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Entrevista realizada por el periodista Agustín López Macías, Galerín, publicada el 9 de julio de 1922 en El Liberal de Sevilla. En la charla, que se produjo en una casa de la calle Santa Ana, en la Alameda de Hércules, estaban el guitarrista Amalio Cuenca, el dibujante Lafita, Ramón Montoya y un niño llamado Caracol, reciente ganador del Concurso de Granada.
¿Cómo y cuándo comenzó usted a cantar?, preguntamos a don Antonio.
No me acuerdo, la verdad. Llevo cantando más de cuarenta años. Empecé en Jerez cuando tenía trece o catorce años. Sólo cantaba entonces soleares y seguiriyas gitanas. A los quince marché por los pueblos, acompañado por el hoy excelente tocador Javier Molina y su hermano que bailaba. Todas esas excursiones se hacían andando.
¿Se ganaba poco?
Lo que querían darnos. Luego fui a Cádiz, y de Cádiz a Sevilla, el mismo año que mataron al Canario en el puente de Triana. Y regresé de nuevo a Jerez. Me asustaba Sevilla, tan grande...
SEIS REALES POR CUATRO COPLAS
El año 86, nos dice Chacón, trabajé en Jerez, en un café cantante que tenía un tal Juan Junquera. Me pagó seis reales por cuatro coplas, y me echó a la calle. “No sirves, nene”, me dijo. Y seguí de pueblo en pueblo. Cuatro meses después, una hermana de Junquera, llamada Tomasa, me contrató en otro café cantante de Jerez, pagándome cuatro pesetas por función. De este café pasé a Cádiz, a la feria del Perejil, ganando siete pesetas diarias. Allí cantaba por seguiriyas Enrique Ortega, tío del padre de ese niño Caracolito y el Mellizo.
¿Eran buenos artistas?
Los mejores que había en aquella época. Ya ve usted cómo cantarían, que yo, al verlos en el café cantante, dije a mi tocaor, el maestro Patiño: yo no canto por seguiriyas. Me da vergüenza. ¿Y entonces, qué quieres cantar, “armamía”?... Tóqueme por malagueñas. Y canté por ese cante, que no sabía bien, y me aplaudieron mucho.
Las célebres malagueñas.
Desde aquella noche quedé enamorado de las malagueñas, y empecé a quitar y poner de mi cosecha. Tanto gustaban que quedó en el café establecida una competencia entre el Mellizo y yo.
¿Se discutía de cante?
Una cosa horrible. Subíamos al tablao Enrique el Mellizo, que ganaba ochenta pesetas por noche, con su tocador el maestro Tapia, y yo, que ganaba siete pesetas, con el maestro Patiño. Cantaba él una copla de seguiriya y luego yo una malagueña. Las discusiones duraban un rato, y volvía él de nuevo, y otra vez el niño, como a mí me decían.
¿Recuerda usted la malagueña que cantaba entonces?
Como si fuera ahora. Esta era (textual):
Dando en el reloj la una
de aquella campana triste
hasta las dos estoy pensando
el querer que me fingiste
y me dan las tres llorando.
No es de las más bonitas, amigo Chacón.
Pero es mía la letra y la música. Como es de mi propiedad la que se hizo tan famosa:
¿A qué niegas el delirio que tienes por mi persona, que la conoce todo el mundo?
Y esta otra, mía también:
Rosa, si no te cogí,
fue porque no me dio la gana.
CHACÓN EN SEVILLA
¿En Cádiz se ganaría mucho dinero?
Regular. Tenía 16 años y lo engañaban a uno. De Cádiz pasé a Utrera, a un café que tenía el Junquera aquel que me pagó con seis reales y me echó. Entonces me dio sesenta reales. En Utrera reuní unos duros, y me escapé a Sevilla. Me presenté en el Filarmónico. Unos conocidos “me pidieron”, y subí al tablado a cantar, quedando contratado.
¿Y el empresario de Utrera?
