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La guerra es un lenguaje, un lenguaje hipnótico, decía Guillem Martínez en otra carta reciente. Un lenguaje que tiene por objetivo hipnotizarnos. Sabemos de sobra que los medios tienen sus propios intereses y que siempre hay que leerlos entrecomillados, hacer acopio de información por varias fuentes, tratar de leer tras sus intereses para formarnos ideas propias sobre el mundo. O leer medios como CTXT donde hay artículos que dudan, se preguntan cosas que otros dan por verdades morales o ven la guerra desde la complejidad de los campos de batalla reales, de lo que hubo antes y detrás, de lo que puede pasar más allá de la otra batalla informativa que continúa en cada letra impresa y en cada minuto de vídeo.
El horror de los cadáveres, de las fosas comunes, de la gente que huye con el espanto impreso nos golpea desde los telediarios y pide lecturas unívocas: todo eso debe tener un culpable. Si la guerra pasa porque hay unos malos –o mejor uno solo–, si además es machista, homófobo, autoritario, podemos quedar a salvo del espanto, podemos, quizás, sentirnos en el bando correcto. Somos los buenos. Pero explicar los incumplimientos de acuerdos de la OTAN en la región o sus presiones sobre Rusia; los intereses económicos de unos y otros –que están completamente entrelazados y quizás eso también forma parte de los porqués– o qué mueve a Rusia no implica justificar la invasión, que es inaceptable desde cualquier punto de vista. Explicar no implica justificar, una obviedad que hay que defender en estos tiempos. Comprender no impide tomar partido, sino hacerlo de manera más consciente y con más elementos de análisis.
“En una guerra, la proliferación de mentiras, falsedades y propaganda hace trizas la común preocupación por distinguir lo real de lo falso”, decía también Xandru Fernández en este mismo medio. En una guerra, la información –o la desinformación– también es un arma, un “activo estratégico”, dicen. Del lado ruso recuperan una vieja acusación –que resuena de otras guerras– sobre laboratorios de guerra biológica en Ucrania que nunca se ha llegado a probar. También se habla de “genocidio” contra los ciudadanos del este de Ucrania que hablan ruso. En Europa se ha prohibido Russia Today y Sputnik, dos medios financiados con fondos públicos de ese país, pero la propaganda que vemos estos días se normaliza. La propaganda de la OTAN es más sutil, pero también existe –escenificación de maniobras, filtraciones interesadas–. Está en los informativos y en lo que redactan muchos periodistas y sobre todo en las redes, está en los eufemismos –“envío de ayuda letal” en vez de “armamento”– o las palabras cargadas de connotaciones peyorativas –los empresarios rusos son “oligarcas”–. Pero también vemos entrevistadores de analistas políticos que con cada pregunta quieren trazar una raya entre lo que ese analista cuenta –que quizás no encaja en los relatos oficiales– y ellos: como si también tuviesen que quedar del lado correcto, como si la complejidad manchase sus camisas blancas. Por suerte, hay más medios ahora y por suerte, internet permite acceder a distintas visiones. Comprender no implica justificar y quien diga lo contrario tiene interés en restarle autonomía a los lectores.
Es momento de nacionalismos de Estado, decía también Guillem Martínez. Un periodista que asume la lógica o la retórica del Estado deja de ser periodista y se convierte en otra cosa. ¿En qué? En portavoz de las narrativas y los discursos cuyo fin es gobernar a las poblaciones, en poder de dominación, en Estado. Así, cuando llegue el aumento de gasto militar o la “economía de guerra” –que será la que justifique recortes o lo que los profesionales de la política digan que toca–, haya un muro, un cortafuegos, una opinión uniforme. Uniforme viene de uniformado, lo que no puede distinguirse, lo que tiene que marchar al mismo paso, como una opinión pública dócil. Otra obviedad que hay que recordar: hay mucha gente contra la guerra en Rusia, los que mueren, también los rusos, no tienen por qué asumir sus lógicas imperiales o las posiciones geoestratégicas de sus Estados. No mueren los Estados, mueren las personas.
Lo complejo abona, sin embargo, la multiplicidad. En esa pluralidad una se forma opiniones propias –o colectivas si tiene la suerte de poder discutir en común con otras–. Generar un colchón que legitime pensar diferente es imprescindible para que pensar diferente de la línea oficial –de la del poder– no tenga tantos costes. Es imprescindible, por tanto, para la propia existencia de una sociedad democrática.
Estos días, los que nos dedicamos a analizar a las extremas derechas hemos tenido un dilema, incluso discusiones en redes. Nos han atacado también. Nos decían que hoy no se puede hablar del problema de los grupos neonazis en Ucrania –como hacíamos antes de la guerra– porque coincide con la propaganda rusa. Pero se puede dar cuenta de la dimensión del problema, de las incógnitas que plantea el nuevo escenario en relación a estos grupos extremistas –quizás la guerra les haga crecer–, y al mismo tiempo que es una excusa de Putin para legitimar la invasión y que sus objetivos no tienen nada que ver con acabar con estos grupos de odio. Lo intenté hacer en este artículo, por cierto, donde explico la situación de las personas LGTBIQ en la guerra, su persecución por los movimientos neonazis ucranianos, pero también que esta persecución en Rusia se convierte además en represión estatal. Putin no viene a salvar a los ucranianos. La realidad, inevitablemente, es compleja pero para los que escribimos es mejor partir de que nuestros lectores y lectoras son inteligentes, que siempre es mejor dar cuenta de esa complejidad que hacer periodismo-propaganda. No, no somos Estado, ni sus fines son los nuestros. No somos soldados de la guerra informativa y nuestros lectores no buscan en CTXT la propaganda que pueden encontrar en los medios “oficiales”. La suerte que tenemos en CTXT es la de tener esos lectores.
Gracias.
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La guerra es un lenguaje, un lenguaje hipnótico, decía Guillem Martínez en otra carta reciente. Un lenguaje que tiene por objetivo hipnotizarnos. Sabemos de sobra que los medios tienen sus...
Autora >
Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
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