justifican --si se puede-- la política de tierra quemada del Estado que forzó a desplazarse al menos a un millón de kurdos. Muchos de los jóvenes que tomaron las armas en 2015 son los hijos de esos desplazados de los noventa. Cargan con los traumas de las historias de sus familiares y no confían en una solución dialogada al conflicto kurdo.
Los más de 15 millones de kurdos que en su día confiaron en Erdogan son testigos de una cruel represión
La lucha en las ciudades, vista como un error para la mayoría de los locales, ha terminado tras las operaciones de las fuerzas de seguridad turcas en la ciudad de Sirnak, destruida en un 70%. En una vuelta a su forma original, el Ejecutivo está apretando las tuercas en las aldeas kurdas para obstaculizar las vías de abastecimiento del PKK, que se dedica a atentar contra objetivos “legítimos” --funcionarios y fuerzas de seguridad--. Pese a ello, aún quedan al menos 400.000 desplazados esparcidos por Kurdistán Norte, limitaciones para salir a la calle durante la noche y una economía maltrecha por los enfrentamientos.
Ali Üzmek vive de alquiler en una pequeña casa en Diyarbakir --la capital del Kurdistán turco-- a pocos metros de la muralla de la ciudad considerada, junto a las calles de Sur y los jardines Hevsel, patrimonio de la humanidad. Su antiguo hogar en el barrio de Cemal Yilmaz ha sido requisado por el Estado, dentro de un plan de renovación, una gentrificación política, que incluye la demolición de las casas que se han mantenido en pie en al menos un 40% del distrito de Sur después de meses de lucha entre las milicias urbanas del PKK y el Estado turco.
Por el terreno perdido, en el que cabían 17 habitaciones, árboles frutales y un sótano en el que se resguardaba del asfixiante verano de Diyarbakir, el Estado le ofrece una compensación que considera insuficiente. Ali, bajito pero testarudo, no la va a aceptar: el tiempo juega en su contra, pero, aun así, cuando se acabe la vía legal turca, mandará su caso al Tribunal Europeo porque no confía en la justicia turca.
En su nueva casa, su mujer Meles está tumbada. Rápidamente Ali se va a la cocina a por té. Ofrece de comer pese a no llegar a final de mes. Meles no se mueve, tiene frío. “Su enfermedad ha empeorado”, dice Ali. Sus hijas siguen sin trabajo. La situación es, en resumen, insostenible. “Antes el HDP repartía comida y ayudaba a la gente, pero ahora, desde que el Gobierno ha colocado a su gente en la alcaldía, no nos llega nada de ayuda. Tenemos hambre, y en invierno, frío”, se queja Ali.
Ali está cansado. Sus dicharacheras bromas dan paso a una desesperación de la que no consigue huir. Ha perdido a sus vecinos y el barrio en el que conoció a su mujer y en el que regentó durante 20 años una cafetería. No tiene trabajo y sus parientes, tampoco.
“El AKP quiere que los kurdos le apoyen a través de la presión y el miedo. Han traído un millón de policías para amedrentarnos, pero no lo van a conseguir. Votaré no”, asegura. “Han cerrado nuestras organizaciones. Han detenido a nuestros líderes y alcaldes. No podemos salir a protestar porque nos van a encarcelar o a pegar un tiro. ¿Qué opción nos queda? ¿La lucha armada?”, insiste Ali, cercano al movimiento kurdo del HDP.
A 143 kilómetros al norte de Diyarbakir está Bingöl, una región que desde la revolución kurda de 1925 ha ido cayendo poco a poco en proceso de asimilación del Estado turco. Salvo en la región montañosa de Karliova, el pueblo kurdo apoya mayoritariamente a partidos islamonacionalistas. En las elecciones de noviembre de 2015, el AKP obtuvo dos tercios de los votos y el HDP, un tercio. Nihat Aksoy es uno de los irreductibles que, según dice, siempre apoyará al HDP.
El 29 de septiembre de 2016, en un día que amaneció oscuro, Nihat fue apartado de sus labores de enseñanza junto a otros 26 profesores en uno de los muchos decretos del Gobierno. Le acusan de apoyar a un grupo terrorista no especificado. Desde entonces, pese a la insistencia de las organizaciones de derechos humanos, no ha podido pisar de nuevo un aula. Ahora regenta una pequeña tienda con productos de la región --miel, queso y trozos de carne de oveja o cordero-- que los locales degustan durante el desayuno. Lo hace porque un familiar le ha prestado “4.000 libras”. Pero otros están en peor situación. “Nuestra moral se ha echado a perder. Al menos abrí el negocio, voy y vengo, y es bueno para mi cerebro. Pero otros no tienen esa posibilidad y están mucho peor, sin trabajo, sentados en casa sin hacer nada. Eso te come la moral”, explica Nihat.
