DIARIO ITINERANTE
El súper juez se defiende
Sergio Moro, el impulsor de la operación ‘Lava Jato’ publica un libro para respaldar su candidatura a la presidencia, a nueve meses de las elecciones. Los sondeos le atribuyen un 10% de votos
Andy Robinson 27/01/2022
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Siguiendo el manual electoral “made in USA”, como ya hizo antes con el manual del Departamento de Justicia, Sergio Moro, el antes llamado súper juez, que encabezó la operación anticorrupción ‘Lava Jato’, acaba de publicar un libro rebosante de convicciones personales para respaldar su candidatura a la presidencia a nueve meses de las elecciones.
Forofo de los tebeos de Spiderman y de Superman, héroes con los que fue comparado en sus mejores momentos de justiciero, Moro –un pez grande en el pequeño charco de Curitiba, la ciudad conservadora y provinciana donde se coordinaba Lava Jato– no es un hombre con obvios problemas de autoestima, tal y como se puede comprobar en su libro.
Se titula Contra el sistema de corrupción y está salpicado de frases rimbombantes como esta: “La operación ‘Lava Jato’ mostró que otro Brasil es posible”. O esta: “La operación ‘Lava Jato’ cambió el juego en Brasil”.
Pero lo cierto es que, tras la anulación por parcialidad política de varios juicios, entre ellos los de Lula, y tras conocerse los indicios de conspiración entre Moro y los fiscales, Lava Jato ya parece un juego sucio más de la siempre politizada justicia brasileña.
En los últimos sondeos publicados, casi el 70% dice que votará bien a Lula o bien a Bolsonaro (20%). El exjuez no llega al 10%
Moro y los intrépidos fiscales –blancos y bien afeitados– que estremecieron al mundo con la ayuda de Transparencia Internacional en Berlín, la facultad de Derecho de Harvard y los esbirros de Jair Bolsonaro, ya no son la fuerza que fueron.
La corrupción será un asunto secundario en las elecciones de 2022, y Moro no puede ser calificado ni siquiera en los medios más afines como un “súper candidato” presidencial. En los últimos sondeos publicados, casi el 70% dice que votará bien a Lula – con más del 45%– o bien a Bolsonaro (20%). El exjuez no llega al 10%. “Moro no tiene la más mínima capacidad de articulación con la mayoría de los votantes, ni con los políticos, ni los empresarios”, resumía un diplomático en Brasilia .
Sumido el país en una profunda crisis económica y sanitaria, las prioridades de la mayoría de los brasileños han cambiado desde 2018. Los años de moralización justiciera, cuando el Congreso brasileño destituyó a Dilma Rousseff y Moro metió a Lula en la cárcel, se alejan. Los años de consenso y de las mejoras económicas y sociales (2003-2011) bajo la presidencia de Lula y del Partido de los Trabajadores (PT) se recuerdan con añoranza.
En su nuevo libro, el exjuez niega que el PT fuese el blanco de la operación ‘Lava Jato’ debido a un sesgo político contra la izquierda. “Nada puede ser más falso que decir que éramos aliados de la derecha brasileña buscando cerrar el paso a la izquierda”, insiste. “Se trataba de sobornos pagados sistemáticamente por directores de empresas constructoras y por Petrobras (la petrolera semipública) a agentes políticos que eran responsables de nombrarlos en sus cargos; quien controlaba esas nominaciones entre 2003 y 2014 era el Gobierno del PT”, explica.
Criticar a ‘Lava Jato’ por centrar su investigación en Lula y el PT sería como criticar a The Washington Post por centrar la investigación del ‘Watergate’ en Nixon y el Partido Republicano –y no en los demócratas– , sostiene Moro. En cualquier caso, destaca que varios políticos conservadores, como Eduardo Cunha, el artífice del impeachment de Dilma Rousseff, y centristas como Sergio Cabrales, el corrupto gobernador de Rio, fueron también encarcelados.
