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Antes de que el cambio climático rompa nuestras previsiones tópicas sobre la marcha del tiempo meteorológico y el comportamiento tradicional de los meses, recordemos que marzo tiene mala fama de mes hosco, revoltoso y desabrido, que arrebata capas, tumba árboles, rompe cristales, revuelve los ríos, arruga los cielos y atenta contra nuestros pulmones, sin darnos nada a cambio, salvo disgustos, paseos frustrados y la espera inhóspita de la primavera, que se hace de rogar y que llega a finales de mes, si es que llega, cuando ya se han perdido todos nuestros proyectos de bienestar y nuestras estrategias de supervivencia. Una vez más el invierno se hace insoportable y nos cierra todos los caminos de la racionalidad y del conformismo. Parece mentira, pero nunca nos hacemos a la idea y siempre nos coge desprevenidos, con el abrigo en el armario y el jersey en la lavadora. Es un mes implacable y, para nuestra desgracia, cumple todas sus expectativas. Para aguantarlo le concedemos el adjetivo de la virilidad, por si nos sirve de algo y nos saca de nuestra desolación, como si fuera un escudo o una frontera. Puede que la virilidad sea una buena cualidad, que nos empuje a afrontar el peligro a torso descubierto y nos exponemos a una pulmonía doble, o a un féretro anticipado. Maldito mes de marzo, que nos hace desesperar de haber nacido y deseamos que, como las visitas impertinentes, se vaya pronto y no vuelva nunca jamás. ¿A quién se le ocurrió poner a San José, ejemplo de paz y de paciencia, en el interior de sus entrañas? No en vano su nombre procede del dios Marte, el dios de la guerra de la mitología griega.
Después del terror de enero y de la débil esperanza de febrero, marzo es el viento, a contracorriente de la historia, que nos sorprende, nos inquieta, nos hostiga, nos molesta, nos ofende. Habíamos creído que, después de febrero, el mal tiempo había pasado, que había quedado definitivamente atrás, lejos del diciembre hosco, del enero hostil y del febrero indeciso, pero no era así. Una vez más, el pensamiento vive de erróneas expectativas, cree que, como él quiere, como él desea, como él espera, quizá, como él necesita, para su tranquilidad y su felicidad. Pero el mes de marzo es el “Vox” de la meteorología política, que nos irrita, nos mortifica, nos obsesiona, nos aterroriza, nos desazona. Es la versión meteorológica del breve y maravilloso cuento del guatemalteco Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Antes de que el cambio climático rompa nuestras previsiones tópicas sobre la marcha del tiempo meteorológico y el comportamiento tradicional de los meses, recordemos que marzo tiene mala fama de mes hosco, revoltoso y desabrido, que arrebata capas, tumba árboles, rompe cristales, revuelve los ríos, arruga los...
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Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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