Gerardo Vilches / Historiador y crítico de cómics
“Los primeros años de la Transición están llenos de sanciones, cierres y todo tipo de problemas judiciales para los semanarios”
Pablo Ríos 16/05/2021
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Gerardo Vilches (Madrid, 1980) es profesor universitario, historiador y (esta es mi valoración personal, aunque basada en hechos puramente científicos) el mejor crítico de cómics del mundo. Colabora en medios como Rockdelux, El ojo crítico de RNE y Revista Cactus. Es codirector de la revista académica CuCo, Cuadernos de cómic, y forma parte de la organización de GRAF, festival de autoedición. Es autor de Breve historia del cómic, El guión de cómic y esta misma semana presenta su último (y extraordinario) trabajo, La satírica Transición: Revistas de humor político en España (1975-1982), fruto de la investigación realizada para su tesis doctoral. Hemos hablado con él sobre la Transición, el humor, la censura y los pasotas.
¿Qué tienen de atractivo para un historiador las revistas satíricas?
Depende mucho del historiador, pero yo parto de la base de que todo producto humano, toda manifestación cultural, es susceptible de ser fuente histórica y te habla de una época, siempre. En ese sentido, considero que en España hay un déficit en cuanto a la atención que los historiadores han mostrado a ciertas fuentes, pero no solo el cómic o el humor gráfico, también la televisión o la publicidad, por ejemplo. Quizás al cine sí se le ha tenido más en cuenta, pero vi ahí un hueco que se podía cubrir. Mi investigación comenzó ya con el trabajo de fin de máster, en 2012. Propuse una serie de temas (todos relacionados con el cómic, claro) y esta fue la idea que más cuajó. Creo que las revistas aportan una visión totalmente inmediata de la Transición, con muchos menos filtros de los que se pueden encontrar en otras fuentes y además, gracias al uso del humor, pudieron decir las cosas de una manera que no era la habitual. Te pueden dar mucha información acerca del sentir de la calle, tomaron el pulso a la sociedad del momento, lo que sirve para derribar muchos mitos.
Fue un fenómeno efímero, muy en sintonía con el espíritu de la Transición. De hecho, de las revistas nacidas durante la época, actualmente solo sobrevive El Jueves. ¿Crees que se ha mixtificado sobre la robustez del mercado editorial de aquel momento?
Sí, mucho. Pero no solo hablando de las revistas satíricas, ojo. Había muchísimas publicaciones en ese momento, pero luego, cuando se asienta el polvo, venden las que venden. Por ejemplo, Interviú sí que vendía una burrada, medio millón de ejemplares todas las semanas. Pero fue algo muy efímero en general porque no estaba sustentado en una estructura sólida. Quizás es que no se hacía la inversión que se debía, tampoco había tantos anunciantes… Si coges estas revistas, lo primero que te sorprende es que tienen muy pocos anuncios. De hecho, Hermano Lobo nunca tuvo publicidad. El Papus sí llevaba algunos, los clásicos de venta por correo, pero eran revistas que se sostenían con las ventas, y si solo dependes de las ventas, cuando bajan, la cosa va mal. Fue un fenómeno que se repitió más tarde con el boom del cómic adulto. Era algo vinculado a un interés concreto del público en un momento determinado, y cuando pasa la moda, desaparece.
¿Su publicación era fruto del esfuerzo de iniciativas personales? Porque apenas tuvieron apoyo de editoriales consolidadas…
Existieron figuras, como la de José Ilario, impulsor de Por Favor y El Jueves, que hacía esa primera inversión y luego vendía la cabecera a alguna editorial. Realmente no era muy caro empezar, no hacía falta un gran dispendio. Podías buscar un socio capitalista, por ejemplo… Aunque por su propia naturaleza, si las publicaba algún grupo editorial, se diluían muchísimo dentro del entramado: no eran una parte significativa del pastel de los beneficios y no recibían apoyo del editor. Sí es cierto que José Luis Martín, uno de los responsables de El Jueves, me dijo que, cuando vendieron la revista al Grupo Zeta, cambió muy poca cosa, no recibieron directrices desde arriba, ni censura editorial ni nada por el estilo.
