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Intuiciones

La palabra poética en el tiempo

La poesía de autores como Paul Celan, Anna Ajmátova, Juan Gelman, Adrienne Rich o Audre Lorde observa el mundo de cerca y logra ese milagro de hacérnoslo ver por primera vez

Rebeca Mateos 4/08/2021

<p>Detalle del retrato de Anna Ajmátova (1915) de Nathán Altman.</p>

Detalle del retrato de Anna Ajmátova (1915) de Nathán Altman.

Museo Ruso

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“Después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie”, dejó escrito el filósofo alemán Theodor Adorno (1903-1969). El escritor Primo Levi (1919-1987), prisionero en el campo de concentración de Monowitz, dentro de Auschwitz, con palabras similares expresaría la misma idea.

Pero después de Auschwitz se siguió escribiendo poesía. 

Paul Celan (1920-1970) considerado uno de los poetas más importantes del siglo XX, nacido en la ciudad de Czernowitz, antigua capital de Bucovina (entre Rumania y Ucrania), consiguió esconderse en una fábrica de cosméticos, pero sus padres fueron exterminados en los campos de concentración nazis. En 1948 confesó a unos parientes suyos en Israel: “Acaso soy uno de los últimos que deben vivir hasta el final el destino de la cultura judía en Europa”. Celan sobrevivió y jamás pudo dejar de escribir poesía. Suyo es el más célebre poema sobre Auschwitz, Muerte en fuga (1948), con versos estremecedores como los siguientes: “Grita que suene más dulce la muerte la muerte es un Maestro Alemán/grita más oscuro el tañido de los violines así subiréis como humo en el aire/así tendréis una fosa en las nubes no se yace allí estrecho”.

La poeta rusa Anna Ajmátova (1889-1966) durante sus 76 años de vida presenció dos revoluciones, dos guerras mundiales, una guerra civil, las más terribles purgas de Stalin, el ostracismo, las muertes, condenas y exilios de todos sus seres queridos, entre ellos su hijo Lev Gumiliov, recluido durante años en cárceles y campos de trabajo por oponerse al estalinismo.

En 1957 Ajmátova escribió un texto que abre su Réquiem:

“Diecisiete meses pasé haciendo cola a las puertas de la cárcel, en Leningrado, en los terribles años del terror de Yezhov. Un día alguien me reconoció. Detrás de mí, una mujer –los labios morados de frío– que nunca había oído mi nombre salió del acorchamiento en el que todos estábamos y me preguntó al oído (allí se hablaba solo en susurros):

–¿Y usted puede dar cuenta de esto?

Yo le dije:

–Puedo.

Y entonces algo como una sonrisa asomó a lo que había sido su rostro”.

El Réquiem de Ajmátova es una misa de difuntos al mismo tiempo que un vía crucis compuesto por catorce estaciones. Es un poema lleno de sufrimiento y misterio que se erige con toda su fuerza y su belleza. El Réquiem es el poema de un pueblo humillado y también de una mujer humillada. Ajmátova decidió quedarse en esa Rusia empobrecida y cruel para poder presenciar lo que estaba sucediendo y contarlo, convirtiéndose así, a través de su poesía, en la mejor cronista de la época.

“Nos levantábamos como para la misa del alba,/cruzábamos la ciudad embrutecida/ y, más muertas que vivas, nos encontrábamos allí”. Ajmátova rinde homenaje a todas aquellas madres y esposas con quienes coincidía a las puertas de la cárcel de Leningrado. “No, no soy yo, es otra la que sufre. Yo no podría soportarlo”, dice uno de sus versos más citados.

Se le permitió permanecer en Rusia durante el régimen de Stalin a cambio de que dejase de escribir poesía, bajo amenaza de muerte. Durante 20 años escribió clandestinamente sus versos para poder memorizarlos y contárselos a sus amigos, antes de quemarlos. “Tendrán que matar la memoria y volver de piedra el corazón”, sentenció.

En su poema Confianzas el poeta argentino Juan Gelman (1930-2014) señala: “Se sienta a la mesa y escribe / ‘con este poema no tomarás el poder’ dice / ‘con estos versos no harás la Revolución’ dice / ‘ni con miles de versos harás la Revolución’ dice // y más: esos versos no han de servirle para / que peones maestros hacheros vivan mejor / coman mejor o él mismo coma viva mejor / ni para enamorar a una le servirán // no ganará plata con ellos / no entrará al cine gratis con ellos / no le darán ropa por ellos / no conseguirá tabaco o vino por ellos // ni papagayos ni bufandas ni barcos / ni toros ni paraguas conseguirá por ellos / si por ellos fuera la lluvia lo mojará / no alcanzará perdón o gracia por ellos // ‘con este poema no tomarás el poder’ dice / ‘con estos versos no harás la Revolución’ dice / ‘ni con miles de versos harás la Revolución’ dice / se sienta a la mesa y escribe”.

