Diversión con banderas
1995
La facilidad con la que la campaña, o la realidad, cambia de narrativa explica, a su vez, una democracia colapsada, sin mucho que ofrecer en la política
Guillem Martínez 28/04/2021
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1- La primera vez que viví en Mad fue entre siglos. Era una ciudad que conocía, si bien las ciudades, como las personas, sólo se conocen en verdad cuando se yace en ellas. Momento el que sabes, por ejemplo, si roncan.
2- Mad dormía, por cierto, como los angelitos. De las pocas capitales europeas en las que, cuando hablabas a alguien, ese alguien te devolvía la palabra. Lo que alude a un cuerpo a cuerpo constante, las más de las veces divertido. También habla de cierto genio del lenguaje ambiental. Y de un estado de ánimo colectivo vitalista, ruidoso, más cercano al del simpatizante del Atlético que al del jugador de polo. La gente se preocupaba poco por su aspecto. Lo que es indicio de sensibilidad solucionada, de libertad personal. Un día escuché hablar a un pollo sobre alguien que gastaba unas gafas muy meditadas. Con estas palabras: “Lleva gafas de cat”. Me pareció la monda. Un decálogo. Me sorprendía la ausencia absoluta de protocolo formal en lo cotidiano. Incluso en las instituciones, que eran puro pitote. La búsqueda del calor del grupo, en el trabajo y en el ocio, era una constante. La contrapartida era cierta ausencia del cultivo de la intimidad, que al parecer nadie echaba de menos. O vete a saber. Nada cambia tanto como la idea de intimidad, que lo hace cada 200 kms. El fin de la jornada laboral era una fiesta, el café, terrible; el verano derrotaba a las personas, pero no el invierno, que tan solo era un contratiempo. En los momentos más fríos del invierno, cuando yo estaba a punto de volverme majara, se producía un fenómeno único. Mirabas al cielo y veías, dibujándose en el azul de otro planeta, aves acuáticas en formación, volviendo, imparables, sencillas, comprometidas con todas sus fuerzas con su felicidad. Y eso me recordaba a Mad. Un buen sitio en el que empezar de cero. Como hacen las aves cada año. Y, en general, todo el mundo.
3- El retrato de Mad del punto 2 no difiere mucho de la literatura vertida al respecto. Galdós, Valle. Y, en más detalle y orden y sorpresa, Mesonero –un pelma, salvo en su activismo democrático y radical; y salvo un libro, magnífico, sus memorias; si en vez de estar escritas en castellano lo estuvieran en siamés, serían obligatorias en Siam–. En sus Memorias de un sesentón retrata ese estado de ánimo aludido, a lo largo del XIX. Es un Mad simpático, chulo, orgulloso, rebelde, comprometido con la libertad y, por todo ello, problemático, enfrentado con el poder a través de motines sangrientos –en los que Mad aportaba la sangre–, y de la construcción –se dice rápido– de un par de parlamentos, edificados por sus ciudadanos, con sus manitas, en sendos subidones contra el Estado. El punto 2 es el 3, que universaliza la percepción del 2. Lo que nos lleva al 4 y a lo novedoso: un Mad que ronca.
Entonces el destinatario de su furia no era el social-comunismo, como ahora, sino lo vasco y lo cat
4- Sobre aquel paisaje humano sucedía una rareza hasta cierto punto histórica. El Ayuntamiento, la Autonomía y el Gobierno Central eran del PP. Ese hecho se mezclaba con la alegría mad habitual. Es decir, no era la alegría mad habitual. De hecho, era su contrario. La crispación era absoluta. Diría que más que ahora, aunque cueste creerlo. La chusma –la consecuencia natural de la polarización; hoy existe en más sitios que en Mad– estaba muy eufórica. Si bien entonces el destinatario de su furia no era el social-comunismo, como ahora, sino lo vasco y lo cat. En dosis nunca vistas. Exemplum: en un par de ocasiones, al recibir una llamada telefónica en un taxi, tuve que bajarme echando milks, ante los decibelios del taxista tras escuchar fonemas en cat. Lo que habla de la intensidad de la propaganda vertida. Inaudita, ruidosa y que paralizaba regiones absolutas de la realidad. Como la política y el periodismo, objetos perdidos en las ecuaciones sofistas que proponía verticalmente el Gobierno y, con él, la Autonomía, el Ayuntamiento. La metáfora de la fortaleza de toda esa propaganda se producía cuando había atentado en cualquier punto del Estado. En ese momento, la información dejaba de existir y, en su lugar, se emitían e imprimían ceremonias extrañas de unidad, incívicas, excluyentes, vía el abrazo teatral con la CE78, debidamente interpretada en un punto alejado de lo constitucional. Quien no participaba de esas propuestas gubernamentales de unidad, tenía serios problemas para existir en la política o el periodismo. Era, en vocabulario periodístico-gubernamental, un violento. Alguien alejado de los demócratas y, por todo ello, también del trade-mark constitucionalismo, la única forma de democracia posible y, por el mismo precio, una forma de relacionar y solucionar mitos preconstitucionales de la derecha esp en democracia. Como el ultra-nacionalismo. La radicalidad de la propaganda intensificada en atentado simplemente permitía ver, disecadas, la política y el periodismo en un día cualquiera. Siendo eso impresionante, no fue lo que más me impresionó, pues eso lo podías observar en cualquier sitio.
