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Para cualquier mujer de más de 45 años en este país y para muchas otras, el frente de batalla por la emancipación se ha condensado en unas pocas palabras, entre las que destaca “familia” y su instrumento ejecutor, el Código Civil. Pocas instituciones han expresado como el Código Civil el significado de vivir en una sociedad patriarcal. Como punto de partida, las mujeres de la generación de mi madre carecían de capacidad para hacer negocios o para tener una simple cuenta corriente sin permiso del marido. Su obligación era, por otro lado, la de atender a la familia y si se iban podían ser denunciadas por abandono del hogar. Hogar en el que eran las encargadas de atender a las necesidades del marido (incluido, obviamente, el débito conyugal) y de su prole. Prole que era clasificada diferenciando entre hijos legítimos del matrimonio e hijos extramatrimoniales (vulgarmente bastardos), obviamente con distintos derechos. Matrimonio, que, por supuesto, tampoco era reconocido para las personas del mismo sexo. Nuestra ley sencillamente plasmaba un modelo de familia, dirigido por el varón, titular del mando y del poder económico, al que se le aseguraba su línea de descendencia y el control de las vidas a su cargo. Un control que podía ejercerse en términos violentos.
Lejos, me diréis algunas. Eso fue remitiendo con la igualdad económica y con el reconocimiento de los matrimonios no religiosos, con la igualdad de derechos de los hijos, con el divorcio en 1981, con el matrimonio igualitario en 2004, con el reconocimiento de las maternidades lesbianas no gestantes en 2014, con… Sí, claro que sí, la ley ha cambiado. No en todos los Estados de nuestro entorno, por cierto. Ha cambiado no hace tanto tiempo y no del todo.
A ilustres feministas abolicionistas de las estructuras de género patriarcal no se les oye cuestionar el modelo de familia nuclear como una estructura intrínsecamente patriarcal y opresiva
Pero lo interesante es considerar en qué medida ha cambiado la familia. En qué medida, diga lo que diga la ley, seguimos en una sociedad que defiende a ultranza un modelo de familia nuclear, basado en el matrimonio heterosexual, en el amor romántico, monógamo, en la suma de propiedades y rentas y con reproducción del modelo patriarcal.
Quienes hemos optado por vivir al margen del modelo de familia tradicional lo tenemos muy claro. Si no estás casada, pero tienes pareja o hijos, como esta es una sociedad muy democrática, tranquila, que no pasa nada. A menos, claro está, que descubras que tu unión amorosa no tiene los mismos efectos asistenciales ni las mismas prestaciones que un matrimonio. Que tu convivencia no tiene el mismo tratamiento en el IRPF cuando declaras la renta, ni en el derecho a la viudedad, ni en las peticiones de días libres por cuidados o enfermedad por familiares, porque tu pareja, así lleves 20 años de vida en común, no lo es sin un control legal que parte del modelo matrimonial como referencia. Que en el registro te piden que declares el nombre del padre y si no lo haces, sufres presión. Que, al menos desde el año 2005, puedes casarte con alguien de tu mismo sexo, cosa que en media Europa no es posible, pero que tus hijos al ser registrados no van a gozar de la misma presunción de paternidad o maternidad. Que todos los formularios y documentos pensados para tu hijo parten del nombre del padre y de la madre, sin contemplar que pueda haber dos padres o dos madres. No hablemos de pensar que pueda existir más de un padre o madre a efectos de la tutela, asistencia y amor en la familia.
Ocurre que ese modelo de familia nuclear de papá y mamá unidos para siempre ya dudosamente es la mayoría y con frecuencia creciente nuestro sistema, que defiende a “la familia”, tropieza con familias disueltas, reconstituidas, compuestas por agregación de los restos de familias anteriores, familias con la convivencia rota por la migración, familias en las que hay quienes ejercen derechos, pero no asumen obligaciones y personas que asumen los cuidados y las cargas sin derecho alguno.
Los modelos de convivencia han cambiado. La ley cambia a pasos cortos y muy por detrás de la sociedad. Y aún deberíamos hablar de las leyes no escritas; de cómo tener una familia alejada de lo tradicional todavía supone crítica y encontrarte con mucha gente que piensa que tus uniones en el afecto, tu convivencia y tus compromisos de vida no pueden ser como los suyos porque no te pusiste vestida como un merengue delante de un señor vestido de negro a formular un rito ante una deidad o ante un funcionario que represente la autoridad. ¡Cómo vas a comparar tu unión de treinta años con la mía que duró cinco, pero que se hizo ante un cura!. ¡No hablemos de la negación y de la criminalización de los modelos de convivencia no binarios o abiertos! Del rechazo moral que sufren quienes no viven un modelo de amor exclusivista, o de las relaciones poliamorosas estables, que al parecer deben ser identificadas con la poligamia esclavista de un harén medieval, aunque resulten ser una unión poliándrica o convivencias basadas en la igualdad y en el respeto y reconocimiento de todos los componentes. Lamentablemente o por fortuna, como usted quiera, el velo del templo hace tiempo que se ha rasgado y vivimos en una sociedad plural y multicultural, con modelos de amor y de convivencia variados, a los que todavía hay resistencia a llamar “familia”, convirtiendo la apelación al modelo de “familia tradicional” en una de las agresiones más comunes contra la libertad y la diversidad de todas las personas. La insistencia de las iglesias integristas en que volvamos al redil familiar se plasma en sucesivos intentos de discriminación de los modelos de convivencia que “no son familia” por parte de las políticas más reaccionarias. Curioso, en un momento en el que se clama por libertad o aboliciones diversas, resulta que el modelo de familia continúa siendo un tabú intocable y un referente fijo a la idea de “lo natural”. A ningún político se le ocurriría hablar de la abolición del modelo familiar actual. Al contrario, se deshacen en alabanzas a la familia como base de la sociedad, aunque luego la dejen abandonada a su suerte. A ilustres feministas abolicionistas de las estructuras de género patriarcal no se les oye cuestionar el modelo de familia nuclear como una estructura intrínsecamente patriarcal y opresiva.
Mientras tanto, continuamos viendo todos los sábados la película alemana de turno sobre el amor romántico, con divorcio o sin él como gran concesión, pero siempre con final feliz en un altar. Y eso que está claro que la primera causa de divorcio, ruptura y dolor emocional es el matrimonio. Mientras, la familia, la de verdad, es la creada por los lazos de amor, cuidado, respeto y convivencia.
Para cualquier mujer de más de 45 años en este país y para muchas otras, el frente de batalla por la emancipación se ha condensado en unas pocas palabras, entre las que destaca “familia” y su instrumento ejecutor, el Código Civil. Pocas instituciones han expresado como el Código Civil el significado de vivir en...
Autora >
Marina Echebarría Sáenz
Es catedrática de Derecho Mercantil.
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