ALL THAT JAZZ
Algo fresco
Si el ‘cool’ es un tipo de jazz más ligero, más delicado, sutil, orquestado, menos dado a los paroxismos improvisatorios, más melódico, todas esas características ya existían desde el primer jazz
Eduardo Hojman 2/04/2022
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La mujer acodada sobre la barra es proverbialmente rubia. Todo en ella exuda una elegancia ajada y un poco fuera de lugar. La ciudad es, por supuesto, Nueva York. La mujer nos clava la infinita tristeza de sus ojos celestes, acerados, casi grises, y nos dice que le gustaría pedir algo fresco.
Hace mucho calor en la ciudad, explica, y eso la deprime. Lo único que quiere es sentarse, descansar. Nos conoce, pero no recuerda nuestro nombre, aunque sí nuestra sonrisa. Aunque tal vez no nos conozca: aclara que, por lo general, no le gusta tomar copas con desconocidos, que por lo general bebe sola. Pero, como la hemos invitado tan amablemente, aceptará algo fresco.
Mientras tanto nos cuenta que, por raro que suene, en una época tenía una casa llena de habitaciones, así como quince pretendientes que se peleaban por llevarla al baile; que fue una sensación en París y que estuvo enamorada del más encantador de los hombres. Pero aquello ha acabado y ahora, con el calor que hace, lo ha olvidado todo. Sólo quiere tomar algo fresco.
Esta historia, un auténtico melodrama en miniatura, se desgrana en la canción “Something cool”, de Billy Barnes, incluida en el disco homónimo de June Christy, grabado en mono en 1954 y vuelto a grabar en estéreo en 1960. Con su voz suave y casi susurrada, su complejidad emocional, su dibujo perfecto del personaje, su tono distante, discreto y atenuado, Christy, que reemplazó a la inmensa Anita O’Day en la orquesta de Stan Kenton (y que cantaba de una manera bastante parecida a la de O’Day), encarnaba la esencia misma del cool, no sólo referido al estilo de jazz que lleva ese nombre, sino a muchos de la miríada de significados que el slang anglófono designa a esa palabra (serenidad, sangre fría, relajación, contención, discreción y una manera casi desdeñosa de restar importancia a la propia angustia, así como, por supuesto, enrollado, moderno, ingenioso, entendido, intelectual, físicamente atractivo, bien vestido; el término más popular de aprobación en el idioma inglés, según los lingüistas).
En el jazz y fuera de él, la palabra cool, con esos sentidos, se utilizaba antes de la existencia de la vertiente de esta música llamada así. En una ocasión, Duke Ellington calificó a Billie Holiday como “la esencia del cool”, refiriéndose, quizás, al sutil equilibrio entre desgarro y circunspección de sus actuaciones. Algunos atribuyen al saxofonista Lester Young, muy dado a inventar palabras que luego formarían parte del slang, el uso de cool (que literalmente quiere decir ‘fresco’) para designar algo que está bien. Y, por supuesto, si las opciones del jazz previo al swing comprendían el hot (caliente, rítmico y agresivo, mayormente negro) y el sweet (dulce, muy orquestado, melodramático y mayormente blanco), por ahí debía colarse, también, algo cool, algo fresco.
De qué hablamos cuando hablamos de cool
En el jazz, terreno fértil para las leyendas y las atribuciones, hay muchos que atribuyen la invención del cool a Miles Davis, y no sólo por la música. En la década de los cincuenta, Davis, con su elegancia inmaculada, sus gafas de sol, su lacónico aplomo tras el que se ocultaban tormentas interiores, su coqueteo con el intelectualismo y el existencialismo francés (bajo la forma de un romance con Juliette Gréco), e, incluso, con sus encontronazos con el establishment blanco y con la policía muchas veces impulsados por motivos raciales, encarnaba quizá mejor que nadie una visión del cool como heraldo de una nueva era de libertad. Ya en sus colaboraciones con Charlie Parker, en lugar de imitar los taquicárdicos sobreagudos de Dizzy Gillespie, tocaba más despacio y más grave (por consejo del propio Gillespie, quien le advirtió de que su oído no llegaba a captar las notas demasiado agudas).
Davis, que, al igual que otros músicos de su era, estaba interesado en fusionar el jazz con la música clásica de avanzada, empezó a asistir a las discusiones teóricas que tenían lugar en el sótano del arreglista Gil Evans, cuyo objetivo era crear una nueva música contemporánea (lo que, años más tarde, se llamó Tercera Corriente). De esas reuniones surgió la idea de formar un noneto, una formación peculiar en la que, además de los habituales piano, bajo, batería, trompeta, saxo alto y tenor y trombón, también había una tuba y un corno francés. La formación grabó doce temas en tres sesiones (enero y abril de 1949 y marzo de 1950) y también existe una grabación en directo del debut de la banda que tuvo lugar en 1948 en el Royal Roost, un restaurante de pollo frito reconvertido en club de jazz. Capitol, la compañía discográfica, fue lanzando los temas grabados de manera irregular e inconstante hasta que, casi diez años más tarde, cuando el cool por un lado y Davis por el otro eran mucho más famosos, Capitol decidió reunir todas las grabaciones y relanzarlas bajo el título de Birth of the Cool.
