Flamenco
El cante más amargo de Casa Patas
El insustituible tablao madrileño cierra para no desaparecer
Manuel Montaño Hernández 12/06/2020
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Hace unos días el anuncio del cierre del prestigioso tablao de Casa Patas dejaba en shock a los artistas y amantes del flamenco. Nadie podía aceptar la noticia porque su desaparición entrañaba la pérdida de su querido refugio, el hogar del orgullo flamenco. La incredulidad dio paso a la tristeza de un desgarrado martinete y las redes se inundaron de miles de mensajes de condolencia y apoyo. Su ausencia será aún más sangrante cuando algún día alcancemos algún tipo de normalidad. Será inconcebible entender y vivir el flamenco en Madrid sin El Patas.
La Fundación Casa Patas continuará su labor formativa con sus cursos y talleres de cante, guitarra, baile y percusión y, seguirán disponibles locales económicos para ensayar
Muchos medios recogieron la envergadura de esta tragedia con titulares que se apresuraban a certificar su muerte con sonoros epítetos que calificaban a Casa Patas como el mítico y legendario tablao, el templo del flamenco, el tablao por antonomasia. Estos merecidos elogios eran el fruto de más de 30 años de empeño y esfuerzo de una empresa familiar que habían convertido a Casa Patas en un referente imprescindible del flamenco, no sólo en nuestro país sino en el mundo entero. La noticia transcendió lo estrictamente flamenco y alcanzó un gran eco mediático porque materializaba “la primera gran bofetada de realidad para la sociedad y, especialmente para el mundo de la cultura y el sector del turismo. La caída de Casa Patas es la primera de otras muchas que están por venir”, señala el que ha sido su director en los últimos 10 años, Martín Guerrero.
El cierre de las fronteras y la desaparición total del inagotable maná que el turismo ha supuesto durante los últimos 60 años para nuestra economía en general, y para el flamenco en particular, explican en gran medida el colapso que ha sufrido Casa Patas. En su última etapa el 75 % de la facturación procedía de este público extranjero y aunque la empresa se encontraba al principio del confinamiento con una economía saneada, las perspectivas de todos los informes oficiales vaticinan una tímida recuperación del turismo para el primer trimestre del 2021. Una espera demasiado larga.
Sería, sin embargo, una explicación muy sesgada atribuir este cierre, el mismo que acecha a los casi 100 tablaos de este país, a su excesiva dependencia del turista. Si damos la vuelta al argumento nos llevaría a poner el foco en la baja asistencia del público nacional. “La idea extendida, y a veces despectiva, de que los tablaos son un negocio dirigido a los guiris, refleja ignorancia e incluso mala intención. Presupone que el turista es un ser imbécil, sin cultura, al que se le engaña con una oferta musical y gastronómica de baja calidad y que esta estafa se consigue perpetuar año tras año”, explica con indignación Guerrero. Casa Patas siempre ha dado un trato exquisito al cliente extranjero con espectáculos de gran calidad artística pero, además, puede presumir de contar con un 25% de público nacional, una excepción en su sector donde los turistas representan el 95% o el 100% del negocio. La ambición de Casa Patas siempre fue mantener y aumentar ese público local y, en esa línea no ha dejado de organizar en los últimos tiempos ciclos con primeras figuras del flamenco como Los Pellizcos flamencos o Bota y tacón. Por si fuera poco, la Sala García Lorca llevaba siete años programando recitales de cante y guitarra sin amplificar, una propuesta a la antigua usanza que tuvo excelente acogida y cuyo público era en su mayoría aficionados al flamenco.
“Mucha gente nunca se ha acercado al flamenco por las barreras mentales que provocan esos estigmas y prejuicios que injustamente sigue arrastrando el flamenco” comenta Guerrero. Amplias capas de la sociedad mantienen una errónea identificación del flamenco con el folclore que facilita cosificarlo en un souvenir para turistas. Muchos sectores de la población siguen, a estas alturas, asociando el flamenco a la dictadura franquista, a una casposa españolidad y a género musical desfasado que carece de una pujante vanguardia. Por otro lado, hay quienes lo vinculan a un lumpen integrado por gitanos y vagos andaluces que siempre están de fiesta. Un montón de falsedades que, de manera consciente o inconsciente, han alejado a millones españoles del patrimonio vivo más importante que atesora su país y, que en esta dramática situación ayudarían a salvar a los tablaos y dar de comer a muchos extraordinarios artistas y sus familias.
A la larga sequía de los preciados turistas se sumaría la probable caída del cliente habitual de Casa Patas, dada la magnitud de la crisis económica que se avecina y que superara con creces a la del 2008, que casi hizo desaparecer la vida nocturna en Madrid. Las sombrías expectativas de recuperar la suficiente clientela para seguir adelante convertían la posibilidad de volver a abrir en una opción insostenible y absurda que sólo provocaría una acumulación de deuda y la ruina de la empresa. “Antes de que el barco se hundiera era preferible dejarlo varado en puerto y esperar a que vengan tiempos mejores”, declara Martín. Ahora la preocupación es garantizar la indemnización de sus 25 trabajadores y liquidar todas las deudas con los proveedores.
La dura decisión adoptada por Casa Patas interrumpía de forma brusca un largo camino dedicado al arte de la emoción que le habían convertido en una de las más queridas y respetadas instituciones del flamenco. En 1984 Enrique Guerrero, padre de Martín, inauguraba una taberna madrileña con sabor castizo en el barrio de Lavapiés y, cuatro años más tarde incorporaba el flamenco en su oferta de la mano de Antonio Benamargo que se encargaría de la programación. El primer concierto de Rafael Romero el Gallina iniciaba una larga lista de actuaciones de veteranos cantaores como Chocolate, Rancapino, El Agujetas, Chano Lobato, El Sordera y de otros más jóvenes como José Mercé, Carmen Linares, Mayte Martín o Fernando Terremoto. Sin olvidar a guitarristas como Juan y Pepe Habichuela, Manolo Franco y Rafael Riqueni. Las tablas del Patas acogieron los primeros pasos de la carrera de jóvenes artistas como El Cigala y Miguel Poveda, que actúo con tan sólo 15 años. Aunque el baile era más residual, se pudo disfrutar del arte de Sara Baras, Juan Ramírez, Antonio Canales y Israel Galván que por entonces utilizaba Israel de los Reyes como nombre artístico.
Durante esta época, que duraría hasta 1995, Benamargo concibió un formato, insólito por aquel entonces, de café-cantante con la seriedad de un teatro en el que cantaor y el tocaor se sentían respetados y al que asistía un público en religioso silencio “a escuchar”. Se veían pocos extranjeros en la platea y si muchos aficionados, críticos y flamencólogos. Pronto se convirtió en foco de atracción para artistas endógenos como Camarón, Paco de Lucía y Enrique Morente, y otros exógenos como Pedro Almodóvar, Antonio y Carlos Saura, Joaquín Sabina o Juan Diego. Además, durante esos años funcionó una correa de transmisión con el Candela de Miguel, unos metros más abajo, donde la fiesta continuaba cuando cerraba Casa Patas.