5- Me impresionó, en verdad, un tipo de personas que me encontraba a través de mi trabajo, y que eran cuadros del PP. No eran militantes. O no aún. Mayores que yo, eran los chicos y chicas sexis, los profesionales, los que llevaban las máquinas de aquellos ineptos electos a cambio de un volquete de pasta. Eran chicas y chicos listos, capaces de lo estadísticamente más improbable en aquella época: hablar de la época con palabras diferentes a las propuestas por el periodismo y la política. Por ejemplo, uno muy divertido, me explicó el diario para el que yo trabajaba con estas palabras, que dibujaban finamente una sociedad en la que el periodismo deja de ser un arma de destrucción masiva: “Creí que mi diario me mantendría joven, pero he envejecido con él”. No solo eran personas interesantes, sino que eran buenas fuentes, que discernían, también, entre la propaganda y la política real y efectiva: neoliberalismo absoluto y nuevas formas de enriquecimiento, como la privatización/la stock option, la empresa regulada, la obra pública –Mad entonces construía metro y estructuras en modo post-Hiroshima–, la liberación del suelo y sus primas, la recalificación y Don sistema radial. Era el abandono de toda planificación social y territorial. Era la extracción, el saqueo, intensificados tras la propaganda. El abandono de la sociedad. Su ruina más absoluta, camuflada tras el ruido de la polarización, la cruzada nacionalista y la alegría mad. Que, la pobre, nada tenía que ver con todo eso. Lo impresionante de aquella generación, natural born PSOE, es que no solo no estaba donde debía, por cultura y talante, sino que estaban en el sitio contrario. El PP. Lo que indicaba que el PSOE mad no sólo había desaparecido, sino que había sido –la palabra es esa– substituido. Aquellos profesionales PP, que tan solo eran los supervivientes de un naufragio, eran el indicio de, precisamente, un naufragio. El naufragio sucedió, por poner una fecha a algo que dura más de una década, en 1995.
6- En 1995 sucedió algo importante en las chorrocientas elecciones autonómicas de aquel año. El PP ganó, por todo lo alto, en el País Valencià, en Murcia, en Mad. Feudos del PSOE. Y ganó con sencillez, apelando a la corrupción, a la alegría y a la moderación. Un partido, tras la unificación de Aznar, intrínsecamente ultra-nacionalista y ultra-derechista, no enseñó eso, sino su contrario: minifaldas. Nadie pierde unas elecciones por ello. Por lo que la derrota del PSOE debe de ser otra y más larga. Tiene que ver, supongo, con lo que Cambio 16 denominó, chorrocientos años antes, desencanto, y que en 1995 y aún hoy carece de nombre, si bien consiste en la ausencia de políticas progresistas efectivas en la democracia como defensa del Estado, y no de la sociedad. El PSOE en el poder fue el emisor de la gran medida socialdemócrata de calado, la universalización de la Seguridad Social, pero también emitió con rapidez su recorte. Y la desindustrialización –hablamos poco de ella–, el uso del neoliberalismo, del contacto con la obra pública y la empresa regulada, y sus accesos al enriquecimiento. Y, otra vez, el abandono social que eso supone. El PSOE, en València, Murcia, Mad, fue sustituido, sencillamente, por políticos mejores en la disciplina que el PSOE se había especializado en cultivar. E, importante, no solo eran mejores, sino que sufrían menos erosión ante la deshonestidad y la corrupción probadas. Sólo el PS del País Valencià ha levantado cabeza. De la mano de un cambio de puntos de vista, motivados por la aceptación del pluripartidismo, por lecturas de la época, y por la emisión de políticas efectivas –el federalismo, sincero; la lectura territorial, su planificación–. En el Estado, desde 1996 –un año después de 1995–, el PSOE sólo ha ganado en unas generales en dos momentos. ZP y Sánchez. Y los dos –Atocha, Gürtel– por causas ajenas a él. Por el cuento yiddish de la cabra –ya saben: si vives hacinado con tu familia numerosa en una casa miserable, mete además una cabra; cuando la saques de casa, te sentirás aliviado–. Por la periódica necesidad de alivio ante los excesos de, por otra parte, una opción neoliberal radical, nada amable, gore, como el PP.
