cine
Stanley Kubrick, un genio entre el miedo y el deseo
Madrid acoge una exposición itinerante con más de 600 piezas que permiten descubrir las claves del proceso creativo del cineasta
Irene Bullock 30/01/2022
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Stanley Kubrick (1928-1999) siempre jugó con el concepto de doble en su filmografía. Tanto en los personajes como en la estructura de sus historias. Como fotógrafo adolescente en Look, realizó un reportaje sobre el boxeador Walter Cartier (Prizefighter, 1949), quien jamás se separaba de Vincent, su gemelo. Este trabajo sería el germen de su primer cortometraje documental (Day of the Fight, 1951). Y, quizá, aquí comenzó a perfilarse la obsesión de Kubrick por la duplicidad. De esta manera, no es de extrañar que la exposición internacional de Stanley Kubrick, que lleva viajando por el mundo desde 2004, haya aterrizado en Madrid en el Círculo de Bellas Artes, y su recorrido se haya dividido precisamente en dos salas: una mirada doble para entrar en la mente de un genio y empaparse de su universo personal. A través de más de 600 piezas (fotografías, carteles, claquetas, correspondencia, planes de rodaje, vestuario, storyboards...) se descubren las claves del proceso creativo de Kubrick.
En el primer espacio se ofrecen aspectos temáticos y formales que se identifican en cada una de sus películas y que permiten entender su legado cinematográfico. Para ello se indaga además en sus pasos como reportero gráfico, así como en sus primeras películas o en aquellas que nunca pudo llevar a cabo. A través de la mirada, el espacio, el tiempo, la guerra, el humor, el deseo, la palabra o el poder y la historia se analizan las premisas que hacen que sus trece largometrajes constituyan una obra apasionante para el análisis.
Su primera película Miedo y deseo (1953) tiene en su título dos conceptos que están presentes a lo largo de toda su filmografía. En ese primer largometraje, de género bélico, hace hincapié en el miedo, pero su última película, Eyes Wide Shut (1999), es un estudio completo sobre la intimidad matrimonial. Miedo y deseo, frente a frente. Por otra parte, la obra del cineasta sirve para estudiar la evolución del cine en Hollywood, pues se ve claramente el paso del cine clásico al cine moderno. En el primer espacio de la exposición uno se empapa de su etapa cinematográfica clásica.
Stanley Kubrick es un director de géneros, pero siempre fue más allá tanto en innovaciones técnicas como en la manera de contar sus historias
Stanley Kubrick, que no fue muy buen estudiante, cultivó desde niño sus pasiones, presentes en su obra creativa: la fotografía (con su peculiar mirada al mundo que le rodeaba), la lectura (once de sus trece películas son adaptaciones de novelas o relatos), el ajedrez (un juego con el que ejercitó la capacidad de controlar, de adelantarse a los problemas o de mantener la calma en los rodajes, así como la de emplear la metáfora del mundo como campo de batalla), la música..., y, por supuesto, el cine.
En una entrevista en 1957 a Cahiers du Cinéma dijo: “Creo firmemente en el cine. Soy tan insensato como para considerarlo una de las principales formas de expresión de nuestra época”. Y a eso dedicó su vida: a crear películas. Uno de los motivos por los que sus producciones aún hoy desatan pasiones es porque tocan temas universales y sus protagonistas son seres humanos imperfectos, además añaden una mirada humanista y pesimista del mundo que nos rodea. En su obra, Kubrick reflexiona sobre cuestiones eternas como quiénes somos o de dónde venimos (2001: una odisea del espacio), o refleja en manos de quién está el mundo (¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú), expone la violencia inherente al ser humano, pero también la violencia institucional (La naranja mecánica) o cómo los hombres se hunden en el caos y destruyen sus planes supuestamente perfectos cuando se dejan llevar por las emociones (Atraco perfecto)...
Stanley Kubrick es un director de géneros, pero siempre fue más allá tanto en innovaciones técnicas como en la manera de contar sus historias. Así empezó a trabajar la atmósfera, los ambientes y el empleo del tiempo en el cine negro con El beso del asesino (1955) y Atraco perfecto (1956). Este género casaba también con su visión negativa del mundo, dibujaba a sus protagonistas con una ambigüedad moral que enriquecía el relato y ponía a un grupo humano al límite para que finalmente explotasen las relaciones personales por las emociones. Además del cine negro, tocó con maestría otros géneros como el bélico, el cine histórico, la ciencia ficción o el terror.
Desde sus cortometrajes documentales tenía claro que quería estar presente en todo el proceso creativo. Y luchó por ello desde el principio. Deseaba el control total de su obra artística. No solo quería elegir qué contar, sino cómo, y tomar todas las decisiones técnicas, artísticas y económicas; es más, llegó a controlar los doblajes en cada uno de los países donde se estrenaban sus filmes o siempre estaba presente en la elaboración del guion, trabajando mano a mano con escritores como Jim Thompson, Vladimir Nabokov, Terry Southern, Arthur C. Clarke, Diane Johnson, Michael Herr o Frederic Raphael.
El difícil rodaje de Espartaco (1960), su única película de encargo, le hizo tener más clara esa meta. No obstante, esta película le sirvió como experiencia para afrontar grandes superproducciones. Y no solo eso, sino que antes de instalarse definitivamente en Londres (a partir de rodar allí Lolita), uno de los pocos países que pisó para rodar fue España, donde filmó las secuencias adicionales de Espartaco.
Otra manera de descubrirlo es a través de aquellos proyectos que nunca realizó. El soñado por Kubrick fue un biopic sobre Napoleón, no solo porque le llamase la atención el hombre como estratega, que se pierde por las emociones y el deseo, sino para alimentar su propia pasión por el siglo XVIII. Era el siglo de las luces, la razón, los adelantos técnicos y científicos, el principio de los nuevos Estados modernos, pero también el siglo de la representación, los vestuarios y maquillajes ostentosos, las máscaras y los carnavales... Otra vez, la dualidad. El estudio sobre este siglo quedó plasmado en una de sus obras maestras, Barry Lyndon (1975).
En el segundo espacio de la exposición, el recorrido empieza con 2001: una odisea del espacio (1968), un antes y un después en su trayectoria. No solo revolucionó el género de la ciencia ficción en un mundo todavía analógico, sino que consiguió el control total de su obra. Estuvo en el momento y sitio adecuados para conseguirlo: la caída del sistema de estudios, el fin del código Hays, un cambio generacional y finalmente un estudio que creía en los directores como autores. Como escribe el filósofo Eugenio Trías en De cine. Aventuras y extravíos (Galaxia Gutenberg, 2013): “Kubrick, al igual que el Dios omnipotente de la tradición judeocristiana, estaba en todas partes, llegaba a los más escondidos rincones, lo veía, supervisaba y gobernaba todo, en un ejercicio exhaustivo de omnisciencia y de visión panóptica inédita de la aventura cinematográfica”. Desde su atalaya en Londres, trasladó a los espectadores a un futuro próximo hiperviolento (La naranja mecánica), a las aventuras de un arribista en pleno siglo XVIII (Barry Lyndon), al hotel Overlook donde un escritor se enfrenta a sus fantasmas (El resplandor), a la guerra de Vietnam (La chaqueta metálica), y a una Navidad en Nueva York (Eyes Wide Shut).
Muchas de las estructuras narrativas de sus películas parecen poner al personaje frente a un espejo, con su mundo patas arriba. No hay más que recordar los recorridos de sus personajes más emblemáticos, que van del ascenso en las primeras partes de las obras, al descenso y la pesadilla en las segundas: Alex DeLarge y sus tropelías, Alex DeLarge con el libre albedrío anulado en La naranja mecánica. Barry Lyndon y su ascenso social, Barry Lyndon y su continua caída en desgracia.
Por otro lado, el visitante también tiene oportunidad de detenerse en cada uno de los audiovisuales que enriquecen la muestra: secuencias de las películas, sus documentales, entrevistas a actores y colaboradores del director o la genial instalación audiovisual biográfica de Manuel Huerga que refleja un retrato del cineasta a través de su voz y de un mosaico de imágenes. Este rico bagaje audiovisual ha sido posible gracias a la colaboración con el CCCB (Centre de Cultura Contemporània de Barcelona), porque la muestra ya viajó hasta allí en 2018, comisariada por el crítico cultural Jordi Costa.
No hay mejor manera de definir a Stanley Kubrick que con un ejemplo que él puso en una de sus entrevistas. Contaba que en Orfeo de Jean Cocteau, un joven poeta preguntaba cómo debía escribir su próximo poema a otro más anciano. Este le respondía: “¡Sorpréndeme!”. Y eso fue lo que hizo siempre: sorprender con cada una de sus películas.
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En este juego de dobles, Irene Bullock se mira al espejo y ve el rostro de la comisaria local de la exposición, Isabel Sánchez, que disfrutó de manera infinita indagando en la mirada y en la mente de Stanley Kubrick.
La exposición Stanley Kubrick. The Exhibition, organizada en Madrid por Sold Out y el Círculo de Bellas Artes (CBA), con la colaboración del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), se puede ver en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta el próximo 8 de mayo.
Stanley Kubrick (1928-1999) siempre jugó con el concepto de doble en su filmografía. Tanto en los personajes como en la estructura de sus historias. Como fotógrafo adolescente en Look, realizó un reportaje sobre el boxeador Walter Cartier (Prizefighter, 1949), quien jamás se separaba...
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Irene Bullock
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