privilegios
De chuletones imbatibles y matanzas bien resueltas
Nuestros modos de vida no son exportables ni universalizables. No son para el resto, sino a costa del resto. Son la provincialización de un privilegio cercado gracias a las concertinas y los cuerpos policiales y militares
Juan Bordera / Alejandro Pedregal y Alberto Coronel 2/07/2022
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
En su día, Pedro Sánchez calificó el chuletón al punto como “imbatible”. Hace pocos días, la matanza de Melilla la describió como “bien resuelta”. ¿Existe una relación entre esas dos expresiones a-cuñadas por nuestro presidente? A nuestro modo de ver, sí. Ambas son la manifestación sangrante de un privilegio; la muestra del cinismo que subyace a la gestión de un Sánchez enfrentado a todo lo que su programa político pudo tener alguna vez de izquierdas.
El chuletón del cual hablamos aquí es una metáfora, una forma de representación –salvo para la vaca en cuestión, que no es poco. Se trata de un símbolo que nos habla de los privilegios en los que sostenemos nuestros modos de vida. Las matanzas a las que nos referimos, sin embargo, son reales. Cada vez más peligrosamente cotidianas. Algunas de ellas incluso bien documentadas gráficamente. Pero a pesar de ello, nuestros representantes no quieren reconocerlas, en un ejercicio de hipocresía que tiene efectos perversos en la normalización del discurso de la extrema derecha. Y, sobre todo, que sienta un precedente muy peligroso para los tiempos de múltiples emergencias entrelazadas en los que estamos entrando a toda velocidad.
Algunos de esos chuletones imbatibles se alimentan con la soja monocultivada que deforesta Argentina y Brasil
De esos privilegios sangrantes, algunos de esos chuletones imbatibles se alimentan con la soja monocultivada que deforesta Argentina y Brasil. Como el traje y la camisa con el que nos comemos ese chuletón, cosida al punto de sangre en países como Bangladesh, Vietnam o Camboya. Como el móvil con el que le hacemos una foto para subirla a Instagram, cocinados al punto de fuego de la minería corporativa de Senator en la República Democrática del Congo. Porque un privilegio al punto es imbatible, y nuestros modos de vida en el Norte son en sí mismos una rutinaria “matanza bien resuelta” para el resto de la humanidad.
En un planeta de recursos finitos, hay una contradicción irresoluble entre nuestros modos de vida, basados en el crecimiento perpetuo de la sociedad de consumo, y un modelo social que se quiera llamar a sí mismo progresista. El primero –ya lo avisó Pasolini hace 50 años– conduce irremediablemente hacia el fascismo. No nos debería preocupar tanto el crecimiento del fascismo como el fascismo del propio crecimiento.
Las matanzas, como las miles de personas que, ante las políticas de Frontex, se hunden en el Mediterráneo –esa cámara de gas en corrosivo estado líquido–, dan cuenta de esta tragedia que llamamos realidad. Sin duda, por esta vía nos conducimos hacia el fascismo más progresista de la historia.
Nuestra ministra de Guerra, Margarita Robles, recientemente expresó: “Hay que ser contundentes en inmigración, porque detrás hay mafias”. ¿A qué mafias se referirá? ¿A las mafias de tráfico de personas? ¿O quizá a las mafias multinacionales que expolian recursos –y plusvalía– con un reparto del trabajo desigual? No lo podemos saber.
Por las fronteras entran la soja, la ropa, los móviles y otros aparatos de esta sociedad hipertecnológica, empaquetados y brillantes. Mercancías que, en definitiva, sostienen nuestro modo de vida. Pero esas mismas fronteras están cerradas a las personas que encuentran sus ríos contaminados y sus bosques deforestados, mientras la comida, la ropa o los móviles dejan su expansivo beneficio económico en el Norte. A pesar de la precariedad y la incertidumbre que se han instalado en nuestras sociedades, nuestra soberbia abundancia llega al Sur, goteando día a día, por medio de los mismos espectáculos de publicidad y propaganda con que nos convencemos de la superioridad de nuestros modos de vida, de nuestra libertad desenfadada, de nuestra democracia plena, desinhibida y sin fisuras.
Un privilegio al punto es imbatible, y nuestros modos de vida en el Norte son en sí mismos una rutinaria “matanza bien resuelta” para el resto de la humanidad
Mientras tanto, en el Sur, tendrán que salir de sus comunidades, huir de la miseria que exportamos en busca de la abundancia que importamos a precio de saldo, y que exhibimos con desparpajo. Saldrán huyendo de guerras desatadas por la gula de nuestros agronegocios o por la extracción de los minerales que precisamos para nuestra transición ecológica cero emisiones. Y saldrán, no por casualidad, sino porque los expulsamos. Porque, en definitiva, nuestros modos de vida no son exportables ni universalizables. No son para el resto, sino a costa del resto. Son la provincialización de un privilegio cercado gracias a las concertinas y los cuerpos policiales y militares. Para separar el grano de la arena, y la mena de la ganga, nuestras fronteras han aprendido a discriminar lo que es riqueza y lo que es vida humana. Porque un privilegio al punto es imbatible y la frontera Sur, una matanza bien resuelta.
En su día, Pedro Sánchez calificó el chuletón al punto como “imbatible”. Hace pocos días, la matanza de Melilla la describió como “bien resuelta”. ¿Existe una relación entre esas dos expresiones a-cuñadas por nuestro presidente? A nuestro modo de ver, sí. Ambas son la manifestación sangrante de un...
Autor >
Juan Bordera / Alejandro Pedregal y Alberto Coronel
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí