Entretextos.mx (II)
Dignidad tarasca, resistencia p’urhépecha: “A los indios nos quieren vivos solo como producto turístico”
Entrevista con Ismael García Marcelino, escritor e investigador p’urhépecha
Liliana David 21/07/2022
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Cuenta la historia que, cuando los españoles se disponían a conquistar el reino de los tarascos, el último rey-cazonci y los señores de su consejo se ataviaron con sus mejores vestimentas y sus más ricas joyas, se pusieron pesadas planchas de cobre en las espaldas y trataron de suicidarse arrojándose al lago de Pátzcuaro, ante la inminente dominación de los hombres blancos. En la Relación de Michoacán, el más importante documento histórico que reúne las antiguas costumbres de los p´urhépechas, tal como estas fueron transcritas por el religioso franciscano Jerónimo de Alcalá, el sorprendente pasaje referido al cazonci y los tarascos quedó escrito así: “Señor, haz traer cobre y pondrémosnoslo [sic] a las espaldas y ahoguémonos en la laguna y llegaremos más presto y alcanzaremos a los que son muertos”. Con estas palabras se ha inmortalizado uno de los capítulos con el cual culminó el poderío de aquel imperio, tras la caída del rey Tangáxoan Tzintzicha. Antes de que su cultura fuera destruida casi por completo y barrida del México antiguo –previo a la llegada de los españoles–, se sabe que ni la triple Alianza entre Tlacopan y Texcoco, con Tenochtitlán a la cabeza, ni ningún otro pueblo habían podido penetrar en las fronteras del reino tarasco y, mucho menos, someterlo.
El tarasco constituía un vasto imperio que había logrado extenderse desde el lago de Pátzcuaro hacia diferentes lugares de Michoacán, abarcando en aquel entonces una considerable zona conformada por lo que hoy son Estados colindantes con el territorio michoacano, entre los que se encuentran Guerrero, Colima, Jalisco y Guanajuato. Pero ante la caída de la capital de los mexicas –mayormente conocidos como aztecas– y tras cruentas batallas y pactos, una nueva alianza con los españoles hizo que los antiguos territorios –entre ellos el de los tarascos– fueran finalmente sujetados a la corona de Castilla durante la llamada época de la conquista.
Es posible imaginarnos, a partir del breve pasaje que guarda la Relación de Michoacán, cómo pudo haber sido el espíritu de dignidad y resistencia que caracterizó a aquel pueblo, hoy llamado p’urhépecha, que en la actualidad representa una de las comunidades indígenas que sobreviven en México, con 128 mil personas hablantes en su lengua originaria, según el informe de 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Asimismo, no cabe duda de que su antigua alma cultural, su prevalencia lingüística con respecto a otros grupos indígenas que conviven también en Michoacán y, desde luego, su fuerza para sobrevivir han permitido que a día de hoy hayan sido conservados, pero también transfigurados, algunos de sus ritos y costumbres, que se han fusionado con una tradición llena de elementos de transformación y permanencia.
Sin embargo, el actual proceso de pérdida lingüística se recrudece en el interior de las poblaciones que conforman la comunidad p’urhépecha. Sin duda, una grave situación que comparten las 68 lenguas indígenas y 364 variantes lingüísticas que están bajo una seria amenaza de desaparición en México. Además, de acuerdo a la Unesco, los hablantes que aún quedan en estas lenguas originarias se ubicaron en el rango de población más vulnerable durante la pandemia. Ante esta situación, que ha acelerado el proceso de pérdida de hablantes, el grupo p´urhépecha se encuentra en los primeros lugares; principalmente, por las secuelas que ha dejado la enfermedad mundial de covid-19, pero también por otros múltiples factores que abarcan aspectos políticos, culturales y económicos.
Ismael García Marcelino, escritor, investigador y profesor de lengua p’urhépecha en la Licenciatura en Literatura Intercultural y en el Centro de Idiomas de la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES-UNAM), profundiza en la complejidad del panorama de su comunidad. Con respecto a las secuelas de la pandemia, el profesor Marcelino me comenta en entrevista: “Desafortunadamente, cualquier circunstancia social, política o mundial siempre va a afectar en mayor medida a los más desprotegidos. El efecto del Estado protector, que el gobierno pudo haber planteado para que la gente se resguardara, no funcionó. En primer lugar, por la falta de información precisa, porque no toda está traducida a las lenguas originarias; no hay servicios de salud, y los que hay son con equipo insuficiente; no hay hospitales: son centros de salud pequeños, y esto tuvo un efecto devastador en las comunidades indígenas”.
La causa de semejante efecto fue, sobre todo, el número de muertos por covid, como sigue relatando el señor Marcelino: “En promedio, en las poblaciones de cinco mil habitantes fue de entre 80 y 100 muertes al año. Esto ha sido espeluznante. Aquí, en Ihuatzio (comunidad p´urhépecha en Michoacán), hubo cerca de 75 defunciones. Nosotros estrenamos un panteón hace dos años, y cualquiera diría que había cada semana dos sepulcros, pero hubo semanas durante la pandemia de 10 inhumaciones. Eso nos dejó con los cabellos de punta”.
