Comando alitas (I)
A las bravas
Los ‘Soldados del amor’ de Marta Sánchez, un luto adelantado y la lista anual de “Cañas con encanto”
Marina Lobo 15/07/2021
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Eres más peligroso que un tiroteo en un ascensor.
Chiquito de la Calzada
Han pasado ya cinco días desde que el rey emérito cayó en coma. El país entero se despierta desde entonces cada mañana a las 8 a.m. con la canción Soldados del amor de Marta Sánchez. Ella misma contó en televisión hace tiempo, cuando todo era más normal (si es que alguna vez lo fue), cómo conoció a la familia real y cómo durmió en la cama que solía usar Juan Carlos I, en el avión que la llevó al Golfo Pérsico para interpretar esa misma canción ante las tropas españolas en 1991. También que no la volvieron a llamar para ningún otro acto por llevar un vestido muy corto, cosa que ella entendía y aceptaba, asumiendo que tal error protocolario era imperdonable, aunque ahora se haya convertido en el tema de los homenajes reales. Yo la verdad es que siempre he sido más de Chenoa, aunque no veo OT desde que lo presenta Arturo Valls.
Mientras acaba de retumbar la canción contra las paredes de gotelé, me encamino hacia la cocina para prepararme un café, cruzando los dedos mientras atravieso el pasillo para no encontrarme a ningun@ de mis compañer@s de piso antes de ingerir la primera dosis de energía gracias a la cual consigo ser medianamente soportable. Más aún siendo lunes. Mis peores presagios se cumplen: mi taza está sucia y tirada en la pila del fregadero junto a dos platos con manchas de tomate, una olla con macarrones pegados y un bol con restos de lo que alguna vez debió ser guacamole, aunque ahora es solo un unto color mierda. Parece que poner A.F (a.k.a Alba Fermonsel, es decir yo misma) en mis cosas no ha sido suficiente para que mis compis entendieran que quizás ese trozo de cerámica tenía dueña.
No les culpo, dado que mi generación hace tiempo que se acostumbró a no poseer nunca absolutamente nada, si acaso una taza robada del Starbucks. Me decido por la opción más rápida y que menos pereza me da y cojo otra taza un poco desconchada y con un dibujo desteñido de Baby Yoda. Sé que es de Sara y seguramente me regañe un poco, pero se le pasará enseguida. Cuando vine a ver el piso fue la que mejor me cayó, y eso que solo tenía un 7 sobre 10 en la app de HappyRoom, mientras que Pablo, Cristina y Jon tenían todos más de 8,5, lo que me pareció una media muy alta para un piso tan barato casi en el centro de Madrid. El tiempo te demuestra que no hay app tan efectiva para saber si alguien es buen compañero de piso como una foto del fregadero un lunes por la mañana y que a 700 euros la habitación, sin gastos pero con ventana (aunque las vistas sean a un patio de corrala), no tienes derecho a lavavajillas.
– Zorra, suelta mi taza.
La había escuchado arrastrar los pies por el viejo parqué. No sé cómo Sara puede estar tan segura de que esta es su taza, si ni siquiera tiene los ojos abiertos. Mirándola no sabría decir si está despierta o sonámbula. Lo único cierto es que una marca de sábana le atraviesa toda la cara en línea recta.
– Tía, la mía está sucia. Tomo el café en dos minutos y la limpio.
Sara gira los ojos para comprobar lo que le acabo de decir. Mira el fregadero durante unos segundos y sin inmutarse da un largo bostezo que se prolonga mientras yo voy metiendo la cápsula en la cafetera.
– Venga va, pero porque eres tú– me dice yendo como un autómata hacia el comedor, intuyo que a hacerme compañía mientras desayuno o a vigilar que cumpla mi promesa y le limpie la taza antes de irme.
Más por rutina que por interés cojo el mando para poner las noticias de fondo mientras me siento y sostengo el café con las dos manos. Desde hace una semana en la tele solo hablan del trágico e inesperado accidente de Juan Carlos. Menuda hostia se pegó escaleras abajo mientras imitaba a Chiquito de la Calzada. La ambulancia tardó apenas cinco minutos en llegar, pero por lo visto para entonces ya estaba como un vegetal. Ahora lo mantienen con vida mediante un respirador, y cinco médicos hacen guardia en su habitación medicalizada en el Palacio Real. Según ellos, aún hay esperanza porque cada día a las dos de la mañana le da un espasmo y, mientras da una patadita al aire con la pierna derecha, grita: ¡No puedor, no puedor! El vídeo ya lleva en el TikTok de Leonor ocho millones de reproducciones.
En la tele, todos los tertulianos van vestidos de negro, al igual que los ciudadanos y ciudadanas. Es lo que manda el luto nacional por adelantado decretado por nuestra presidenta, ya que el estado de Juan Carlos no mejora y se quiere evitar a toda costa que, en caso de morirse la próxima semana, el luto coincida con las fiestas de La Paloma y haya que suspenderlas. Son las favoritas de la presidenta y este año actúa Ella Baila Sola, que lo está petando desde que se unieron para hacer trap.
“Antes de que acabe la semana, celebraremos una vigilia por don Juan Carlos en la Plaza Mayor. No olviden que las flores tienen un descuento del 15% en El Corte Inglés”.
La presidenta es la única que puede ir vestida como quiera, hoy va de rojo. Lo que me recuerda que antes de ir a la oficina tengo que comprar tampones. Es lunes y el síndrome premenstrual ya está surtiendo efecto: me ha salido un grano gigante en medio de la frente. Antes de salir de casa, le echo un poco de corrector y ahora parece que tengo un bulto o un nido de arañas debajo de la piel, cosa que vi un día en un vídeo de Youtube.
– ¿Se ve mucho? – me quedo quieta para que Sara me inspeccione antes de salir.
– A ver, si no te fijas mucho no– contesta.
– Vamos, que sí.
– Bueno hija, hay cosas peores.
La oficina me queda cerca de casa, eso es un punto a favor y en contra, porque los largos viajes en metro son prácticamente el único oasis de tranquilidad y ocio que nos queda hoy en día. Como si me hubiera teletransportado, cuando me quiero dar cuenta ya estoy a punto de atravesar las puertas de cristal de la oficina. Dentro huele a cerrado. Los fines de semana el edificio está vacío, solo quedan en él algunos guardas de seguridad que vigilan las 24 horas que nadie entre o salga de esta vasta estructura de cemento que aún parece estar a medio hacer. Y yo me pregunto quién querría desperdiciar su fin de semana en entrar al Ministerio de Cañas, Bravas y Olé, probablemente el más banal de los 39 ministerios inaugurados en esta legislatura y en el que, a pesar de su nombre, ni siquiera te puedes comer un pincho de tortilla decente en la cafetería.
Cuando llego a mi mesa, la señora agradable está esperándome para recibirme con una enorme sonrisa.
– Buenos días, ¿qué tal el finde?
Sopeso un momento la posibilidad de contarle que he estado conspirando con un grupo de millennials, en una cocina de tres metros y medio en Usera, sobre cómo derrocar a la monarquía ahora que Juan Carlos está en coma y Felipe VI ha dicho que quiere cogerse un año sabático para irse a estudiar chino. Admito que tengo cierta curiosidad por saber qué cara pondría la señora agradable, pero no quiero meterla en esto. La señora agradable es feliz, puntual. Tiene un corte de pelo corriente, un color de ojos corriente y un marido corriente. Una vez al mes se va de brunch con sus amigas, siempre al mismo sitio, porque ya las conocen y siempre les invitan a un café de más, lo que hacen que ellas vuelvan una y otra vez. Y, lo más importante, se sienta a mi lado y siempre trae galletas para dos.
– Normal– respondo, sorprendiéndome a mí misma de lo aburrido que ha sonado el que en realidad ha sido el fin de semana más loco de mi vida–. El sábado fui a cenar con unas amigas y el domingo me quedé en casa viendo Between Trees.
– ¿Cuál es esa?
