Colchonero medio
Los relegados de la corte
La esperanza es la que secretamente nos sostiene, la de pertenecer a una casta de proscritos capaz de fraguar una gesta que se cante en todo el mundo. Un club de eternos desterrados que demuestran que si se cree y si se trabaja a veces se puede
Eduardo Valiente 30/03/2022
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Parón de selecciones. Fin de semana detestado en el que el colchonero medio se ve obligado a sustituir su droga más preciada por la metadona insulsa de un amistoso. Uno de esos partidos cuya razón de ser no acaba de identificar: prepararse para un torneo extraño en unas fechas extrañas y en un país sospechoso, del que se pregunta incluso si no lo habrían de boicotear.
El que en estas líneas les escribe es, naturalmente, un colchonero medio, uno que les confesará lo que la mayoría de ustedes ya saben: la metadona no sacia al adicto diligente. Por ese motivo, y tras renegar íntimamente de otros placebos, es en estos fines de semana cuando el aficionado estándar acaba tecleando el nombre de su equipo en un buscador de internet. Clandestinamente, se entrega a la búsqueda del resumen de un partido olvidado, de un recopilatorio de jugadas, una entrevista anodina o un documental de algún pequeño ídolo inconfesable. Ya sea en redes sociales o en cualquier otra plataforma, este es el típico domingo que se ocupa en mitigar un síndrome de abstinencia discreto pero inexorable.
A nadie sorprenderá, pues, que sean las tres de la mañana, o que después de sumergirse por horas en reportajes sobre derbis y rivalidades un colchonero medio que ha llegado al cenit de su colocón pueda sentir la necesidad de filosofar un rato. Sobre este club, sobre lo que somos… sobre la vida. Algunos podrán decir que el fútbol no da para tanto, pero quienes lo afirman resultan no ser nunca del Atleti.
El Real Madrid no es sino la representación del centralismo castellano, la proyección de un imperio orgulloso, fiero y arrogante
Eso lo conoce bien el colchonero medio, curtido en mil batallas y cosido por centenares de cicatrices. Las más hondas, generalmente, las de la infancia: el que se tienta una herida que es para siempre aprende a no despreciar sus causas. Por eso, cuando alguien nos pregunta quiénes somos nos llevamos la mano al pecho y decimos “de mi primer amor”, bajamos al costado y explicamos “de cuando quebré en el 2011”, y ahí detrás, un poco más al fondo, mostramos un corte estrecho, viejo y profundo: “¿Esta? Esta pequeñita es de cuando el descenso”.
Solamente quien ignora la fuerza de las identidades menosprecia los sentimientos que las construyen. El que no comprende por qué somos como somos no entiende nada, no sabe siquiera quién es él mismo y navega a la deriva. En cambio, buceando en las redes un domingo de madrugada, cualquier colchonero de andar por casa puede ir a dar con un reportero extranjero intentando explicarle a los suyos quiénes somos nosotros, los aficionados de este lado del mundo. A quienes conocen el género tampoco les sorprenderá escuchar en estos vídeos las reflexiones certeras que sólo puede hacer quien observa desde el privilegio de la distancia. Pero una cosa es que no les sorprendan y otra muy distinta que no les inquieten.
Son las cuatro de la mañana y los remordimientos pueden empezar a asediar al aficionado estándar, que obviamente trabaja mañana, pero los interrogantes siguen sin resolverse: ¿quiénes somos? ¿Qué es lo que representamos nosotros y qué nuestros rivales? ¿Puede realmente el fútbol resumir una historia de buenos y malos?
Sabemos bien que nosotros no estamos en esta vida para vivirla en colorines pero tampoco pretendíamos que fuera de otra manera
El tipo del vídeo comienza a narrar con fino acento “British” cómo en la aurora de los tiempos un equipo de la capital empezó a emplear su dinero para arrebatarles los mejores jugadores a los clubes de la zona. Al parecer, en los primitivos años del amateurismo, los seguidores de todos esos equipos desahuciados leyeron las circunstancias como un inaceptable episodio más de la eterna pugna del pobre contra el rico, y se confabularon para apoyar al único superviviente que podía enfrentar a tan colosal enemigo. Carajo. Ha pasado más de un siglo y seguimos siendo exactamente lo mismo.
