Libertad ultraprocesada
Comensales cautivos
La disponibilidad alimentaria del entorno condiciona tu salud, a veces, sin que lo notes. Existen multitud de espacios donde tus opciones son mucho más limitadas de lo que sugiere la escenografía
Laura Caorsi 7/06/2021
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Hay lugares donde tus elecciones son menos libres de lo que parecen. Lugares donde escoges, enuncias y pagas, pero la oferta alimentaria es mucho más limitada de lo que da a entender la situación. Allí no hay tanto para elegir, en realidad; la variedad es aparente. Todo lo que te rodea –el pequeño todo que se te ofrece– fue perfilado por otras personas que han decidido previamente por ti. Son sitios donde, a la hora de comer, no puedes improvisar un plan B; y de los que tampoco puedes irte fácilmente. Lugares en los que acabas convertido, muchas veces sin saberlo, en un comensal cautivo.
–¿Pollo o pasta?
El carrito de comida avanza entre las filas de asientos por un pasillo tan estrecho que te recuerda a un todoterreno en una calleja medieval. Estás en un avión, a 10.000 metros de altura, y ese va a ser todo tu mundo durante las próximas seis u ocho horas. Mientras el carro se acerca, especulas sobre tus opciones. Te preguntas cuál será el mejor menú, con qué vendrá acompañada cada cosa, qué clase de salsa tendrá. “¿Pollo o pasta?”, te preguntan finalmente. Y tú piensas, contestas… Eliges. Pero eliges entre lo que hay.
El ejemplo del avión no es el más cotidiano, pero sí uno de los más claros para ilustrar hasta qué punto algunos entornos determinan tu manera de comer. Allí, si quieres un menú vegetariano, uno compatible con tu celiaquía o uno que respete tu religión, tienes que pedirlo de antemano. Y si quieres asegurarte de que comerás una pieza de fruta o dos, es mejor que te las lleves desde casa. Es decir: si quieres ampliar tus opciones, debes anticiparte a la situación para no quedar a merced de sus reglas.
Por supuesto, en los menús de las compañías aéreas hay limitaciones tecnológicas, logísticas y de rentabilidad que explican lo concreto de esa oferta alimentaria. Es un avión, no un restaurante, y el objetivo primordial de ese momento es alimentar de manera eficiente y segura a decenas de personas mientras viajan. Ahora bien, que este sea un espacio peculiar no quiere decir que sea el único con limitantes de ese estilo.
Están los trenes. Los aeropuertos. Los brillos dorados del duty free. Los intercambiadores del metro, con su hormiguero de tiendas subterráneas. Las estaciones y terminales de autobús. Las tiendas de las gasolineras, sembradas al borde del asfalto. Están los centros comerciales y, en general, casi todos los espacios que el antropólogo Marc Augé definió como no lugares: sitios intercambiables, despersonalizados e idénticos donde predomina el consumo y no la socialización. Espacios que transitas con frecuencia y donde a nadie le importa quién eres.
Pero también están los cines, las ferias de verano y los conciertos. Los partidos de fútbol y otros eventos deportivos. El circo y el teatro. Los lugares donde pasan cosas relevantes desde el punto de vista antropológico y social porque concentran la cultura y el ocio, porque allí sí te relacionas con los demás. En todos estos espacios, la industria alimentaria te pone la comida en bandeja. En todos ellos, como sucede con el avión, la disponibilidad es limitada y concreta. Y, si no te anticipas a eso, te resultará casi imposible poner en marcha un plan B.
Test rápido de cautividad alimentaria
Hay dos preguntas que puedes hacerte para saber si estás desempeñando el rol de comensal cautivo: la primera, qué tipo de comida te ofrece ese lugar en el que estás; la segunda, qué alternativas reales tienes para salir de allí y ampliar tus opciones.
Pongamos por caso un aeropuerto, un no lugar que está lejos de la ciudad y en el que, además, hay puntos de no retorno, como cuando pasas el control de equipaje e ingresas a la zona de embarque. ¿Cómo es la oferta alimentaria que encuentras ahí? ¿Qué productos ocupan el espacio? ¿Qué cadenas dominan el entorno? ¿Quiénes pueden, en definitiva, pagar lo que vale cada metro cuadrado de ese sitio tan particular? La frutería de tu barrio, ciertamente, no.
El aeropuerto es territorio de franquicias. Una milla de oro para las cadenas de alimentación que cumplen con los requisitos principales para ganar los concursos e instalarse: tener una imagen de marca reconocida (mejor si es a nivel internacional) y, desde luego, tener capital. A cambio, ganan presencia en una tierra de nadie intensamente transitada por millones de personas que no pueden irse a otro lugar, que matan el tiempo mientras esperan y que, para ello, consumen. Los no lugares carecen de habitantes. Solo tienen transumidores.
Pasa lo mismo con otras terminales, como las de trenes y autobuses, o con las tiendas de las gasolineras, esos oasis en medio de ninguna parte donde predominan las bebidas energéticas y la comida ultraprocesada. ¿A dónde más vas a ir cuando paras en un área de servicio de una autopista cualquiera? ¿Qué opciones tienes allí? ¿Qué te apetece realmente? ¿Con qué te tienta ese no lugar?
Tras dos horas o más en el coche, una tienda de esas es la antítesis perfecta a la monotonía: colores, movimiento, cosas ricas y envoltorios llamativos. ¿Hay productos que estén bien? Sí, pero son contados. Lo que domina el espacio no son los paquetes de garbanzos pedrosillanos, los quesos buenos de la zona o los botes de setas en conserva (que a veces hay), sino los productos de baja calidad nutricional: el dónut, los ganchitos, las galletas, las bebidas llenas de cafeína y azúcar. Eso es lo que destaca frente a todo lo demás, eso es lo que se promociona y eso es lo que acabas eligiendo.
Los centros comerciales, si bien no son tan restrictivos, también condicionan lo que comes. Y los estadios de fútbol, los cines, el zoo… En todos estos espacios, si no tomas decisiones de antemano, acabas atrapado en su propuesta. Es verdad que en algunos, como el avión, resulta más sencillo apreciar esta dinámica que en otros, como un concierto; y también es cierto que hay gradaciones, pues de un tren en movimiento no te puedes bajar, mientras que de un centro comercial sí te puedes ir. La pregunta es cuántas veces te anticipas o te marchas. Y cuántas veces cedes.
La disponibilidad alimentaria de tu entorno condiciona tu dieta y tu salud: eliges entre lo que tienes a tu alcance porque, como es evidente, no puedes elegir algo que no está. Un buen ejemplo de esto se encuentra en las guías de alimentación saludable dirigidas a padres y madres que quieren mejorar la comida familiar. Allí, el consejo de oro es dar opciones a los niños, siempre que estén definidas previamente por los adultos: “¿Qué quieres de postre, plátano, uvas o fresas?”, “¿Qué te apetece, bocadillo de atún o yogur con nueces?”. Los niños eligen, pero eligen entre lo que hay. Exactamente igual que tú en una gasolinera, una terminal de autobuses o en un avión. La diferencia es el perfil nutricional de las opciones.
Hay lugares donde tus elecciones son menos libres de lo que parecen. Lugares donde escoges, enuncias y pagas, pero la oferta alimentaria es mucho más limitada de lo que da a entender la situación. Allí no hay tanto para elegir, en realidad; la variedad es aparente. Todo lo que te rodea –el pequeño todo...
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