CECILIA DREYMÜLLER / ENSAYISTA, EDITORA, TRADUCTORA
“La literatura alemana de los últimos 70 años está marcada por el holocausto”
Esther Peñas 6/06/2020
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Tanto en su labor de crítica literaria como en la de traductora, Cecilia Dreymüller (Nohn, Eifel, Alemania, 1962) persevera en el propósito de tejer una red de afectos culturales entre España y Alemania. A estas credenciales hay que añadir una más: la deliciosa insensatez de fundar (camino de tres años) la editorial Tres Molins, en la que ha publicado, entre otros, a Ingeborg Bachmann o Peter Handke. En el entretanto ha escrito algunos ensayos poco ortodoxos, como Incisiones: panorama crítico de la narrativa en lengua alemana desde 1945 (Galaxia Gutenberg, 2008) o Los labios de la luna: poesía escrita por mujeres en España entre 1950 y 1990 (Wilhelmsfeld, 1996). Se agradece su capacidad de análisis así como el tono desenfadado, incorrecto y vehemente que utiliza, tan ajeno a las convenciones pulcras, serviciales y esclerotizadas de hoy en día.
Goethe, Hölderlin, Mann, Michael Ende, Stefan Zweig, Sebald, Sloterdijk, Herta Müller, Günter Grass… por citar sólo un ramillete de autores en lengua alemana de los que hacen que el mundo sea más bello. ¿Qué tienen en común, cuáles diría que son las características de las letras alemanas, sabiendo que cada nombre es un microcosmo?
Lo que distingue la literatura en lengua alemana de otras sea el pensamiento crítico
El nexo común es, diría yo, una larga tradición lectora y libresca. La cultura alemana está definida principalmente por los valores del protestantismo. Desde la traducción de Lutero, la Biblia se convierte en lectura obligada para todo el mundo, también para gente humilde sin grandes medios, lo cual dispara el conocimiento literario general (aunque se limitase a un solo libro). Una cultura lectora similar sólo existía entonces entre la población judía, y no en vano gran parte de la Weltliteratur alemana fue escrita por autores judíos: Heine, Marx, Kafka, Freud, Benjamin, Celan. Por esta misma razón –el alto grado de alfabetización–, la Ilustración con su afán científico y crítico caló muy hondo en los países de habla alemana, como en los países nórdicos en general. Así que probablemente lo que distingue la literatura en lengua alemana de otras sea el pensamiento crítico. Y, en consecuencia, su politización: los grandes de la literatura alemana siempre son también gente de fuertes inquietudes políticas. Desde los clásicos como Lessing y Schiller, pasando por los románticos, Novalis y Heine, y el gran novelista olvidado del realismo alemán, Theodor Fontane, se extiende en la literatura la lucha por la libertad y la emancipación del individuo. Y esta responsabilidad del escritor ante la sociedad no llegó a perderse nunca. Al contrario, tras la barbarie del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial, la confianza en la capacidad de la literatura de impulsar la reflexión y el cambio renació con más fuerza.
¿Hasta qué punto el holocausto, “cuestión existencial de la civilización europea”, como denominó Kertész, ha marcado desde entonces las letras alemanas?
En todos los sentidos: de ella emana la literatura alemana del siglo XX. Y no sólo después de 1945. Ya antes la prefigura, en respuesta al antisemitismo y a las luchas políticas que preparan el auge de Hitler. Pensemos sólo en la monumental creación narrativa, dramatúrgica y lírica de los años 20 y 30: Brecht, Döblin, Heinrich Mann, Karl Kraus, Else Lasker-Schüler, Anna Seghers. Lo que viene después del terrible paréntesis, lo que se publica en la segunda mitad del siglo XX, lógicamente, está enteramente condicionado por el cataclismo de la guerra y del holocausto. De hecho, si en Alemania y Austria la sociedad fue adquiriendo poco a poco una conciencia de la dimensión de la catástrofe y de su parte de la culpa, fue en buena medida gracias a escritores como Heinrich Böll, Paul Celan, Martin Walser, Ingeborg Bachmann o Günter Grass, a pensadores como Adorno, Horkheimer y Hannah Arendt. No olvidemos: el 68 en Alemania, en buena parte, fue el movimiento de una generación que quiso saber qué hicieron sus padres entre 1933 y 1945. Así que tanto Habermas y Sloterdijk, como Sebald, Elfriede Jelinek o Herta Müller (ella, desde su experiencia de la dictadura de Ceausescu), llegan a este radical cuestionamiento de la sociedad en su conjunto, de sus valores y de sus discursos, desde la vivencia de esta catástrofe o de sus secuelas. En cuanto a la literatura alemana actual y futura, está por ver qué escribirán los autores de lengua alemana que ya no pertenecen a la generación de los hijos y nietos… Por ahora observo cierta tendencia a usar el holocausto como mero setting. Esto es espantoso. De todos modos, en la literatura alemana de los últimos 70 años, el holocausto y la guerra determinan los temas y hasta el lenguaje. Y lo que permanecerá de ella tiene que ver con él, lo procesa directa o indirectamente.