Has mencionado a José Luis Martín, uno de los autores (entre muchos otros) que has entrevistado para el trabajo. ¿Cómo recuerdan ellos ese período? ¿Efervescencia creativa o necesidad de alzar la voz?
Cuando uno recurre a la fuente oral, hay que mesurar muy bien lo que te dicen. La memoria engrandece muchas cosas, y se suele recordar los años de juventud como una época dorada.
Es que eran todos muy jóvenes…
Sí, sí. Piensa que José Luis Martín debuta con unos 17 años. Puede que Ja (pseudónimo de Jordi Amorós) fuera el mayor de todos ellos y apenas tenía 30 años. Recuerdan que lo pasaron muy bien, tenían trabajo y que el ambiente era festivo, disfrutaban de un espacio de libertad.
Las redacciones eran un punto de encuentro, claro.
Sí. Iban una vez a la semana a entregar, pero otros trabajaban allí todos los días. Respecto a la voluntad política, sentían que alguien tenía que estar ahí, haciendo ese trabajo, y les tocó a ellos, porque eran dibujantes y escritores. Mantienen un discurso activista, pero claro, hubo diferentes grados de compromiso entre ellos, es normal. No era lo mismo leer el Por favor, en esencia un panfleto político, que El Papus.
Y ese activismo pudo producirse gracias al nuevo marco que se estableció con la aprobación de la nueva Ley de Prensa del 66, con lo que el clima se tornó algo más favorable para la sátira.
¡La impulsa Fraga, que era el ‘progresista’ del gobierno franquista! La idea fue eliminar la censura previa, para darle una pátina de modernidad al régimen. Fraga postula que tiene que haber un sistema más sofisticado, más moderno, para controlar los contenidos de la prensa. Esto permite una mayor apertura, sí, pero en la práctica genera una situación de total incertidumbre jurídica y administrativa. Los autores no sabían a qué atenerse. Básicamente le daba la responsabilidad a los editores: tú te arriesgas, publicas lo que quieres y luego llegamos nosotros y te sancionamos si creemos que hay algo sancionable. Era un concepto más perverso, porque con la censura previa, quitabas los contenidos que no hubieran pasado el filtro y sacabas la revista. Pero ahora, era jugártela. Dependía mucho de las directrices que tuvieran cada semana los funcionarios. En realidad era una herramienta para sancionar a las revistas, no solo a las satíricas, cuando se quisiera hacerlo.
Eran sanciones administrativas muy duras que podían suponer la asfixia económica de las publicaciones…
Podían cerrarlas hasta cuatro meses. Sin publicidad, pues imagina, si dependían de los ingresos de las ventas... A mí me decía Carlos Navarro, gerente de El Papus, que cualquier número de la revista, con la normativa en la mano, era sancionable. El artículo 2 de la Ley, donde se hablaba del respeto a la moral, lo permitía. ¡La moral es un concepto totalmente abstracto! Hasta que no se deroga en el 77, los primeros años de la Transición están llenos de sanciones, cierres y todo tipo de problemas judiciales para los semanarios. Era un continuo tira y afloja con la administración.
Hablemos un poco de cada una de las cuatro cabeceras que analizas en el libro. Hermano Lobo nace, en un principio, como la sucesora de la longeva La Codorniz, pero no llega a conocer la democracia, ya que cierra en el 76. ¿Su sofisticación la alejó de lo que demandaba el público de la época?
Más que sofisticada, que también, creo que era poco explícita. Mi tesis es que durante la Transición se queman etapas muy rápido y que cada una de las revistas responde a una coyuntura concreta, pero cuando esta desaparece, quedan desfasadas. Hermano Lobo, en el tardofranquismo, encontró un espacio que le pudo arrebatar a La Codorniz, que se percibía como una publicación más conservadora y menos política. Y llega esta revista que empieza a decir cosas, de manera muy subrepticia, con textos alegóricos, y que, mientras no se podían publicar según qué críticas, funcionó muy bien. Pero cuando se abre un poco la mano y aparecen Por Favor y El Papus, lo que propone Hermano Lobo se queda muy viejo, incluso más allá de los contenidos, en la propia maqueta. En cuestión de tres años no cuadraba en los kioskos al lado de las portadas de El Papus.
