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Es muy difícil explicar a este Atlético de Madrid. Quizá porque también sea muy difícil entenderlo. Seguir al equipo es como zambullirse en un viaje psicodélico en el que la percepción está afectada y donde constantemente ocurren cosas extrañas. Nada es lo que parece. La lógica ha adoptado este año la forma de un concepto fluido y mítico. Nada es como se espera y por eso no se puede saber qué esperar. Y por divertido que pueda parecer, que lo es, el que esto escribe añora los tiempos en los que la realidad era un poco más previsible. Acudir a un partido del Atleti es ahora mismo sumergirse en una locura que no tiene ni pies ni cabeza, en la que uno no sabe cómo va a salir. Y eso, créanme, no es bueno para la salud.
El inicio del encuentro no fue malo para los rojiblancos. Había nervios y cierta precipitación, sí, pero los de Simeone salieron dominando, mejorando en la presión adelantada gracias al trabajo de Correa, Lemar o Cunha, y generando peligro. Por una vez, parecía que las cosas podrían estar tranquilas cuando Luis Suárez fue derribado dentro del área en una jugada en la que el uruguayo hizo todo lo posible por ser derribado. Él mismo, siendo un tipo bastante fiable en esa suerte, se encargó de lanzarlo, pero lo marró, claro. El Atleti de este año es la materialización plástica de esa ley de Murphy que dice que todo lo que puede salir mal, saldrá mal.
O no, porque poco después, en una jugada por la izquierda que acabó con un balón colgado al área que nadie acertó a rematar o despejar, Ángel Correa, el más listo de la clase, apareció en el segundo palo para inaugurar el marcador. Y no mucho después, tampoco, el mismo Correa fue el que metió un gran pase al hueco para Llorente que, desde la derecha, colgó hasta el área y sin que nadie fuera tampoco capaz de rematar o despejar, acabó en los pies de Cunha para volver a marcar. Corría el minuto 26, el Atleti ganaba 2-0 y todo apuntaba a noche plácida.
O no. Cuatro minutos después, en la primera jugada de un Getafe que hasta ese momento no había comparecido, se rompió el partido. Un balón que había llegado al área sin peligro aparente acabó en un remate picudo de Jankto que no coge portería, pero que llega a los pies de Borja Mayoral para que éste acorte distancias. Primera llegada a puerta, primer gol. ¿Les suena? Efectivamente, de nuevo una mezcla de falta de tensión y mala suerte volvió a recordarnos el drama que es este año la defensa rojiblanca. Y eso que Simeone había alineado al recién llegado Reinildo, que viene con la vitola de gran defensa. Hoy por desgracia no fue su mejor puesta en escena. El mozambiqueño no me dejó buenas sensaciones. Más allá de estar despistado en el gol del Getafe, el resto del partido lo pasó entre la inoperancia ofensiva y los errores defensivos.
En otras circunstancias podríamos haber pensado que ese gol visitante no cambiaría nada, pero nadie lo pensó. De hecho, doce minutos después, el Getafe había remontado ya el partido. ¿Cómo? Pues de la forma más absurda posible. Con dos manos ridículas que acabaron en sendos penaltis convertidos. Desde la grada del Metropolitano es difícil ver bien jugadas tan rigurosas. Desde la fidelidad de una repetición en pantalla es difícil ponerlas en duda.
Navegando por esa montaña rusa por la que viajan las emociones del aficionado colchonero, se volvía a caer de nuevo en el derrotismo de lo inesperado. La pesadumbre y el miedo volvió a planear por el graderío, aunque tampoco hubo mucho tiempo para que decantase, porque en algún momento de los siete minutos de descuento que dio el árbitro, Correa volvió a marcar llegando de cabeza al segundo palo.
El Atleti intentó volver al campo en la segunda parte sin el disfraz de profesor chiflado y con un juego menos emparentado con el mecanismo de una tómbola, hasta que apareció un futbolista con apariencia de enajenado y se acabó el plan. Felipe hizo una entrada tan fea, tan a destiempo y tan inapropiada, que poca gente en la grada discutió una expulsión que pareció meridiana. Es difícil saber qué debió pasarle por la cabeza para hacer algo así, pero Felipe ahora mismo se parece mucho a un jugador superado por los acontecimientos. En el plano deportivo, está muy por debajo del nivel mínimamente exigible y sus salidas de tono le están costando puntos a su equipo. Y espérate tú que no empiecen a costar también víctimas.
La imagen de los jugadores del Atleti a partir de ese momento, jugando con diez, era la de un equipo roto, casi entregado, que se movía por inercia, que no transmitía más que desazón y melancolía. El Getafe se puso a dominar el balón con tranquilidad y a jugar en campo contrario. Parecía claro que la media hora que faltaba se haría muy larga para el cuadro rojiblanco y que los azulones tenían todas las de ganar. El estadio lo interpretó también así, porque bajó los decibelios. Pero el Getafe debió entender que el empate no era tan malo y eso le salvó al Atleti. Gracias a ello, y a los cambios de Simeone, los últimos minutos se jugaron en el área de los azulones. Y ahí, otra vez, in extremis, apareció la magia de Hermoso para hacer el cuarto gol de su equipo, ganar el partido y elevar a sus aficionados hasta las nubes.
Al terminar hubo un gesto de la plantilla colchonera que me pareció muy relevante. Los jugadores se reunieron en el centro del campo en una especie de melé improvisada que tenía la pinta de conjura interna. Algo que interpreto como un gesto de rabia y de comunión.
¿Y ahora qué?, se preguntará el lector. Pues sinceramente no lo sé. Está todo tan distorsionado y ocurren tantas cosas extrañas alrededor del equipo, que creo honestamente que no es buen momento para extraer conclusiones contundentes. Ni en positivo, ni en negativo. Esperemos a enganchar una racha continuada, buena o mala, y hablamos entonces. Mientras tanto, partido a partido.
Es muy difícil explicar a este Atlético de Madrid. Quizá porque también sea muy difícil entenderlo. Seguir al equipo es como zambullirse en un viaje psicodélico en el que la percepción está afectada y donde constantemente ocurren cosas extrañas. Nada es lo que parece. La lógica ha adoptado este año la...
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