Se volvió loco. Vino a Sevilla y me echó el guante. Le devolvió a don Andrés González, dueño del Filarmónico, cinco onzas que había yo cobrado, y volvía a Utrera. De aquí pasé al infantil de Cádiz, en un teatro que había en la Puerta Ontamana. Ganaba sesenta reales. A Cádiz vino por mí Silverio, contratándome en sesenta y cinco reales para el café que tenía en Sevilla, en calle Rosario. ¿No lo conoció?
¿Mucho tiempo con Silverio?
Sí. Me dieron coba. Yo creo que enmendaron el contrato, y donde decía un mes pusieron nueve, y canté en Silverio nueve meses seguidos. De Silverio pasé a Málaga, al Café Siete Revueltas, con cinco duros diarios. Esto fue el año 87. Trabajé un mes y volví a Sevilla, al Burrero, al café de la escalerilla, en calle Amor de Dios y Tarifa. A los dos meses, otra vez a Málaga, al café Chinita, ya con ocho duros. Por cierto que cantaba antes en un café que no era cantante, El Universal, donde cobraba catorce duros diarios. Recuerdo que la prensa de allí me decía “bandido” porque cobraba veintidós duros diarios. ¡Y hoy gana cualquier grillo en un tablado doscientas pesetas, y más!
SE INAUGURA EL BURRERO EN CALLE SIERPES
¿Cuándo fue eso?
El año 88. Antes estuve en el antiguo, y de aquí pasé al nuevo Burrero, a calle Sierpes, la casa que tiene hoy el señor Barrau. Ese año murió Silverio. En el Burrero estuve hasta el año 89, en que entré en quintas, librándome por excedente de cupo.
¿Qué gente había entonces en el Burrero?
¡Uf! Todos los flamencos de aquella época. La Serrana, las Coquineras, la Bizca, el Perote... qué sé yo. Tengo mala memoria para retener nombres. Del Burrero pasé a recorrer España entera.
¿Había entonces más afición que ahora?
Naturalmente; pero se gasta ahora tres veces más dinero que antes. En el Burrero se pedían cien cañas y costaban cincuenta reales, que le dejaban, de pronto, al dueño, veinticinco, porque se bebía la mitad. Luego vinieron las botellas de marca, que valían treinta reales, las más caras. ¡Con veinte duros se hacía más fuego...! ¡Eran otros tiempos!
¿Faltó mucho de Sevilla?
Unos cuatro años. Volví en el 93, ya casado, pero todavía no formal. Seguía gastando cuanto ganaba y ayudando a quien podía. ¡Como no tengo hijos...!
Los tubos para fonógrafos y las placas para gramófonos.
¿Se ha dicho que usted ganó un dineral impresionando placas?
Sí, señor. Es cierto; pero no tengo un real. El año 99 hice para una casa de Valencia 11.700 tubos para fonógrafo. Me tocaba la guitarra Borrul. Cobré por aquella partida 32.000 duros. Yo tenía que pagar al guitarrero.
¡Bonita cantidad!
Pues antes hice en Sevilla, con un inglés, que luego resultó ser “espía americano”, unos quinientos cilindros, a dos duros cada uno. Más tarde le hice al inglés “de marras”, en Madrid, mil cilindros, a cinco duros cada uno.
¡Cinco mil duros!
Que cobré en billetes... Y que se gastaron.
¿Y las placas?
Tengo hechas diez placas con el maestro Habichuela, para la casa Odeón. Me pagaron diez mil pesetas. No me gustaron después de impresionarlas. Crea usted que esas placas me quitaron la cabeza, porque corrieron el mundo entero.
Yo he vivido muy ligero y muy bien. Los míos, igual. Si vienen malos tiempos se tomarán como buenos
¿Y no las hay buenas, es decir, que le agraden?
El año 13 hice diez placas con Ramón Montoya a una casa americana. Me pagaron diez mil reales. Salieron muy bien. Son dos malagueñas y soleares. Quedó la empresa en hacer más y no he recibido aviso.
