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Ésta es su columna, aunque sea mi pluma quien la escriba. Su propósito no es revolver su hígado cuando denuncie los abominables agravios de las disfunciones del poder fáctico, sino alcanzar su corazón. Las verdades incómodas perturban. Ningún método es aséptico cuando lo que se persigue es ir al fondo, mar adentro, de la verdad; despojarla de sus vísceras y remover los cimientos sobre los que se asientan las causas de los “crímenes sociales cotidianos”. Paul Krugman recordaba en su columna del NYT que ya no vivimos en la época de William Henry Vanderbilt, el magnate de ferrocarriles más rico del mundo cuando declaró: “Que la gente se vaya al carajo”. Sin embargo, la base es la misma. ‘I don’t like this game’ de Gabriel Yared actúa de lenitivo a partir de ahora. Hay muchas formas de mandar al carajo a la sociedad. Antonio Garamendi en su oposición a subir el salario mínimo y las eléctricas al llevar al Estado ante los tribunales por poner freno a sus estragos contra natura y sociedad. Las reglas del juego del mercado no son nunca limpias. Ni siquiera las burbujas de Coca-Cola. Todo puede maquillarse a golpe de eslóganes. Incluso la miseria y el clasismo. El crack y cambio de orden económico de la banca en 2008 generó en 2009 un nuevo lema publicitario. La chispeante multinacional lo llamó “Destapa la felicidad” (“Open Happiness”). Ese año, el montante de la compañía arrojó unos beneficios netos de 6.824 millones de dólares, un 18% más que el año del crack. El desempleo azotó a casi 212 millones de personas a nivel mundial en 2009 ¿Perverso, no? Todos estos agravios son altamente disruptivos como la música que se interrumpe en el vacío de todo aquello que no sucederá nunca. La vida es una sucesión de interruptores que, una vez van bajándose, apagan lentamente nuestros sueños en forma de despidos, desahucios, préstamos... Todo discurre al son de las leyes que marca el mercado. Pagar, pagar, pagar. Tener o no tener. No hay demasiado margen de maniobra en el ring de la codicia, aunque el precio a saldar se lleve por delante vidas. ¿Sabían que cuando los bancos adoptan una actitud amenazante ante los impagos se incrementa el riesgo de suicidio entre los que sufren desahucios? Hablo de España 2019. Primer estudio realizado en esta materia. Le dedicaré una columna. Si alguna vez tuve la tentación de rehuir la verdad más incómoda, cruzarme con Lynn Fauld Wood, todo un referente en la BBC del mejor periodismo de denuncia, supuso un vuelco a mi vida. Defendió la justicia social y la prosecución del bien público hasta el fin de sus días. Su programa de la BBC, Watchdog, rasgó innumerables vestiduras pero valió la pena. Cuando otros replegaban las banderas, ella se quedó en las barricadas. De lo que se trata es de socorrer, no de edulcorar lo que nos incomoda. Si leen su necrológica entenderán por qué su huella me marcó a fuego e inspira esta columna. En la universidad aprendí que el conformismo es un eficaz anestésico que favorece el inmovilismo social como el alcohol, la droga, el juego. Es tentador pensar que somos libres aunque nos envuelva una sofisticada esclavitud que nos arrincona en la esquina de la vida. Lo que se cuece fuera de nuestra zona de confort, allí donde palpita el límite de la supervivencia, nos llega de refilón, de oídas, en forma de cliché, de rumor sordo, raramente estridente. Mi abuela me llevó de la mano al sótano de la vida de dos mujeres los domingos. La miseria estaba en la casa de al lado. Siempre está más cerca de lo que pensamos. Allí vislumbré por vez primera lo que era la vida en claro-oscuro, con olor a rancio y moho; la vida de latas de conservas que pende de un hilo; la vida cosida a retales. La privación las consumió cual velas. Hoy formarían parte de los hogares que no pudieron permitirse el lujo de encender el aire acondicionado ni la calefacción (10,9%) ni comer carne, pollo ni pescado ni siquiera 2 veces a la semana (5,4%). España 2020. Como diría Zolà, “la verdad está en marcha, ya nada la detendrá.” Les espero.
Ésta es su columna, aunque sea mi pluma quien la escriba. Su propósito no es revolver su hígado cuando denuncie los abominables agravios de las disfunciones del poder fáctico, sino alcanzar su corazón. Las verdades incómodas perturban. Ningún método es aséptico cuando lo que se persigue es ir al fondo, mar...
Autora >
Casandra Greco
Filósofa, bioeticista e investigadora científico social en salud pública. Defendí derechos en salud en el edificio Berlaymont de la UE, entre otros organismos. Aquí me mueve la protesta ardiente por su derecho a ser felices.
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