Una de las obsesiones de los escritores alemanes (Bachmann, Rose Ausländer, el propio Celan) es buscar un lenguaje que no hubiera sido mancillado por los nazis…
Sí, esta problemática está presente en los inicios de cualquier escritor de esta época. Las dictaduras, como bien sabemos desde Orwell, siempre procuran imponer su propio lenguaje, y la maquinaria de propaganda de Goebbels, con ayuda del medio radiofónico, fue en este sentido tremendamente eficaz. La gente de a pie en Austria y Alemania no era consciente de hasta qué punto su vocabulario estaba contaminado por la jerga nacionalsocialista y militarista. Incluso hoy todavía perviven dichos y palabras que vienen de entonces y muchos los usan sin darse cuenta. Los autores que mencionas contribuyeron de manera decisiva a despertar una sensibilidad para esta problemática. Los tres, por cierto, provienen del ámbito cultural austríaco, donde la influencia de críticos del lenguaje como Karl Kraus fue notable; mayor, desde luego, que en Alemania -se percibe claramente en la literatura austriaca hasta el día de hoy.
¿Qué diferencias, de haberlas, pueden advertirse en la literatura de uno y otro lado del hoy ya desaparecido muro?
Nos equivocamos y no somos siempre íntegros y desinteresados. Más nos valdría aprender a reconocer los errores de una figura pública, empezando por los políticos
Las diferencias siguen siendo notables y no se borrarán tan pronto. Por un lado, a causa de las diferencias económicas y estructurales en los nuevos Länder respecto a los de la antigua Alemania Occidental: los salarios son un 20% más bajos; el paro alcanza en algunas regiones el 30% de la población. Y, por otro lado, porque para los escritores –y lectores– socializados en la RDA, la literatura ha tenido una relevancia social y existencial como sólo ocurre en una dictadura, donde se convierte en un espacio de libertad y de comunicación con mentes afines. La cultura literaria en la RDA era infinitamente más alta porque la gente leía más y mejor: poca bazofia comercial y el canon clásico alemán e izquierdista internacional –que no está nada mal–, aparte de obras clandestinas, de Yesenin, Mandelstam o Solyenitzin, por poner unos ejemplos. Sin querer idealizarlo, para alguien educado en el lado occidental del muro, como yo, fue alucinante descubrir en conversaciones con escritores como Ingo Schulze o Reinhard Jirgl cuántas cosas imprescindibles no había leído en la misma época. De ahí que, de entrada, me despierte más curiosidad lo que publica una escritora, un escritor de la antigua RDA. Y hasta ahora no me ha fallado este criterio. Las lecturas de la literatura alemana actual que más me han impresionado en los últimos veinte años son de autoras y autores germano-orientales: Ingo Schulze con sus dos divinos primeros libros de relatos; Clemens Meyer con su descarnada epopeya sobre los bajos fondos de Leipzig; la poesía de Kathrin Schmidt y su prodigiosa novelística feminista; la poesía de Lutz Seiler y recientemente sus novelas sobre la antigua RDA; Natascha Wodin con Mi madre era de Mariupol; la poesía de Kurt Drawert, de Volker Braun y de Rainer Kunze (recién fallecido)… en fin, una lista que permite alimentar buenas esperanzas para la literatura alemana.
Si ha habido un escudero fiel de Peter Handke, ha sido usted. Las críticas por la concesión del Nobel a alguien que sentía respeto por Slobodan Milosevic fueron notables. ¿Hasta qué punto ha de disociarse la obra artística de la ética del artista (pienso, también, en Polanski)?
