niñering
La hermosa y absurda trampa de la nostalgia
Lo único que añoramos es una vida que nos parecía más fácil, una vida en la que todavía no faltaba nadie, ni parecía que algún día fuesen a faltar
Adriana T. 13/02/2022
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Qué ciega, irracional, caprichosa e inevitable es la nostalgia. Qué hermosa y absurda trampa. Algunos días me ataca duro, y ya he aprendido que es mejor dejarla ser, no resistirse, fluir con ella y ver hasta dónde te lleva. Cuántas tardes, cuando el sol ya declina tras los cristales del ventanal, me descubro intentando retener en mi memoria con gestos inútiles los jirones inaprensibles de mi propia niñez. Nunca sé muy bien por qué lo hago.
Pierdo el tiempo con idioteces. Acecho como una pirada los pisos que se ponen a la venta en internet, regocijándome cuando hallo fotos de alguno que se encuentre en el mismo bloque de edificios de VPO en el que pasé mi infancia, como si en la familiaridad de la distribución y tamaño de las habitaciones, o en los azulejos horteras y ochenteros del baño que aún puedo evocar, pudiera arañarle unos instantes al pasado.
Paseo por mi antiguo barrio de vez en cuando. Busco retazos, recuerdos perdidos entre los viejos negocios que aún quedan en pie y los rincones en los que nadie se fija, pero de los que yo guardo cientos de historias. Aquí veníamos siempre a comprar chucherías, allá tuve una pelea con aquella niña que me caía fatal y nos tiramos de los pelos, a esa iglesia entré por primera y última vez para asistir al funeral de la madre de un amigo, porque yo no hacía catequesis. En esa tienda me compraron un anorak que odiaba, y a esa otra vine de extranjis recién entrada en la adolescencia para que me hicieran una larga fila de agujeros en los lóbulos. Me toco las orejas: todos los piercing cicatrizaron hace mucho, cuando decidí que me molestaban los pendientes enganchándose de continuo en los jerseys, pero aún puedo palpar el minúsculo cráter que dejaron las perforaciones en la carne dúctil y blandita. Me gusta que estén ahí, aunque apenas se vean.
Modificaron, no hace mucho, la fachada del bloque de pisos en el que vivieron mis abuelos, revistiéndola con una de esas envolventes térmicas subvencionadas. Suspiré de pena. Los actuales vecinos soportan ahora menos rigores en la factura de la calefacción, qué duda cabe, pero yo no puedo imaginarme a mi abuelo sonriéndome tras el bigote desde ese estúpido balcón que ya no reconozco
Compruebo cada cierto tiempo que mi escuela de primaria sigue en su sitio. Es importante. La contemplo. Superpongo la imagen mental que aún guardo del patio de mi colegio, aquel patio que se me antojaba inmenso, territorio vasto y magnífico que nos pertenecía y que teníamos permitido explorar de un confín a otro. Lo comparo con la imagen real que ofrece ahora. Es un espacio alegre, coqueto y cuidado, pero modesto. Las cosas se van volviendo pequeñas y hasta anodinas conforme creces. Bueno, como si no lo supiéramos.
Pienso a veces en las maestras de las que no he vuelto a saber nada. Me pregunto si estarán bien, dónde y cómo vivirán, si me recordarán aunque sea fugazmente, como yo las recuerdo a ellas. Sé que a algunas no las reconocería si las viese ahora por la calle, porque la niñez es complaciente y generosa, y pasa por alto las arrugas, los lunares en la cara, el color de los ojos, las asimetrías, los peinados poco favorecedores, los días malos. No recuerdo bien sus caras, pero no he olvidado el cariño que sentía por ellas, la ternura que me inundaba en su presencia.
Me pregunto –cómo no iba a hacerlo– si los niños que cuido me recordarán así algún día. Si yo formaré parte de sus arrebatos de nostalgia irracional. Si este presente tan zafio y prosaico que a mí sólo me inspira desdén, será para ellos un tesoro de valor incalculable en el futuro. Si mi recuerdo –frágil, confuso, con los bordes mal delimitados, benévolo en cualquier caso, inmerecidamente generoso– les hará sonreír algún día, cuando ya sean muy grandes, y preguntar por mí a sus padres, o si quizá me buscarán inútilmente en las redes sociales como yo busco a mis viejas maestras, sin ánimo de cotillear, esperando tan sólo encontrar una foto o un comentario de ellas que me conecte con esas memorias escurridizas y volátiles de la infancia.
La nostalgia es una idiotez. Lo único que añoramos es una vida que nos parecía más fácil, una vida en la que todavía no faltaba nadie, ni parecía que algún día fuesen a faltar. Lo que busco –buscamos – al volver a pasear por el pueblo, por el antiguo barrio, vigilando la escuela y a la maestra que fueron testigos de nuestras primeras letras garabateadas, es traer de vuelta esa apacibilidad consustancial a una buena infancia. El sentimiento de protección y seguridad, el desconocimiento feliz de todas esas cabronadas que alberga el mundo. Añoramos la época en la que no teníamos que medir nuestras fuerzas cada día, en la que el pasado no existía y el futuro se antojaba irrelevante, en la que contemplábamos el mundo a través de la idealización y la benevolencia de la niñez. Si lo piensas un momento, es un auténtico privilegio poder sentir nostalgia. Ninguna de esas cosas que añoramos existieron realmente, no al menos de la manera en la que las recordamos, tamizadas por el hechizo y la ingenuidad que la corta edad le imprime a todo.
Qué ciega, irracional, caprichosa e inevitable es la nostalgia. Qué hermosa y absurda trampa. Algunos días me ataca duro, y ya he aprendido que es mejor dejarla ser, no resistirse, fluir con ella y ver hasta dónde te lleva. Cuántas tardes, cuando el sol ya declina tras los cristales del ventanal, me...
Autora >
Adriana T.
Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí