MEDIOS Y DEMOCRACIA
Periodismo activista
No son tiempos para vivir de perfil. Creo que ninguna de nosotras debemos hacerlo. Pero aún menos las y los periodistas. Llevamos una vida repitiendo que los medios son la democracia de un país. Ahora, más que antes, hay que demostrarlo
Vanesa Jiménez 22/10/2021
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En CTXT suelo ser yo la persona que se encarga de atender las peticiones de entrevistas sobre el medio. Nos escriben alumnas y alumnos de Comunicación, que necesitan hacernos algunas preguntas para un trabajo; o estudiantes de un máster, o profesores universitarios inmersos en una investigación. Por épocas, estas entrevistas se hacen frecuentes, y yo las asumo como uno de mis quehaceres más gratificantes. Durante estos seis años y medio de la revista, me han hecho pensar muchísimo. Todas las charlas que recuerdo, que son la mayoría, repiten dos asuntos relacionados. El primero aparece casi al principio y arranca de la misma forma: “Un medio alternativo como CTXT…”. En los comienzos, reconozco que me enfadaba un poco. En mi cabeza, alternativo sonaba mal, despectivo, y yo tiraba de librillo y les ponía la cabeza como un bombo. No, no, CTXT no es ningún medio alternativo, quizá lo sea nuestro modelo de negocio, pero no nuestro periodismo; que hemos rescatado los géneros clásicos; que somos periodistas con experiencia; que esto no es un blog; que no somos activistas. Ahora ya no me enfado, y no respondo igual.
El segundo asunto llegaba poco después, y la cosa mejoraba, porque a la etiqueta de alternativo se le sumaba la de independiente. Pero con la independencia venían otras palabras –objetividad, asepsia, jerarquía, enfoque, selección, firmas...–, que en boca de mi entrevistadora o entrevistador buscaban definir cómo ejercemos el oficio en CTXT. Y el debate se complicaba, porque la objetividad en el periodismo no existe. Creo, de hecho, que no existe en ningún ámbito. Podríamos olvidar el término y no pasaría nada. El problema está en que es un adjetivo que sigue acompañando al supuesto periodismo bien hecho. Verán.
Hace un tiempo, un abogado me preguntó durante un juicio si un titular era objetivo. Literal. Tuve la tentación de responderle que bajara al kiosco, comprara los periódicos que se editan en Madrid y comparara los titulares sobre el mismo asunto. Y que me explicara qué era eso de la objetividad. Como entendía que lo que preguntaba era si el titular estaba correcto, dije que sí, que era la verdad.
Todo lo que publica, difunde, transmite o emite un medio de comunicación pasa por muchos filtros antes; para empezar, el de quien mira por primera vez una historia para contarla. Cuando en esas entrevistas, en las del principio, me preguntaban por todo lo relacionado con la independencia periodística, yo trataba de alejarme a mí y a la revista de esa burbuja en la que intentaban/intentan meternos a un grupo de medios digitales que, más o menos coetáneos al 15-M, tenemos una forma similar de entender la información: como un derecho y un servicio público. En aquel entonces, zanjaba el debate con un “pero cómo voy a ser yo activista de nada, he trabajado en El Mundo, El País, soy antigua”. Qué necia.
Con el paso de los años, con las nubes cada vez más negras, con los derechos humanos cada vez más en riesgo, reflexiono mucho sobre esta profesión. Y quizá, por primera vez, le veo sentido pleno. Ahora, cuando algunos intentan dar lecciones de buen oficio, yo me reivindico como periodista activista. Y cuando alguien dice que no se puede ser periodista y activista al mismo tiempo, yo digo que sí. Que no solo se puede. Que también se debe. Y cuando alguien dice que una cosa es la información y otra la opinión, yo respondo que la opinión está implícita en una información. ¿Acaso ser el altavoz de fuentes oficiales, siempre interesadas, me da igual que sean de un gobierno, de la policía o del Ibex, y enmascarar eso en forma de noticia es información?
Lo peor es que yo ya sabía que esta profesión no se podía ejercer con guantes ni mascarilla, que frente a algunos asuntos no cabía asepsia posible. Lo aprendí muy pronto, cuando hacía las primeras prácticas como periodista. Pero me encerré en una redacción, y después en otra, y después en otra. Y apenas salí a la calle, y me fui olvidando de que con apenas 20 años, en un periódico local, entre ruedas de prensa de la alcaldesa, manifestaciones de Astilleros y desfiles de moda, me tocó cubrir dos desahucios. En ambos casos no pude dormir en días. Hace no mucho entendí que esas dos familias siempre me acompañarán. Y que con los derechos, como el de una vivienda digna, hay que ser siempre la voz de los que pierden.
