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Tengo noventa años y, cosas de la edad, he descubierto tarde (para mí ya siempre es tarde) a Yolanda Díaz. Me he enterado por una encuesta del CIS de que es la política mejor valorada de entre todos los que se dedican a esta actividad pública. Porque la inteligencia le agranda los ojos, le ilumina la frente y le rebosa por todos los poros. Es más inteligente que la mayoría de los hombres y podría ser el símbolo de la mayoría de las mujeres. Su economía verbal, por la que es conocida, es perfecta. Dice lo que tiene que decir, sin pasarse ni un punto, y se calla lo que todos deberíamos olvidar. Representa el equilibrio ideal de nuestro tiempo, tan lejos de la revolución social como de la tradición endémica, entre la rebelión y el diálogo. Hasta su nombre, como una elegida de los dioses, es una contradicción ejemplar, entre el exotismo de su onomástica y la cotidianeidad de su apellido. Si por tantas razones no fuera humana, se diría que es excepcional, de la ronda de una extraterrestre. Está llena de futuro y encarna el porvenir, como una recién nacida. Poco a poco ha ido apareciendo en el horizonte de los españoles, como un espejismo del paisaje inmóvil del país. Hemos aprendido, sin darnos cuenta, su nombre, y su imagen se ha incorporado al devocionario de la gente de la calle, para que la puedan odiar o adorar, según su talante. Sonríe lo justo para no ser sospechosa y está seria lo necesario para ser convincente. Si yo no tuviera mi edad, podría pensar que es un milagro de la naturaleza. Tiene la valentía acostumbrada, sin ser atrevida, y la discreción obligatoria para no ser olvidada. Tengo miedo de que algo tan insólito y tan apreciable se pueda perder en la marabunta de nuestra permanente guerra civil. Tiene carisma de líder y presencia de ser honrada. Ha ido haciéndose a sí misma, en el anonimato más absoluto, en el diario del trabajo y de las preocupaciones decisivas. No nació con estrella, por eso le deseo una larga existencia, fiel a sí misma, y me gustaría que sobreviviera a todos sus proyectos políticos, como aglutinar a toda la izquierda (Dios reparta suerte) en un solo partido, para convertirse en la mujer que es. Porque parece como si tuviera, aunque ella lo ignore, vocación de estatua, sin dejar de pisar la tierra y presuponer el cielo.
Tengo noventa años y, cosas de la edad, he descubierto tarde (para mí ya siempre es tarde) a Yolanda Díaz. Me he enterado por una encuesta del CIS de que es la política mejor valorada de entre todos los que se dedican a esta actividad pública. Porque la inteligencia le agranda los ojos, le ilumina la...
Autor >
Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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