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Participé en las manifestaciones contra la guerra de Ucrania en San Petersburgo el jueves 24 de febrero –el mismo día de la declaración de la guerra– y el domingo 27. El primer día, algunos amigos y camaradas subieron publicaciones a Facebook con la intención de concentrarse en la calle, así que nos reunimos con otros activistas del Movimiento Socialista Ruso cerca de la estación de metro Gostiny Dvor, en una manifestación espontánea y desorganizada. Desde el principio, los destacamentos y furgones policiales nos estaban esperando. Es posible que las autoridades vigilen las redes sociales, lo que les permite tomar este tipo de medidas preventivas.
Delante de la estación de metro, la gente, confundida, ya estaba rodeada de policía y unidades antidisturbios. No sabían qué hacer ni cómo manifestar su postura en contra de la guerra en Ucrania. Entre los participantes en el acto, había gente de todas las edades, pero no había prácticamente ninguna pancarta ni ningún símbolo; la mezcla de participantes me pareció similar a la de las concentraciones en contra del encarcelamiento de Alexéi Navalni.
A los veinte minutos de estar allí –y después de que la policía anunciara que iba a dispersar a la multitud–, por fin empezaron a oírse algunos gritos tímidos de “No a la guerra” y “Putin es un asesino”. Empezaron a detener a la gente casi de inmediato; justo delante de mí detuvieron a una mujer mayor que llevaba una pancarta de “No a la guerra”. Poco a poco, fue llegando cada vez más gente y las reivindicaciones de parar la guerra iban sonando cada vez más alto y con más confianza. Entonces, la OMON (Otryad Mobilnii Osóbogo Naznachéniya, la Unidad Móvil de Propósito Especial, el equivalente ruso de los SWAT) y las unidades policiales pusieron en marcha una operación dirigida a detener a los manifestantes y despejar la zona. Entre tanto, conseguí dar dos entrevistas a la prensa; después de la segunda entrevista, me detuvieron. No me resistí, así que la detención transcurrió de forma bastante pacífica. Luego me metieron a empujones en un furgón policial que ya estaba lleno.
Detenida
Había un ambiente combativo y resuelto en el furgón. La gente se organizó enseguida, repartieron folletos de OVD-Info (un proyecto independiente de medios de comunicación en defensa de los derechos humanos que lucha contra la opresión en Rusia) y marcaban los números del servicio de apoyo a los detenidos en la concentración. A los quince minutos, el furgón se dirigió a la comisaría dieciséis, donde estuvimos retenidos unas ocho horas. Por las conversaciones en la comisaría, me di cuenta de que las treinta y dos personas detenidas conmigo no estaban allí por casualidad: todos se oponían radicalmente a las políticas agresivas de Vladimir Putin en Ucrania.
En la comisaría enseguida nos organizamos, y tan solo quince minutos después de que llegásemos, las abogadas de Apologia Protesta (Defensa de la Protesta) ya sabían que nos habían detenido. Teníamos nuestro propio chat de grupo para los detenidos en la comisaría dieciséis, y en él tomábamos decisiones rápidas y consultábamos con las abogadas.
Entre voluntarios y familiares de detenidos, nos trajeron unos cinco paquetes, como muestra de apoyo y de ánimo. Tras varias horas en el departamento policial, la policía empezó a llamarnos para comprobar la documentación y establecer el procedimiento. Fue más o menos para entonces cuando llegaron nuestras abogadas, pero no las dejaron entrar en la comisaría (pese que supone una violación del derecho a la defensa legal, contemplado en la Constitución de la Federación Rusa). Al cabo de un rato, empezaron a llamarnos de uno en uno al interrogatorio, donde nos pedían declarar y firmar las actas de detención sin contar con un abogado. Las abogadas ya nos habían avisado por el chat de que no debíamos acceder a esto bajo ningún concepto.
Lo último que recuerdo antes de que me trasladaran al calabozo es que una abogada intentó hablar con nosotros a través de la ventana. Entonces me llevaron ante el policía y, tras negarme a firmar el informe, me metieron en un centro de detención especial. Pasé allí la noche hasta que nos llevaron a los tribunales. En aquella celda no conseguimos dormir en toda la noche: las condiciones eran espantosas, a los detenidos políticos no nos permitían comer y no nos dieron mantas. Los bancos estaban muy duros y hacía mucho frío. Apenas lograba dormir un par de minutos antes de volver a despertar.
Ya por la mañana nos llevaron a los tribunales y nos asignaron un supervisor que tenía que acompañarnos a todas partes en el edificio de los juzgados. La policía intentaba convencernos de que rechazásemos la intervención de un abogado; nos decían que nos dejarían marchar ese mismo día. A la mayoría de nosotros nos llevó la policía directamente desde el calabozo. Estuve en el juzgado desde el mediodía hasta las nueve de la noche; al principio me sentía relativamente normal, pero después de tantas horas empezaba a estar desorientada. Sin esperar a mi abogada, me declaré culpable y me pusieron una multa.
