BATALLA CULTURAL
Arranquemos las espigas, destruyamos las palabras
Sobre el control político de los libros
Marcos Pereda 6/01/2022
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Seguro que han escuchado esa expresión de “batalla cultural”. La usan bastante algunas voces del conservadurismo mediático (y nobiliario) para explicar, básicamente, que usted puede decir auténticas barbaridades pre-Estado constitucional de Derecho solo por tocar huevecillos a opiniones perfectamente asumidas. Más o menos, no me hagan mucho caso, yo qué sabré...
Pensaba el otro día en tales palabrejas (“batalla cultural”) mientras veía la, muy recomendable, exposición Imago Mundi. Libros para tiempos de barbarie y civilización, que se puede visitar en la sede del Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla hasta el próximo 25 de febrero. Tampoco sé decirles si estamos ahora más en tiempos de civilización o de barbarie (y ni siquiera sé si esos bárbaros lo son a la manera grecolatina o en plan Conan), pero el asunto merece la pena si disfrutan ustedes con la palabra escrita.
La exposición Imago Mundi. Libros para tiempo de barbarie y civilización | Fuente: Pepe Morón
Con la reflexión, también. Esto de batallas por el relato, por el lenguaje, viene de antiguo. Muy antiguo. Los hay que vieron en la Torre de Babel maná caído del cielo, porque impedía a los unos comunicarse con otros, y a los otros decirles cosas a esos de más allá. “Lee y conducirás, no leas y serás conducido”, nos cuenta Santa Teresa. Sobre el tema ese de los pucheros y Dios mejor no continuamos, porque para qué...
Y eso, que censura. Censura gorda. El control de la memoria, el naufragio del papel, le dicen a la tercera parte de esta exposición. Controlar, sí, relato. Hasta extremos enfermizos, porque el poder siempre ha gustado de rastrear márgenes. La eliminación física de obras cada vez que un nuevo rey/emperador/tirano tocaba púrpura. Quin Shi Huang mandando quemar todos los libros anteriores a él, que la auténtica historia empezaba donde acababan sus bigotes. César mirando a otro lado en Alejandría, los musulmanes haciendo lo propio siglos más tarde. Las quemas nazis, las quemas en Chile, las quemas aquí cerquita, cuando eso de la Guerra. O las de ficción.
Los libros son siempre mapas. A veces de forma expresa. En otras, a base de metáforas y símbolos
En Imago Mundi (título de un libro propiedad de Cristóbal Colón que puedes ver, contemplar, beberte con los ojos) hay pocas cosas que estén dispuestas en plan casual. Por eso uno establece diálogos. Estás mirando un rollo de Torá (palabras sacras, letras que no pueden sufrir modificación alguna para seguir siendo divinidad revelándose) y, de fondo, se escuchan violines ascendiendo. La Cabalgata de las valkirias, oigan. Con las cosucas que se le han colgado a Wagner (esa que piensan ustedes era muy cierta) pues eriza el vello. En realidad, acompaña a una escena de Fahrenheit 451, película de François Truffaut, que se ofrece en bucle (y sentido contrario a como fue dispuesta por el francés). La eliminación absoluta, física, la censura total. Más diálogos, por cierto, porque yo Fahrenheit (novela) siempre la entendí como díptico junto a Crónicas Marcianas. Y leídas así te queda obra antiimperialista de lo más cuca, con su ocupación de espacios ajenos, su expulsión a los habitantes, su falsa humanidad. Todo eso escuchaba mirando el rollo. Es lo bueno de las muestras, que siempre muestran más de lo mostrado.
