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El Atlético de Madrid termina la semana que da paso a un nuevo parón de selecciones derrotando al A.C. Milan en San Siro y al F.C. Barcelona en el Wanda Metropolitano. Nada mal. Pero mientras que el marcador no puede ser más revelador, ni más positivo, es probable que las sensaciones del aficionado no alcancen todavía ese mismo nivel de satisfacción. Y es lícito. Es imposible separar las sensaciones de este complejo universo que llamamos fútbol, pero los buenos resultados son, sin duda, el mejor imán para que cualquier sentimiento, por escéptico que sea, acabe alineado en la misma dirección.
Lemar es hoy por hoy pieza fundamental del equipo rojiblanco. Juega y hace jugar. Aporta dinamismo, ordena el ataque, ofrece siempre una salida clara
El encuentro contra el Barcelona llegaba en un momento muy extraño. Con un Atleti cabalgando entre dudas y con un Barça sumido en una crisis galopante donde lo deportivo es casi lo de menos. En situaciones así, con los nervios a flor de piel y flotando en la inestabilidad, es absurdo aventurarse a predecir el futuro porque el aleteo de una mariposa es suficiente para desencadenar cualquier acontecimiento. En un sentido o en el otro. La gran mayoría de analistas colocaban al equipo madrileño como gran favorito, lo que aumentaba el nivel de presión de una mochila rojiblanca que ya estaba bien cargada de esa misma materia. Quizá fuese ese el objetivo, o no, porque la realidad fue exactamente así: el equipo de Simeone terminó siendo muy superior al conjunto blaugrana. Más de lo que lo había sido nunca.
La salida al campo de los colchoneros tuvo otro brío respecto a días anteriores. Aupados por el fantástico ambiente que transmitía un estadio lleno por primera vez desde la pandemia, el equipo tuvo un nivel de intensidad y concentración que no había tenido recientemente. Con De Paul echando una mano a Koke en el centro del campo por estar Llorente relegado al lateral, el Atleti intentó competir por tener el balón frente a uno de esos equipos que hacen bandera de esa suerte del juego. Y lo consiguió. Al menos parcialmente. Mientras que las posesiones de los catalanes se perdían en un circulación inofensiva, las de los locales olían a pólvora.
Durante esa primera parte, que a la postre sería todo el partido, tuvimos la suerte de ver una de las mejores versiones de João Félix. El portugués es un excelente jugador de fútbol que solamente los rabiosos, o los enemigos, ponen en duda. Su problema es de regularidad o de conseguir acoplar su fútbol a las necesidades del equipo, pero no de talento. Él fue quien se inventó el primer gol con un giro mágico que rompió la línea blaugrana y que dejó a Lemar delante de Ter Stegen para batirlo con un tiro cruzado. El francés, por cierto, es hoy por hoy pieza fundamental del equipo rojiblanco. Juega y hace jugar. Aporta dinamismo, ordena el ataque, ofrece siempre una salida clara y además está en estado de gracia. Cada vez que se juntaba con el portugués el Atleti creaba una jugada de peligro. El Luis Suárez marró sorpresivamente la primera que tuvo. Pero no falló en la siguiente. Una buena combinación entre João y Lemar le dejó el balón a los pies y ya no volvió a desperdiciarlo.
Nadie pensaba al descanso que el FC Barcelona pudiese dar la vuelta al marcador en la segunda parte
El 2-0 que reflejaba el marcador al descanso escribía por sí mismo el relato de la primera parte. El Atleti no había mostrado todo su potencial y de hecho sigue enseñando imprecisiones, ansiedad y algunas dudas en defensa, pero lo que tenía enfrente era mucho peor. Es probablemente la peor versión de F.C. Barcelona que haya visto. Un equipo que se agarra de forma casi paródica a un estilo que no puede defender. Lo que vimos en el campo fue un conjunto desnaturalizado y hundido, incapaz de transmitir peligro. Es cierto que tienen varias piezas clave fuera de punto y que algunas ni siquiera están todavía, pero la sensación desde este lado de la vida es que el problema es mayor que agrupar o no individualidades.
Nadie pensaba al descanso que el FC Barcelona pudiese dar la vuelta al marcador en la segunda parte. Lo que sí que pensaba alguno es que el Atleti pudiese ser capaz de sacar a bailar a sus propios fantasmas para deleite del rival. Afortunadamente, no fue eso lo que ocurrió. Simeone prefirió colocar al equipo en un modo especulativo y evitar las sorpresas que aparecen cuando caminas por el lado salvaje. El Atleti quiso que el partido fuese como ellos querían y así ocurrió. Agruparon el equipo, bajaron el bloque, cerraron los espacios y dejaron que pasaran los minutos. Ni siquiera necesitó acertar en los tres o cuatro contraataques que tuvo. Su rival manejaba el balón con el mismo peligro que un puñado de colegiales jugando al pañuelo. Como dijo Piqué al acabar el partido, “podían haber estado toda una vida intentando meter gol y jamás lo hubiesen conseguido”.
El Atleti sigue acumulando imanes y se va al parón en la parte alta de las competiciones en las que participa, lo que debe interpretarse como un excelente bagaje para lo que hemos visto. Con un equipo físicamente en vía desarrollo, que tácticamente sigue sin encontrarse, con varios jugadores lejos de su mejor forma y las dudas de los inicios, las perspectivas para lo que viene no pueden ser más que buenas.
El Atlético de Madrid termina la semana que da paso a un nuevo parón de selecciones derrotando al A.C. Milan en San Siro y al F.C. Barcelona en el Wanda Metropolitano. Nada mal. Pero mientras que el marcador no puede ser más revelador, ni más positivo, es probable que las sensaciones del aficionado no alcancen...
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