Tras recitar estos versos en España un periodista le pregunta a Gelman sobre la capacidad de la poesía para cambiar las cosas, a lo que contesta: “Hay cosas que no se le deben pedir a la poesía. Hay que pedírselas a la gente: que defienda sus derechos, por ejemplo”.

“La poesía,/ pero qué poesía//Más de una insegura respuesta/ se ha dado a esa pregunta.//Y yo no sé, y sigo sin saber, y a esto me aferro/como a un oportuno pasamanos”. Estos versos de la poeta polaca Wislawa Symborska (1923-2012) parecían responder a esa misma pregunta.

Cuenta John Berger (1926-2017) en su libro Confabulaciones  que en 1933 el poeta español Federico García Lorca dio una conferencia pública en Buenos Aires. En ella planteó que todas las artes son capaces de duende, pero donde encuentra más campo es en la danza, en la música y en la poesía hablada, “ya que estas necesitan un cuerpo vivo que interprete, porque son formas que nacen y mueren de forma perpetua y alzan sus contornos sobre un presente exacto”. Tres años después, tras el levantamiento militar y el estallido de la Guerra Civil Española, Lorca fue arrestado y fusilado en Granada. Sus restos todavía siguen en paradero desconocido.

Cuando a Adrienne Rich (1929-2012) le dolía el mundo, la poesía era su refugio: “Puedo vivir en ella sin ser la madre de nadie. Y existo como yo misma”.

Rich cuestionó, como poeta, intelectual y activista feminista lesbiana, los roles de género y el poder durante los años setenta en Estados Unidos. Supo de forma brillante sostener el pulso de su tiempo a través de sus escritos.

En el ensayo que titula La poesía y el futuro olvidado (2006), dice cosas como la siguiente: “Durante mi propia vida he presenciado el colapso de los derechos y la ciudadanía cuando las y los cualquiera, poetas o no, han dejado la política en manos de una clase empeñada en traspasar a paletadas el control privado de los derechos elementales... Cuando la democracia se ha abandonado al saqueo de los legisladores reconocidos, de los mejores postores, se ha dejado en manos de un elemento criminal”.

En el libro Quién dijo que era fácil de Audre Lorde (2019, Zindo & Gafuri) se cuenta que Lorde tuvo tres nombres: Audrey, Audre y Gamba Adisa. El primero lo recibió de sus padres, en 1934. El segundo se lo dio a sí misma en su infancia, por amor a la simetría y a la aliteración. El tercero se lo dio en el lecho de muerte, en 1992, y quiere decir “la guerrera que se hace escuchar”. Lorde mediante la poesía creó un lenguaje para expresar, compartir y agrupar las experiencias de miles de mujeres de su época que no encontraban en el feminismo del momento representación alguna. Trató de señalar que el racismo, la homofobia y el patriarcado, en muchas ocasiones, caminan de la mano.

Si en 1929 el ensayo de Virgina Woolf (1882-1941) Un cuarto propio marcó un hito sobre el lugar que ocupaban las mujeres en la literatura debido a su situación socio-económica, Lorde expondrá en su poesía lo radical que resulta a una mujer negra reclamar un cuarto propio, si ni siquiera puede aspirar a salir de un cuarto hacinado para toda la familia, en el que muchas veces no hay ni una cama propia. Los siguientes versos son de su poema Letanía de la supervivencia: “Para las que vivimos en la orilla/ paradas sobre el borde constante de la decisión/ cruciales y solas/ para las que no nos podemos permitir los sueños pasajeros de la elección/ las que amamos en los umbrales yendo y viniendo/ en las horas entre los amaneceres/ mirando hacia dentro y hacia afuera/ al mismo tiempo antes y después/ buscando un ahora que pueda engendrar futuros/ como el pan de la boca de nuestros hijos/ para que sus sueños no reflejen/ la muerte de los nuestros”.

El psicólogo Gillaume Thierry de la Universidad de Bangor en el Reino Unido realizó un estudio en 2018 en el que demostró por primera vez de manera científica que la poesía, más específicamente su cualidad musical, es captada por el cerebro humano de manera inconsciente, antes de que su significado literal sea asimilado. Esto implica que las propiedades rítmicas y armónicas del discurso poético estimulan partes inconscientes de nuestra mente, y no solo eso, también implica la existencia (tantas veces descrita por tantas y tantos poetas) de una estrecha relación entre la intuición y esta forma de arte.

La palabra poética logra decir sin decir, traspasa muros y es capaz de llegar al final de todos los sentidos. La palabra poética que sabe estar en el tiempo observa el mundo de cerca y logra ese milagro de hacérnoslo ver por primera vez. 

En palabras de Emily Dickinson (1830-1886): “Un poema es un hogar que ha de ser perseguido”.

 

“Después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie”, dejó escrito el filósofo alemán Theodor Adorno (1903-1969). El escritor Primo Levi (1919-1987), prisionero en el campo de concentración de Monowitz, dentro de Auschwitz, con palabras similares expresaría la misma idea.

Pero después de...

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Autor >

Rebeca Mateos

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