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“Mientras trabajaba en este libro, un bibliotecario de la Schaffer Library de Nueva York encontró, dentro de un almanaque del año 1793, un sobre con un mechón de cabello de color gris plateado que resultó ser de George Washington; se descubrió una novela de Walt Whitman desconocida hasta la fecha y apareció el álbum perdido del saxofonista de jazz John Coltrane, Both Directions At Once; un estudiante en prácticas de diecinueve años halló cientos de dibujos de Piranesi en el Gabinete de Grabados de la Galería Nacional de Arte de Karlsruhe; se descifraron dos páginas del diario de Ana Frank ocultas bajo un pliego de papel marrón que se había adherido sobre ellas; se identificó el alfabeto más antiguo del mundo, tallado sobre una losa de piedra hace tres mil ochocientos años…”. Así comienza Inventario de algunas cosas perdidas (Acantilado), escrito por la historiadora y ensayista Judith Schalansky (Greifswald, Alemania, 1980), un libro que recala en algunas pérdidas terribles de las que hay constancia de que alguna vez existieron: un cuadro de Friedrich, una película de Murnau, el tigre del Caspio, la obra de Safo…
¿Qué tienen las ruinas que, a pesar de su proximidad a la destrucción –o a la muerte, como un cadáver–, conservan una dignidad y un misterio que no dejan de fascinarnos?
Crecí en una ciudad, Greifswald, que se rindió sin luchar al final de la guerra, pero cuyos viejos edificios en el centro de la ciudad fueron abandonados gratuitamente a la decadencia durante los cuarenta años de régimen de la RDA, mientras que en las afueras, como en tantos otros lugares, se construyeron nuevos barrios sin rostro. Cuando era una colegiala, a menudo deambulaba por los edificios abandonados del centro de la ciudad, amando el olor a humedad, mirando los rastros de la gente que ya no vivía aquí. Eran espacios heridos, abandonados y abiertos, que parecían extrañamente vivos precisamente por su evidente carácter fracturado. En el lenguaje común, todo lo construido en piedra se considera imperecedero, aunque la verdad es que los edificios son tan mortales como nosotros. Pero lo que hace que las ruinas sean atractivas es su carácter incompleto, exigen imaginación e interpretación. Nos estimulan, requieren de nuestra participación, nos seducen para que nos apoderemos de ellas no sólo con la mente, que las habitemos, y plantean la cuestión existencial de qué quedará de nosotros mismos algún día. También son espacios sin dominio, por lo que a menudo se utilizan para la ocupación, tantas veces unida a la reparación. Sin olvidar que numerosas ruinas de edificios, además de síntomas de fracaso, de crisis, lo son de arrogancia humana. A menudo, se resienten con el paso de los años, volviendo a formar parte de la naturaleza. En realidad, deberíamos construir solo ruinas, edificios modulares que no permitan un solo uso, sino posibles usos futuros, que tengan en cuenta que el material que quede de ellos pueda reutilizarse para otra cosa sin que haya de ser eliminado costosamente.
Los edificios pueden muy bien tener algo así como una vida después de la muerte, vivir como una herida, como un dolor fantasma
¿Hasta qué punto, por ejemplo, el palacio de Cnosos o Villa Sacchetti siguen siendo el palacio de Cnosos o la Villa Sacchetti que eran?
No he visitado el parque en el que se encontraba la Villa Sacchetti, pese a que la describo en mi libro, ni las ruinas del palacio de Cnosos, pero ambos edificios han inspirado la historia del arte, se han detallado y evocado en cientos de escritos y en otros medios, como litografías o grabados. Los edificios pueden muy bien tener algo así como una vida después de la muerte, vivir como una herida, como un dolor fantasma. No es casualidad que los fantasmas se asocien a menudo con los edificios antiguos. Sirven de mediadores entre los tiempos, portadores de mensajes misteriosos.
¿Es un don o una maldición que “todo objeto esté destinado a convertirse en basura”?
Lo que es basura es una convención, un punto de vista. Mi padrastro solía recorrer el vertedero con mi hermano y conmigo y descubría verdaderos tesoros: un oso de peluche, un neumático intacto, tornillos… El compost produce humus y alimenta de nuevo el ciclo natural, pero quien visita hoy un vertedero experimenta una imagen de horror, se asoma al abismo de nuestra inmoderada sociedad del despilfarro. La basura no miente. Proporciona información inconfundible sobre nuestros hábitos y durará como capa geológica mucho más tiempo del que nos gustaría. ¿Será la fuente de energía del futuro como lo ha sido para nosotros la energía fosilizada del petróleo, origen de la producción de plástico? Me atrevo a dudarlo.