En 2020 y 2021 hubo en México un exceso de mortalidad ligado a la pandemia por el orden de 626.000 personas
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), muchos países subestimaron el número de muertos por esta enfermedad; y, según sus datos de 2020 y 2021, hubo en México un exceso de mortalidad ligado a esa catástrofe mundial, por el orden de 626 mil personas, lo que incluye fallecidos directamente por el virus, pero también por otros problemas médicos e interrupciones de la atención médica derivados de la pandemia. A su vez, de acuerdo con el informe de la Secretaría de Salud en México, la comorbilidad en las poblaciones indígenas fue provocada principalmente por la hipertensión, la diabetes y la obesidad, en ese orden. En este sentido, García Marcelino, que también es fundador del Grupo K’uaniskuiarani de Estudios del Pueblo P’urhépecha de Pátzcuaro, advierte de que el gobierno estatal debería realizar un diagnóstico para conocer la situación real que está atravesando este grupo indígena, hoy presa de la penetración cultural ligada al capitalismo y gravemente afectado por los efectos de la globalización. “Hay dos cosas –asegura– que dañan a la comunidad: la enferman de diabetes con la Coca-Cola y la embriagan con la cerveza Corona. La han hecho depender de sistemas económicos basados ya no en el uso de leña, sino en el uso de gas, para que nuestras comunidades sigan padeciendo también los efectos del cambio climático”.
El capitalismo mordaz al que alude don Marcelino es el que está, por otro lado, permitiendo que la trasgresión hacia dichas comunidades se vuelva oficial, llevándose consigo la preservación de dicha cultura. Por ello, sostiene que al gobierno no le interesa el indígena de “carne y sangre” que está en la calle, como aquí denuncia: “Si tuvieran un diagnóstico, se darían cuenta de la deficiencia de estructura en las escuelas, en las clínicas; el deterioro ecológico, el cambio de uso de suelo, por el que están siendo incendiadas miles de hectáreas para promover el aguacate. Pero no les importa nada la preservación de la comunidad, porque lo único que les importa es ganar dinero. A los indios nos quieren vivos a condición de que nos sigamos exhibiendo como un producto turístico, pero no les interesa en absoluto el desarrollo de los pueblos originarios”.
Se desconoce la situación real que está atravesando este grupo indígena, hoy gravemente afectado por el capitalismo y la globalización
En relación con lo anterior, este poeta p’urhépecha considera indignante que las autoridades ignoren por completo cómo han cambiado las comunidades autóctonas y la sociedad, sobre todo desde que comenzó la pandemia. Además, don Marcelino percibe un deterioro inminente en la forma de vida, que incluye la deficiencia de los servicios públicos de salud, transporte o educación; graves problemas de desnutrición, embarazos en adolescentes, bajo nivel educativo y violencia; todo esto sin contar con que el gobierno tampoco alienta la actividad en el campo para que las comunidades indígenas se beneficien. “Si la gente –dice– tuviera la seguridad de que puede sembrar alimentos y tener ganancias, es decir, que la relación de trabajo, producción y beneficios fuera un aliciente, la gente de las comunidades tampoco se estaría yendo. Al menos el 80% de las tierras cultivables en Ihuatzio están sin sembrar. Entonces, si las aspiraciones de las comunidades indígenas fueran dinamizar la tradición, preservarla; si esas fueran las ambiciones, te aseguro que no estaría pasando nada de esto. Pero el problema es que no tenemos tiempo de sentirnos orgullosos de nuestra tradición; tenemos urgencia de comida”.
Para el también miembro fundador del Karakateri Kurhamukutperakua, Consejo Editorial de la Lengua P’urhépecha, lo que tendría que hacerse es desalentar la emigración e impulsar el trabajo en la comunidad para que no estén supeditados a las remesas que envían los paisanos desde Estados Unidos: “Pero ¿quién culpa a los migrantes? –se pregunta don Marcelino–; desde luego, el estómago suele tener razones que la razón no entiende, y con razón tantos se tienen que ir. El gobierno no desalienta la emigración porque no crea las condiciones para que los habitantes prefieran quedarse”.
“No tenemos tiempo de sentirnos orgullosos de nuestra tradición; tenemos urgencia de comida”
Pese a esta situación, don Marcelino afirma que la cultura p’urhépecha continúa viva y que la vida comunitaria se ha ido retomando con distancia y cuidados, aunque también con temor. Asimismo, las ceremonias en el interior de su existencia colectiva se siguen llevando a cabo, como las fiestas de carnaval y de los santos patronos, entre otros asuntos diferentes de la vida comunitaria, “porque la tradición no está integrada sólo por los momentos en que la gente hace música o baila, sino que se preserva gracias a la vida cotidiana, y eso no es un fenómeno para los turistas”, sentencia.
Finalmente, a mi pregunta sobre cómo convergen las distintas luchas indígenas en México, dadas las actuales condiciones para la salvaguardia de la vida comunitaria, García Marcelino concluye: “El pueblo p’urhépecha tiene sus propias trincheras de resistencia y coincidimos en ello con otros pueblos originarios, pero necesitamos un cambio de enfoque en el gobierno y en el resto de la sociedad para mantenernos a salvo, no digo vivos, porque vivos estamos”.
Cuenta la historia que, cuando los españoles se disponían a conquistar el reino de los tarascos, el último rey-cazonci y los señores de su consejo se ataviaron con sus mejores vestimentas y sus más ricas joyas, se pusieron pesadas planchas de cobre en las espaldas y trataron de suicidarse arrojándose al...
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Liliana David
Periodista Cultural y Doctora en Filosofía por la Universidad Michoacana (UMSNH), en México. Su interés actual se centra en el estudio de las relaciones entre la literatura y la filosofía, así como la divulgación del pensamiento a través del periodismo.
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