– Una sobre un pueblo nórdico en el que empieza a haber asesinatos extraños.
– Ah, ya, esas son las mejores para ver en un finde.
– Total.
Las series nórdicas nunca defraudan. Todas son iguales y hay tantas que es prácticamente imposible coincidir. Satisfecha con el cierre de la conversación, dejo mis cosas y me siento en mi mesa. El post-it amarillo me mira desde la esquina del ordenador y me recuerda la cita de hoy: “22:00 en W”. Si quiero que me dé tiempo a pasar por casa para arreglarme, tengo que empezar ya a currar. Pero, antes siquiera de que me dé tiempo a que el ordenador me diga qué playlist va con mi estado de ánimo de hoy, el ministro entra hecho una fiera.
– ¡¡¡PUTOS Ecologistas!!! ¡¡Ahora las bravas contaminan, tócate los cojones!! Ya no se puede hacer nada, macho.
Cuatro kilos a la semana calculo que ha debido engordar de media Toni Cantó desde que dirige este ministerio. A los seis meses de inaugurar el edificio, se acometió una obra urgente de un millón de euros solo para cambiar todas las puertas de madera blanca por automáticas de cristal, porque, según él, las puertas tradicionales eran muy estrechas y solo cabía bien si pasaba de lado, y además se fatigaba al abrirlas.
Chocando a su paso contra todas las mesas de la sala, el ministro, agotado, se para en seco en el centro, fuera de sí, se lleva la mano a la boca y cierra los dientes alrededor del dedo índice. En cuanto aparta la mano, la sangre empieza a salir del dedo, primero tímidamente y después a borbotones.
– ¡Mira lo que me obligan a hacer los veganos! – Exclama posando la mirada en la mesa de su secretario–. ¡¡La única carne que me dejan comer!!
Suponíamos que el ayuno intermitente le iba a sentar mal, pero nadie se imaginaba que hasta el punto de comerse su propio dedo. En el Ministerio de Cañas, Bravas y Olé nos dedicamos a salvaguardar el honor de poder irnos a tomar unas cervezas y unas tapas cuando acabamos de trabajar. Vamos, que nos dedicamos a beber y comer gratis, porque los bares nos invitan a todo con tal de que les metamos en la lista anual de “Cañas con encanto”. Una vez el dueño de un bar en la calle Ponzano le puso un altar al ministro en la entrada y, cada vez que este iba allí de visita, el dueño pagaba una ronda de chupitos a todo el bar.
El resto del tiempo, la función principal de Toni Cantó es enfadarse con los animalistas, los abstemios y con Alberto Garzón, ministro vitalicio de Consumo y Gas Natural. Garzón lo sabe y de vez en cuando recomienda cosas al azar para fastidiar a Cantó. La semana pasada, por ejemplo, dijo que la mejor cerveza para la salud era la Cruzcampo. Casi al minuto del anuncio, Toni Cantó tuiteó: “Para los que quieren decirme cómo tengo que vivir mi vida”, acompañándolo de una foto en la que se está bebiendo dos botellines de cerveza tostada a la vez.
Ahora, mientras abre Twitter y llena de sangre la pantalla de su móvil, se dirige muy enfadado a la mesa de su secretario.
– Fran, ponme con la presidenta que este se va a cagar.
Fran, apresurado, marca rápido y le pasa el teléfono. Cantó lo coje mientras camina con nerviosismo de un lado para otro. Cuando respira parece un carlino viejo. Cuando descuelgan al otro lado, su voz se vuelve mucho más acolchada, casi musical:
– Isabel, siento molestarte, pero ya habrás visto que el soplapollas de Garzón está intentando romper España otra vez.
Eres más peligroso que un tiroteo en un ascensor.
Chiquito de la Calzada
Han pasado ya cinco días desde que el rey emérito cayó en coma. El país entero se despierta desde entonces cada mañana a...
Autora >
Marina Lobo
Periodista, aunque en mi casa siempre me han dicho que soy un poco payasina. Soy de León, escucho trap y dicen que soy guapa para no ser votante de Ciudadanos.
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