Entretanto, las cosas se habían disparado. John Lewis, pianista de la banda, formó The Modern Jazz Quartet, quizá la máxima encarnación de la elegancia cool tanto en el sonido como en la presentación de sus músicos. Lee Konitz, el saxofonista, siguió la senda del jazz hipercerebral que se alejaba de las pasiones desenfrenadas del bebop. Y Gerry Mulligan, saxo barítono de la formación, partió a California, donde se reunió con el joven prodigio de la trompeta Chet Baker y formó con él un cuarteto sin piano en el que los dos vientos, acompañados sólo de contrabajo y batería, generaron su propia versión de las texturas del noneto, para, posteriormente, formar parte de lo que se llamó West Coast Jazz, al que se sumaron las innovaciones orquestales de Stan Kenton (quien, al contratar como cantantes de su banda a Anita O’Day, June Christy y Chris Connor inventó el canto cool femenino) y los sonidos de saxofonistas como Stan Getz y Art Pepper.
Mientras Miles Davis exploraba nuevos derroteros, como la música modal y el hardbop, el cool se convertía en la música de moda. La fusión entre un clasicismo académico y el swing del jazz le dio resultados especialmente buenos a Dave Brubeck, cuyo cuarteto tocaba en las universidades del país con el objeto manifiesto de llegar a una nueva audiencia. La jugada, recogida en el disco Jazz Goes to College, le salió tan bien que, en 1954, se convirtió en el segundo músico de jazz (después de Louis Armstrong) en aparecer en la mítica portada de Time.
El cool antes y después del cool
Si el cool es un tipo de jazz más ligero, más delicado, sutil, orquestado, menos dado a los paroxismos improvisatorios, más melódico, todas esas características ya existían prácticamente desde el primer jazz. Hay quienes atribuyen su invención a dos músicos de la década del veinte: el saxofonista Frank Trumbauer y, especialmente, el cornetista Bix Beiderbecke, con sus solos, líricos y casi exentos de vibrato y su aspecto frágil y romántico, ambos aspectos que prefiguraban el estilo de Chet Baker. Su temprana muerte, en 1931, convirtió a Beiderbecke en una de las primeras figuras trágicas del jazz. En pleno bebop, Lester Young prefería solos más ligeros, más melódicos y que, a veces, iban por detrás del ritmo. En 1947, un año antes de la formación del Miles Davis Nonet que grabó Birth of the Cool, Woody Herman formó una banda con cuatro saxofonistas (Stan Getz, Zoot Sims, Herbie Steward y Serge Chaloff, conocidos como “los cuatro hermanos”), cuyo sonido tenía mucho que ver con las texturas del noneto.
Mientras la vertiente más orquestal y compleja del cool se continuó en discos de Miles Davis con Gil Evans como Miles Ahead y Porgy & Bess, Stan Getz y Art Pepper se convirtieron en quizá los máximos representantes, después de Chet Baker, del estilo relajado californiano, claramente reflejado en las portadas, en las que abundan las escenas de verano y mujeres lánguidas, en contraposición al blanco y negro existencialista del cool neoyorquino. De hecho, es difícil creer que sea casualidad la similitud que existe entre la portada de Chet Baker & Crew del trompetista y la del disco Summer Days de los Beach Boys. Stan Getz, por su parte, explotó mejor que nadie la fusión con la bossa nova, que también puede considerarse una variante del cool. Existe, incluso, un neo cool, caracterizado por los sonidos austeros, sutiles y a la vez armónicamente avanzados de muchos de los discos que se grabaron en el sello nórdico ECM, como Crystal Silence de Chick Corea u Odissey de Terje Rypdal. Actualmente, cantantes como Diana Krall y Melody Gardot ofrecen una especie de cool prefabricado, adaptando a los tiempos actuales el hieratismo y el divismo de teléfono blanco de las mucho más interesantes Julie London o Peggy Lee.
Si, en los años cincuenta, el cool, con sus emociones contenidas, su aplomo dandy y su actitud existencialista pareció la mejor banda sonora posible para un mundo convulso que apenas salía del absurdo de las guerras mundiales y que vivía desgarrado entre la idea de progreso infinito y la amenaza de una debacle nuclear, ¿cuál será el jazz que nos represente ahora?
La mujer acodada sobre la barra es proverbialmente rubia. Todo en ella exuda una elegancia ajada y un poco fuera de lugar. La ciudad es, por supuesto, Nueva York. La mujer nos clava la infinita tristeza de sus ojos celestes, acerados, casi grises, y nos dice que le gustaría pedir algo fresco.
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Eduardo Hojman
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