No son tiempos para vivir de perfil. Creo que ninguna de nosotras debemos hacerlo. Pero aún menos las y los periodistas. Llevamos una vida repitiendo que los medios son la democracia de un país, que si el cuarto poder para arriba y para abajo, que somos las herramientas de un derecho, estar informados. Bien, pues ahora, más que antes, hay que demostrarlo. El mundo que está surgiendo a nuestro alrededor se está llenando de trampas. Y están los y las que de forma directa atacan nuestros derechos con sus discursos de odio. Pero también están los y las que les ayudan, con esa fórmula tan básica que consiste en meter en el mismo saco a muchos, moverlo un poco, y colocar a todos en el mismo lugar. Culpar a todos por igual (ya conocen eso de la ultraderecha y la ultraizquierda). Estos, y estas, no niegan el odio. Son más sofisticados. La trampa consiste en hacer creer que unos y otros son igual de culpables.
El día que supimos que la denuncia del chico de Malasaña, en Madrid, era falsa ocurrió algo que me preocupó mucho: algunos colegas empezaron a preguntarse si a las víctimas no había que aplicarles por definición la etiqueta de presuntas. Presunta víctima de una violación. Presunta víctima de una agresión homófoba. Entiendo que estamos sometidas a una inmediatez que muchas veces nos impide pensar. Que la necesidad de responder rápido a un hecho nos coloca sobre arenas movedizas. Que la competencia por llegar antes, por tener más lectores, por copar las redes… hace que este oficio sea parecido a veces a una churrería (hago constar aquí mi amor por los churros). Pero cuidado, porque una cosa es repensar la forma en la que contamos las cosas y otra aceptar que nos muevan el marco y comprarlo en pos de una supuesta objetividad/asepsia/profesionalismo. No existen las víctimas presuntas. El 0,007% de denuncias falsas de violencia machista en los últimos años no alcanza ni para cuarto y mitad de bulo. Les repito el último dato, para que no se nos olvide: en 2020 se interpusieron 150.785 denuncias por violencia de género. Según la memoria anual de la Fiscalía General del Estado, no se ha demostrado que ninguna de ellas fuera falsa. Ninguna. Sobre ataques homófobos tenemos menos información, pero hay un dato contundente: según las estadísticas de criminalidad publicadas por el Ministerio del Interior, desde 2016 han aumentado un 23%.
He llegado hasta aquí para contarles que yo me he grabado aquello que decía Camus –segunda vez que le cito en menos de un mes, cómo estarán las cosas– sobre el periodismo: “Nombrar mal las cosas es añadir desgracias al mundo”. Y que, por ello, porque no pienso aumentar el dolor de los que ya padecen, ni contribuir a que las mentiras se instalen en algo parecido a certidumbres, las víctimas siempre serán para mí víctimas.
Yo intentaré ejercer más que nunca el periodismo activista con los derechos humanos. El periodismo activista de despachos, reservados, corbatas y focos se lo dejo a otros. Que sigan disfrutando de su objetividad.
Cuando les escribo estas cartas, sé que me acompañan, y quiero pensar que reflexionan conmigo. Por eso vuelvo a pedirles, siempre lo hago, que me ayuden, nos ayuden, a hacerlo mejor. Es importante. Y es una tarea difícil. Miren la frase con la que terminaba el primer editorial que publicamos, La tiranía del miedo. Era 15 de enero de 2015:
“Convertir un atentado cometido por franceses en una coartada para arremeter contra las libertades individuales de todos, y sobre todo de los extranjeros, es un paso más hacia el precipicio de una Unión Europea donde proliferan los gobernantes extremistas, xenófobos e irresponsables”.
Gracias por estar al otro lado.
En CTXT suelo ser yo la persona que se encarga de atender las peticiones de entrevistas sobre el medio. Nos escriben alumnas y alumnos de Comunicación, que necesitan hacernos algunas preguntas para un trabajo; o estudiantes de un máster, o profesores universitarios inmersos en una investigación. Por épocas, estas...
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Vanesa Jiménez
Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.
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