Si las paredes de Casa Patas hablaran…Y claro que lo hacían, valiéndose de los cientos de retratos en blanco y negro de maestros del flamenco que colgaban de ellas y que, a modo de altar, rendían homenaje a todos los artistas que pasaron por allí. Observar una a una cada fotografía es la mejor forma de encender la mecha de la memoria y, recordar tantos momentos mágicos vividos en Casa Patas que forman parte de la historia del flamenco. Se agolpan en el recuerdo montones de noches inolvidables como la que provocó en 2010 Diego del Morao con un tremendo concierto de guitarra; la gente salió tan entusiasmada que formó una gorda y las mesas diseminadas por la taberna acogieron varios fuegos de cante hasta el amanecer. Imborrable fue también el recital de Manuel Moneo en 2011 que mientras entonaba una sentida seguiriya rompió a llorar, un gesto que provocó una catarsis entre el público que no pudo aguantar las lágrimas. O el vibrante concierto de Raimundo Amador que convocó de forma espontánea en el escenario a miembros de Ketama, la Barbería del Sur y a Jorge Pardo. Hace cuatro años, Casa Patas recibió la visita inesperada de Chick Corea que deseaba que su relación con el flamenco quedara plasmada en un documental que se estaba grabando sobre su vida y montó una improvisada jam session con Jorge Pardo, Paquete y el Negri. Un año después una desconocida y enigmática Rosalía ofreció un recital del que sólo se vendieron 31 entradas.
Más allá de la preocupación por mantener la excelencia en el escenario, en los últimos tiempos Casa Patas había conseguido crear un ambiente especial y acogedor que lo consagró como casa de los flamencos. La dedicación y la inagotable generosidad de Martín Guerrero fomentaron esa condición transversal que encierra el flamenco: reunir a gentes, de toda condición y pelaje, que hablan un mismo lenguaje. En su amplia barra era fácil ver a un gitano de Caño Roto con un directivo de la Moraleja, unidos por el mismo amor al arte jondo. Interminables charlas entre artistas sobre el autor de un cante o su correcta ejecución. Otros pergeñaban un proyecto musical. Jóvenes que pegaban la oreja a los más veteranos. Discusiones apasionadas sobre lo que es o no flamenco. Una japonesa daba palmas sobrada de compás con su novio sevillano. Ya se podía fumar. Martín invitaba a unas copas.… Y en cualquier momento alguien, de manera natural, se arrancaba a cantar jaleado por sus amigos que sucesivamente le respondían con otro cante en un bucle sin fin. Se notaba que la gente estaba a gusto, y por eso los artistas flamencos lo habían convertido en uno de sus lugares preferidos de encuentro. “Sabía que la transmisión e intercambio del conocimiento en el mundo flamenco se ha hecho tradicionalmente a través de esas reuniones”, recuerda Guerrero, un hecho que él supo alimentar a conciencia. Casa Patas era un espacio de libertad pero a la vez infundía un gran respeto, como si se tratara de un santuario que todos debían cuidar. Un santuario en el que tantos maestros habían dejado su huella.
Ha sido tanta la pasión que Casa Patas ha profesado por el flamenco y por su difusión que resulta una obviedad afirmar que Casa Patas siempre fue algo más que un negocio. Si quedaba alguna duda en el año 2000 se creó la Fundación Casa Patas, que funcionó como un vaso comunicante con la taberna y el tablao. Por fortuna, esta fundación sin ánimo de lucro, continuará su labor formativa con sus cursos y talleres de cante, guitarra, baile y percusión y, seguirán disponibles locales económicos para ensayar. En un futuro cercano, y aprovechando la enorme reputación acumulada, presentará una plataforma online dirigida a su audiencia internacional para que los artistas tengan la oportunidad de impartir clases y así generar ingresos.
El flamenco ha sido imbatible a lo largo de los tiempos. Desde su origen ha hecho de la adversidad su pulsión para sobrevivir. Las penurias lo hacen más fuerte y siempre se ha reinventado para seguir su camino. Esperamos que algún día Casa Patas nos vuelva a acoger en su barco para ayudarnos a continuar ese viaje.
Hace unos días el anuncio del cierre del prestigioso tablao de Casa Patas dejaba en shock a los artistas y amantes del flamenco. Nadie podía aceptar la noticia porque su desaparición entrañaba la pérdida de su querido refugio, el hogar del orgullo flamenco. La incredulidad dio paso a la tristeza de un...
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Manuel Montaño Hernández
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