7- Mad es importante. En el siglo XVII, el único momento en el que la frase Esp-se-resquebraja fue cierta –Portugal y Cat se piran, Aragón lo intenta y en Andalucía hay un proyecto para hacerlo–, la monarquía se limita a evitar un levantamiento por hambre en Mad, incautando alimentos en su perímetro. Los Austrias, con ello, sólo perdieron Portugal. En el XIX ninguna revolución triunfa si no lo hace en Mad, lo que forma el carácter de BCN, esa ciudad –y club–, habituada a no ganar. En el XX, la Guerra Civil sólo acaba cuando cae Mad. En 1995 ,el PP gana Mad y se inicia un modelo de polarización y/o neoliberalismo radical. Si en 2021 vuelve a ganar el PP, Mad será la cuna y la palanca del modelo del próximo gobierno central. Una opción más desbocada de neoliberalismo, en tanto, con este nuevo modelo trumpista, el PP soluciona su único, y periódico, problema electoral. La mentira. La expulsión de la cabra durante una o dos legislaturas.
Si en 2021 vuelve a ganar el PP, Mad será la cuna y la palanca del modelo del próximo gobierno central
8- El viernes pasado, Pablo Iglesias envió a tomar por saco la campaña electoral. Es decir, rompió las gramáticas electorales utilizadas hasta ese momento. La suya fue una decisión no planificada –guiada, por tanto, por un piloto automático con juego de piernas; loable–. Si eso hubiera sido hier ou demain –que diría Marianne Faithfull–, no solo no hubiera pasado nada, sino que a Iglesias le hubieran dado, mediáticamente, hasta en el paladar. Lo hizo en el momento justo. El momento justo para visualizar una extrema derecha con todas las letras. Y que, con nuevas viejas músicas, no va más allá del PP de sus glory days post-1995. La chica Vox que la lió, por ejemplo, se negó a condenar una amenaza terrorista difícil de instrumentalizar para su causa y lógica, como Aznar en 2004/Atocha. La propuesta inicial de la campaña del PP –comunismo o libertad– se ha volatilizado. Y ha nacido otra –hilvanada por PSOE: fascismo o democracia–. La facilidad con la que la campaña, o la realidad, cambia de narrativa, explica, a su vez, una democracia colapsada, sin mucho que ofrecer en la política. Los asesores centrados en el lenguaje, en la gestión de la narrativa, hablan de eso, como los asesores centrados en la gestión del tiempo y del silencio hablaban, cuando existían, de la posibilidad de cambios y de su planificación.
9- Y, en efecto, lo que puede venir en Mad –lo que ya ha llegado, lo que gobierna la CA desde 1995– es lo suficientemente inquietante como para frenarlo a la desesperada y mediante el voto à gogó. No creo que sea fascismo, sino una extrema derecha feroz, reactualizada con lo que le llega de las dos Américas. Hasta cierto punto da igual llamarlo fascismo o postfacismo. Si muerde, da igual si son galgos, podencos, o ladillas. Y muerde. Llamarlo postfacismo o trumpismo es más cruel, pues significa establecer más fracasos. Como el de ver que lo que está por venir ya vino y ya está. Y que vino y está sin control alguno de los medios, como desde 1995. Y permite discernir entre postfacismo –las herramientas de PP, Vox y C’s– y neoliberalismo –la cultura de todos esos, pero también la del PSOE–. El PSOE que no emitió ningún cambio en 1995, que prefirió ser sustituido a hacerlo, no tiene por qué hacerlo tampoco ahora. Para las elecciones cat, Moncloa no emitió cambios –pongamos, los indultos– que hubieran podido modificar percepciones y resultados. Para las elecciones mad no ha emitido cambios que orienten hacia la posibilidad de que la política existe. Como, pongamos, la regulación de alquileres, prometida en su día. Se puede frenar la extrema derecha en uno de sus momentos cabra. Unos años. Hay la posibilidad de que eso sea posible el 4-M, de alguna forma, y si participa masivamente un electorado que abandonó la disciplina, por ausencia de cambios, precisamente. Para lo otro, para invertir el neoliberalismo, ese itinerario que solo y únicamente conduce al postfascismo, sería necesaria una correlación de fuerzas diferente, a la izquierda del PSOE. Histórica. Un cambio absoluto en la correlación de fuerzas, lo único real incluso en la política neoliberal, tan gaseosa y mítica.
1- La primera vez que viví en Mad fue entre siglos. Era una ciudad que conocía, si bien las ciudades, como las personas, sólo se conocen en verdad cuando se yace en ellas. Momento el que sabes, por ejemplo, si roncan.
2- Mad dormía, por cierto, como los angelitos. De las...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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