Durante la Transición se queman etapas muy rápido y cada una de las revistas responde a una coyuntura concreta
Por favor acogió a algunas de las firmas más destacadas del momento: Vázquez Montalbán, Fernando Savater, Maruja Torres, Juan Marsé… ¿El humor ofrecía un buen marco para la práctica de la intelectualidad?
A ver, cuando lees los textos… ¿Lo que escribió Marsé allí era humorístico? Bueno, sí, pero diría más que tenían cierta retranca, ironía… No pretendían ser especialmente humorísticos, tampoco. Era una visión irreverente desde la izquierda. Y de una determinada izquierda. Una izquierda burguesa con un estatus social determinado. Era una revista muy particular, también publicaba entrevistas que no eran humorísticas. Sí es cierto que luego llegan autores como Tom, o Romeu, que ofrecen una voz más discordante, con más humor. Era una revista muy particular, muy política.
En cambio, El Papus apuesta por un estilo definitivamente macarra y ácrata.
Muy de la calle, de Barcelona, hecha por gente que vivía en pensiones del Barrio Chino.
Eran revistas muy urbanitas, de grandes capitales…
Hay un estudio de María Iranzo, cito ahora de memoria, pero te diría que la mitad de las ventas de El Papus eran en Madrid y Barcelona. Y luego otro 60% en otras grandes ciudades, Bilbao, Sevilla… Pero ya sabes que esto siempre ha pasado con la prensa en este país, y lo mismo pasó luego con los cómics… Esto aclara muchas cosas sobre su desaparición posterior, depende mucho de las modas en lugares muy concretos.
Volviendo al origen de El Papus, ¿de dónde viene ese espíritu saludablemente sinvergüenza?
Pues viene de Barrabás, una publicación de sátira deportiva que funcionaba muy bien. Hacía chistes sobre la jornada de fútbol, y tuvo mucho éxito porque se dirigía al público, hablándole en un lenguaje que podía reconocer. Y eso es un logro, para mí, de tres personas, fundamentalmente: Ivá, Ja y Óscar Nebreda. Ellos inventan una forma de hacer humor, son revolucionarios. Hasta entonces, la esencia del humor gráfico en España era Chumy Chúmez, que era un genio. Quizás excluyendo a Forges, otro innovador absoluto, el resto hacía variaciones de Chumy, ese tipo de chiste abstracto, de dibujo expresionista con golpe de efecto y frase contundente. Y llegan estos tres y hacen otra cosa, escribían como se hablaba, para empezar, y luego aprovecharon que cada vez se estiraban más los límites de lo que podías hacer para reventar la presa, a base de expresiones malsonantes, alusiones sexuales… De entrada, no querían hacer una revista política, si coges los primeros números de El Papus, es una revista social, habla de los problemas de la calle, pero no entra en el debate político.
Pero son cosas indisolubles durante la Transición…
Exacto, eso es lo que pasa, hay un momento en que la política llega a la calle y tienen que hablar de ello como hablaban del destape. Se politizan y desde muy pronto tienen una visión de las cosas muy desencantada, especialmente Ivá.
Curiosamente, El Jueves, que se funda tras la muerte de Franco, opta por rebajar el contenido político (aunque no lo deje de lado completamente) y ofrecer contenidos más cercanos al costumbrismo. ¿A qué crees que se debió esta postura?
Es una decisión consciente. Hay que tener en cuenta que El Jueves parte de una idea original de José Ilario, hacer un Pulgarcito (el semanario infantil estrella de la editorial Bruguera) para adultos. Durante sus primeros números te encuentras con pruebas de series y personajes. Había series que duraban tres entregas o cuatro, fue un proceso de ensayo y error. Querían tener su serie del funcionario, del progre, del facha, de los parroquianos del bar; estereotipos sociales. Digamos que, de alguna manera, la política irrumpe en El Jueves a su pesar. El número 7 coincide con las elecciones del 77, y empiezan a tener secciones sobre el tema, publican portadas muy icónicas con políticos… Se politizan, y empiezan a parecerse más a El Papus de lo que pretendían en un principio. Y esto llega más o menos hasta las segundas elecciones. José Luis Martín me contó que detectaron que los lectores estaban ya cansados de tanta política. Y en la revista imperaba la opinión de que hay determinados temas que no van a pasar de moda: la tele, los precios, las vacaciones… Ese es El Jueves que llega más o menos hasta la victoria del PP en el 96, donde creo que tienen otro repunte en el tratamiento de temas políticos, pero de nuevo porque el público lo exige. Durante la etapa socialista mantuvieron la crítica política, pero no tan agresiva.