Es un argumento que hay que respetar. Pero Moro jamás ha escondido su convicción de que la raíz de la corrupción en Brasil se esconde en un Estado intervencionista y en el modelo de economía dirigida defendida por el PT.
Moro salió del Gobierno en abril de 2020 tras ser sometido a presiones para proteger a Flavio Bolsonaro, el hijo del presidente involucrado en un caso de corrupción
En un párrafo significativo del libro, Moro explica que, cuando decidió incorporarse al Gobierno de Bolsonaro en 2019 tras serle ofrecido el cargo de superministro de Justicia y Seguridad Interna, confiaba en que Bolsonaro le haría “representante del rule of law (sic), del Estado de derecho, mientras que Paulo Guedes, (financiero multimillonario y actual ministro de Hacienda) representaría la economía liberal; una combinación ideal”. Moro añade que le gustaba comparar ‘Lava Jato’ con las políticas de shock contra la inflación.
Ahí está la ideología subyacente de ‘Lava Jato’. El ultraliberal Guedes –gestor de fondos especulativos de inversión, muy admirado en Wall Street y protagonista esta semana de la cumbre de Davos–, que ofreció la cartera a Moro durante un almuerzo en una churrasquería en 2018, “es una persona muy preparada”, escribe Moro.
Defensores acérrimos del modelo estadounidense, tanto Guedes como Moro son de los que creen que el Estado intervencionista es corrupto ya de por sí y que Wall Street es un ejemplo de transparencia. Por eso, se produjo una caza de brujas contra el Banco de Desarrollo (BNDES) –rival de los grandes bancos de inversión privados– y su presidente, Luciano Coutinho, sin que se haya descubierto ninguna irregularidad en un banco público clave para el éxito económico durante los Gobiernos de Lula. Esta identificación del Estado y la corrupción es algo que comparten muchos supuestos luchadores por la transparencia en Davos y el Banco Mundial.
Guedes, habría que añadir, impulsó un radical programa de privatización de pensiones en Brasil (no fue aprobado por el Congreso) que habría beneficiado a uno de sus fondos y, en estos momentos, está impulsando una nueva ley que permite la entrada de fondos –entre ellos uno de los suyos– en el sector agroindustrial.
Por supuesto, el cambio sísmico en la fortuna del súper juez Moro comenzó con esta decisión de incorporarse al Gobierno de Bolsonaro, bajo presiones de Guedes. Fue una decisión que hizo la vida muy difícil a sus admiradores nacionales e internacionales. A fin de cuentas, Moro era el héroe de la democracia liberal, defensor del Estado de derecho, la cara del futuro para Time y The Economist, y Bolsonaro era un apologista de la tortura de la dictadura y del genocidio en la Amazonia.
La presencia del súper juez en el gobierno parecía dar también la razón a quienes acusaban a Moro de tener una agenda política, pese a aquella declaración, publicada en portada en el diario Estado de São Paulo diciendo aquello de: “¡Jamás entraré en política!”.
Moro se defiende en el libro. “No faltaron argumentos de que yo habría condenado al expresidente Lula para retirarlo de la carrera electoral (…) y que la recompensa fue el ministerio”, escribe Moro . “Tonterías”, prosigue con su característico lenguaje de maestro de colegio. “Acepté el cargo porque sabía que se quería organizar –de forma inminente– un contragolpe a los logros de ‘Lava Jato’ y, siendo ministro, creía que podría actuar para impedirlo”.
Es decir, Moro quiso defender el Estado de derecho cuando se integró en un Gobierno presidido por un exmilitar admirador de la Junta (1964-85), cuyo eslogan electoral fue: “Un bandido muerto es un bandido bueno”; un presidente que elogiaba a torturadores como el general Brilhante Ustra y cuya familia no ocultaba sus simpatías por los grupos paramilitares que extorsionaban y asesinaban en los barrios periféricos de Río de Janeiro.
Según cuenta en el libro, Moro confiaba en que Bolsonaro sería un presidente “moderado de tono (…) y ponderado”. Al cabo de 16 meses, se dio cuenta de que no era así, que, en realidad, el presidente no era trigo limpio. Moro salió del Gobierno en abril de 2020 tras ser sometido a presiones para proteger a Flavio Bolsonaro, el hijo del presidente involucrado en un caso de corrupción relacionada con milicias de ultraderecha en Río de Janeiro, implicadas en el atroz asesinato de la concejal de izquierdas Marielle Franco, en marzo del 2018.
“Mis principios no habían cambiado, los que cambiaron fueron otros”, fanfarronea Moro, como si las actividades siniestras de la familia Bolsonaro hubiesen sido un secreto hasta 2019. Luego añade: “Confieso que participar en un Gobierno cuyo presidente era responsable de declaraciones de este tipo (los elogios al militar Brilhante Ustra, el torturador de Dilma Rousseff) fue controvertido”.
Ni siquiera los grandes diarios nacionales brasileños, defensores de ‘Lava Jato’ en su día, tienen mucha paciencia ya con Moro. “Es un justiciero que colaboró en la corrosión del proceso democrático, y que ahora se anuncia como el restaurador del orden”, ha escrito Reinaldo Acevedo en Folha de São Paulo.
Miriam Leitao, columnista de O Globo, recuerda que Moro declaró su “confianza personal” en el diputado bolsonarista Onyx Lorenzoni, defensor de la agenda legislativa de los fiscales de ‘Lava Jato’, que luego confesó que había financiado su campaña electoral con dinero de la caja B de la multinacional cárnica JBS. Leitao añade que cuando Bolsonaro le dio potestad sobre el reconocimiento de tierras indígenas en la Amazonia, Moro no mostró ningún interés en proteger a los pueblos de la selva ante la depredación de los mineros de oro y de ganaderos ilegales. “Moro no puede ser idealizado; en muchas áreas es una página en blanco”, advierte Leitao.
Quien lea los intercambios de consejos de amiguetes entre Moro y el fiscal jefe difícilmente puede no concluir que Lula estaba condenado antes de ser juzgado
Otra decisión controvertida del exjuez fue entrar, después de abandonar el Gobierno, en el bufete Álvarez & Marsa, que prestaba servicios de asesoramiento a Odebrecht, la constructora brasileña que había sido el foco principal de las investigaciones de ‘Lava Jato’.
Lo más incómodo para los admiradores del juez Moro en Washington o en Berlín fue la filtración al medio The Intercept de miles de mensajes de Telegram enviados por el juez y el equipo de fiscales de ‘Lava Jato’. Quien lea los intercambios de consejos de amiguetes e información privilegiada entre Moro y el fiscal jefe, el fundamentalista evangélico Deltan Dallagnol, todo en lenguaje de complicidad, difícilmente puede no concluir que Lula estaba condenado antes de ser juzgado. El propio Tribunal Supremo anuló finalmente en marzo del año pasado las condenas contra Lula al concluir que Moro había actuado con ”parcialidad”.
Moro hace esfuerzos para defenderse en el libro: “En la tradición jurídica brasileña es normal que un juez converse con procuradores”, escribe. Es una excusa sorprendente para quien presumía de liderar la cruzada contra el viejo y corrupto sistema brasileño. Y todos sus esfuerzos por negar el carácter político de ‘Lava Jato’ caen por su propio peso en un libro escrito con una sola intención: respaldar su asalto a la presidencia.
Siguiendo el manual electoral “made in USA”, como ya hizo antes con el manual del Departamento de Justicia, Sergio Moro, el antes llamado súper juez, que encabezó la operación anticorrupción ‘Lava Jato’, acaba de publicar un libro rebosante de convicciones personales para respaldar su...
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Andy Robinson
Es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador de Ctxt desde su fundación. Además, pertenece al Consejo Editorial de este medio. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)
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