No creo que sea posible esa separación, por las propias leyes del proceso creativo. Estas no permiten que el individuo cree nada de consistencia disociado de su sentir o pensar, de sus vivencias y recuerdos. Y tampoco es deseable. Supone una hipocresía muy grande –la “corrección política” es falsaria y represiva–, y una falta de valor para encarar las contradicciones de la existencia humana. Nos equivocamos y no somos siempre íntegros, veraces y desinteresados. Más nos valdría a todos aprender a reconocer los errores de una figura pública, empezando por los políticos. Mirando bien de cerca, por supuesto, qué se le reprocha –y quién lo hace–, y preguntándonos qué hace eso con nosotros, con nuestro pensamiento y con nuestra sensibilidad. ¿Los amplía, los limita, los estimula? Esa es, creo yo, la cuestión. Con esto no me refiero a Handke. No creo que se haya equivocado en su defensa de las víctimas civiles de las guerras yugoslavas. Ir al entierro de Milosevic –un desconocido que a Handke le inspiró compasión cuando lo vio por primera vez en la prisión del Tribunal Internacional de La Haya–, para ser coherente con su protesta contra la condena de antemano de un acusado, seguramente no fue idea muy brillante. Y Handke lo sabía. Pero la coherencia le importaba más... La cabezonería puede que también tuviera que ver.
A propósito de Handke, habría que ser un necio para negar que al menos le asiste parte de razón (la responsabilidad occidental en lo sucedido en Bosnia). ¿Cuánta hipocresía existe en el mundo de la literatura?
La cultura literaria en la RDA era infinitamente más alta porque la gente leía más y mejor: poca bazofia comercial
Mucha. Tratándose de un mundo que en comparación con el negocio de las armas o de la prostitución mueve relativamente poco dinero, y que supuestamente representa a la sociedad en su aspecto intelectual y moralmente más exigente, desde luego, sorprende. Pero una vez alcanzado el estatus de “protagonista cultural” –se llame Madonna, Ferrán Adriá, Handke o Rafa Nadal: el tratamiento mediático es igual para cantantes, cocineros, escritores y tenistas– resulta que el alcance público de una opinión o postura política es descomunal e incontrolable. Esto nunca es bueno, distorsiona las cosas. Pero de repente convierte a un personaje tan díscolo como Handke en una amenaza para el establishment cultural y político, que puede dejar en evidencia a mucha gente. Por eso conviene acallarlo. Handke tuvo los huevos de señalar los intereses y amañamientos de la política occidental, asistida por los ubicuos opinadores de la intelectualidad de izquierdas, desde Susan Sontag y Daniel Cohn-Bendit hasta Salman Rushdie y Alain Finkielkraut. Esto, me digo, debe obedecer a unos importantes motivos personales que ya me parecen respetables por ser tan robustos y sostenidos... Porque Handke se ha mantenido en sus trece desde hace treinta años. Creo que necesitamos más intelectuales capaces de hacer algo así.
En el pequeño sello editorial que usted ha impulsado, Tres Molins, se ha publicado, hasta la fecha, aparte de Handke, a Bachmann y a una deliciosa surrealista desconocida en España, Meret Oppenheim. ¿Qué criterio sigue para publicar a sus autores?
Me metí en la aventura de la publicación de libros para seguir haciendo lo que he hecho desde que estoy en España: dar a conocer libros y autores que muestren la vital relevancia de la literatura exigente para nuestra sociedad actual. Y como lo que más he trabajado es la literatura alemana, en un principio me he propuesto rescatar o descubrir títulos alemanes importantes que la industria librera, por la dificultad de traducción o la poca salida comercial, suele dejar fuera. Me interesa especialmente la literatura de los primeros tres cuartos del siglo XX. Temas relacionados con la mujer y la cultura judía tienen preferencia. Los autores que se mueven entre varias disciplinas artísticas, música, literatura, arte, me atraen especialmente. De ahí mi pasión por la obra de Meret Oppenheim.
¿Qué es lo más difícil de levantar una editorial: conseguir los derechos, tener una buena distribución, que los medios reparen en ellas…?