Otra vez en la calle
El segundo día de protestas no pude acudir a la manifestación por problemas de salud. Pero fue ese día cuando la gente empezó a organizarse en Telegram y en Facebook, y empezaron a surgir en las redes sociales muchos grupos independientes y autónomos para coordinar las acciones. La autoorganización es el sello de las protestas contra la guerra en Ucrania, que no tienen un único centro político. En concentraciones anteriores, esta función la desempeñaba la sede de Alexéi Navalni, pero ahora se basan cada vez más en la iniciativa y la autoorganización de grupos pequeños. El segundo día de protestas lo recuerdo especialmente surrealista por el comportamiento de las fuerzas del orden: metían a la gente en los furgones policiales al ritmo del grupo favorito de Vladimir Putin, Liubé, y del himno de la Federación Rusa. Como dijo un amigo mío, ni a un dramaturgo como Vladimir Sorokin se le hubiera ocurrido algo así.
El tercer día de protestas fue el más impactante. Para entonces, ya había aparecido en Telegram el grupo “San Petersburgo contra la guerra”, en el que se avisaba a los manifestantes de las detenciones y de por dónde andaba la Guardia Nacional y la policía. Los manifestantes marchaban en una columna de muchos miles de personas a través del centro de San Petersburgo hasta que, hacia la mitad de la concentración, las fuerzas del orden comenzaron a dividir la columna principal en partes y a detener a los manifestantes. Ese día las detenciones ya fueron bastante duras; la policía fue especialmente cruel, no se privaron de romper brazos y piernas. El lunes 28 de febrero, se volvieron a convocar concentraciones, y la organización Vesna (“Primavera”, una asociación de jóvenes activistas a los que les unen valores democráticos) había asumido las funciones de organizar las protestas. El domingo por la tarde, los tribunales emitieron una orden de arresto administrativo para el coordinador federal del movimiento Vesna, Bohdan Litvin. A Litvin lo han enviado veinticinco días a un centro de detención por subir una publicación a VKontakte que llamaba a concentrarse en contra de la intervención militar rusa en Ucrania del 25 de febrero.
Solidaridad
Mis amigos y conocidos dicen que les han registrado las cuentas en redes sociales en busca de declaraciones extremistas. Ahora la policía vigila las redes sociales de los activistas, los lugares donde estudian y trabajan y sus cuentas bancarias.
Algunas organizaciones sin ánimo de lucro ayudan a informar a las madres de los soldados (pueden consultarse los documentos en aquí), un apoyo típico de las protestas en guerras anteriores, como la de Afganistán o la de Chechenia. Estas fuentes informan de los derechos de los reclutas, de cómo oponerse eficazmente al servicio obligatorio y de cómo pueden los soldados negarse ante las órdenes de sus superiores. Desafortunadamente, la simbología política está prohibida en Rusia, y en las manifestaciones no vi ninguna pancarta de Soldier’s Mothers. Sin embargo, en los medios empiezan a salir entrevistas con madres de soldados; como por ejemplo, la historia de una mujer de la región de Sarátov publicada en Meduza. La mujer dijo que no sabía que iban a mandar a su hijo a Ucrania. Según afirmaba, ni siquiera su hijo sabía dónde le iban a llevar. No se lo dijeron hasta llegar allí. Las noticias ucranianas indican que los soldados rusos abandonaron el sistema de misiles antiaéreos Pantsir en la región de Jersón y desertaron.
Entre mis conocidos, amigos y familiares, prácticamente todo el mundo es consciente de la guerra que se está librando en Ucrania. Sin embargo, me inquieta mucho que la mayoría de los que vivieron la época soviética son apolíticos o tienden a legitimar la intervención de Putin en Ucrania de alguna manera.
Me gustaría terminar dando las gracias. En primer lugar, a Apologia Protesta: a las abogadas Anastasia Pilipenko, Yana Nepovinnaya y Ekaterina Zharkova. Ellas registraron todas las violaciones de nuestros derechos durante la detención de treinta horas con una valentía increíble, coordinaron la comunicación y ayudaron con la documentación. En segundo lugar, quiero expresar mi admiración por el espíritu implacable y la voluntad para no rendirse de los activistas con los que he pasado las últimas treinta horas. No he visto una solidaridad así en toda mi experiencia activista, y me da mucha esperanza. En tercer lugar, quisiera señalar que los activistas del Movimiento Socialista Ruso y los estudiantes y profesores de la Universidad Europea de San Petersburgo me han apoyado durante todo el proceso, por lo que estoy muy agradecida a mi alma mater política y académica por su apoyo y ánimo.
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Valentina Pavlova es investigadora feminista en la Universidad Europea de San Petersburgo y miembro del Movimiento Socialista Ruso.
Este texto se publicó originalmente en Jacobin.
Traducción de Ana González Hortelano
Participé en las manifestaciones contra la guerra de Ucrania en San Petersburgo el jueves 24 de febrero –el mismo día de la declaración de la guerra– y el domingo 27. El primer día, algunos amigos y camaradas subieron publicaciones a Facebook con la intención de concentrarse en la calle, así que nos reunimos con...
Autora >
Valentina Pavlova
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