Lectura
Un mundo de criadas
Prólogo al libro ‘Criada’, de Stephanie Land, editado por Capitán Swing: trabajo duro, sueldos bajos y la voluntad de supervivencia de una madre
Barbara Ehrenreich 2/11/2021
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El precio de la entrada exige dejar de lado cualquier estereotipo adquirido sobre las trabajadoras domésticas o las madres solas, así como las imágenes sobre la pobreza recibidas a través de los medios de comunicación. Stephanie es una buena trabajadora y “sabe expresarse”, para decirlo usando el elogio condescendiente que dispensan las elites a las personas sin estudios superiores que manifiestan una inteligencia inesperada. Criada describe su periplo como madre empeñada en ofrecer una vida y un hogar seguros a su hija Mia, mientras intenta sobrevivir con las ayudas públicas que consigue rebañar y los ingresos patéticamente insuficientes que puede obtener trabajando como mujer de la limpieza.
En inglés, maid (criada) es una palabra refinada, que evoca servicios de té, uniformes almidonados y la serie Downton Abbey. Pero en la vida real, el mundo de las trabajadoras domésticas está incrustado de suciedad y restos de mierda. Esas mujeres limpian nuestros desagües de vello púbico y son testigos mudos de nuestros trapos sucios, en sentido literal y metafórico. Sin embargo, quedan relegadas a la invisibilidad, olvidadas en nuestra acción política y en las políticas de nuestro país, miradas con menosprecio cuando llegan a nuestra puerta. Lo sé bien porque participé durante un breve tiempo de esa vida cuando estuve trabajando en empleos mal pagados con objeto de reunir información para mi libro Por cuatro duros. A diferencia de Stephanie, yo tenía en todo momento la posibilidad de regresar a mi vida mucho más confortable de escritora. Y a diferencia de ella, no estaba intentando mantener también a una hija pequeña con mis ingresos. Mis hijos ya eran mayores y no les interesaba en absoluto compartir conmigo la vida en aparcamientos para caravanas como parte de un disparatado proyecto periodístico. Por lo tanto, sé algunas cosas sobre el trabajo como mujer de la limpieza; conozco el agotamiento y el trato despectivo que recibía cuando vestía en público la chaquetilla de la empresa, con el nombre “The Maids International” (Internacional de criadas) estampado. Pero solo podía intuir la angustia y la desesperación de tantas de mis compañeras de trabajo. Como Stephanie, muchas de esas mujeres eran madres solas que limpiaban casas como un medio de supervivencia y sufrían todo el día por sus criaturas, a las que a veces tenían que dejar en condiciones precarias para poder salir a trabajar.
Posiblemente el aspecto más hiriente del mundo de Stephanie es el antagonismo que despliegan hacia ella las personas más afortunadas
Tal vez, con suerte, quienes ahora me leen jamás habrán tenido que vivir en el mundo de Stephanie. En su libro constatarán que en él impera la escasez. El dinero nunca alcanza y a veces tampoco hay suficiente comida; la crema de cacahuete y los fideos ramen ocupan un lugar destacado en la dieta; una visita al McDonald’s es un lujo infrecuente. En ese mundo, nada es seguro, ni los coches, ni los hombres, ni la vivienda. Los cupones para alimentos son un puntal importante para poder sobrevivir y la normativa reciente que impone como requisito que la gente esté trabajando para poder recibirlos solo puede ser acogida con indignación. Sin esas ayudas públicas, esas trabajadoras, madres solas y con otras problemáticas añadidas, no podrían sobrevivir. No son una dádiva. Como todas y todos los demás, también esas personas desean una posición estable en nuestra sociedad.
Posiblemente el aspecto más hiriente del mundo de Stephanie es el antagonismo que despliegan hacia ella las personas más afortunadas. Una manifestación de los prejuicios de clase que se inflige sobre todo a las y los trabajadores manuales, a quienes a menudo se considera moral e intelectualmente inferiores a las personas que visten traje y corbata o están sentadas detrás de una mesa de despacho. En el supermercado, otros compradores observan con mirada crítica el carrito de Stephanie mientras ella paga con cupones para alimentos. Un hombre mayor le dice en voz alta: “¡Que te aproveche!”, como si hubiese pagado él mismo personalmente por su compra. Esta mentalidad se extiende mucho más allá de esa experiencia concreta y representa el punto de vista de buena parte de nuestra sociedad.
La descripción del mundo de Stephanie sigue una trayectoria que parece abocada a un colapso desastroso. En primer lugar, por el desgaste físico que comporta levantar pesos, pasar la aspiradora y fregar durante entre seis y ocho horas diarias. En la empresa de limpieza doméstica donde yo trabajé, todas y cada una de mis compañeras de trabajo, desde los diecinueve años en adelante, parecían sufrir algún tipo de dolencia neuromuscular: lumbalgia, lesión del manguito rotador del hombro, problemas en las rodillas y los tobillos. Stephanie va tirando con ayuda del alarmante número de pastillas de ibuprofeno que consume a diario. Llega un momento en que contempla con anhelo los opioides que un cliente almacena en el botiquín del cuarto de baño, pero los medicamentos que requieren receta médica no están a su alcance, como tampoco lo están los masajes, la fisioterapia o consultar a un especialista en tratamiento del dolor.
Sumado a ello o entrelazado con el agotamiento físico que comporta su modo de vida, Stephanie tiene que lidiar con un enorme reto emocional. Su respuesta es el modelo perfecto de la “resiliencia” que profesionales de la psicología recomiendan a la gente pobre. Cuando topa con un obstáculo, busca la manera de seguir adelante. Pero la arremetida de un contratiempo tras otro a veces llega a ser excesiva. Solo evita que se desmorone su amor infinito por su hija; ella es el faro luminoso que alumbra todo el libro.
No creo que pueda considerarse un spoiler decir que este libro tiene un final feliz. A lo largo de todos los años de lucha y esfuerzo que aquí se describen, Stephanie siempre alimentó el deseo de escribir. La conocí cuando estaba en los inicios de su carrera de escritora, hace ya unos años. A mi condición de autora, sumo la de fundadora del Economic Hardship Reporting Project [Proyecto de denuncia de la penuria económica], una organización dedicada a promover el periodismo de calidad sobre la desigualdad económica, sobre todo el de autoras o autores que también tienen que luchar para sobrevivir. Stephanie nos escribió pidiendo información y ya no la dejamos escapar. Trabajamos con ella en la elaboración de su discurso y la revisión de sus textos y la ayudamos a darles la mejor salida posible, incluida su publicación en The New York Times y The New York Review of Books. Ella es exactamente el tipo de persona para la que está pensado nuestro proyecto: una autora desconocida de clase trabajadora que solo necesitaba un empujoncito para iniciar su carrera.
Si este libro les resulta inspirador, como es muy posible que suceda, recuerden cuán poco faltó para que no llegara a escribirse nunca. Stephanie podría haberse rendido, vencida por la desesperación o el agotamiento; o podría haber sufrido una lesión incapacitante en su trabajo. Piensen también en todas las mujeres que, por motivos parecidos, jamás conseguirán dar a conocer su historia. Stephanie nos recuerda que se cuentan por millones, cada una heroica a su manera, las que esperan que las escuchemos.
El precio de la entrada exige dejar de lado cualquier estereotipo adquirido sobre las trabajadoras domésticas o las madres solas, así como las imágenes sobre la pobreza recibidas a través de los medios de comunicación. Stephanie es una buena trabajadora y “sabe expresarse”, para decirlo usando el elogio...
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