La muerte de Franco se toca casi de puntillas, y parece que despierta más escepticismo que ilusión.
Es que las menciones directas a políticos con nombres y apellidos eran muy contadas, imagina mencionar a Franco. No se atrevieron a hablar de su muerte, salvo elípticamente. Todas las portadas de esa semana hablan del futuro y de la incertidumbre, pero hasta que no pasan unos meses y ven que ya se puede tocar el tema no mencionan al dictador. Y eso va en consonancia con el empuje de la oposición democrática, no nos podemos olvidar de eso. En muy poco tiempo se empiezan a hacer movimientos, y las revistas empujan en la misma dirección. Difunden los tres mantras democráticos: la amnistía, la legalización de los partidos políticos y la celebración de elecciones. Los matices vendrán después.
Resulta significativo que los líderes políticos de todo signo concedieran entrevistas a estos semanarios. ¿Eran más incisivas que las ofrecidas por la ‘prensa seria’, o imperaba el tono humorístico?
No, eran más distendidas, si quieres, pero no eran humorísticas. Hay que entender cómo eran las entrevistas a políticos en la prensa de la época, muy rígidas. Digamos que estas eran entrevistas informales. Entrevistaron a todo el espectro político, sí, de Fraga a Carrillo.
A medida que van avanzando las reformas, crecen las críticas, tanto al inmovilismo de la derecha como a las concesiones de la izquierda.
Sí, y aquí es donde creo que Por favor pierde el ritmo. Por su propia naturaleza y por la militancia política de muchos de sus colaboradores, nunca iba a llegar muy lejos en sus críticas a la izquierda. Después de las primeras elecciones del 77, donde los resultados del PCE son muy malos, muy por debajo de sus expectativas, Vázquez Montalbán dice que están muy bien, que han sacado más votos que Alianza Popular… Y ahí te das cuenta de que están perdiendo la comba, que la sociedad española no demanda eso. Y entonces llega El Papus para meter más caña. Es que el mito del consenso no era tal. El PSOE quiso hacerle la cama al PCE más de una vez, eso es evidente, aunque es cierto que los medios de izquierda tenían muy claro cuál era el objetivo a corto plazo, había que lograr una ruptura radical con el régimen anterior. Pero cuando llega esa ruptura, y no es tan radical como se pretendía, con una constitución pactada por todas las fuerzas, pues llega el desencanto.
La Transición hubiera sido otra en un momento de bonanza económica
De hecho, este es uno de los conceptos clave que manejas durante el libro, el “desencanto”. Nace la figura del “pasota”, el ciudadano aburrido de los tejemanejes políticos. ¿Cómo explicas este contraste entre ese aparente hastío del momento frente a la épica de la victoria del relato oficial de la Transición que se construyó a partir de la segunda mitad de los ochenta?
Hay una cosa a este respecto que no quiero que se quede en el tintero y que me parece fundamental, porque parece que cuando se hace historia política se olvidan estas cosas: España sufre en aquel momento una crisis económica brutal, y esto no se puede obviar, la Transición hubiera sido otra en un momento de bonanza económica. La crisis del petróleo llega dos o tres años más tarde, justo en el momento en que se realizan los Pactos de la Moncloa, que son muy perjudiciales para la clase obrera: congelan salarios, flexibilizan el despido y aumenta el paro. O sea, es la receta neoliberal, con matices, pero la que se estaba aplicando en Chile desde el 73. Entonces claro, la sociedad percibe que los políticos no solucionan los problemas reales de la gente, y no los soluciona ni UCD, ni el PSOE ni la democracia. Fíjate que del estereotipo hegemónico de los primeros años de la Transición, que es el “progre”, pasamos al “pasota”, como dices. Los pasotas no quieren saber nada ya de política, se pasa de escuchar canción protesta a escuchar punk. Pero esto es a nivel mundial, ¿eh? Llega una generación joven que no ha corrido delante de los grises (por acudir al cliché), y que pasa de verse en otra semejante. Es curiosa la contradicción, uno puede llegar a pensar que después de 40 años, la gente iba a estar ávida de manifestarse políticamente…
Y en cambio se queman prontísimo.
