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Decía San Agustín que necesitas dar lo que tienes para merecer recibir lo que te falta. Mi sensación es que el Atleti, efectivamente, está dando lo que tiene, pero que nunca termina de llegar a lo que le falta. Cuando no es un segundo punta, es un lateral derecho. Cuando no es un central es un mediocentro. La temporada está siendo una sucesión de calamidades para los rojiblancos. No hay partido, fecha o competición que no se encare con una mochila imprevista o algún hándicap que condicione el presente. Lesiones, ausencias, huidas, sanciones, deudas… No hay un partido en el que podamos decir que se sale con todo. El equipo de Simeone se ha acostumbrado a hacer de la necesidad virtud. A bailar en el filo del alambre y a sacar petróleo en zona yerma. Y es una suerte, pero me da miedo de que, sin querer, se haya transformado en una forma de vida. Que el equipo no sea capaz de brillar de otra forma.
Los goles tempraneros suelen ser una bendición para el equipo que los marca. Normalmente sirven para calmar los ánimos, relajar la ansiedad y ceder al rival la presión de tener que hacer algo diferente. Y así debería haber sido para el Atleti, pero no lo fue. Apenas se llevaban unos segundos de partido cuando la presión de João Félix –quién nos lo iba a decir– provocó un error infantil de Ledesma, portero del Cádiz, que el luso resolvió con el genio que tiene dentro. En lugar de abrir el balón al centro del área para generar una ocasión lo lanzó al primer palo para meterlo en la red.
Todo apuntaba muy bien para el Atleti, pero el partido no se pudo poner peor a partir de ahí. De forma incomprensible, el equipo de Simeone adoptó ese modo inane que ya conocemos y se marcó una de las peores primeras partes del curso. Y tiene mérito, teniendo en cuenta las primeras partes que hemos visto. Con una actitud mediocre, descolocado, renunciando a sacar el balón jugado, nervioso, incapaz de adelantar la presión, incapaz de robar un balón e incapaz de dar dos pases. Y sí, el fútbol es un deporte de equipo, pero para mí el gran problema no estaba en el colectivo, sino en una zona muy concreta: en ese centro del campo que no funciona. Un centro del campo muy por debajo del nivel al que parece aspirar el equipo. El triplete Herrera/De Paul/Koke, especialmente los dos últimos, aportó una mediocridad con aroma a fútbol caducado que contagiaba al resto de la plantilla. No funcionaba ni atacando, ni defendiendo. El Atleti jugaba con la velocidad de una siesta de verano y la precisión de alguien que estuviese pasando por los efectos de una intoxicación etílica.
Y claro, ocurrió lo que no era difícil de imaginar. El Atleti tenía enfrente un Cádiz más que aseado con el balón, mucho más generoso en la intensidad y que sin duda tenía más ganas de jugar al fútbol que su rival. A punto estuvo incluso de quedarse con uno más en el campo, después de que Reinildo hiciese una de esas entradas suyas, tan peligrosas como absurdas, que afortunadamente el VAR desestimó cuando comprobó que no había existido contacto. Los gaditanos avisaban tanto, que al final, lógicamente, acabaron recibiendo su premio: un balón colgado al área que Negredo envió entre los tres palos. Empate a uno y sensaciones horribles al descanso.
Simeone trató de arreglar el entuerto retirando a Koke del campo y simplemente con eso la cosa mejoró. El Atleti salió con la intención de tener el balón y al menos fue capaz de disputárselo a su rival, cosa que no había hecho hasta entonces. La pelea empezó a ser más igualada, pero la destrucción superaba a la construcción y nada desembocó en alguna jugada reseñable. El balón llegaba mejor a la zona medular colchonera, pero Alcaraz y San Emeterio, el doble pivote gaditano, se bastaban para destruir cualquier conato de jugada. No recuerdo la última vez en la que los mediocentros del equipo rival no me han parecido mejores que los del Atleti.
Pero si hay una cosa que conserva el equipo y que lo hace diferente es su capacidad ofensiva. La única jugada trenzada del partido, porque seguramente fue la única, acabó en gol. Cierta elaboración desde atrás, jugada en banda derecha entre Correa y Llorente, balón al área, descarga de Luis Suárez, remate de Correa que despeja Ledesma y De Paul llega desde segunda línea para recoger el rechace. El Atleti volvía a estar por encima en el marcador.
Y desde ahí hasta al final, la nada. O el horror, que es peor. Los rojiblancos, cogidos físicamente con alfileres, con Giménez y Lodi tocados, sintieron el vértigo de los puntos y cerraron filas en torno a su portería. El partido se espesó, aunque nada particularmente significativo de haber tenido otro árbitro. Desgraciadamente, un viejo conocido, González Fuertes, decidió ser protagonista de un partido en el que no lo era. Faltas absurdas, manos, incoherencia, soberbia… el coctel habitual, al que se le sumó una expulsión injusta, que además fue sumamente cobarde. Una entrada del canterano Serrano, que acaba de entrar, acabó en roja directa por el capricho del trencilla.
Los últimos minutos de agonía no modificaron el resultado, pero sí el ánimo de una grada que se desgañitaba y a la que le va costar conservar la salud si el resto de la temporada va a requerir el mismo nivel de entrega.
Es la cuarta victoria consecutiva del Atleti. Hacía siglos que no ocurría algo parecido, así que habrá que quedarse con eso. El equipo está donde está y tiene lo que tiene, pero en algún momento habrá que parar, beber un vaso de agua y reflexionar sobre lo que está ocurriendo. El Atleti, como concepto y como institución, no puede estar permanentemente viviendo en el filo. Ni es sano, ni es una forma saludable de encarar el futuro.
Decía San Agustín que necesitas dar lo que tienes para merecer recibir lo que te falta. Mi sensación es que el Atleti, efectivamente, está dando lo que tiene, pero que nunca termina de llegar a lo que le falta. Cuando no es un segundo punta, es un lateral derecho. Cuando no es un central es un mediocentro. La...
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