acción política
Antimilitarismo real ya
Oponerse a la guerra de Rusia y defender el envío de armas a Ucrania es una incongruencia. Urge desbordar el grito “no a la guerra” y rescatar los valores del antimilitarismo y reforzar las fuerzas internacionales de la paz
Bernardo Gutiérrez 23/03/2022
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“En nombre de la feminidad y de la humanidad, pido que se celebre un congreso general de mujeres para promover la alianza de las diferentes nacionalidades, el arreglo amistoso de las cuestiones internacionales, los grandes intereses de la paz”. Así concluye el Llamamiento a la feminidad del mundo, publicado por la estadounidense Julia Ward en 1870, que dedicó su vida al movimiento sufragista y a la abolición de la esclavitud. Con el trauma reciente de la guerra civil estadounidense y con el espectro de la guerra franco-prusiana de fondo, Ward apelaba a unos valores antimilitaristas que brindaban nuevos horizontes a la desobediencia civil de Henry David Thoreau.
El antimilitarismo empezaba a abrirse camino, con la legitimidad moral de las mujeres que perdían hijos y maridos en las guerras. En 1878, la Exposición Universal de París censuró el cuadro La Victoria del Genio de la Destrucción, del húngaro Mihály Zichy por su mensaje antimilitarista. Durante la Primera Guerra Mundial, la oposición al conflicto bélico, silenciada por la historia oficial, se hizo masiva. La alemana Rosa de Luxemburgo apelaba a un internacionalismo obrero antibélico. El filósofo inglés Bertrand Russell llegó a ser encarcelado por su pacifismo En el Reino Unido nació un fuerte movimiento de objeción de conciencia. Al menos 16.000 jóvenes se negaron a ir a la guerra por motivos morales. El movimiento anti guerra británico cuestionaba incluso el envío de chocolate a los tropas del frente, porque eso alimentaría la guerra.
El movimiento anti guerra británico cuestionaba incluso el envío de chocolate a los tropas del frente, porque eso alimentaría la guerra
El ataque ruso a Ucrania resucita el fantasma de la guerra en territorio europeo. Y rescata el grito “no a la guerra” de la oleada de protestas contra la invasión de Irak de 2003. La confusión es inédita. Asisto perplejo al precipitado envío de armas a Ucrania por parte de las potencias occidentales, sin ningún tipo de involucración de la ONU (resolución o envío de cascos azules a los corredores humanitarios). Algunas voces dicen que no toca usar el lema “OTAN no”. ¿Desde cuando la OTAN, con su historial de bombardeos a civiles, es incuestionable?. Leo atónito textos, algunos firmados por izquierdistas, contra la guerra iniciada por Vladimir Putin, pero que defienden el envío de armas a un gobierno como ucraniano, cuya ambigua relación con grupos neonazis despiertan las alertas del Instituto Francés de Relaciones Internacionales y de un think tank estadounidense tan poco sospechoso de comunista como Freedom House. Algunas voces bendicen incluso el armamento de la población civil ucraniana. Armas contra las armas. Bombas contra bombas. ¿Bombas nucleares contra armas nucleares?, ¿de verdad?
En medio de este descorazonador conflicto bélico, me tranquiliza leer el comunicado de la Internacional de Resistentes a la Guerra, que nació en 1921 tras la Primera Guerra Mundial, a la que están vinculadas organizaciones de más de cuarenta países. Se oponen a la guerra. Critican al agresor ruso. Piden el cese inmediato de las hostilidades y el despliegue de todas las vías diplomáticas. Pero van mucho más allá. Solicitan al gobierno ucraniano que abandone la resistencia militar y se pase a la resistencia civil, algo que ya está ocurriendo en las ciudades ocupadas por Rusia. Apelan, entre otras cosas, a la deserción a los solados rusos y a la defensa social del pueblo ucraniano. La postura de la Internacional de Resistentes a la Guerra cuestiona de raíz la mera existencia de los ejércitos. El Movimiento Pacifista Ucraniano, que pertenece a dicha internacional, rechaza el uso de las armas. Con el cuerpo bajo las bombas, pide diplomacia y resistencia civil. Sin embargo, en Occidente se tilda de anti sistema a quien se opone al envío de armas a Ucrania. La confusión es monumental. La escalada militar azuzada por Europa y Estados Unidos, como apunta Noam Chomksy en una entrevista en este medio, podría constituir una “sentencia de muerte para la especie, sin vencedores”.