Salvo en la región montañosa de Karliova, el pueblo kurdo apoya mayoritariamente a partidos islamonacionalistas
Bajito, con pinta de pillo, Nihat trabajó en la sede local de la organización de derechos humanos Insan Haklari Dernegi, cercana al movimiento kurdo, y es miembro del sindicato Egitim-Sen, de donde ahora recibe dos tercios de su salario. Este pasado es suficiente para ser considerado hoy sospechoso de apoyar el terrorismo, para ser una línea más de las 140.000 que forman la lista negra del Gobierno. Él, al igual que los demás ‘apestados’, está obligado a ser emprendedor o empleado en el precario sector privado turco. Por eso, entre muchas otras razones, Nihat asegura: “Por supuesto, voy a votar No. Hay que continuar con la lucha democrática. A los kurdos nunca se les acaba la esperanza”.
Este referéndum es vital para los kurdos por muchas razones, pero sobre todo para medir el descontento social con el PKK y su lucha en las ciudades. El texto no incluye ninguna de las demandas kurdas, pero, al eliminar los pasos intermedios en la toma de decisiones del Ejecutivo, el control en manos de un solo hombre agilizaría la represión contra las minorías. Y en Turquía, con un pasado lleno de puntos negros, ya es suficiente con la problemática ley antiterrorista, que en ciertos aspectos iguala a simpatizantes con militantes.
Por eso, en principio, la mayoría de los kurdos que vaya a votar este domingo seguirá los consejos del HDP, que aglutina el 70% del apoyo en Kurdistán Norte, y dirá No. Pero para eso tienen que ir a votar. Se espera un aumento de la abstención que favorecería a los intereses del AKP, de largo la segunda fuerza en la región.
Los kurdos conservadores de Hüda-Par, el brazo político del Hizbullah turco usado en la arena política por el AKP, ha pedido a sus seguidores que apoyen la reforma. Y otros grupos nacionalistas kurdos han reclamado a sus incondicionales que no depositen ninguna papeleta. Conocidos como los boicoteadores, están encabezados por el Partido Democrático del Kurdistán en Turquía (KDP-T), el Partido Socialista del Kurdistán (PSK) y el Partido de la Liberación del Kurdistán (PAK).
Pese a su actual debilidad, estos grupos cercanos a Massoud Barzani, el presidente del Kurdistán iraquí, están destinados a ser la oposición al HDP en las regiones kurdas. Aseguran, con razón, que la reforma no entrega ninguna de las históricas demandas del pueblo kurdo: ni la descentralización, ni la igualdad educativa entre el kurdo y el turco en Kurdistán, ni el reconocimiento de la identidad kurda. “La reforma no aporta nada a los kurdos. Nos interesa si el Estado se democratiza o se vuelve más autoritario. Ahora el HDP dice que No por una República más democrática, pero nosotros protestamos porque la reforma no nos daría un estatus federal ni reconocería nuestra identidad. El referéndum no debería dividirnos, pero para caminar juntos tenemos que poner en común nuestros objetivos”, explica Nurullah Timur, número dos del PAK, formación que, según dice, tiene el apoyo de unas 50.000 personas en Diyarbakir.
Timur es consciente de que la reforma conduciría a un Estado aún más represivo, algo negativo para los kurdos, pero aun así no votará este domingo. Él, al igual que otros kurdos, no confía en una solución democrática del conflicto y cree que la radicalización del mismo favorece al Estado. “Las barricadas [en las ciudades] fueron un error y el HDP perderá apoyo. Es exactamente lo que buscaba el AKP para orquestar a los partidos estatales. Cuando un movimiento político une a todo el pueblo kurdo, el Estado saca las armas a la calle y divide a políticos y sociedad. Luego, uno a uno, va recogiendo los restos”.
Los kurdos conservadores de Hüda-Par, el brazo político del Hizbullah turco usado en la arena política por el AKP, ha pedido a sus seguidores que apoyen la reforma
Baris Tugrul, experto en el campo de los efectos generacionales del conflicto kurdo de la Universidad Hacettepe, no lo ve así y cree que “la escalada del conflicto supone una continuación de la memoria colectiva kurda que se basa en una cadena de violencia física, cultural, lingüística y simbólica a lo largo de la historia de la República. Aunque la estrategia del PKK en las ciudades ha sido criticada por la población civil kurda, la escalada de violencia consolida la imagen violenta del Estado y no debilita a los sectores nacionalistas kurdos”.
A la lucha intestina por representar al pueblo kurdo se une el juego político con los líderes tribales, que fueron esenciales para que el AKP recuperara la mayoría absoluta en noviembre de 2015. Entre junio y noviembre, el Ejecutivo consiguió un trasvase de votos desde HDP cercano al 10% en las regiones de Urfa, Bitlis, Siirt y Van. Las dádivas de poder y las promesas de estabilidad ayudaron a Erdogan. Ahora, sin paz pero con parcelas de poder a entregar, el AKP quiere rascar un poco más en la carta de los clanes tribales. Pero lo tendrá difícil: en noviembre arrebataron muchos votos y en estas tierras es complicado vender la alianza MHP-AKP. Pero Erdogan, maestro del juego político, podría volver a sorprender si el HDP no hubiera conquistado los corazones --o bolsillos-- de los líderes tribales, conocedores del músculo estatal en la economía local.
La 'Nueva Turquía'
Desde que conquistara Estambul, la carrera política de Erdogan ha sido un éxito indiscutible. Es difícil imaginar que este referéndum, el gran objetivo desde hace un lustro, vaya a contradecir su triunfal historia. El líder islamista ha sido capaz de inculcar en la mitad de la sociedad que no existe un futuro en Turquía más allá de su figura, que él es la única barrera que evita la desintegración del país y el único líder capaz de enfrentarse a las potencias extranjeras y representar al pueblo islámico.
La crisis con la Unión Europea, tras la negativa de Holanda y Alemania a que se celebrasen mítines favorables a la reforma constitucional, no ha hecho más que ayudar a Erdogan en la recolecta de votos indecisos y a legitimar su discurso de que Europa apoya el “terrorismo”: prohibir la propaganda electoral del AKP en Alemania y, en cambio, permitir manifestaciones a favor del PKK son dos imágenes que, al juntarlas, refrendan en Anatolia las teorías de Erdogan.
Es difícil imaginar que este referéndum, el gran objetivo desde hace un lustro, vaya a contradecir la triunfal historia de Erdogan
A pesar de ello, Mehmet Bekaroglu, miembro del republicano CHP, formación defensora del No, no pierde la esperanza en las estructuras sociales creadas durante la República: “Si saliera el Sí tampoco sería el apocalipsis. La tradición social, la modernidad, la economía o las dinámicas de la juventud no pueden derrumbarse sin más. Hemos pasado el 12 de septiembre y el 28 de febrero. Si saliera el No, la democracia turca se salvaría de la caída actual, sería una bocanada de aire fresco, una oportunidad para normalizar la situación (…). Si saliera No, en el AKP podría verse una lucha que divida el partido o incluso lo opuesto: que comience una política racional que comprenda los errores cometidos y los resuelva. Así se podría volver al AKP que vimos entre 2002 y 2004, porque ese AKP fue bueno para Turquía”.
Si saliera el Sí, Erdogan podría mantenerse en la presidencia hasta 2029. Dos mandatos que, tras dos años para adaptar el sistema, comenzarían con unas elecciones duales --parlamentarias y presidencialistas-- para 2019. Pero gane o no, la estabilidad no se vislumbra en el horizonte: la polarización política y social y la impunidad, con leales a Erdogan atacando a periodistas y subiendo escalones en el AKP, se unen a la preocupante situación económica y diplomática. Eso no lo reconoce Erdogan, quien asegura que todos los problemas del país se resolverán con esta reforma que “reforzará al Estado”. Jenkins, escéptico tras 28 años viviendo en Turquía, le contradice: “El sistema no resolverá los problemas de Turquía. No existe ningún país desarrollado o exitoso con un sistema como este. Si gana el referéndum, Erdogan tendría que demostrar que puede usarlo. Pero todas sus acciones no sólo sugieren que no tiene la solución, sino que no entiende dónde está (…). Con independencia del resultado, Erdogan afronta un periodo muy complicado. El referéndum es importante, pero una prueba incluso mayor vendrá después. Y la va a fallar. Las únicas preguntas son qué pasará cuando falle y cuánto va a sufrir Turquía cuando lo haga”.
La lucha que hoy se vive en Turquía va más allá del poder convencional. Erdogan está pidiendo a su pueblo poderes plenipotenciarios para convertirse en un nuevo Atatürk o al menos en su versión islámica. Y además lo quiere conseguir en clave democrática, como marca su tradición. El islam político lleva preparándose para esta cita desde 1950. Atatürk reescribió el legado del Imperio Otomano y ahora Erdogan quiere reescribir el de Atatürk. Y quiere hacerlo justo 100 años después.
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Autor >
Miguel Fernández Ibáñez
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