En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Tuve hace años un profesor de filosofía que decía que uno puede aprender todo de los libros excepto a tener carisma y personalidad. Que eso se tiene o no se tiene. Si el Atlético de Madrid ha sido algo en esta última década, creo que es precisamente un equipo con carisma y con personalidad. Una muy concreta, es cierto, pero precisamente por eso, por salirse de los cánones estandarizados que impone el rodillo mediático (recuerden que siempre es más fácil dirigir un monopolio que un sistema libre), resultó ser la que enamoró a los aficionados del Atleti (y no a otros, lógicamente). Era la nuestra. Y no se trataba de una cuestión de jugar mal, de enfrentarse a la estética o de mantener la posesión del balón entre unos valores concretos acotados. No, se trataba de competir. De dar la cara sin miedo a exponerse. De no arrugarse. De evitar los complejos. De no sentirse menos que nadie. De situar a la colectividad por encima de las individualidades. De creer que la solidaridad es más fuerte que el polvo de estrellas. Se trataba de ganar, pero también de reconocer el esfuerzo. De ser conscientes de que el error es parte intrínseca de la vida. Se trataba de llenarse con lo que se es y no con lo que podría ser. De entender que la felicidad se encuentra sobre todo en el camino. Se trataba de quererse a uno mismo.
El Atlético de Madrid, por alguna razón, se había olvidado de todo esto. Mareado seguramente por los cantos de sirena de un país extranjero al que nunca le hemos importado y del que nunca hemos recibido nada bueno, se había convencido de que quizá lo interesante era parecerse a los demás. Ser como todos. Jugar con sus reglas. Utilizar sus herramientas de medir. Hablar ese idioma mediocre y áspero que se utiliza en las lonjas del espectáculo. Por el camino, el Atleti dejó de ser el Atleti para convertirse en… otro más.
Afortunadamente eso ya no es así y ese lugar que, con algo de petulancia, denominan el Teatro de los Sueños ha servido para certificar que lo mejor que puede hacer el equipo de Simeone es seguir siendo el equipo de Simeone. Que se puede evolucionar, pero que nunca, jamás, se puede abandonar la esencia. Renunciar a las raíces es el primer paso para vivir en la vulgaridad.
El Atleti acaba de ganar en Old Trafford al Manchester United de Cristiano Ronaldo, Pogba, Cavani o Rashford y resulta que, otra vez, vuelve a estar entre los ocho mejores equipos de Europa. Otra vez. Se dice pronto. Lo ha hecho además siendo mejor que su rival en los dos partidos de la eliminatoria y dejando la sensación de que si el equipo es capaz de sumar algunas características más a lo que vuelve a ser un equipo compacto y granítico, tendremos muchas más noches de gloria.
Alguien dijo una vez que las finales no se juegan, sino que se ganan. Lo de Manchester era una final y así la encaró el cuadro colchonero. Con la intensidad que nunca debió abandonar ese escudo y con la personalidad de las grandes ocasiones. El 5-3-2 inicial, con João Félix y Griezmann arriba, dejó algunas dudas en los primeros minutos. Los ingleses superaban fácilmente el centro del campo rojiblanco y desviaban esa superioridad a las bandas, que era por donde conseguían llegar al área. En ese escenario apareció seguramente la mejor jugada de los británicos en todo el partido. Un remate de Elanga que sacó Oblak con la cara en la misma línea de gol. Todo hacía indicar que viviríamos otra noche de agonía con un equipo rival volcado y una defensa a la que se le exigiría poco menos que rozar el milagro, pero no fue así. No hizo falta. Simeone cambió el sistema colocando a Griezmann en un centro del campo con cuatro futbolistas y se acabó el partido para los ingleses. El francés, derrochando coraje y corazón, volvió a demostrar no sólo lo gran futbolista que es, sino su capacidad de compromiso con el equipo. Algo fundamental para alguien que quiera vestir estos colores durante muchos años.
Controlado el ataque mancuniano, el Atleti comenzó a sentirse cómodo en el campo y a enlazar transiciones. No muchas, pero sí buenas. Primero llegó un disparo de De Paul que sacó De Gea de la escuadra. Después llegó un golazo de João Félix (otro buen partido del portugués) tras una jugada magistral por la banda derecha que el árbitro anuló por un ajustado fuera de juego previo de Llorente, que había recibido un pase excelente de Koke. Los rojiblancos estaban siendo claramente mejores. Con un De Paul renacido y un Koke intentando brillar en esa zona del campo en la que sabe brillar, daba la sensación de que cada vez que el equipo conseguía dar salida al balón había peligro. Y no era una sensación. Era una certeza. Pocos minutos después, en otra buena jugada por la derecha en la que João habilitó a Griezmann de tacón y el francés colgó el balón al palo cambiado (¡con su pierna derecha!), Lodi cabeceó a la red. Otro gran partido del brasileño, por cierto. Otro invento de Simeone que acaba bien.
Y la noche de Manchester, que ya era preciosa, se hizo todavía más preciosa.
La segunda parte fue sobre todo un ejercicio de control por parte de los colchoneros, a los que solamente se les puede poner como pero el no haber gestionado el balón con un poco más de criterio. Mi sensación es que con algo más de temple, con algo más de confianza en su fútbol, el Atleti hubiese podido enganchar tres o cuatro jugadas con altas probabilidades de servir para sentenciar el partido. No fue así y hubo que asistir a un par de paradas made in Oblak (otro que aprovechó el viaje a Manchester para volver por sus fueros). Creo, no obstante, que la sensación de angustia que tuvimos estaba más en la cabeza de los aficionados rojiblancos que en el propio césped. Unos aficionados rojiblancos, por cierto, que ocuparon a miles las gradas de Old Trafford y que se hicieron notar desde el primer minuto hasta el último.
Con el pitido final se desató la alegría. Una alegría que hay que disfrutar sin complejos ni ataduras, por mucho que siempre existan cenizos capaces de ver el garbanzo negro. Sí, porque esa alegría es precisamente lo que nos hace diferentes. Cualquiera es capaz de reconocer la belleza canónica en otra persona, pero no todo el mundo es capaz de enamorarse de ella. Es más, en cuestiones del corazón, cuando entran en juego los sentimientos, los conceptos de atracción, belleza o amor se retuercen de una forma muy difícil de categorizar. Y menos mal, porque eso es lo que nos hace especiales. Muchas veces es precisamente eso que se sale de los cánones lo que hace que tu corazón se ponga a funcionar de forma desatada. Esa nariz ligeramente torcida, esa personalidad volcánica, esa forma de vestir tan carismática, esa mirada triste… Siempre habrá un vecino acomplejado que se queje de lo que a ti te gusta y que te diga que no entiende tu felicidad, pero ¿qué nos importa a nosotros el vecino?
Tuve hace años un profesor de filosofía que decía que uno puede aprender todo de los libros excepto a tener carisma y personalidad. Que eso se tiene o no se tiene. Si el Atlético de Madrid ha sido algo en esta última década, creo que es precisamente un equipo con carisma y con personalidad. Una muy...
Autor >
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí