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Madrid se salvó del comunismo. Madrid es libre. Vemos a millares de sus ciudadanos ejercer su libertad haciendo colas frente a las farmacias para comprar libremente test de antígenos para ellos y sus familias. Si consiguieron, previo pago, una de las preciadas pruebas y se vieron enfermos de covid, volverán a ejercer la libertad haciendo cola frente a los centros de salud para tratar de ser atendidos.
La Comunidad de Madrid no quiere hacer PCR a quien sea positivo tras hacerse su propio test pero somos libres, así que, si queremos estar seguros de que no vamos a contagiar a nuestros padres y madres, podemos pagar entre 80 y 150 euros a una empresa sanitaria privada para que venga a hacernos la prueba a nuestro propio domicilio.
Los centros de salud públicos están colapsados pero somos libres de irnos a los privados, si podemos pagarlos. Las citas médicas se retrasan pero somos libres de contratar un seguro privado, si podemos pagarlo. Y la libertad sigue expandiéndose; libertad para despedir médicos y sanitarios, libertad para llamar por teléfono durante horas a los centros de salud y que nadie pueda coger el teléfono porque no hay personal. Y ya lo saben, la culpa es de los padres, que las visten como putas, y la culpa es de los sanitarios, que no cogen el teléfono y cuelgan a los pacientes. Y encima los hay que se atreven a protestar contra la libertad y contra la presidenta. Pues para esos, jarabe Jusapol.
Madrid hoy es eso; colas y racionamientos de tests para el tercio que no puede pagar; seguro privado y PCR privada para el tercio que sí, y miedo reaccionario para los que están a medio camino y sueñan con una alarma de Securitas Direct y un seguro privado, pero temen terminar formando parte del tercio de las colas y el racionamiento.
Jorge Dioni escribía el otro día que Madrid se ha convertido en un parque temático neoliberal. Ojalá ese Madrid fuera solo el pasaje del terror con el que todo parque de atracciones cuenta. El problema es que el modelo madrileño cada vez es más paradigma y modelo ideológico para todos aquellos que aspiran a la libertad de los que pueden pagársela. En un artículo de septiembre, Enric Juliana confesaba cierta envidia de catalán por el hecho de que en Madrid la izquierda y los sindicatos casi no protestaban por las ampliaciones del aeropuerto. Frente a las inversiones millonarias no hay ecologismo que valga y el Madrid pragmático habría dado una lección a una Catalunya perdida por su estética. Madrid tiene ese poder de vampiro; que se lo digan a los que apoyaron la operación Chamartín.
Pero todo tiene un límite y, en estos tiempos, la suerte, el éxito, el miedo y el sentido común cambian muy deprisa de bando. Las colas y los racionamientos han generado malestar y rabia y, ante la sexta ola que avanza y amenaza con colapsar de nuevo las unidades de cuidados intensivos, todo cristo sabe que lo único que nos protege de verdad frente a la pandemia es la sanidad pública. “¡Me cago en mi puta vida!”, pensaron muchos cuando vieron que el presidente y su partido pusieron el foco en las mascarillas y no en la sanidad. Y tenían razón los que se cagaban en su vida, porque a estas alturas la principal lección de la pandemia no tiene que ver ni con el confinamiento ni con las mascarillas, ni con los tests que venden en las farmacias a precios variables, sino con la necesidad de reforzar la sanidad pública y liberar las patentes para evitar que cada invierno regresen nuevas variantes del virus hasta completar el alfabeto griego. A la guerra contra los enemigos de lo público (y de eso va todo esto) no se puede ir ni en chanclas, ni en bragas, ni en mascarilla.
La ultraderecha política y mediática supo ver en su momento las posibilidades ideológicas de la pandemia y dispararon las balas de un sentido común de época reaccionario: primero gobierno ilegítimo socialcomunista, después 8-M y finalmente libertad, cañas y que de la sanidad se ocupe Amancio Ortega con sus regalos. Responder con el significante “mascarillas” a su ofensiva ideológica no es solo aceptar jugar en el terreno del enemigo (quien define los temas, condiciona los marcos y siempre gana), sino que supone renunciar a mirar a los ojos la verdad revelada estos días del modelo madrileño: que su libertad, en realidad, no es más que colas, racionamientos y jarabe Jusapol contra el que proteste.
Madrid se salvó del comunismo. Madrid es libre. Vemos a millares de sus ciudadanos ejercer su libertad haciendo colas frente a las farmacias para comprar libremente test de antígenos para ellos y sus familias. Si consiguieron, previo pago, una de las preciadas pruebas y se vieron enfermos de covid, volverán a...
Autor >
Pablo Iglesias
Es doctor por la Complutense, universidad por la que se licenció en Derecho y Ciencias Políticas. En 2013 recibió el premio de periodismo La Lupa. Fue secretario general de Podemos y vicepresidente segundo del Gobierno.
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