Claro, fíjate que en el 77 las revistas ya hacen chistes sobre lo aburridas que son las campañas electorales y lo pesados que son los políticos que siempre dicen lo mismo. ¡En el 77! ¡En la primera fiesta de la democracia! A ver, he sacado la brocha gorda, evidentemente que había gente comprometida, que salía a la calle, que protestaba, que hacía cosas, pero había una mayoría de la población que se despolitiza y se desmoviliza. Y ojo, una desmovilización controlada activamente por los partidos políticos, como el PSOE, que desactiva a sus sindicatos, para que dejen de ser tan combativos en la calle en momentos críticos de la Transición. Y cuando ganan las elecciones del 82, la sensación era que ya estaba todo el trabajo hecho, que se había ganado, que ahora tocaba disfrutar. De hecho, algunos políticos dieron la Transición por finiquitada en el 79, porque ya había una Constitución y existía “normalidad democrática”.
Comienza entonces la construcción mítica de la Transición.
Sí, sí, surgen fenómenos como la Movida, que no tenía componente político... Con excepciones, como Aviador Dro, por ejemplo, que venían del underground, de centros sociales. Pero la sociedad se vuelve hedonista, se empieza a salir de la crisis, y se olvida pronto lo anterior.
Como que la tensión política generó mucha violencia. El Papus sufrió un atentado en sus oficinas (y hubo una víctima mortal). La relación de los llamados “incontrolados” de la ultraderecha con miembros del gobierno nunca quedó del todo clara, pero desde la revista llegó a plantearse abiertamente esta posibilidad. ¿Había fundamento en estas sospechas?
No, realmente no. Gente como Xavier Casals, que es quien mejor ha analizado el fenómeno de la ultraderecha en este país, afirma que hubo una instrumentalización por parte del gobierno de UCD en determinados momentos. Esto no nos debe escandalizar hoy en día, porque lo hemos visto con ETA en fechas muy recientes. Pero de ahí, a decir, como dijo El Papus, que Martín Villa, el ministro del Interior de aquel entonces, desvió fondos para financiar estos grupos, pues hay un trecho.
El shock tras el atentado les llevó a albergar todo tipo de teorías conspirativas.
Sí, hay que entender que el atentado marca menos el devenir de la publicación que el proceso judicial tras el mismo, que les deja totalmente insatisfechos. No se llega a castigar a casi ninguno de los implicados y la sentencia es humillante, porque acusan de imprudencia laboral al fallecido por no tomar las precauciones necesarias, con lo que lo consideran un fallecimiento por accidente laboral y no una víctima de terrorismo. Los responsables de la revista lo lucharon durante años, llegaron al Supremo, y nada. Y en los ochenta se cierra el juicio, puesto que no había posibilidad de ir a Europa. Aunque fíjate cómo son los mitos y los relatos construidos, porque siempre se dijo que, tras el atentado, El Papus se moderó por miedo, y fue al revés. Es cierto que hay muchos autores que se van (muchos son fichados por El Jueves), pero la revista se radicaliza. Ten en cuenta que consideran directamente responsables del atentado a Suárez y a Martín Villa. De hecho, a estos autores que se fueron, se les dedicó una columna durísima, donde les llaman esquiroles y traidores. Pero ojo, algunos autores que se fueron, como Óscar, nunca hablaron de política.
Sin embargo, apenas hay menciones al terrorismo etarra.
Justo hace unos meses estuve preparando un artículo sobre la presencia de ETA en el cómic español, y hablo de cómo, sorprendentemente, en las revistas satíricas aparece muy poco. Hay una portada de El Jueves donde un etarra le rompe un castillo de arena a un niño, en un especial de verano, una cosa casi blanca, si me apuras. Esto lo ha explicado la historiografía, la mirada de la izquierda a ETA durante la Transición no fue la que tuvo después.
¿Permisiva? ¿Romántica?
Diría que comprensiva. Lo expresa muy bien Santos Juliá: si criticabas a ETA, corrías el riesgo de que te confundieran con lo que no eras. Condenas la violencia, pero entiendes el contexto del conflicto vasco, la lucha, la responsabilidad del franquismo. Eso provocó que hubiera una gran omisión respecto a ETA. Pero no solo en la prensa satírica, en la prensa de izquierdas en general, que no se posicionaba abiertamente contra ETA porque en aquel momento era un conflicto entre las fuerzas de seguridad del Estado, el aparato franquista (o posfranquista) y la propia banda terrorista. Fue un silencio más o menos cómplice que costó mucho romper. Cuando ETA atenta contra objetivos civiles, la cosa cambia.
El proceso de imprenta no era tan rápido como ahora. El 23-F tardó dos semanas en aparecer en las revistas
Los acontecimientos se sucedieron a gran velocidad: las segundas elecciones, la moción de censura, la dimisión de Suárez… ¿Supuso esto un escollo para unas publicaciones que tenían una periodicidad semanal?
Sí, no era solo que pudiera pasar una cosa el lunes y no saliera hasta el viernes, como el caso de El Jueves, que salía a los kioskos ese día, es que los contenidos se preparaban con dos semanas de antelación. El proceso de imprenta no era tan rápido como ahora. El 23-F tardó dos semanas en aparecer en las revistas. Así que esto les afectó mucho. Cuando se trataba de abarcar un proceso abierto daba más o menos igual, pero con hechos puntuales importantes, se perdía la inmediatez. El Papus sí tenía un sistema, Ivá y Ja, que eran los que más hablaban de política, entregaban más tarde. Pero se nota, claro.
Claro, es que esto desactiva al humorista, que se plantea para qué hablar de algo que ya ha pasado…
Cuando todo funciona así, el público lo admite, pero cuando aparece la prensa libre de izquierdas, que tenía la información al día siguiente… Sí, muchos de los entrevistados me lo reconocieron, se perdía comba.
Y es entonces cuando la apuesta por el costumbrismo de El Jueves se revela como ganadora.
Totalmente. Sí, por ejemplo, suben mucho los precios, dos semanas más tarde, van a seguir subiendo. Hay chistes que se repiten durante los veranos sobre las vacaciones, por ejemplo. Es mucho más sencillo.
La actitud frente al golpe fue en consonancia con el oficialismo; solo El Papus se atrevió a dar espacio a teorías, digamos, conspirativas, e incluso se permitió criticar la reacción de la ciudadanía.
El Papus se quedó solo gritando en medio del desierto. El Jueves se alinea completamente con la oficialidad, con la defensa de la democracia en abstracto, sin meter el dedo en la llaga. Hay un chiste clásico de José Luis Martín donde aparece un progre abrazado a un transistor diciendo “nos hemos acostado republicanos y nos hemos levantado monárquicos”. Lo tienes todo ahí. Y el editorial de José Luis Erviti, el director general del semanario, resulta decepcionante para una revista satírica. Pero no quiero dejar de señalar el especial de El Víbora sobre el golpe, un verdadero trabajo de urgencia donde dieron mucha caña. No es una revista satírica al uso y por eso no lo menciono en el libro, aunque sí en mi tesis. Fueron las dos respuestas duras desde el cómic, El Papus y El Víbora. Hubo mucha tibieza en el resto.
Dedicas un capítulo a cómo se pasa de puntillas por la figura del rey. ¿Tanto arraigo tuvo el “juancarlismo” en la prensa satírica?
Fíjate que con el rey me ha pasado que, por el secreto documental, no existe la posibilidad de verificar que hubiera algo parecido a un protocolo dirigido a proteger la figura de la monarquía en la prensa, esto entra en el terreno de la especulación. Quien sí me habló directamente de un “pacto de caballeros” entre la propia prensa fue José Ilario. Me dijo que la prensa de ese momento entendió que era mejor que Juan Carlos I no apareciera en sus páginas. Aunque también te digo que lo podemos tomar con reservas… Sabes, esto lo detectas cuando haces entrevistas. Digamos que hay gente que ha reflexionado mucho y tiene una versión de los hechos construida de antemano, y otros que hacen un esfuerzo por poner en orden sus recuerdos de la época. Aunque Ilario me contó esto, sí, y él fue una figura muy involucrada con la prensa del momento. Pero por otro lado, los dibujantes te cuentan que, en el fondo, el rey no aparecía en la actualidad política. Aunque Tom me reconoció que tal vez sí que cometieron un error al obviar su figura.