Fahrenheit, decíamos. Intervención de Joan Fontcuberta, en realidad. Con libros, ediciones de ese título en distintos idiomas, después de chamuscar. La curiosidad del asunto es que esos volúmenes quemados con intención artística presentan la misma imagen (y dan idéntica pena) que aquellos sucumbidos a las llamas con toda la mala hostia del mundo. La Biblioteca de Sarajevo, por ejemplo (que se puede ver en la foto de Gervasio Sánchez). Un montón de días flameando. Francotiradores agazapados, por si alguien (loco, lector) tuviese la osadía de intentar salvar títulos. A veces, casi por milagro, conservamos restos. A principios de la Edad Moderna hicieron pira bien gorda en Granada. Manuscritos nazaríes. En fin, Cisneros, que sabía mejor que usted mismo lo que a usted mismo le conviene. ¿Ven? La historia se repite. Se conserva alguno, dijimos, casi por milagro (si permiten la iconoclasia para con el cardenal). Emparedados en paredes durante medio milenio. De lo que fue, somos. También encuentras pergaminos en la exposición, que son las más honestas manifestaciones literarias que existen. Dar vida para obtener vida. Tocarlos es como tocar la mano de tu abuelo cuando te llevaba a coger higos, allá por septiembre, allá por tu niñez. Material noble. Cada vez que desaparece se nos arrostra un poco el alma.
Cuentan que el saber siempre es peligro. Quizá por eso la lechuza (que en mi tierra dicen nuétiga) es tanto símbolo de la sabiduría como psicopompo que acompaña hasta los avernos. La tesis de Lutero que más nos jodía era esa de leer por ti mismo. Las otras noventa y cuatro... nah, calderilla. Porque los libros son siempre mapas. A veces de forma expresa (como ese Imago Mundi que dijimos, como los que hay en Beatos, como los Teixeira, como Serlio marcando sendas en columnas y arcos, como planos celestes que buscan cartografiar lo que es incartografiable pero debemos ir llenando por miedo al vacío), en otras, a base de metáforas y símbolos. Un palimpsesto, por ejemplo, o las historias perdidas (y encontradas) en cualquier edición del A Humument, de Todd Phillips. Los libros no hablan solo donde está escrito, sino también en los espacios blancos que separan frases y palabras. El origen de nuestras universidades modernas se encuentra por glosas y glosadores, que eran tipos bastante plomos pero listos a rabiar. Escribían entre líneas, oigan. E inventaron el Ius Commune.
Liber Chronicarum (Hartmann Schedel. Nuremberg, 1493), expuesto en Imago Mundi | Fuente: Pepe Morón
También ellos sufrieron censura (por parte de nobles que veían peligrar feudos y jurisdicciones... algunos aún andan por ahí, salen en páginas de la prensa rosa). Porque, volvemos al principio, siempre fueron ideas, libros y páginas objeto de poda, corte y pega. Para cualquier avance hay un Index de libros prohibidos. Pareciera casi inevitable, como Thanos. Solo que no. De las censuras... de todas las censuras, las de antes y las de ahora, las que calcinan libros o imponen fakes news, las que tachan párrafos completos o lanzan bots contra quien piensa distinto... solo nos salva el saber. Humanismo, en el más amplio sentido de la palabra. Cuentan que, si uno de los hitos para marcar paso hasta el Renacimiento (al menos el Renacimiento europeo) fue aquella imprenta de Gutenberg, su Biblia original. Imprimió doscientas, quedan solo veintidós. Una de ellas la pueden ver ustedes en Sevilla, y es una experiencia maravillosa. No hay dos iguales, porque cada cual tiene matices, detallucos en forma de capitulares o párrafos que marcan distancias. Hermenéutica sobre forma y fondo, pues. Necesaria. Única brújula que guía por mares inciertos. Única guía cuando otros no quieren que puedas guiarte, sino solo gruñir y seguir gruñidos. Esos sobres con semillitas que se traían desde tierras ignotas y encerraban maravillas por brotar...
Frente a la vuelta del pasado solo el conocimiento garantiza futuros. Y no está de más que recordemos cuán frágil es eso que llamamos “Cultura”.
Seguro que han escuchado esa expresión de “batalla cultural”. La usan bastante algunas voces del conservadurismo mediático (y nobiliario) para explicar, básicamente, que usted puede decir auténticas barbaridades pre-Estado constitucional de Derecho solo por tocar huevecillos a opiniones perfectamente...
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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