Yo, objetor de conciencia
En la década de los noventa, fui objetor de conciencia contra el servicio militar, que entonces era obligatorio en España. Por una carambola, acabé siendo insumiso. Me repugnaban los ejércitos y sus jerarquías incuestionables. Me asesoré en la sede del Movimiento de Objetores de Conciencia (MOC), en el barrio de Lavapiés de Madrid. Frecuentaba aquel hervidero en el que se conectaban movimientos de muchas luchas. Allí vi películas, escuché charlas. Conocí a antimilitaristas, a refugiados de guerra, a otros insumisos. Íbamos a algún concierto a la okupa Minuesa, en la ronda de Toledo, enfrente de mi antiguo instituto de secundaria, el mítico Cervantes, donde daba clases el poeta Antonio Machado antes de huir de Madrid al final de la Guerra Civil española. Hice algunos de mis primeros reportajes sobre aquel universo antimilitarista que fue crucial para la definitiva supresión del servicio militar obligatorio en España. Acabé librándome de “la mili” debido a la amnistía del gobierno.
Al estallar la guerra de Ucrania, he recordado de sopetón mi pasado insumiso. He comprobado con alegría que aquel movimiento que me acogió sigue activo, como Alternativa Antimilitarista-MOC, vinculado precisamente a la Internacional de Resistentes a la Guerra. Continúan haciendo estupendas campañas de objeción fiscal para quien no quiera sufragar con sus impuestos los gastos militares. He descubierto una fotografía de 2015, en la que miembros de Antimilitaristes MOC-Valencia obstaculiza la salida de material bélico desde el puerto de Sagunto. Visten de blanco, están sentados delante de tanques y despliegan un cartel: Disculpen las molestias. Obstaculizando la preparación de la guerra. Mientras las bombas rusas caen en Ucrania, esta imagen adquiere otra dimensión. Conmueve. Inspira. Y me reafirma, como espero que muchos, en el antimilitarismo. He cambiado de ideas a lo largo de estos años. Pero no me he movido un milímetro en mi frontal oposición a los ejércitos. Nos siguen sobrando los motivos. España fue el séptimo exportador mundial de armas entre 2015 y 2019. El armamento made in Spain llega incluso, según el imprescindible Centre Delàs, a países que no respetan los derechos humanos, como Egipto, Tailandia, Colombia o Israel.
Confieso que las manifestaciones contra la guerra de Ucrania me desconciertan. Apoyar al pueblo ucraniano (y al pueblo ruso que sale a la calle contra la guerra) debería ser la prioridad. Las que apenas tienen banderas ucranianas me resultan especialmente planas (ocurriría lo mismo con cualquier bandera del mundo). Los gritos de otras protestas (“no a la guerra”, “OTAN no”) no están consiguiendo conectar con un confuso momento atravesado por la pandemia. El fin del mundo, más que nunca, parece estar a la vuelta de la esquina. ¿Qué hacer? Obviamente, hay que denunciar frontalmente la criminal agresión rusa. Pero de ahí a incentivar la escalada bélica y reducir la guerra a un choque de banderas hay un buen trecho. ¿No será el momento de recuperar el espíritu antimilitarista de Julia Ward y de los primeros objetores de conciencia británicos? En el caso español, si el movimiento antimilitarista perdió fuelle, ¿cómo conectar la fuerza moral que le hizo tan potente en el pasado con este presente tan apocalíptico?
El todavía incipiente movimiento contra la guerra de Rusia debería asomarse al espíritu antibélico del siglo XX. No para replicar, sino para reinventarse e imaginar líneas de fuga
El todavía incipiente movimiento contra la guerra de Rusia debería asomarse al espíritu antibélico del siglo XX. No para replicar, sino para reinventarse e imaginar líneas de fuga. El siglo del pop nos dejó estéticas que eran simultáneamente disruptivas y agregadoras, multiplicadoras y sintéticas. En la introducción del libro Diseño de Protesta, el dramaturgo Tony Kushner reflexiona sobre la capacidad de las imágenes de “visibilizar una verdad flagrante que todavía necesita ser organizada”. El diseño, la ilustración o la pintura tienen el poder de divulgar las verdades aprisionadas bajo el discurso público, como lo demuestran las imágenes que he seleccionado para este texto. Echo de menos la esperanza de un Picasso que llevaba su Guernika a la Exposición Universal de París de 1937 para intentar acabar con la guerra civil española. Y las reivindicaciones contra la guerra del Vietnam, especialmente las más naifs. Me fascina la Peace Tower que la Art Workers’ Coalition levantó en California, un colorido collage de arte colectivo. Especialmente entrañable me parece la campaña War is over de John Lennon y Yoko Ono. La pareja alquiló vallas publicitarias en doce ciudades del mundo para expandir el mensaje WAR IS OVER! If You Want It – Happy Christmas from John & Yoko. Si tú quieres, se acabó la guerra. Y qué decir de la multicolor bandera que se viralizó en Italia contra la guerra de Irak, con la palabra PACE. La paz, sobre todos los colores del arco iris. ¿Existe algo más esperanzado, más emocionante, más humano? La complejidad puede emanar de algún mecanismo sencillo que ponga en valor la vida amenazada y nos una a todas las personas en nuestra fragilidad.
Por otro lado, el incipiente movimiento contra la guerra de Ucrania debería releer hasta la extenuación el Llamamiento a la feminidad del mundo de Julia Ward. Y bien podría buscar inspiración en los muchos colectivos de mujeres que han canalizado su vida cotidiana hacia el antimilitarismo. Los gestos osados y las estéticas de retaguardia de los cuerpos disidentes de estas mujeres son un bálsamo para estos tiempos tenebrosos. Las mujeres israelíes del movimiento Mesarvot desobedecen al servicio militar, aunque ello las convierta en presas políticas. América Latina aporta importantes redes de mujeres antimilitaristas, como las del Movimiento de Objeción de conciencia del Paraguay-MOC, el Colectiva Antimilitarista La Tulpa y la Red Feminista Antimilitarista de Medellín, estos dos últimos en Colombia. Luchan por desmilitarizar la vida desde una cotidianidad sin violencias.
Especialmente inspirador es el movimiento Mujeres de Negro, que surgió en Israel en enero de 1988, semanas después de la primera intifada palestina. Nacieron sin nombre, como un grupo pequeño de mujeres vestidas de negro en una plaza de Jerusalén. Pedían el fin de la ocupación de los territorios palestinos, ante los insultos de viandantes y medios de comunicación. El negro como señal de duelo, como sutil ocupación visual del espacio público, como la tonalidad idónea para sus manifestaciones silenciosas. Aquel grupo de mujeres creció, ganó un nombre. Y se expandió por más de treinta países. El nodo que viralizó globalmente las Mujeres de Negro nació en Belgrado en 1991, pidiendo el fin de la guerra de los Balcanes. En silencio, vestidas de negro, ocupando espacios estratégicos de las ciudades, se convirtieron en el nexo emocional de las mujeres de la antigua Yugoslavia, desafiando a todos los nacionalismos balcánicos. En su manifiesto fundacional explicaban que creaban una presencia física para no ser ignoradas y que secuestraban el espacio público del “discurso dominante de negación”. Sus acciones estaban (y están) imbuidas de simbolismo: dejar en el suelo cestas con pan al lado de cascos de soldados boca abajo, portar letras grandes que componen el nombre de la ciudad de una matanza, romper armas de madera... Su manifiesto fundacional, reverberando en el silencio, deviene un grito ensordecedor: “El silencio simboliza el respeto, la seriedad y la dignidad: es un espacio ajeno, un espacio sin violencia. El silencio, cuando se usa deliberadamente, es el sonido más poderoso”.
Inspirémonos en las Mujeres de Negro, que estos días han salido a la calle de muchas ciudades en protesta contra la guerra de Ucrania, para hallar un nuevo gesto global. Estudiemos la performatividad de sus cuerpos disidentes, la sintaxis cívica tejida con su dolor, la profunda humanidad de su silencio. Reinventemos el antimilitarismo, sus estéticas y sus acciones, sus lemas e imaginarios, para conseguir de una vez lo que aquellas mujeres de Belgrado: “Excluyamos la guerra de la historia y de nuestras vidas”.
“En nombre de la feminidad y de la humanidad, pido que se celebre un congreso general de mujeres para promover la alianza de las diferentes nacionalidades, el arreglo amistoso de las cuestiones internacionales, los grandes intereses de la paz”. Así concluye el
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