¿Tendrá usted sus ahorros?
Cuando no canto, no como. Yo he vivido muy ligero y muy bien. Vivo bien aún. No me privo de nada. Los míos, igual. Si vienen malos tiempos se tomarán como buenos.
¿Ha estado usted en América?
Sí, señor. En Buenos Aires. Me marché con un amigo por “sport”, por conocerlo. Y canté allí un mes en el teatro San Martín. No hubo suerte en la Empresa. Yo digo siempre la verdad. Al regreso, como el que se apea en la estación, estuve varios días en Montevideo, y canté en el teatro 18 de Julio. Y tuve suerte.
“EL CANTE JONDO”
¿Usted cree que el “cante jondo” volverá como en la época en que usted empezó?
De ninguna manera. El “cante jondo” no será nunca número de espectáculo, si no lo apadrinan, como en Granada, artistas eminentes. El cante volverá a quedar reducido a lo que fue. Sí se conseguirá que haya más aficionados a cantarlo, más señoritas que copiando el estilo en los gramófonos canten bien.
¿Entonces usted cree que el señor del cuello suelto, que se “escombra garganta y arroja el contenido del derribo a las candilejas” se quedará en el camarote de la taberna o del baile esperando a que en una reunión “jaga ruío”...?
Indudablemente.
EL MAYOR CONTRATO
¿Cuál ha sido su mayor contrato?
Fuera de los fonógrafos, este último de Sevilla, que he cobrado dos mil pesetas. De ese dinero tengo que pagar doscientas cada noche a Montoya, gastos de viaje y fonda y comisión al ajuste. ¡No queda mucho, créame!
¿Qué tocador o cantaor estima como el mejor?
No le contesto y perdone. Yo traigo a Montoya porque es el que más se ha identificado con mi voz y con mi persona misma. La guitarra de Montoya soy yo mismo.
En Madrid se huye del flamenquismo. Se detesta a los flamencos, pero a mí me avisan a casa particulares, a reuniones, a juergas
¿En Madrid hay mucha afición al cante?
Poca. Se huye del flamenquismo. Se detesta a los flamencos, pero a mí me avisan a casa particulares, a reuniones, a juergas. No me quejo. ¡Se vive, como dicen por allí...!
Chacón se vio entre la espada y la pared ante una pregunta que le hicimos sobre la historia de unos amores allá por los años... mil, y nos dice: “¿Vamonos? Nos aguardan. Hay cosas que no deben hablarse”.
¿Y de juergas en Sevilla?
Tampoco. Los juerguistas son los hombres que más temen a la luz. No perdonan nunca que se diga su nombre a nadie. “¿Con quién estuviste de juerga anoche?” Me han preguntado cien veces. Y siempre he dicho lo mismo: “Con unos de Valencia, si eran de Sevilla; de Sevilla, si eran de Cartagena…”.
Termina nuestra charla y bajamos con Chacón, el hombre fino, educado, instruido, porque ha leído y lee mucho nos hablaba de la definición que Estébanez Calderón hace de la caña y del polo del Fillo, para reunirnos a la reunión que formaban los demás amigos.
Allí no se perdió el tiempo. Allí escuchamos el “cante jondo de verdad”, acompañado a la guitarra por Montoya y por Cuenca, mientras Lafita hacía uno de los mejores apuntes de su vida.
“El duende de Triana os lo contará”.
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Entrevista recuperada por elartedevivirelflamenco.com.
Entrevista realizada por el periodista Agustín López Macías, Galerín, publicada el 9 de julio de 1922 en El Liberal de Sevilla. En la charla, que se produjo en una casa de la calle Santa Ana, en la Alameda de Hércules, estaban el guitarrista Amalio Cuenca, el dibujante Lafita, Ramón Montoya y un niño...
Autor >
Agustín López Macías ‘Galerín’
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