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ALL THAT JAZZ

El ‘hard bop’: quiero verte bailar

Los Jazz Messengers pasó a ser la banda fundamental del hard bop, la que lo reunió todo y la que encarnaba la filosofía manifiesta de ese movimiento: bailar, moverse, pasarla bien, que es a lo que hemos venido

Eduardo Hojman 26/06/2022

<p>Jazz Messengers en concierto en Plougonven (Bretaña, Francia) en 1985.</p>

Jazz Messengers en concierto en Plougonven (Bretaña, Francia) en 1985.

Roland Godefroy

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Nos gustaría que todos vosotros os nos unierais y nos ayudarais a encontrar el groove golpeando los pies, o chasqueando los dedos, o aplaudiendo, o sacudiendo la cabeza… o sacudiendo lo que queráis.

Horace Silver


Si os apetece golpear los pies, golpead los pies. Si tenéis ganas de aplaudir, aplaudid. Y si queréis quitaros los zapatos, hacedlo. Hemos venido a pasarlo bien. Queremos que dejéis vuestros problemas fuera y que vengáis a moveros.

Art Blakey


Cuando estamos en el escenario, y vemos que hay gente entre el público que no está moviendo los pies o la cabeza al ritmo de la música, sabemos que algo estamos haciendo mal. Porque cuando conseguimos hacer llegar nuestro mensaje, los pies y la cabeza sí que se mueven.

Art Blakey

Con su invitación al baile, sus melodías pegadizas y sus cadencias sutilmente incitantes, el swing representó el momento en que el jazz y el pop se volvieron sinónimos y, luego, con el bebop, las cosas se pusieron serias. Tan serias que espantaron a buena parte del público, que prefirieron dar la espalda a las innovaciones y seguir meciéndose con la versión más amable del swing (que no por nada siguió siendo el marco más propicio para crooners como Frank Sinatra) o, especialmente en el caso del público negro, que tal vez sintiera que le habían arrebatado una música que ellos habían inventado, sentarse a esperar la buena nueva. 

El hard bop terminó convirtiéndose en un marco muy amplio que prefiguró todo el jazz posterior y cuyas características conforman lo que hoy se llama mainstream

La buena nueva, por supuesto, no llegaría desde el jazz. Tenía que cumplir demasiados requisitos y los tiempos estaban cambiando. Había, literalmente, electricidad en el aire y los nuevos sonidos llegarían desde otro ámbito. El jazz, sin embargo, lo intentó. Uno de esos intentos fue el cool que, en su vertiente más ambiciosa, aspiró a dar al jazz la categoría de música clásica moderna, reduciendo las aristas del bebop y apelando a estructuras más complejas, más europeas y, podría decirse, más blancas, una especie de reparo que, implícita o explícitamente, dio origen a lo que vino después. Si, en aras de la fluidez narrativa, el jazz es una historia de avances y reacciones, de idas y vueltas, entonces el cool fue una reacción a los excesos del bebop, como las velocidades vertiginosas, las estampidas de solos con un marco armónico frágil o casi inexistente, los ritmos enloquecidos y poco bailables.

El segundo intento fue una reacción tanto al bebop como al cool y, cronológicamente, es muy próximo a éste. Al cool le reprochaba su alejamiento de las raíces negras del jazz; al bebop, su excesiva complejidad rítmica y armónica, que te quitaban las ganas, sino de bailar, al menos de mover un poco la cabeza. El nuevo estilo se probó varios nombres (soul, funky), que quedaron finalmente englobados en la categoría hard bop, aunque luego aparecieron quienes, sencillamente, hablaban de toda la música de la época que no fuera cool como post bop o, directamente, jazz moderno. 

A pesar de que, en su esencia, duró sólo diez años (más o menos de la mitad de la década del 50 hasta mediados de la siguiente), el hard bop, que echó mano de los sonidos terrenales del gospel y los ritmos bailables del funk y el blues urbano para crear un jazz atractivo, popular y, más allá de sus ocasionales desvíos, predominantemente negro, terminó convirtiéndose en una especie de marco muy amplio que prefiguró todo el jazz posterior y cuyas características conforman lo que a día de hoy se llama mainstream.

En cierta manera, el hard bop representa una liberación moral y temporal del bebop

En un principio, era una música que contradecía su nombre: en un lugar de una versión “dura” del bebop, era todo lo contrario. Ritmos contagiosos que incitaban al baile (como en el swing), melodías reconocibles y cálidas provenientes del blues, del soul y de la música gospel. Sí tomaba del bop la potencia rítmica y, en especial, la ligereza armónica, una estructura casi inexistente que era poco más que una excusa para la improvisación. Pero los ritmos ahora se basaban en el blues y en el soul y el tema melódico (es decir, la melodía escrita u “obligada” que abría y cerraba la cadena de solos y que proveía el marco armónico) era mucho más pegadiza. En cierta manera, el hard bop representa una liberación moral y temporal del bebop. Moral, porque los cultores de esta música recuperaron la idea de juego, de entretenimiento, de diversión y de baile, distanciándose así de la seriedad mortal que caracterizó en gran medida el bebop. Y temporal, porque quizá el hard bop no habría existido de no ser por un importante invento: el longplay, el larga duración, que permitía grabar unos veinte minutos sin interrupciones, a diferencia de los tres minutos de los discos de 78 rpm. Ahora había tiempo, un solista podía demorarse en su improvisación, ya no tenía que decirlo todo en tres minutos y a la máxima velocidad. 

Los ejemplos de esa libertad temporal y lúdica abundan: “Moanin”, del pianista Bobby Timmons, que abre el disco del mismo título de Art Blakey and the Jazz Messengers, tiene una apertura que se vuelve inolvidable a la primera escucha; lo mismo ocurre con “Blue Train” de John Coltrane, con la impresionante adaptación del tema “Alfie” de Burt Bacharach a cargo de Sonny Rollins, con “Cantaloupe Island” de Herbie Hancock y con los que quizá sean los ejemplos más ilustrativos e históricamente importantes de este estilo: “The preacher” de Horace Silver y “Walkin’” de Miles Davis. 

Concierto de Herbie Hancock en el Live At Town Hall de Nueva York (1985).

El gran catalizador

En una versión muy simplificada y resumida de la historia del jazz, Miles Davis lo inventó todo, o prácticamente todo. Firmó el disco con el que en teoría empezó el cool; revolucionó toda la maquinaria industrial relacionada con esta música con Kind of Blue; prácticamente creó la fusión jazz-rock con Bitches Brew y el ambient con In A Silent Way (donde además fue de los primeros en utilizar el estudio como instrumento), e inició la vanguardia que luego llevaría al free. Incluso póstumamente, anticipó la relación entre disc-jockeys y el jazz con Doo-Bop Panthalassa. Si nos atenemos a esta narrativa, fue él quien inventó el hard bop, el 29 de abril de 1954, cuando grabó el blues de tempo moderado “Walkin” y el blues rápido “Blue ‘n’ Boogie”. Lo acompañaban J.J. Johnson en el trombón, Dave Schildkraut en el saxo alto, Lucky Thompson en el saxo tenor, Horace Silver en piano, Percy Heath en bajo y Kenny Clarke en batería. En los 13:26 minutos de “Walkin’” está todo el hard bop: un sonido sobrio, cambios rítmicos originados en el bebop pero más relajados, mayor extensión de los solos, mayor espacio entre las notas, fuerte presencia del blues y otras cadencias negras, solos intensos y potentes, un motivo principal importante e influyente.

Menos de un año más tarde, el pianista de esa formación, Horace Martín Tavares Silver, decidió basarse en una melodía gospel para grabar “The preacher”, que fue a parar a un disco titulado Horace Silver and the Jazz Messengers de 1956, considerado por muchos el disco fundamental del hard bop. “The preacher” (una canción imposible de escuchar sin moverse, sin ponerse a bailar, sin saltar de la silla) estuvo a punto de quedar fuera, ya que Alfred Lion, productor y cofundador del sello Blue Note, lo consideraba anticuado, pasado de moda. Los Jazz Messengers, liderados primero por Silver y más tarde por el baterista Art Blakey, pasó a ser la banda fundamental del hard bop, la que lo reunió todo y la que encarnaba la filosofía manifiesta de ese movimiento: bailar, moverse, pasarla bien, que es a lo que hemos venido. Había, subyacente, otra filosofía menos evidente y más ideológica: recuperar el jazz de las manos europeizantes de los blancos y devolvérselos a los negros, a los chicos de la calle. Incluso las portadas de los principales discos de hard bopexhiben una negritud urbana y tensa, en oposición a las imágenes soleadas y amables del jazz de la Costa Oeste, que representaba la versión más blanca y popular del cool.

Portada del disco Horace Silver and the Jazz Messengers (1956).

El hard bop, finalmente, no consiguió, o sólo consiguió parcialmente, ese cometido. En la misma época en que empezó a intentarlo ya estaba soplándole la nuca la bestia dura y alegre del rock and roll, una derivación mucho más directa, cruda y atractiva de la fuente del blues al que el jazz estaba acudiendo para revitalizarse (y que, como ilustra el ejemplo de Lion, generaba rechazo entre los que quizá querían mantener al jazz como una música elitista, disfrutada por los blancos y cultos y alejada de la calle). Sin embargo, su estructura amplia y ahora liberada de las limitaciones anteriores, se convirtió en el patio de juegos y experimentaciones de las que salió la vanguardia, iniciada por músicos como John Coltrane, Charles Mingus, Thelonious Monk y, por supuesto, Miles Davis. Y esa es otra historia.

Nos gustaría que todos vosotros os nos unierais y nos ayudarais a encontrar el groove golpeando los pies, o chasqueando los dedos, o aplaudiendo, o sacudiendo la cabeza… o sacudiendo lo que queráis.

Horace Silver

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Autor >

Eduardo Hojman

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