TECNOFEUDALISMO
Elon Musk y el futuro de la civilización
Twitter es la red en la que probablemente más se decide el marco del debate y esto tiene unas implicaciones políticas y económicas que hacen que el precio pagado por el magnate no sea otra más de sus locuras
Juan Bordera 2/05/2022
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44.000 millones de dólares pagará el hombre más rico del planeta, Elon Musk, por Twitter, una cifra muy parecida al presupuesto climático de Estados Unidos. Pero, según él, ejecuta la operación por el “futuro de la civilización”. También se ha atrevido a decir que compra la red social para garantizar la libertad de expresión.
El mismo Musk que ha intentado boicotear ese derecho en incontables ocasiones cuando lo que se dice no beneficia a sus intereses, como cuando despidió a un empleado por intentar organizarse sindicalmente o a otro por publicar cándidos vídeos sobre el piloto automático de Tesla. O cuando bloqueó en la misma red social –que ahora quiere defender de la censura– una cuenta de un avispado joven que hacía un seguimiento de todos sus vuelos. La compra no tiene nada que ver con el poder, generar influencia, los datos o incluso intereses económicos indirectos. En absoluto. Elon lo hace por todos nosotros.
Y estamos hablando de la misma persona que quiere bombardear nuclearmente los polos de Marte para tratar de terraformar el planeta rojo, y que al mismo tiempo te pide que te fíes de lo que Neuralink, otra de sus empresas emergentes, haría experimentando con tu cerebro. Ese tipo, que asesoró al gobierno de Trump. Que critica pagar muchos impuestos porque los ricos “asignamos mejor el capital”, que defiende trabajar hasta 80 horas semanales y al mismo tiempo se ha hinchado a recibir subvenciones estatales. Las mismas que, en parte, le han permitido tener la capacidad de crecer hasta la cima de la riqueza económica. Un tipo que es evidente lo que busca principalmente: su propio interés.
Quiere “mejorar Twitter”, dice, mientras ataca a gente que le cae mal, como Bill Gates, por su aspecto físico. O a empleados de su flamante plantilla en la red social a los que no ha dudado en señalar desde su cuenta con casi 90 millones de seguidores. Es el hombre que, en esa misma red, tuvo que borrar un tuit en el que le contestaba lo siguiente a un internauta que le increpó por los intereses del magnate en el litio boliviano: “Daremos un golpe de Estado a quien queramos, asúmelo”. Un litio que ha multiplicado su precio por cinco en el último año, complicando mucho la transición energética que se pretende implantar y que es clave para su negocio más importante, el coche eléctrico. Y por supuesto no es solo el litio, es la práctica totalidad de la cadena de suministros la que está tambaleándose y encareciéndose, empujada por el aumento del precio de la energía.
Volviendo al surafricano hijo del dueño de la mina de diamantes: ya va siendo hora de entender qué tiene en la cabeza el hombre del año para la revista Time en 2021, que este año, entre sus muchos tuits delirantes, propuso en uno de ellos un combate con Putin cuerpo a cuerpo, en un duelo como de caballeros del medievo –una pista de la mentalidad caciquil y megalómana que le caracteriza– en el que, el que eventualmente ganara, decidiría el futuro de Ucrania. De manicomio.
Justo lo que se necesita ahora mismo para tratar de apaciguar ánimos en un conflicto con riesgo de escalada termonuclear: tener a un ser muy inestable con ínfulas de superhéroe controlando cómo funciona una de las redes sociales con mayor influencia en la comunicación. Pocos usuarios (322 millones) respecto a otras redes, sí, pero Twitter es la red en la que probablemente más se decide el marco del debate y esto tiene unas implicaciones políticas y económicas que hacen que el precio pagado por el magnate no sea otra más de sus locuras.
Todo lo anotado anteriormente es más que suficiente para considerar al hombre más rico del planeta como uno de los más peligrosos. Es la encarnación perfecta de algunos de los puntos más imperfectos de nuestra civilización. En la película Don’t Look Up hay un retrato muy fiel al perfil del propio Musk, aunque también tenga tintes de otros como Gates, Bezos, Zuckerberg o Jobs.
Es cierto que esta enumeración olvida –voluntariamente– que también hace cosas que no están tan mal –solo faltaría–, pero para justificarle ya están sus acólitos. Como Jack Dorsey, uno de los fundadores y cerebro de la compañía durante varios años, que confía en Musk para salvaguardar la pureza de la red social: “Twitter como compañía siempre ha sido mi único tema y mayor pesar. Ha sido propiedad de Wall Street y del modelo publicitario. Quitársela a Wall Street es el primer paso correcto”. Y Elon Musk es para él la “solución singular en la que confía”.
Así como el feudalismo fue desplazado gradualmente por el capitalismo, éste está siendo derrocado por esta nueva etapa, el tecnofeudalismo
Tenemos que comprender que aunque estos tipos son en parte geniales, y eso no lo niega nadie, también tienen rasgos –como mínimo, rasgos– de psicopatía y megalomanía, y parece que una buena parte de esta enferma sociedad los idolatra como padeciendo una especie de Síndrome de Estocolmo muy peligroso. Una enfermedad que nos incapacita para limitar el poder de estos magnates y redistribuir la infame riqueza que acumulan.
Según el exministro de Economía griego, Yanis Varoufakis, así como el feudalismo fue desplazado gradualmente por el capitalismo, éste está siendo derrocado por esta nueva etapa, el tecnofeudalismo. La concentración de riqueza y poder es cada vez más delirante y obscena, y está ocurriendo especialmente en este etéreo sector de la tecnología de vanguardia.
En apenas dos años de pandemia las 10 personas más ricas del planeta han doblado su fortuna, mientras el 99% perdíamos poder adquisitivo. Y en esta etapa, el control de la información sigue siendo crucial, por eso Bezos compra periódicos como el Washington Post, Zuckerberg posee WhatsApp, Instagram y Facebook, y ahora Musk se apunta a la moda con Twitter. En un mundo infoxicado, la influencia es poder. El mayor problema para ese “futuro de la civilización” que dice defender Musk es que las élites, además de vivir en una burbuja de privilegios –lo cual impide que reaccionen debidamente a retos como la emergencia climática o la crisis energética y de recursos–, al implementar un control férreo sobre los medios de comunicación de masas impiden que se hable claramente de estos problemas, contagiando al resto de la sociedad de su incapacidad para percibir las señales de alarma.
Las redes sociales son una trampa, advertía el clarividente sociólogo polaco Zygmunt Bauman, probablemente no se imaginaba hasta qué punto. Los delirios de la sinrazón capitalista producen monstruos: tecnofeudalismo y ecofascismo son simplemente las respuestas del sistema al problema de la escasez. Su única mutación posible en un mundo de recursos cada vez más escasos, si seguimos abrazando el mito del progreso y el dogma absurdo del eterno crecimiento en un planeta finito. Y no tenemos tiempo para permitírnoslos.
44.000 millones de dólares pagará el hombre más rico del planeta, Elon Musk, por Twitter, una cifra muy parecida al presupuesto climático de Estados Unidos. Pero, según él, ejecuta la operación por el “futuro de la civilización”. También se ha atrevido a decir que compra la red social para garantizar la libertad...
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Juan Bordera
Es guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició. Es coautor del libro El otoño de la civilización (Escritos Contextatarios, 2022). Desde 2023 es diputado por Compromís a las Cortes Valencianas.
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