¡No había de dónde rascar para hacer chistes!
¡Claro! En el día a día estaba Suárez, estaba Carrillo, estaba Fraga, estaba González… Pero el rey, pues no. No estaba en el Congreso, no discutía, no aprobaba leyes. A partir del 77, la Iglesia y el Ejército sí que reciben mucha caña, pero la monarquía, sencillamente, no está. Y esto habla mucho de la proyección de la figura política del rey en la Transición, hasta el golpe, no existía.
Cuando lees el material de aquellas cabeceras desde el siglo XXI, llama la atención el profundo machismo y la homofobia que despide, y estamos hablando de obras de artistas y escritores de izquierdas y comprometidos.
Aquí tengo un discurso matizado. No creo que Ivá, por ejemplo, fuera homófobo, en el sentido que le damos hoy en día. Lo que pasa es que la sensibilidad actual no es la que había entonces. Había muchos chistes con estereotipos, pero se utilizaban, por ejemplo, para atizar a la ultraderecha, poniendo en duda sus valores más rancios, como la hombría. Creo que eran, a nivel personal, bastante abiertos, pero el humor tiene que ver con la época. No niego la mayor, Ja hacía chistes con niñas con síndrome de Down, pero es que no debemos olvidar que eran los años 70 y era una sociedad muy violenta. E incluso así, tuvieron críticas en su momento, El Papus recibió mucha caña desde Vindicación Feminista, por ejemplo.
Apenas hay autoras…
En Por favor, Núria Pompeia, Soledad Balaguer y Maruja Torres, y en El Jueves, Mariel Soria. Y ya. Era la época, quedaba mucho camino. Imagina la testosterona que había en aquellas redacciones.
Creo que es un libro profundamente triste. ¿Perdimos la oportunidad de sacudirnos el pelo de la dehesa durante la Transición?
Cuando empecé con la tesis, era muy ‘antitransición’, y cuando la acabé, entendí el proceso histórico dentro de su complejidad. ¿Fue un proceso modélico, perfecto, en el que todo se hizo siguiendo un camino trazado previamente para lograr la democracia? Evidentemente, no. Hubo mucha violencia, hubo muchos muertos, y nada se trazó de antemano. Este relato en el que el rey y Suárez, un buen día se juntaron los dos, idearon el plan maestro y se camelaron al resto… Es falso y, para mí, deleznable. Fue un proceso donde se hizo lo que se pudo, con voluntades personales que hicieron cosas, sí, pero fueron equilibrios constantes. Hay un historiador, Juan Andrade Blanco, que lo sintetiza muy bien: no había suficiente fuerza por parte de la oposición democrática para forzar una ruptura, pero tampoco la había para mantener el régimen. Y en ese equilibrio es donde se explica la Transición. De hecho, creo que es injusto acusar a la Transición de no hacer según qué cosas cuando después ha habido 40 años para, por ejemplo, reformar la Ley Electoral, que es un pacto entre UCD y Alianza Popular. Fíjate que en la Transición no hubo bipartidismo, había una situación bastante más parecida a la de ahora, con cuatro partidos con peso específico, el bipartidismo llega en los ochenta. No me creo la versión de que todo estuviera diseñado en los grandes despachos para que todo siguiera igual, porque no todo siguió igual. ¿Hay déficits? Por supuesto. Y en las revistas, en ese momento, se dieron cuenta, y fueron muy críticos con ella entonces. Ojo, la Cultura de la Transición existe, es una defensa cerrada a ultranza que comienza con los fastos del décimo aniversario de la Constitución, promovida por intelectuales que fueron muy combativos y críticos durante la Transición y que ahora se convierten en salvaguardas del statu quo, como Savater. Cierro el libro mencionando un libro de texto de historia para Bachillerato donde definen la Transición como “un proceso modélico y sin violencia”. Y eso no es cierto. Hay que reivindicar la historia, no los relatos míticos.
Gerardo Vilches (Madrid, 1980) es profesor universitario, historiador y (esta es mi valoración personal, aunque basada en hechos puramente científicos) el mejor crítico de cómics del mundo. Colabora en medios como Rockdelux, El ojo crítico de RNE y Revista Cactus. Es codirector de la...
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