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—Hola, Marx, hablemos de lo prometido en nuestro último encuentro: de la visita emocionada de la vicepresidenta y ministra del Trabajo al papa Francisco. Dado que tú enunciaste aquello de que la religión es el opio del pueblo, te pregunto: ¿se nos ha drogado la ministra?
—¡Ay, Menos!, ¡qué poco marxista me estás resultando! Yo escribí eso, en efecto, pero ya deberías haber asumido que una palabra, una frase o una consigna no son nada si no tienes en cuenta el contexto ideológico y político en que su aparición tuvo lugar. Eran tiempos de lucha entre hegelianos y neohegelianos, y la frase, en realidad, respondía a un planteamiento, polémico por aquel entonces, sobre la alienación de la esencia humana, un problema sin duda más abstracto que concreto.
Lo que hay que analizar son las causas que permiten al capitalismo seguir monopolizando la producción de esos sueños colectivos de felicidad y liberación
—Pero más allá de aquel momento ¿sigue siendo o no sigue siendo la religión algo que contribuye a la perdida del sentido de la realidad?
—Sí, la religión sigue siendo una falacia al servicio del poder. Es uno más de esos medios de producción de sueños que el capitalismo fomenta. Un sueño que funciona como aparato ideológico con efectos directos e indirectos sobre los imaginarios colectivos e individuales. Como la lotería, el fútbol o la fe en la meritocracia y la igualdad de oportunidades.
—Sueños que por tanto habría que denunciar más que legitimar.
—Pero sin caer en la falacia de confundir lo político con lo moral. Cuando hablas de denunciar te sale un tonillo de indignación bastante cristiano. Lo que hay que denunciar, y sobre todo analizar, son las causas que le permiten al capitalismo, hoy, aquí y ahora, seguir monopolizando la producción de esos sueños colectivos de felicidad y liberación. Parece que a la izquierda le cuesta aceptar que vivimos tiempos de fuerte derrota ideológica y que el sueño de la revolución no solo ha desaparecido sino que el capital y sus portavoces han logrado venderlo como pesadilla. No se trata de legitimar ningún sueño alienante, pero a veces, y para cambiar los horizontes y las subjetividades del común, hasta pactar con el diablo puede resultar conveniente.
—¿Lo dices por el Papa o por Garamendi, el presidente de la patronal?
—Evidentemente, aunque Iglesia y Patronal responden a jerarquías de poder diferentes. La relación entre cristianos y comunistas viene de lejos. Mi amigo Engels, en Las guerras de los campesinos en Alemania, publicado dos años después de las derrotas del 48, puso de relieve las posibles aspiraciones subversivas del cristianismo, que en determinadas circunstancias podrían utilizarse al servicio de los movimientos revolucionarios. Ese excedente utópico latente del que hablaría más tarde Ernst Bloch desde su paradójico ateísmo religioso.
—No me líes, Marx, no me líes, ¿cómo aliarse con quienes comparten una visión del mundo en la que el trabajo es un castigo divino, un fruto del pecado original del que los hombres y mujeres solo se liberarán en el más allá?
—Sin duda esa una frontera que marca dos espacios ideológicos y culturales difíciles de conciliar. Difícil, en efecto, parece querer integrar visiones del mundo que nacen de tan distintas raíces. Si el capitalismo encuentra su fundamento en el contrato mercantil y el cristianismo tiene en el concepto de gracia, en cuanto don divino arbitrariamente concedido, la piedra clave de su filosofía, es en la inteligencia, es decir, en la capacidad para salvar obstáculos donde el comunismo apoya su voluntad de transformar el mundo.
—Pues entonces, ¿para qué buscar esas alianzas?
—A veces para tratar de responder a una pregunta es necesario hacerse otra: ¿Por qué crees que al papa Francisco le interesó reunirse con la comunista Yolanda Díaz?
—Por lo de siempre: la Iglesia, como buena heredera de los fariseos, siempre ha jugado a presentarse como defensora de los pobres y oprimidos, a fin precisamente de que estos sigan consumiendo el opio que les ofrecen.
¿Ese encuentro entre Francisco y Yolanda no supone desde el punto de vista mediático el encuentro entre dos proyectos en vía de extinción necesitados de aires nuevos?
—Bien, pero olvidémonos por una vez de “lo de siempre” y prestemos más atención a las diferencias, que precisamente por serlo vehiculan la mayor carga de significación. ¿Algún papa había recibido alguna vez a un ministro comunista? ¿Qué necesidad es la que mueve a la Iglesia para aceptar ese encuentro? El paraíso cristiano como destino final ¿goza acaso de mejor salud que el llamado paraíso comunista? ¿Ese encuentro entre Francisco y Yolanda no supone desde el punto de vista mediático pero también cultural el encuentro entre dos proyectos en vía de extinción necesitados de aires nuevos si quieren seguir respirando?
—Sí, quizá el Papa Francisco, al que al fin y al cabo sostienen los aires de Latinoamérica, esté necesitado de aggiornamiento, pero ¿a cuento de qué buscar en él apoyo para la reforma laboral? ¿O es que la ministra busca en los católicos las transversalidades que su proyecto de Frente Amplio parece reclamar?
—Pudiera ser. Los gobiernos de izquierdas se mueven siempre entre lo posible y lo imposible. Cuanto más inclinan hacia lo posible, más socialdemócratas; cuanto más hacia lo imposible, más revolucionarios. Y la reforma laboral es un claro ejemplo de la dificultad de moverse entre ambos perfiles.
—Difícil tiene la aprobación en el Congreso.
—La vicepresidenta forma parte de un Gobierno con límites claramente reformistas, por no hablar de la espada de Damocles que Bruselas saca a relucir cuando le conviene. Y han buscado apoyos para sacarla reforma adelante con todas las bendiciones que les hayan parecido necesarias.
—Ni siquiera parece contar con el respaldo de ERC, PNV, Bildu o el BNG.
—Quizá porque ellos también son ateos religiosos y están obligados a dar al César lo que es del César y a los sindicatos nacionalistas lo que es del nacionalismo sindical.
—¿Y si al final tiene que pactar con Ciudadanos? ¿Otro diablo más?
—Sería una mala señal de algo que a mi entender es la clave desde la que habría que valorar cualquier intento de alianza o transversalidad que los comunistas intenten: la necesidad de no convertirse en compañeros de viaje de la socialdemocracia. Cabe por ejemplo recordar que en física la presencia de muchas fuerzas no garantiza que el factor fuerza resultante sea mayor. Las alianzas transversales son útiles cuando eres una fuerza emergente que arrastra movimientos sociales y transversalidades en una misma dirección.
— ¿Y eso cómo se come?
—Sabiendo que el menú se juega en la calle y no en los pasillos del Parlamento.
—Largo me lo fías.
—Todo tiene su momento. Y más allá o más acá de su articulado concreto, algo se ha movido en el mundo del trabajo. Acaso haya que valorar de la reforma su capacidad para agitar las aguas sindicales y su claro propósito de sacar a los trabajadores de la rutina de la derrota. La Historia tiene su propio peso y no siempre nos es favorable. Eppur si muove.
—Optimista te veo.
—Bueno, el pesimismo siempre me ha parecido un fatalismo confortable.
—Hola, Marx, hablemos de lo prometido en nuestro último encuentro: de la visita emocionada de la vicepresidenta y ministra del Trabajo al papa Francisco. Dado que tú enunciaste aquello de que la religión es el opio del pueblo, te pregunto: ¿se nos ha drogado la ministra?
—¡Ay,...
Autor >
Constantino Bértolo
(Navia de Suarna, 1946) ha sido editor de Debate y de Caballo de Troya y ha ejercido como crítico y agitador cultural en diferentes medios. Es autor, entre otros libros, de 'La cena de los notables' (Periférica) y de '¿Quiénes somos? 55 libros de literatura del siglo XX' (Periférica). Ha publicado sendas antologías de Karl Marx ('Llamando a las puertas de la revolución', Debolsillo) y de Lenin ('El revolucionario que sabía demasiado', Catarata). Es militante del Partido Comunista de España.
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