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La Copa del Rey, el torneo de fútbol más antiguo que se disputa en nuestro país, es una competición preciosa. Es esa en la que se eliminan las categorías, se reducen las trabas y se recurre a la esencia. Es esa en la que el Alcoyano elimina al Real Madrid y la Cultural Leonesa al Atleti. Es esa que coloca en el mapa a poblaciones que tienen pocas oportunidades de aparecer de otra forma. Es esa que, incluso raptada por una institución anquilosada y oscura como la RFEF, consigue que cualquier cosa sea posible.
La Copa del Rey es una competición muy querida por los aficionados al fútbol, sobre todo cuando se llega a las últimas rondas y aparece la posibilidad de ganarla. Sin embargo, es también una competición que se le ha venido dando muy mal al equipo de Simeone. Desde aquel 2013 en el que alzaron un trofeo que puso un punto de inflexión en la historia contemporánea del Atlético de Madrid, las actuaciones de los rojiblancos en el torneo del KO han fluctuado entre la discreción y el desastre. ¿Por qué? Pues es difícil reducirlo a una única causa, pero no creo que andemos mal encaminados si hablamos de falta de interés. En las últimas temporadas los rojiblancos siempre han encarado las primeras rondas de la competición con equipos de circunstancias, plagados de suplentes y jugadores fuera de ritmo. Y sí, ya sé que si atendemos a la nómina y el potencial de los rivales eso debería ser suficiente para derrotar a equipos de nivel muy inferior, pero la realidad es que no parece que sea así. Y ojo, esto no es exclusivo del Atleti. Es raro ver a equipos de primera división pasando las primeras eliminatorias con sobrada solvencia.
Tengo la sensación de que Simeone ha decidido encarar el 2022 desde una perspectiva diferente a la que despidió el 2021 y el inicio de su equipo en la Copa del Rey parece darme la razón. Si en el partido contra el Rayo Vallecano ya vimos ciertos brotes verdes de por dónde parecen ir las tornas, lo de ayer contra el Rayo Majadahonda podría corroborar esa tesis. Supongo que no fue nada personal, no tiene sentido que fuese así tratándose de un club amigo, pero los majariegos se toparon con la peor versión de Atlético de Madrid que se podían encontrar. La buena.
La alineación titular del equipo era ya toda una declaración de intenciones. Jugadores titulares y Oblak de portero. En los últimos años la portería había estado ocupada por el cancerbero reserva. Era algo tradicional y aceptado que casi nadie discutía, pero la realidad es que las últimas desgracias de los colchoneros en la Copa del Rey habían estado asociadas con esa posición concreta. Si no exclusivamente, sí de forma muy evidente. Con todos los respectos por un Lecomte del que poco a nada puedo decir, personalmente agradecí ver a Oblak en la alineación. Y no por falta de confianza en un jugador que desconozco, sino por empatía con el mensaje implícito que llevaba esa decisión.
Lo que vino después creo que corrobora esa misma idea. El Atleti encaró el partido al máximo nivel. Con generosidad en las ayudas, con velocidad, con criterio, con una presión asfixiante, con personalidad, con derroche físico y con un nivel de intensidad impropio de los últimos tiempos. El arma fundamental de los equipos pequeños durante las primeras rondas de la Copa suele ser el de suplir la inferioridad técnica con ganas y empuje físico, pero ayer no fue posible. El Atleti no dio opción alguna. Tampoco creo que les ayudase mucho jugar en un estadio ajeno y repleto de aficionados rivales.
El partido llegó al descanso con un inapelable 0-3 que podría haber sido incluso mayor. Cunha abrió el marcador recogiendo un rechace en posición de claro fuera de juego, pero Lodi primero y Luis Suárez después perforaron la portería para hacer que el error arbitral quedase en anécdota. Simeone presionaba desde la banda como si estuviesen jugando la semifinal de Champions. La cara de los jugadores rojiblancos era de máxima concentración. El Atleti volaba. Ganaba todos los rechaces, encerraba a su rival en cualquier esquina del campo y dominaba el balón como quería. Y sí, no podemos perder de vista el nivel real del equipo que tenía delante, pero eso quizá le da todavía más valor.
En la segunda parte se bajó un poco el ritmo, que no la intensidad. De esa manera los rojiblancos siguieron dominando a placer y desarrollando por momentos un fútbol de esos que tanto gusta a los coleccionistas de nombres. La entrada de Correa, Griezmann y Joao (nada menos) pusieron más magia sobre el césped y asistimos a jugadas de verdadero nivel. El gol del francés tras una combinación impresionante con Correa o el que marcó el portugués mandando el balón a la escuadra después de una cabalgada por la izquierda son buena prueba de ello. La única nota negativa de la noche vino en forma de lesión muscular de Griezmann, que se resintió de una antigua molestia y que tuvo que dejar al equipo con diez.
El 0-5, como resultado, no debe entenderse más allá de un mero trámite. Una obligación, si se quiere. Me parece mucho más interesante interpretar lo que ocurrió en el Metropolitano como una declaración de intenciones de lo que el Atleti pretende ser durante lo que resta de temporada. Si es así, intuyo que nos vamos a divertir.
La Copa del Rey, el torneo de fútbol más antiguo que se disputa en nuestro país, es una competición preciosa. Es esa en la que se eliminan las categorías, se reducen las trabas y se recurre a la esencia. Es esa en la que el Alcoyano elimina al Real Madrid y la Cultural Leonesa al Atleti. Es esa que...
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