A bocajarro
Polifuncional
La afición quiere que Saúl se quede y, sobre todo, pretende evitar a toda costa un conflicto entre entrenador y jugador. Hoy por hoy, no nos engañemos, cualquier persona viva saldría perdiendo en una hipotética guerra fría con el Cholo
Felipe de Luis Manero 20/08/2021
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El segundo gol del Atlético en Vigo –esa contra eléctrica y hermosa– lo reproduje yo en mi garaje un par de días después. Había llevado mi coche a lavar y, para facilitar la tarea de la limpiadora, había retirado la silla de niño de la parte trasera. Fui a recoger el coche con la esperanza de que la buena mujer hubiese colocado ella misma la silla, pero no tuve suerte. Me dijo, como si tal cosa, que lo hiciera yo y que luego pasase por caja. Me encaramé como pude al asiento de atrás y empecé a forcejear con esas horribles pinzas que hay que encajar en un maquiavélico sistema llamado isofix.
La intensa mirada de la mujer estaba traspasando incluso el cristal tintado, yo no podía con tanta presión, así que coloqué la silla de cualquier manera, pagué y me largué de allí pitando. Pero sabía que la batalla aún no había terminado y se lo dije a la condenada silla, que para entonces reía de un modo macabro: “Tú y yo solos, en el garaje, ahora”. Y allí ocurrió el milagro, fue como el gol del Atleti: un par de toques, clic clic, un golpecito y voilà: ¡silla colocada! Todo esto, amigos y amigas, con la luz apagada.
Me vine muy arriba y, consciente del gran parecido que la maniobra tenía con el segundo gol del Atlético, empecé a celebrarlo en la penumbra del sótano: apretaba los puños con fuerza, me agarraba la camiseta, movía las manos alentando a una masa imaginaria, abría mucho la boca y lanzaba gritos sordos. Fue lo más parecido a la celebración de Saúl en ese segundo tanto de Correa: casi justo en el momento en el que el balón salió de su bota izquierda con destino al pie del atacante argentino, el ilicitano ya estaba de rodillas, estirando la elástica, diría que incluso golpeando con las palmas de las manos el césped, en una muestra de paroxismo inédita para un jugador que no ha sido el autor del gol.
De entre nosotros dos debo reconocer que el que más mérito tiene, sin duda, es Saúl. Y no solo porque sea un futbolista de élite –me gustaría verle colocando una silla de niño en un plis plas y a oscuras, como hice yo–, sino porque a él le han llamado polifuncional. A mí ese término no me suena excesivamente bien, me recuerda a expresiones idóneas para el rechazo como yerno perfecto, chico majo o buena persona.
Lo de Saúl y Simeone, a simple vista, es bastante sencillo: Saúl quiere jugar en el medio, cree que esa es su posición natural, piensa que justo ahí es donde ha podido desarrollar sus principales virtudes. Pero Simeone opina, por el contrario, que su mayor virtud, en realidad, es la versatilidad, esto es, que puede jugar en casi cualquier lugar del campo. El entrenador argentino, de hecho, ha repetido este argumento en varias ocasiones en las últimas semanas, pudiera parecer que de modo disuasorio: esto es lo que hay; si no te gusta, te vas.
Y en un momento dado eso es lo que parecía que iba a suceder: las partes estaban más o menos de acuerdo en que una salida sería lo mejor para todos. Saúl veía como un descenso de rango la etiqueta de chico para todo que se había empeñado en colocarle Simeone y este, tras haber conquistado la Liga con otros jugadores (la mayor parte del tiempo) en la posición que el futbolista reclamaba como suya, no estaba dispuesto a ofrecerle más alternativa que la de ser un soldado raso y todoterreno. El comandante en esa plaza es Lemar y la verdad es que hasta el momento está cumpliendo con creces.
No descarto, además, que existiese algún roce entre el entorno del futbolista y el cuerpo técnico. Cuando en una entrevista al diario As, el Cholo mencionó a “muchos de los que lo rodean” al referirse a Saúl, lo primero que pensé fue eso. Y si el entorno de un jugador se inmiscuye en un asunto así, lo más fácil es que todo termine saltando por los aires.
Pero la cosa se ha calmado. El mercado languidece y los cantos de sirena llegados desde Inglaterra se desvanecen. Por su parte, Simeone sigue en sus trece y lleva alineando varios partidos (algunos de pretemporada) al jugador como carrilero/lateral zurdo. También esa parecía una fórmula de presión para forzar su salida. Pero no, ha ocurrido lo contrario: Saúl ha respondido con una notable actuación en Balaídos, manteniéndose además ajeno al carrusel de cambios y disputando los 90 minutos. Si al final no se va, Simeone va a ganar un carrilero potente, con mayor capacidad defensiva que Lodi y con grandes posibilidades de asociarse por dentro.
Creo que la afición quiere que Saúl se quede y, sobre todo, pretende evitar a toda costa un conflicto entre entrenador y jugador. Hoy por hoy, no nos engañemos, cualquier persona viva saldría perdiendo en una hipotética guerra fría con Simeone. En este caso, hasta el tiempo se pone del lado del argentino: el Cholo cumple su décima temporada en el equipo rojiblanco, Saúl lleva ocho años en el primer plantel.
No sé lo que pasará, pero lo que vimos el otro día no estuvo nada mal. El Atlético ganó, Simeone volvió a correr de forma grácil y ligera hacia el vestuario, Saúl jugó bien. Por mí, que siga todo así. Igual lo de ser polifuncional no está tan mal.
El segundo gol del Atlético en Vigo –esa contra eléctrica y hermosa– lo reproduje yo en mi garaje un par de días después. Había llevado mi coche a lavar y, para facilitar la tarea de la limpiadora, había retirado la silla de niño de la parte trasera. Fui a recoger el coche con la esperanza de que la buena mujer...
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Felipe de Luis Manero
Es periodista, especializado en deportes.
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