El hombre del acento británico prosigue con sus explicaciones sociológicas sobre la raíz de las rivalidades entre equipos españoles, pero a esas alturas las preguntas ya revolotean y se le deja de fondo sin prestarle atención. Pongamos nombres y apellidos al enemigo: ¿qué es el Barça? ¿Qué es el Madrid? Quizás ese reportero no sepa lo suficiente sobre este rincón del mundo, o quizás sepa demasiado, como para llegar a las siguientes conclusiones, pero varias ideas se vienen a la mente revestidas de un aura de lucidez que reclama ser puesta por escrito con urgencia, aun a riesgo de resultar parcial y sesgada:
El Real Madrid no es sino la representación del centralismo castellano, la proyección de un imperio orgulloso, fiero y arrogante que ya no tiene cabida en los crudos campos actuales de la geopolítica, pero que encuentra y ocupa con autoridad un espacio de máximo honor en el gran coliseo mundial que es el fútbol. Es la honda nostalgia de una potencia impotente que se consuela viendo reflejada su vieja y cruel nobleza en el marco del más grande de los espectáculos. El F.C. Barcelona es, por su parte, el heraldo de la periferia. Supone el contrapeso necesario para equilibrar un país que, de lo contrario, se devoraría a sí mismo, y se define como la cuna de todos los idealismos. La lejanía del poder central le confiere jovialidad y candor, le libera de cualquier responsabilidad para con la historia y le tolera extravagancias y purismos que despiertan alternativamente la admiración general y el desdén.
Durante mucho tiempo España, quiero decir, La Liga se articuló sólidamente en torno a estos dos ejes que monopolizaron la vida pública, y el resto del territorio, digo, de clubes se limitaron a ser el atrezzo y comparsa de una película en la que ya estaban repartidos los papeles protagonistas. ¿Qué pinta aquí el Atleti entonces?, se preguntará el colchonero medio. Son las cinco de la mañana y por fin llegamos a lo importante.
El Atlético de Madrid somos los relegados de la corte. Somos los rezagados, los expulsados, los nietos de los que se hacinaron en el sur llegando de las provincias del interior, los que nunca fueron integrados por la capital palaciega. Instalados en el extrarradio, sin padrinazgos, sin apellido ni influencias nos hicimos un hueco con sudor y lágrimas, y ahora nuestra lucha es mantenerlo día a día, partido a partido, caer mil veces y levantarnos mil y una. Sucios y orgullosos, pasionales y pendencieros, hemos venido al fútbol buscando pelea. No tenemos razón, pero tenemos nuestras razones. Despreciamos el lujo, la filigrana amanerada y el capricho estético para la galería, aplaudimos el corte al cruce y el choque, y lo incitamos. Sabemos bien que nosotros no estamos en esta vida para vivirla en colorines pero tampoco pretendíamos que fuera de otra manera.
Para el poderoso lo verdaderamente terrible es que alguien demuestre que el cambio es posible, que en la vida nada está escrito
Somos, al fin y al cabo, una genuina representación de la clase obrera de la capital y su área de influencia, de los barrios populares a los pueblos de donde llegaron nuestros antepasados. Sabemos bien que la corte vive de nosotros, que ha creado un sistema (¿arbitral?) que juega en nuestra contra, pero aún así no la abandonamos. No hacemos las maletas, no apagamos la tele. No rompemos la baraja ni emprendemos la cómoda vía del independizarnos del fútbol porque la ilusión por vencer al enemigo que subyugó a nuestros abuelos es nuestra razón de ser.
Somos, a todas luces, unos pobres ingenuos. El rival, desde el interior de su castillo, observa nuestros afanes con la risa prepotente de quien sabe que controla todos los hilos. Sin embargo, en nuestros adentros intuimos que la soberbia puede menospreciar la rebeldía del humilde y concederle una oportunidad de atacarle con la guardia baja. Esa esperanza es la que secretamente nos sostiene, la de pertenecer a una casta de proscritos capaz de fraguar una gesta que se cante en todas las plazas del mundo. Un club de eternos desterrados recuperando su tierra, derrocando al tirano, demostrando que si se cree y si se trabaja a veces se puede.
Ese es el auténtico miedo del poder, puede darle por pensar al colchonero medio contemplando las primeras luces del amanecer. No es perder una batalla, no es la humillación de verse vencido por quienes desprecian. Tampoco la mancha en un historial que su prensa puede blanquear, y ni siquiera ceder estatus temporalmente les da cuidado. Para el poderoso lo verdaderamente terrible es que pueda cundir el ejemplo, que alguien demuestre que el cambio es posible, que en la vida nada está escrito y que su reinado tiene los pies de barro. Por eso nos temen. Cualquier atlético de los normalitos se iría contento a la cama sabiéndolo.
Parón de selecciones. Fin de semana detestado en el que el colchonero medio se ve obligado a sustituir su droga más preciada por la metadona insulsa de un amistoso. Uno de esos partidos cuya razón de ser no acaba de identificar: prepararse para un torneo extraño en unas fechas extrañas y en un país sospechoso,...
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Eduardo Valiente
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