La vida en Idealista (I)
La reina de los pisos universitarios
Un relato corto
Elena de Sus 16/07/2022
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Lo de estudiar en Madrid fue idea mía: quería hacer Arquitectura, y por entonces la capital me atraía más que Santiago, la opción más cercana. Había mucha gente, nadie que yo conociera, nadie que pudiera saber las gafas que yo llevaba en el colegio. Además la Escuela tenía prestigio. En Forocoches decían que la exigencia era muy alta, que los profesores me iban a hacer la vida imposible, pero yo había sacado un 13 en selectividad y me creía capaz de todo, al menos en lo académico.
Lo del colegio mayor se lo recomendó alguien a mis padres. Estaban preocupados. Me veían muy verde, y la verdad es que tenían razón. Por lo que sea, no eran capaces de visualizarme friendo un huevo o fregando un pasillo, y pensaban que eso me distraería de mis estudios.
No sé si sabían que a las pocas semanas de llegar estaría corriendo delante de una vaquilla, desayunando vinagre a tragos, confeccionando mi propio disfraz de pollo, memorizando versos de Pemán o consumiendo una combinación de vino, limonada, vodka, ron blanco y azúcar que se sacaba con un cazo de un barreño. Lo cierto es que aquello me distrajo de mis estudios.
En España hay 120 colegios mayores, en los que viven unos 17.000 estudiantes. De ellos, 33 están adscritos a la Universidad Complutense y la mayoría se sitúan en el barrio que entonces llamábamos Metropolitano, al norte de la Ciudad Universitaria de Madrid. Todas las órdenes o grupos católicos tienen alguno, también las distintas ramas del ejército y otros órganos del Estado. Los hay mixtos o segregados por sexo. Aquellos que son de titularidad pública, de la propia universidad, pasaron a ser mixtos en 2010, no sin la oposición de los colegiales organizados, que, según El País, llegaron a soltar algún escupitajo al rector de entonces, Carlos Berzosa.
El proyecto original de la Ciudad Universitaria se inspiraba en los campus estadounidenses. A diferencia de los continentales, que tienden a estar más integrados en la ciudad a la que pertenecen, estos buscan crear un ambiente propio de convivencia profunda entre académicos y estudiantes, fértil para la investigación y la ciencia, lejos del mundanal ruido. En 1927, la idea era hacer una especie de ciudad jardín, rodeada de zonas verdes. Como la vida, a veces, no es como queremos, aquello se convirtió en un campo de batalla, al establecerse ahí el frente en la Guerra Civil. Después, el franquismo terminó el proyecto a su manera, llenándolo de tétricos monumentos. El rectorado original nunca llegó a construirse, el “paraninfo” es una instalación deportiva y el actual rectorado de la Complutense se sitúa en un edificio que antes fue el Colegio Mayor José Antonio, dependiente de la Falange. Dicen que una vez, en el campo de rugby de Cantarranas, la lluvia convirtió el suelo en barro y de ese barro emergieron huesos humanos. No sé si será verdad.
El caso es que la Ciudad Universitaria es un entorno relativamente aislado y esto facilita la formación de un ambiente peculiar entre los jóvenes que vivimos ahí, en los colegios mayores, como si pasásemos todo el curso en un campamento de verano.
La vida colegial está marcada por la tradición. Esta tradición varía muchísimo entre unos colegios y otros, pero hay algunos puntos comunes. Tras el primer año, apenas nadie se plantea irse. Al tercero, el ciclo está completo, los grupos de amigos, consolidados, y llega la hora de marchar. Buscamos pisos en los barrios más cercanos a la universidad, y el mismo entorno social se traslada un par de kilómetros al este, integrándose por fin en Madrid, infiltrados entre la gente normal.
Moncloa y Chamberí están entre los barrios más caros de la capital, que a su vez es de las ciudades más caras de España. Poseer un piso cerca de la universidad está muy bien, porque lo puedes alquilar por 2.000 o 3.000 euros con un mantenimiento prácticamente nulo. Hay muchos estudiantes dispuestos a recordar con cariño aquella habitación sin ventana con el somier roto por la que sus padres pagaban 480 euros mensuales.
Habíamos escuchado que la cosa estaba mal, pero no imaginábamos que fuera para tanto. Quizá mis dos amigos y yo habíamos tardado demasiado en empezar a buscar piso, no lo sé. El caso es que, en marzo, la oferta de los portales web tardó poco en desesperarnos. Asumimos que tendríamos que recurrir a otras vías.
Tres personas controlaban un gran volumen de pisos de estudiantes en esa zona. Sus números rulaban por Whatsapp a la misma velocidad que los rumores sobre ellos. Amalia era la más importante de los tres, pero también la más complicada. Gestionaba cientos de pisos, eran grandes y cómodos y los precios no resultaban tan disparatados como los que podías encontrar en internet. Algunos de esos pisos pertenecían a inversores ricos y famosos.
Solo había un problema: ella seleccionaba personalmente a los inquilinos. Y tenía criterios claros. Decían que no le gustaba la gente del sur, ni los de letras o artes, que valoraba mucho la forma de vestir, que tenía un ránking de colegios mejores y peores según su experiencia con los inquilinos… Era de ideología conservadora. Una de sus hijas era una cara visible de un partido liberal muy popular en ese momento.
En consecuencia, quienes concertaban una cita con ella pedían ropa prestada, ensayaban sus gestos y sus discursos, trataban de disimular el acento o buscaban los mejores enfoques para describir sus carreras y sus propósitos. En el comedor del colegio, era relativamente fácil detectar quienes irían a verla ese día. La competencia era intensa.
Yo soy asturiano y estudiaba una carrera seria, así que en principio lo tenía bien. Lo de mi amigo Pablo era más complicado, porque no se le había ocurrido otra cosa que meterse a Musicología, y teníamos que pensar una forma sexy de presentar aquello. Diríamos que estudiaba en la Facultad de Geografía e Historia, sin ofrecer más detalles.
Llamamos a Amalia varias veces, sin respuesta, y finalmente tomamos la decisión de acudir a su oficina. Estaba muy cerca, en Chamberí, una de las primeras calles tras atravesar el Arco de la Victoria, que conmemora el triunfo franquista en la Guerra Civil y funcionaba como entrada a la Ciudad Universitaria.
Había cola. Entre quienes nos habíamos reunido en ese lugar, se podían distinguir fácilmente dos grupos: los que vestían con naturalidad el atuendo recomendado (“como si fueras a la comunión de tu primo”) y los que íbamos disfrazados.
Ella era una señora mayor, de piel morena y pelo rubio. La oficina, de estilo ochentero, no tenía nada de particular, salvo por el salón de la fama. Era un muro lleno de fotos de los inquilinos, el centro de casi todas las conversaciones que se desarrollaban en aquel lugar.
Sorprendentemente, la reunión no fue mal. No nos sometió al interrogatorio que imaginábamos, sino que fue ella quien habló casi todo el rato. La cosa se limitaba a evitar errores no forzados. Nos habló de las diferencias innatas en el comportamiento de hombres y mujeres, citando diversos estudios y su formación universitaria. Asentimos. Le caímos bien, nos propuso un piso y concertamos una reunión con el propietario. Firmamos un contrato sencillo, que no nos exigía derechos sobre nuestro primogénito ni nada parecido, como es habitual en Madrid. Fue entonces cuando nos sacaron la foto para el salón de la fama.
El acuerdo solo tenía una peculiaridad: los pagos se hacían siempre en mano, en un sobre, lo que implicaba una visita mensual a su oficina, donde coincidíamos unos con otros. A veces estaba ella, a veces, su hijo Bosco. Si estaba ella, aprovechaba para contarnos cotilleos sobre los otros inquilinos, animarnos a conocerlos y hablarnos de política y de las cosas absurdas que sucedían hoy en día. Una vez, en fin, me vi forzado a intercambiar mi número con una pobre incauta que solo pasaba por allí para pagar.
Visto desde la perspectiva de hoy en día, hay que reconocer que todo aquello era un poco raro.
Lo de estudiar en Madrid fue idea mía: quería hacer Arquitectura, y por entonces la capital me atraía más que Santiago, la opción más cercana. Había mucha gente, nadie que yo conociera, nadie que pudiera saber las gafas que yo llevaba en el colegio. Además la Escuela tenía prestigio. En Forocoches decían que la...
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Elena de Sus
Es periodista, de Huesca, y forma parte de la redacción de CTXT.
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