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“Las empresas, los gobiernos y los inversores están avanzando hacia una economía de cero emisiones netas. Creemos que la transición climática presenta una oportunidad de inversión histórica”. Esto lo dice un señor que se llama Larry Fink, fundador y CEO de BlackRock, en una publicidad de El País que tienes que fijarte para darte cuenta de que es un anuncio porque te aparece en un formato a primera vista indistinguible del que se aplica a las noticias. ¿Por qué un periódico así de grande se presta a estas cosas? Porque el grupo editorial que publica ese periódico vendió su deuda a BlackRock hace un año y piquito, y ya en 2015 el fondo era titular del 2% del capital del grupo. ¿Qué es un fondo de inversión? Pues yo de esto no entiendo, como de tantas otras cosas, pero por lo que leo a Sancho R. Somalo, que sí que sabe, en un artículo de mayo en El Salto Diario, “Los nuevos amos del mundo”, los fondos de inversión han desplazado a los bancos en ese papel. Y BlackRock es el más gordo de todos. Según este reportaje, si BlackRock fuera una potencia mundial, sería la tercera después de China y EE.UU. atendiendo a su capital. Y es una pena que tenga un nombre tan bonito, sobre todo para mí que me gusta el rock y el color negro. Pero me consuelo pensando que hay otro fondo de estos que se llama Cerberus, como el horripilante perro de tres cabezas de Hades, que se ocupaba de impedir que las personas vivas entraran en el reino de las personas muertas y que estas últimas lo abandonaran, toda una declaración de intenciones.
Entonces nos quejamos porque los grandes bancos participan en los consejos de administración de los grandes grupos empresariales que poseen los medios de comunicación (bueno, nos quejamos un poquito, nada más, y flojito) pero es que estos bancos a su vez están participados en su accionariado por estos fondos de inversión.
¿Entonces la idea de una prensa libre que ayude a la ciudadanía a construirse una opinión crítica contribuyendo así al fortalecimiento de la democracia es una utopía?
Pues, oiga, parece que sí que lo es.
Llevan ya no sé ni cuántos días discutiendo sobre si Garzón dijo esto o aquello cuando lo que dijo está escritito negro sobre blanco en una publicación que solo hay que ir y leerla (y una se pregunta si no será que lo que les molesta es que haya un ministro que no sea del Opus o de El Yunque, y que encima pertenezca al Partido Comunista, hablando de España para medios extranjeros libremente como si fuera un ministro de verdad). Sin embargo, luego el excomisario Villarejo suelta auténticas bombas incendiarias en otra vista oral de su juicio interminable y nadie se hace eco.
Por eso es normal que tendamos a decir que los medios de comunicación se escoran a la derecha. A lo mejor solo es que los intereses de los verdaderos dueños de los medios de comunicación coinciden con los de lo que consideramos derecha.
No me olvido nunca de la panadera de mi barrio que hacía de su mostrador en la calle Rascón un púlpito desde el que llamaba a votar a M. Rajoy esgrimiendo el famélico argumento de que el dinero llama al dinero y que los conservadores están más cerca del capital y que este responderá mejor a la economía patria si los conservadores se instalan en el poder.
Pero todo esto lo cuento para despistar, porque realmente lo que quiero es colocar aquí mi rollo, que en casa no me hacen casito cuando hablo de estas cosas: un cambio radical de tendencia en cuanto a “políticas económicas y sociales” en la Mesopotamia del Bronce Tardío. No soy una experta en el oriente cuneiforme, ni en nada, pero tuve un examen el otro día, así que lo tengo fresquito. Me encantaba la expresión que en muchas tablillas de estas que hacen recuento del reinado de tal o cual rey asirio o babilonio, se suele hacer alusión a que “restableció la justicia en el país”. Era gente rimbombante. Menos los hititas, que iban de otro rollo más escueto, más al lío. “Restablecer la justicia en el país” no era renovar el CGPJ ni nada así, de rojos, sino hacer borrón y cuenta nueva. La propia estructura de la economía y las prácticas tramposillas hacían que muchos campesinos, pequeños propietarios de tierras de dimensiones justitas para ir tirando, se endeudaran y se empobrecieran hasta perder sus terrenos y eventualmente su propia libertad. Esto hacía que se resintiera la recaudación del palacio, porque quienes acaparan muchas tierras no tienen tiempo para estar cultivándolas y todo ese rollo, sino que son más de especular, y la producción caía y había hambrunas, y el pueblo estaba descontento y al final lo que peligraba era la estabilidad del Estado, momento que cualquier amorreo avispado podía aprovechar para meterse hasta la zigurat y montarte un reino nuevo. Entonces se recurría a “restablecer la justicia en el país” mediante edictos que anulaban las deudas contraídas por los más desposeídos y volvían a poner en marcha la economía, los pobres recuperaban su pobreza y los grandes terratenientes no perdían demasiada riqueza tampoco.
Pero esto se fue relajando coincidiendo con una serie de factores del que me gusta mucho uno: la generalización del uso del caballo y del carro en las batallas. Esto trajo aparejada toda una cultura social basada en el maryannu, el joven pijo y con posibles para mantener caballos y carros, que fue consolidando una especie de nobleza rural que posibilitó una complicidad de clase con el palacio y la monarquía. Las últimas veces que se “restableció la justicia en el país” el edicto venía acompañado de montones de excepciones que lo hacían inviable, aparte de que los terratenientes ya habían ido arbitrando contratos “inmunes” a estas disposiciones reales. Y los reyes no se preocupaban tampoco demasiado del alcance de estas excepciones.
Está claro que quien pagaba el pato de este nuevo orden de cosas era la masa trabajadora que se empobrecía cada vez más y que huía de las zonas controladas por el Estado hacia áreas montañosas o desérticas para organizarse en comunidades que practicaban el bandolerismo y asaltaban caravanas.
Empobrecimiento, precariedad, inseguridad, represión, más violencia… Esa fue la espiral que se impuso, el precio del enriquecimiento ilimitado de las élites.
Pero cuento todo este rollo porque me fascina un detalle. En los nuevos tratados que se establecen en este momento entre los reyes (que han desistido de presentarse como figuras justas y benefactoras para proyectarse como héroes guerreros) y sus reyes vasallos se prima la fidelidad frente a cualquier otro valor, y para esa fidelidad se utiliza la misma palabra, kittu, que se usaba para justicia en los tiempos en los que aún se restablecía de tanto en tanto.
A ver si a la palabra libertad le va a estar pasando otro tantito.
“Las empresas, los gobiernos y los inversores están avanzando hacia una economía de cero emisiones netas. Creemos que la transición climática presenta una oportunidad de inversión histórica”. Esto lo dice un señor que se llama Larry Fink, fundador y CEO de BlackRock, en una publicidad de El País que...
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Alicia Ramos
Alicia Ramos (Canarias, 1969) es una cantautora de carácter eminentemente político. Tras Ganas de quemar cosas acaba de editar 'Lumpenprekariat'. Su propuesta es bastante ácida, directa y demoledora, pero la gente lo interpreta como humor y se ríe mucho. Todavía no ha tenido ningún problema con la Audiencia Nacional ni con la Asociación Española de Abogados Cristianos. Todo bien.
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