Una buena distribución es clave para una editorial. A partir de cierta producción anual, lo lógico es trabajar con una distribuidora. Tiene el inconveniente de llevarse un porcentaje considerable de la venta del libro. Pero como lo mío no es una pequeña editorial sino una mini-editorial, por ahora me hago cargo de la distribución yo misma. Lo cual es muy laborioso. Para los muy pequeños, lo mejor sería la venta directa a través de la página web de la editorial, pero por ahora en España muy pocos lectores optan por esta vía a la hora de adquirir un libro. Tampoco con la crisis de la covid-19 he notado que esto haya cambiado. ¿Cómo van a aguantar las pequeñas y mini-editoriales si las librerías están cerradas y por internet no hay ventas? No lo sé. En cuanto a los derechos, la mayoría de las veces son una mera cuestión de talonario; allí los pequeños poco tienen que hacer.
¿Qué ventajas –de haberlas– asisten a las editoriales pequeñas?
Ventajas no hay, aparte de ser tu propio dueño. Es una locura singular y completa, digna de estudio. Desde luego, nadie se embarca en una empresa de este tipo sopesando las ventajas y desventajas. De lo contrario desistiría de entrada.
¿Qué enriquece más una lengua, las traducciones o la inmigración?
Los dos movimientos aportan enormemente, pero de forma muy distinta. A veces se solapan: muchos inmigrantes se han dedicado a la traducción.
¿Es la traducción, junto con la creación, la experiencia más radical que puede darse en (con) una lengua? ¿Hay algo significativo que resulte intraducible?
Sí, es la más profunda y maravillosa inmersión que puede darse en otra lengua. Idealmente, lo intraducible se limita a matices, tonos de color, valores fonéticos. Todas las palabras tienen traducción o descripción, perífrasis. Pero, claro, en el momento en que se presentan en un contexto cambian, pues sus connotaciones empiezan a multiplicarse. Si traducible se refiere a la posibilidad de traducir algo, hablamos de una condición abstracta que un equipo de traductores seguramente cumpliría. Sin embargo, la traducción trabaja con textos precisos y depende de las posibilidades y capacidades de un traductor concreto. Independientemente de éstas, los logros de una traducción dependen en buena medida del factor tiempo. Con el tiempo suficiente, con los repasos suficientes, se acaba encontrando una solución para cualquier problema de traducción. Las prisas son muy malas traductoras. Y, sin embargo, son las que mandan en la gran mayoría de los casos.
¿Cuánto de creación tiene traducir? ¿Traducir…es mejorar el texto original?
El traductor debe hacerse con el espíritu con que aquel ha sido escrito. O al menos tiene que entenderlo y tratar de reproducirlo
Cada caso es diferente, cada lengua tiene sus propias dificultades para la traducción. Sé muy poco para poder hablar de esto en términos generales. Acaso, en vez de creación hablaría de apropiación del texto original. El traductor debe hacerse con el espíritu con que aquel ha sido escrito. O al menos tiene que entenderlo y tratar de reproducirlo. Como hace un pintor o un escultor cuando le encargan un retrato al óleo o un busto. Evidentemente se esfuerza al máximo con el parecido, pero solo consigue darle alma a la obra si ha penetrado en el carácter, en la forma de ser del modelo.
¿Por qué autores siente debilidad Cecilia Dreymüller?
Uy… la lista es larga. Pero, en relación a la editorial, mis debilidades tienen que ceñirse a cuestiones prácticas. O sea, no puedo siempre optar por los autores que me chiflan, sino que he de considerar a los que estén, técnica y económicamente, a mi alcance. En el ámbito de la lengua alemana, hoy por hoy, Else Lasker-Schüler, Oskar Walter Cisek y Wolfgang Hildesheimer. Sin embargo, y muchas veces gracias a los amigos, sigo teniendo debilidades nuevas. Mi gran hallazgo de los últimos años me lo regaló mi difunto amigo Peter Hamm, quien me puso sobre la pista de John Cowper Powys. Soy fan incondicional.
Tanto en su labor de crítica literaria como en la de traductora, Cecilia Dreymüller (Nohn, Eifel, Alemania, 1962) persevera en el propósito de tejer una red de afectos culturales entre España y Alemania. A estas credenciales hay que añadir una más: la deliciosa insensatez de fundar (camino de tres años) la...
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