Si las ruinas desaparecieran, ¿sería posible cambiar el pasado de las culturas?
Cambiar el pasado es una característica de la cultura. Aunque el pasado es un espacio inaccesible, no es un espacio muerto porque sigue vivo en las historias que contamos sobre él. Se pueden hacer descubrimientos constantemente, encontrar nuevas conexiones, distintos antecedentes y ancestros.
¿Hay ruinas que puedan igualar la belleza de los restos griegos y romanos?
Por supuesto, piensa en el sitio jemer de Angkor Wat, la ciudad inca de Machu Picchu o los templos mayas de Yucatán. Pero no tiene por qué ser tan antiguo ni tan grande. La ruina que probablemente más me ha impresionado es la de un antiguo monasterio a las afueras de mi ciudad. Realmente sólo quedan unos pocos arcos góticos de ladrillo. El pintor romántico Caspar David Friedrich la pintó varias veces, por lo que sigo encontrando la ruina en las colecciones de pintura de varios museos. Como edificio completamente conservado, carecería de interés alguno.
Si, según las leyes de la naturaleza, es sólo cuestión de tiempo que todo desaparezca, ¿desaparecerá también el hombre?
Sin duda. Las criaturas complejas como nosotros son más propensas a la extinción que las más simples, como las medusas. Hay diferentes opiniones sobre qué especie asumirá nuestro papel dominante en el mundo. Las ratas, tan oportunistas como nosotros, son buenas candidatas. Más bien espero que sean los hongos los que formen un tercer imperio más allá de los animales y las plantas. Además, los hongos son descomponedores, en cierto sentido se alimentan de los desechos de otros organismos y pueden incluso prosperar en condiciones hostiles y en paisajes heridos. No es la peor de las condiciones.
Algunas experiencias son tan dolorosas que los monumentos asociados a ellas tuvieron que ser destruidos para dar paso a una nueva era
De todo lo que se ha perdido a lo largo de la historia, ¿qué pérdida cree que es buena?
No creo que haya pérdida buena. Aunque sería adecuado que debatamos más sobre qué conmemoran realmente los nombres de nuestras calles o los cientos de “señores de piedra” que jalonan nuestras ciudades, y acordemos si merecen estar donde están. Algunas experiencias son tan dolorosas que los monumentos asociados a ellas tuvieron que ser destruidos para dar paso a una nueva era. La Revolución Francesa sería tan impensable sin la iconoclasia como el protestantismo. A veces es atractivo destruir los recuerdos. Cualquiera que haya experimentado una separación dolorosa conoce la sensación de querer encender un pequeño fuego para que devore.
De las pérdidas que menciona en su libro, la de Safo es quizá la más sorprendente, porque pese a conservarse fragmentos sueltos e inconexos, su proyección a lo largo de los siglos aumenta... ¿Por qué hay pérdidas que nos acompañan más que otras?
Safo es una figura de la historia, pero el periodo de su nacimiento, alrededor del año 630 a.C., está casi en el espacio mítico. En la isla donde vivía, el dinero acababa de ser introducido. Es un mundo inconcebible, de lo lejos que queda del nuestro. Sin embargo, el sentimiento que relata Safo es uno que todos conocemos: el poder de Eros, la sensación de ser atacado como por un reptil, de ser un roble desarraigado por una tormenta. En qué contexto se escribieron estas líneas, si en algún tipo de internado femenino o en una comunidad de hetairas, nunca lo sabremos, pero siempre surgen teorías. Safo representa aquello que nos resultará familiar mientras exista el ser humano: la sensación de enamorarse, dulce y amarga al tiempo.
“Cuando un ángel habla, debes escucharle”. ¿Cómo reconocerlo?
Ja, ja, ja. Los ángeles no me hablan, por desgracia. Pero lo mágico puede acechar en cualquier parte, en una nota del periódico, en un destello sobrenatural de luz del sol, en una frase que alguien extraño nos dice. Se trata del momento en que tomamos conciencia de algo realmente importante y decisivo.
“Mientras trabajaba en este libro, un bibliotecario de la Schaffer Library de Nueva York encontró, dentro de un almanaque del año 1793, un sobre con un mechón de cabello de color gris plateado que resultó ser de George Washington; se descubrió una novela de Walt Whitman desconocida hasta la fecha y apareció el...
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